20 diciembre, 2006


Capítulo 54

Hace rato que no hablo de mi suegra. Y no es que me falten ganas de despotricar en contra de ella, sino que me propuse no hacerlo porque cada vez que escribía se agrandaba mi desagrado. Y como consecuencia nuestra forzosa relación se volvió un clavario, para todos.

Sucedieron cosas que me avergonzaría contar a no ser por una de ellas que resulta, desde todo punto de vista, extraña,

Resulta que tuve que comer en su mesa como casi todos los sábados. Para la ocasión había de invitados una pareja amiga de mis suegros, un ceviche de camarón mediocre y escaso y, eso sí, una exquisita fritada (palto criollo de carne de cerdo, maíz tostado, mote -otra variedad de maíz-papas sofritas en la grasa de la carne, ensalada de aguacate, plátano maduro frito).

El aperitivo y la pitanza pasaron a gusto por el gaznate, por lo cual me sentía bien. La conversación no pasaba de ser un diálogo cortés sobre diferentes temas, incluida la política y excluido el sexo.

Y cuando se inmiscuye ese, la cosa arde.

Si doy vueltas antes de llegar al coño del asunto es porque la anécdota lo requiere. Ya me dirán…

Al acabar la comida, tras el último sorbo de cerveza, se sucedieron una serie de eventos para mi desconcertantes. Cuando hice hacia atrás la silla, para levantarme, topé con parte del brazo y la mano las caderas de la señora invitada. Tras la disculpa, el incidente no fue más que eso. Mas, unos pasos adelante, cuando yo iba atrás de la descomunal mujer, esta paró de improviso y apropósito, por lo que choqué contra su trasero con la hebilla de mi correa . Tras de tanta tela, jamás, creí yo, hubiera alcanzado la epidermis de la caliente mujer, que pasaba ya de los 60.

Y es que los tragos previos al almuerzo habían encendido el rostro de la mujer y calentado sus ideas al punto de intentar seducirme. Claro que las cosas no terminaron ahí. Lo grave no fue que haya rozado más tarde mi mano sino lo que sucedió cuando me levanté para ir al baño. La verdad es que yo iba y venía por la casa con frecuencia, sea en busca de Samuel o para servir algo en la cocina. por lo que nadie tenía que saber que en esa ocasión iba al baño, salvo la mujer.

Cuando me disponía a salir del cuartito, una onda de fuego me devolvió hacia donde había estado y en cuestión de segundos tenía a la señora frotándose contra mi, buscado con su boca semi pintada la mía.

Si había conquistado a la señora no pudo ser más que con mis palabras porque jamás, creo, llegué a mirarla de frente.

Sin embargo, ahí me encontraba, con la espalda doblada contra el lavabo, con una vieja ebria que intentaba violarme. Y lo más grave no era eso, sino todo lo que, me imaginaba, podía suceder si nos encontraban en esas.

Y ocurrió. Ahí estaba mi suegra, en el corredor, como un poste de luz, viéndonos salir a los dos del baño. La señora se justificó lo mejor que pudo, diciendo que se había quedado encerrada y que yo le había ayudado a salir. Yo preferí, ante la evidencia, no decir nada, hacer mi camino hacia el sillón de la sala y buscar entre las paredes de mi cabeza la salida a aquel embrollo.

Tras dos sorbos que dieron fin al vaso repleto de whisky me di cuenta de que la única salida era contar la verdad. Así que fui a la cocina, con el pretexto de servirme otro vaso, a esperar a que llegara mi suegra. No pasaron dos minutos antes de que apareciera con cara de gendarme en busca de explicaciones.

- No le de más trago, le dije, está borracha y si alguien tiene que dar explicaciones es ella.
- Es lo único que nos faltaba…
- La señora me atacó, yo no tengo nada que ver…
- Y en mi propia casa…
- Ya dije mi versión, y me escabullí por la puerta que tenía a mi derecha.

Poco después llevé a Macarena hasta la cocina y le conté lo que había pasado. Se quedó callada por un buen rato y luego me confesó que la doña estaba en problemas maritales, con lo cual la cosa quedaba en parte explicada.

Mi suegra, la omnipresente, encontró en el incidente otro motivo más para desvalorarme ante los ojos de su hija a quien, por supuesto, contó lo que había visto.

Macarena y yo no hemos hecho más que reír una vez que la cosa tomó distancia. El ingrediente agridulce lo puso la suegra. De la señora caliente no supe más pero la diferencia de edad con su marido, unos veinte años, ha sido motivo de conversación con Macarena en varias ocasiones.

08 diciembre, 2006


Capítulo 53

Cuando leo el post anterior me apeno por mi mismo, pero no por mi suerte sino por el pestilente tono quejumbroso que adopto. Deben corregirme, deben darme duro cuando cometo tales desvíos.

Mi intención no es producir pena y no busco que me consuelen: que les quede claro.

Las cosas que pasan por mi cabeza, y que me permito compartir con ustedes, constituyen una visión, pestilente, eso sí, de mi mundo y quiero limitarme a describirla. Odio el sentimentalismo barato y siento que el post anterior es un craso ejemplo de mi debilidad, la que, claro, siempre me han obligado a ocultar. (Y para reiterarme en el pedido anterior, quiero que cualquier hijo de psicólogo se abstenga de analizarme).

En fin, ahora voy a otras cosas. El otro día Samuel me oyó decir “chucha” y se burló de mí. Chucha, para los que no lo saben, es una de las formas populares para referirse a la vagina y la expresión es, en el sentir de muchas, vulgar. Sin embargo, ha adquirido otro sentido al convertirse en una expresión polisémica: unas veces denota desánimo, otras ira o frustración, pero también puede significar alegría.
Yo la usé luego de darme cuenta de que olvidaba algo cuando salí con él al Supermercado. Y Samuel se burló de mi gran parte del camino porque dije chucha. Luego traté de que me dijera por qué era esa una mala palabra, como él mismo lo dijo, pero no logró explicarse.

Yo, con toda mi sapiencia de padre le dije que no hay palabras malas, sino que a veces son mal utilizadas. Claro que en ese momento tampoco pudo hacer la diferencia pero al final, cuando se cayeron al piso las papas fritas que le había comprado, y luego de decirlo, aceptó que un chucha bien puesto, alivia la frustración.

14 noviembre, 2006

Capítulo 52

Nuevamente el frío, el apestoso frío de Quito que nos recuerda que el año está por terminarse, que las Fiestas de Quito se avecinan, iguales a las del año pasado, sin más novedad que el espectáculo denigrante de los borrachitos en los alrededores de la Plaza de Toros, en horario estelar de todos los noticieros del país.

El circo de las elecciones presidenciales y la Navidad completarán el calendario de este apestoso año, sin calefacción en las casas. ¿Por qué, si en Guayaquil hay aire acondicionado, en Quito no tenemos calefacción? ¿Acaso nadie siente el frío que yo siento?

Es verdad que, como casi todos los ecuatorianos, suelo quejarme más de la cuenta, es verdad que el descontento rige mi vida y que tengo la manía de ver la paja en el ojo ajeno, pero estas fechas llaman aún más al pesimismo. Es posible que en la Navidad tenga que trabajar en el hostal en el horario nocturno sin poder ver a mi familia; que ésta pase en casa de mis suegros, comiendo el maldito pavo que sabe a estopa, la berreada ensalada dulce, el vino blanco casi frío (sin duda el poco aromático Sauvignon Blanc de Concha y Toro), con luces multicolor adornando un árbol artificial bajo el cual yacen los regalos de Julián, los regalos que yo no le puedo dar.

Solo la perspectiva de esta apestosa fiesta familiar, de la que no podré participar, me deprime con dos meses de anticipación.

08 noviembre, 2006

Capítulo 51


Con los cincuenta dolaretes que me gané como guía turístico improvisado compré una película de Wim Wenders, con la ridícula traducción de Viene golpeando, la película infantil La casa de los sustos, para Samuel y un el concierto de Muse, Hullabaloo, que dio en el 2002 en el Zenith de París. Una vez estuve ahí durante un concierto de Bob Dylan y de Tom Petty. Estuve lejos, muy lejos del escenario, pero en compañía femenina. Junto a nosotros, un grupo de parisinos nos brindó un poco de hachís. Yo estaba como atontado, al principio, ante una multitud tan extravagante: después de todo fue mi primer concierto masivo, unas 10 mil personas latiendo al ritmo de la harmónica de Dylan, entonando Rainy Day Woman, aunque con sonidos guturales, eso sí.

Pero bueno, Muse, vuelvo a Muse. Confieso que nunca lo había oído pero la descarga que despide en su concierto es para dejar atónito hasta el espectador de pantalla, como yo, apestado amante de la buena música pero que sufre un ayuno forzado de todo lo que se desarrolla en un escenario.

Hace unos meses fuimos con Macarena y Samuel a un concierto gratuito y vespertino donde tocaba Sudakaya, en la Alianza francesa. Y sí, me gusta, me gusta mucho Sudakaya, me gusta el Dub. En esa ocasión éramos nosotros los más viejos y el más joven de todo el concierto. Samuel saltaba en mi espalda que daba gusto cuando cantaban Me opongo, pero entonces no me di cuenta de que más tarde el dolor me recordaría que los cuarenta pesan. Macarena, en cambio, recuperó en esa salida diez años. Con el rabillo del ojo veía su juventud florecer tras la camiseta roja que pronunciaba sus exaltados pechos, captando toda la atención de un entorno poco discreto.

Al salir, caminamos hasta encontrar un par de cervezas frías y un helado gigante. Esa fue la última vez que asistí a un espectáculo.

27 octubre, 2006


Capítulo 50

Marcando el inicio del día en las calles sucias de La Mariscal, intento entender lo que sucede, pero el trayecto es corto, y el sueño grande. Las horas más absurdas acogen la perpetua interrogante sobre qué mismo es la vida, esta apestada vida.

No puedo alejar la nube que me sigue y solo falta que me parta un rayo. … Mentira, solo intento sacar lágrimas de mis apasionadas lectoras (estoy siendo irónico), para que me sigan la leyendo.

La verdad es que me va bien. Hace poco se me ocurrió ofrecer mis servicios de guía personal luego de que una pareja de franceses me pidiera que los acompañe a un paseo por el Centro histórico de Quito, durante mi tarde y noche libres en el hostal donde trabajo. Aunque habitante del barrio La Mariscal durante toda mi vida quiteña, el Centro fue lugar de referencia de toda esa misma vida. No podía faltar la anécdota del padre que carga a su hijo por el Centro de la ciudad, contándole lo maravilloso que fue el tiempo pasado, testigo de ello, las piedras, hoy pulidas y relucientes, de este patrimonio de la humanidad.

Y bueno, ya que me considero un conocedor respetable de los monumentos del Centro histórico, y de las huecas donde se cuecen los mejores manjares, me aventuré al paseo con los franceses. Mi visión sobre el Centro, luego de una disgregación profunda de porqué se lo llama así, encantó a los franceses que venían cargados de guías que explicaban la historia pura. Yo me encargué de asociar a su historia algo de anécdotas y el resultado fue un paseo muy ameno para mis acompañantes y halagüeño para mi porque recibí muchos elogios por mi conocimiento sobre la historia viva de la ciudad. La verdad es que me inventé algunas cosas, pero nada serio, solo quería darle más color a una historia que de por sí ya es colorida.

Como ya lo esperaba, alabaron mi francés, pagaron todos mis consumos y como si fuera poco me recompensaron con cincuenta dolaritos que me cayeron de maravilla.

Quiero decir con esto, antes de que algún aguzado lo haga, que mi vida no apesta tanto, como quise darles a entender al principio, con el solo afán de que me lean hasta el final.

26 octubre, 2006



Sin comentarios.

18 octubre, 2006




Capítulo nosecuantos

Ya mesmo molvido describir. Sí, fuera de bromas, esta tarea, en un momento casi diaria, de escribir, mantiene vivo el espíritu. Lo que quiero decir con esa premisa petulante es que, al momento, el espíritu está agujereado, si el término cabe, ante la sucesión de eventos, uno de los cuales hoy comentaré.

No contento con dar vueltas sobre mi infortunio, ahora hago míos los dolores colectivos. Y como algo tengo de sociólologo debo hablar ahora del colectivo.

Los que leen esto en la virtualidad de este espacio, pero lejos de este, mi terruño populista, quizá no entiendan nada, pero intentaré ser claro. Por primera vez en este espacio hablaré de política. Y es que lo que acaba de ocurrir hace pocos días en este país me obliga a tal tarea. Y es que, también, algo de lo que le pasa a mi apestada persona se debe a toda esta mierda que hemos dado en llamar la puta política. Pero yo solo transcribiré las palabras que le dije a un holandés que pasó hace poco por el hostal donde trabajo. Fue él el que me pidió que le diera mi oponión y esta fue la que se la di:

Primero, a todas luces, seremos gobernados por un engendro. Engendro tiene que entenderse, no así leerse, al plural, porque hay dos candidatos finalistas, cada uno de ellos un engendro en sí. El primero es un empresario multimillonario que invoca a Dios para decir que lo ilumine en su camino por sacar de la pobreza a este mísero país. Invoca a Dios y miente. Ni su padre, muerto pero revolcándose en su tumba, cree tal felonía: un millonario trabajando para los pobres. El hombre ha sido señalado internacionalmente como un empleador, y malo, de menores de edad, en sus esclavizantes plantaciones de banano. Además, aunque ni el holandés ni yo somos testigos, aparece como moroso en el pago anual de impuestos. Eso sí, dio regalos generosamente a los más necesitados y ofrece construir una casa cada seis minutos, de acuerdo a las cifras demagógicas que da al tratar temas tan sensibles como la falta de vivienda. No hay nada más que decir sobre él si no es que se parece El Pingüino, de la serie Batman. (Digo yo, para ser presidente hay que tener pinta, porte o alguna gracia, pero este hombre da verdadera vergüenza. Es probable que tras estudiar en un internado en Suiza no haya aprendido a usar aún el tenedor. No quiero ni imaginarlo en la foto de presidentes en la próxima cumbre de la OEA.)

El otro es un jovenzuelo que cayó en el escenario político tras una cortísima experiencia, -unos cien días-, como Ministro de economía. Y se nota que no tiene experiencia alguna cuando declara a los cuatro vientos ser amigo de Chávez, del cuco del Chávez y que además se da el lujo de insultar a los gringos, que si bien son unos pobres desgraciados, son nuestro principal socio comercial…. Como si fuera poco se jacta de poder gobernar sin respaldo político en el Congreso. Y lo hace porque dice que desconoce a los diputados porque todos son una sola mierda. Por eso quiere que una Constituyente funde una nueva República. Esto último suena bien pero es impracticable en un país tan polarizado. Entonces no le queda más que cumplir sus propósitos con el palo y la piedra. Y eso lo tiene muy claro pues se lo ve liderando muchedumbres enfebrecidas dispuestas a arrastrar por las calles a quien no coincida con ellos. Si llega al poder habrá enfrentamientos entre los ciudadanos, como si no tuviéramos ya lo suficiente con lo que nos toca pasar cada día.

Eso le dije al holandés. Y él me preguntó que por qué habíamos elegido a esos dos finalistas, ante lo cual preferí quedarme callado.

04 octubre, 2006

Capítulo 49

Las fotos del post anterior han sido el motivo de los comentarios más disímiles, y el caso es que si bien el culo de la Macarena da de que hablar, pido moderación por que vaya a comenzar a picarle (ya saben, la historia esa de que pica el oído cuando alguien habla mal de uno, a la distancia). Y si parezco sardónico, bueno pues lo soy, y es que se me ocurrió que tal absurdo pudiera ocurrir.

26 septiembre, 2006



Según ustedes, ¿cuál es la Macarena?
Espero que esto no me traiga fatales consecuencias. Para los que nada saben de este apestado, la Macarena es mi mujer.

19 septiembre, 2006

Capítulo 48

La vida puede girar en torno a las cosas más inútiles del mundo, solo basta con que uno se descuide y ya, ahí está la cabeza dando vueltas hasta el cansancio. Y lo peor viene después; sucede cuando se ha logrado el objetivo: la cosa en cuestión comienza a perder su encanto.

Bueno, me refiero a la cámara de fotos que encontré en la habitación 9 del hostal donde trabajo por las noches. La cámara que no funciona.

Fui en busca de las conexiones que necesito (ya no tiene batería y no puedo descargar las fotos que tomé a manera de prueba), y me encontré con el primer escollo. En la casa comercial que vende estas cámaras me quieren sacar al cabeza. En La Marín, la calle de las cosas robadas, me ofrecen para la próxima semana, cuando no conexiones dudosas. Pero eso no es lo que más me preocupa.

Mi mamá decía siempre que yo era un excelente fotógrafo. Su afirmación estaba matizada por su amor de madre, porque en realidad no soy más que un tipo que toma fotos, algunas de las cuales, a los ojos de mi madre, resultaban verdaderas obras de arte.

Ahora busco imágenes, escenas que captar con la cámara (cuando funcione) y no encuentro motivos. Y es que mi mundo, mi pequeño mundo no tiene luces apropiadas, ni motivos llamativos, ni detalles sorprendentes. Entonces, con mi cabeza tomo fotos de Samuel, de Macarena, de mi mismo y de la casa claro, de la vereda y del trayecto que mi vida me ha trazado hasta el Cyber donde posteo todo esto. Supongo que algo podrá ser mostrado.

08 septiembre, 2006

Capítulo 48


La cámara que encontré sigue siendo en estos días motivo de mis más grandes preoucpaciones. Tal vez soy un exagerado pero hay razones para ello. Se trata, como una lectora ya lo advierte en el anterior post, de las imágnes que dejó en ella su antiguo dueño. Bueno, ahora la batería se acabó y no tengo el kit que la recarga, aún. Pero bueno, la mayor parte de imágenes son de su viaje por Ecuador. Podemos ver Baños, y el camino que conduce hasta allá. También los alrededores, como el Pailón del Diablo, o la tarbita que está más adelante, y así, llegamos al Puyo y todo ese trayecto berreado pero lleno de imágnes alucinantes que hace casi todo extranjero que busca un contacto furtivo con la Amazonia. También hay fotos de Quito, del centro Colonial. El interés del tal Pierre, el antiguo dueño de la cámara, se enfoca en la gente, más que en los edificios, que es lo que hacen famoso a esa parte de la ciudad.


Pero esas fotos no son el motivo de mi preocupación aunque sé que el pobre Pierre debe estar extrañando mostrárselas a sus amigos. La foto que realmente me ha inquietado, y que no haré pública por un moralismo pendejo que no quiero siquiera explicar, es la que reposa en una carpeta, sola, y protegida. Se trata de una imagen sensual e inquietante: un hombre tiene dentro de su boca el dedo pulgar del pie de otro hombre: osea un hombre chupa el dedo del pie de otro. No, la imagen no es repulsiva, está bien lograda y muestra una gran sensualidad. Ahora, ¿Pierre es el dueño del pie o de la boca? ¿Qué le motivó a guardarla? ¿Que haría él si ve publicada esa foto en la Web? (Lo del moralismo que menciono antes va por el lado de no querer afectar la intimidad de mi benefactor, aunque el no sepa que lo considero tal.)

Y bueno, parte del interés de esta anécdota está en dejarles con las ganas de ver la imagen, pero por otro lado reflexionar sobre la posibilidad que nos asiste de violar la intimidad ajena con un solo click. Y sobre le voyeurismo que, como dice mi amigo Oznes, caracteriza a más de uno de los que leen estos posts, incluyéndome a mí, claro. En fin, Pierre pasó de ser un simple turista alojado en el hostal donde trabajo a un inquietante ser que gusta de chupar dedos de pies o que se los chupen a él. A mi me gustaría que me los chupen pero no chuparlos, me daría asco.

05 septiembre, 2006


Capítulo 47

Bueno, la escuela empezó y eso significa que ahora tendré más tiempo para mi, para postear y todo lo demás, pero sobre todo tendré más tiempo para dormir porque con el déficit de sueño que tengo, no hilo dos ideas juntas, como bien ha podido verificarlo quien haya leído los dos o tres post anteriores a este.

Y bueno, supongo que debo aprovechar para contarles algo, y lo mejor que se me ocurre es contarles que en el trabajo encontré una cámara fotográfica que nadie reclamó y que me negué, sin niuingún esfuerzo ni arrepentimineto a entregársela al dueño del hostal. Considero que fue un regalo de Pierre, el francés simpático que se la olvidó en el baño de su habitación y una forma de pagar mi miserable trabajo por parte del dueño. Así que no me vengan con juicios de valor porque ya pasé la etapa de duda y la desición está tomada: me quedo con la cámara. Ahora solo me falta conseguir los cables y todo el artilugio que estos aparatos requieren para empezar a compartir con ustedes algunas imágenes. No sé por dónde irán esas imágenes pero me esforzaré por que reflejen algo de mi mundo: (¿tendrán que ser en blanco y negro?)

Y bueno, estoy de vuelta.

29 agosto, 2006

Capítulo 46

Ya ni sé por qué capítulo voy, y es que el tiempo, aunque raudo en mi vida personal, parece haberse detenido en esta virtualidad del blog. No hay mucho que contar cuando la rutina se impone. Lo difícil de estos días es que tengo que compartir mi tiempo entre el trabajo y un tiempo completo con mi hijo, que tiene una semana más de vacaciones antes de entrar a la escuela, entonces, las cosas volverán a su ritmo habitual y, en consecuencia, como diría mi lejano padre, los post aumentarán... Claro, necesito unas vacaciones pero las necesito desde hace tanto tiempo que ya ni siquiera me intereso por soñar en ellas. Macarena tampoco se atreve a tocar el tema aunque broncee sus piernas a la primera oportunidad, con el deseo secreto de que la falda pueda subir más allá de los muslos y de que su color alcance esos tonos que tanto deseo provocan en mí, y en más de un mirón hijueputa.

09 agosto, 2006


Capítulo 46

El calvario de de convivir con una familia que representa todo lo opuesto a la definición que tengo de familia es una cruz que no deseo que nadie tenga que cargar, a no ser mi propia familia política.

El tal Bob, mi concuñado gringo, amigo de Schwarzenegger, actúa como un magnate al que hay que rendirle pleitesía por su origen y la forma en como se relaciona con su entorno. Me explico: todo para él gira en torno al culto de su panzona y calva personalidad y a los dólares que carga en su bolsillo. Él supone que debo convertirme en alfombra cada vez que da un paso. Él supone que sus hijos deben permanecer callados cuando los adultos hablan. Y él supone que mi hijo debe comportarse como los suyos. Y es ahí donde me tocan la tecla y me levanto raudo de la mesa del restaurante clase media al que nos convidó a almorzar.

Claro que yo tenía el ojo puesto en el tal Bob para encontrar el momento preciso para desafiarlo. Y así llegó el gesto desaprobador ante la algarabía de mi hijo Samuel al ver su helado de fresa frente a él. Entonces, con la cola del camarón del ceviche queriendo salirse de mi boca, rabiosa entonces, me levanté de la mesa dejando caer tras de mi la silla con gran escándalo, agarré a Samuel de los sobacos y lo llevé al jardín donde nos esperaba el columpio, cuyo vaivén alejó para él las malas energías que expelía el cabrón del gringo Bob. Diez minutos más tarde Macarena arrastraba sus pies en dirección mía y contrario a lo que mi apestada cabeza esperaba, se solidarizó conmigo con lágrimas en los ojos.

El camino de regreso a casa fue fúnebre pero a medida que pasaba el tiempo mis pulmones se llenaron de un aire liberador ante la evidente distancia que desde entonces se crearía entre Bob y mi familia. Pero queda el sabor amargo de saber que gracias a su dinero mi hijo está en un curso vacacional.

02 agosto, 2006

Capítulo 45

Ya no me quejaré de mi trabajo, aunque me resulte difícil no hacerlo. Macarena parece harta de mis quejas que se han vuelto una constante, por eso haré mis mejores esfuerzos.

Para lograrlo no hablaré en este post sobre mi trabajo. En cambio, tengo pólvora para otras cosas. Por ejemplo, la llegada, el día de ayer, de la hermana de Macarena, quien vive en Miami, madre sacrificada y esposa fiel de un gringo hijueputa, y no es que crea que todos los gringos lo sean, pese a que soporto diariamente en el hostal a unos cuantos de ellos, sino que éste Bob en verdad es el prototipo del gringo hijueputa.

Por ejemplo, sus hijos hablan un pésimo español a pesar de que viven en Florida y con una madre hispana. Yo entiendo que tal aberración va por el lado del ultraconservadurismo de su padre que ve en los emigrantes, y eso incluye a su propia esposa, y lo digo por la forma en que la trata, como una lacra molestosa que solo sirve para hacerlos más ricos.

El tipo trabaja en la industria de la construcción y se jacta de ser amigo de Scharzenegger solo porque tiene una foto junto a él, una foto que lleva en su maleta con más cuidado del que trata a sus dos insoportables hijos. El primero tiene ocho años y el segundo seis. Ambos traen consigo un arsenal impresionante de juegos electrónicos que han dejado atónito al pobre Samuel. Y a mi también. Ambos nos observan como si fuéramos los enemigos que combaten en sus juegos y Samuel sigue atónito ante tal actitud pues esperaba a sus primos como quien espera la Navidad.

Por otro lado, corre el rumor de que el tal Bob se ofrecerá a llevarme con él para que trabaje en su empresa. Dejar a mi familia sola aquí no es materia siquiera de discusión. Vivir como apestado a merced de mi concuñado, y además lejos de mi familia, acabaría conmigo, o lo con lo que resta de mi.

31 julio, 2006

Capítulo 42

Es una promesa, pronto volveré a postear como se debe. Muchas cosas han pasado y estoy ansioso por compartirlas, pero el tiempo, el maldito tiempo que no alcanza para nada. Y mis ojeras, ni les cuento. Estoy con cara de apestado, más que nunca. Es una pena que no la puedan ver, pero si por ahí ven un esperpento, caminado a las siete de la mañana por las calles infestadas de La Marsical, talvez me reconozcan.

24 julio, 2006


Capítulo 42

Primero debo seguir en la queja esa de que el horario de mi trabajo apesta, y de paso aprovecho para justificarme por no haber posteado en casi dos semanas. En fin…

Si alguien, como yo, pensó que la experiencia en el hostal traería anécdotas dignas de contar, se equivocó. Al menos por el momento, el principal tema que transita por los pasillos oscuros del hostal es el de la seguridad. O, más bien dicho, el del miedo.

El miedo se ha apoderado de todos, es un monstruo invisible de proporciones descomunales que ronda las apestadas vidas de quienes trabajamos en la noche quiteña.

“No abrirás a cualquiera”, “no saldrás”, “no pierdas de vista a la alarma”, “llamarasme cualquier cosa”, son frases que oigo todo el tiempo; pero la peor de ellas fue: “quedaraste adentro así se maten afuera”.

No dije nada, como casi siempre, pero solo porque no me di cuenta de inmediato de de lo que encerraba esa recomendación: la voz de mi jefe se ha convertido en ruido.

Ni el miedo justifica tal grado de mezquindad, pero no quiero ahora divagar al respecto… Les dejo la tarea por que ando apestado del cansancio.

17 julio, 2006

Capítulo 41

No hay tiempo para un nuevo post. Esto de la vida de trabajador, de ama de casa, de madre y padre, y de amante esposo, no da tiempo para un coño.

10 julio, 2006

Capítulo 40

El horario y el frío en mi trabajo apestan. La primera noche casi muero de hipotermia. Quito apesta cuando hace frío y hiede de madrugada.

A las 18h55 debo tomar la posta del administrador diurno, quien para su salida tiene ya registrado a casi todos los pasajeros del hostal. Yo no puedo recibir a nadie que no esté registrado o tenga reservación, así me lo suplique. Mi trabajo consiste en ver que todo esté en orden, patrullar y sonreír. Es decir que soy el guardia nocturno, con título de administrador y sonrisa Colynos.

En mi turno, debo estar atento a la puerta por si algún huésped, borracho, intenta alcanzar el timbre, de madrugada. Toda la noche salen y entran los gringos y yo debo abrirles la puerta, darles agua si me lo piden, aguantar su indescifrable sentido del humor y pedirles silencio cuando se exaltan mucho. Es política del lugar no entregar las llaves a ningún huésped, por cuestiones de seguridad, dicen.

Al principio, lo confieso, logro mantenerme despierto, pero a la larga me vence el sueño y empiezo a cabecear sobre el sillón en el que me hundo poco a poco... hasta que el timbre me saca de un salto de mi nido y debo ver quién es, y timbrar la puerta de la calle, y luego abrir con mi mano la puerta de entrada, y cerrarla nuevamente tras el último trasero gringo.

Y así, toda la noche. Bueno, la televisión podría ser una salida, como lo es por un par de buenas horas el libro que ahora leo, pero está más allá de mis dominios y solo alcanzo una hora a verla, parado en una esquina del salón, a tiro de piedra de la puerta que será pronto mi obsesión. Muy por la mañana, a las 04h00 debo abrir la puerta para que salgan los primeros turistas a sus excursiones en la Sierra u Oriente, y debo ayudar a cargar sus maletas, y es ahí cuando recibo alguna propina.

Antes de salir, tomo un café bien cargado, de los que tienen listos desde las 06h30 para los turistas madrugadores. Pero a esa hora, la cafeína ya no tiene efecto sobre mí.

07 julio, 2006


Capítulo 39

He recibido contundentes muestras de solidaridad en este blog. La última, sin embargo, me ha conmovido como ninguna. Nelly, una persona a la que no conozco, y quien me conoce a mí entre los límites de este blog, ha becado a Samuel para que estudie el verano en su Jardín-Escuela.

Debo hacer público este ofrecimiento aunque el mensaje haya llegado directamente a mi correo y aunque deba rechazarlo. Las razones, las expongo a continuación:

La primera y más obvia, es que Samuel tiene ya asegurado un cupo en una escuela de verano, gracias a su tía, quien ha enviado el dinero desde Miami y que será administrado por la Omnipresente, mi suegra, para que no hagamos otro uso de esa plata. La tía, vendrá en agosto para visitar a la familia y verificar que sus designios se cumplieron.

La segunda es la que más tormento me causó: en el supuesto caso de aceptar la oferta de Nelly, no sabía cómo darle la noticia a Macarena quien no tiene idea de lo que escribo aquí y de las relaciones virtuales que he ido tejiendo.

Pero bueno, solo quiero hacer manifiesto mi agradecimiento hacia Helena, que más allá del gesto personal, refleja que algo bueno pasa por aquí, que la humanidad y solidaridad no se han perdido, que la vida nos da definitivamente sorpresas, con lo que, deja de apestar un poco. Gracias Nelly.

Por otro lado debo compartir con ustedes, igualmente, una noticia que me alegra sobre manera: tengo trabajo temporal en un hostal de La Mariscal, el corazón turístico de Quito.

Sí, el otro día mientras recorría las calles de mi barrio vi un letrero a las afueras de un hostal por medio del cual solicitaban personal nocturno para administrar, entre comillas, el hotel. Una de las condiciones era saber inglés. Sin pensarlo entré, pregunté por el responsable, le dije que nunca antes había trabajado en un hostal pero con mi verborrea, que no es poca cuando me lo propongo, convencí al tipo de que hiciera una prueba con migo.

El horario no me convenía pero terminó cediendo incluso en eso, con una hora de diferencia. Desde ayer entro a trabajar a las 19h00 hasta las 07h00 por un salario que mejor ni les cuento, vaya eso a darles pena de mi pestilente condición. Sin embargo, como ya lo dirán los optimistas: trabajo es trabajo.

Claro que no todo es color de rosa, cuando llego a casa, adormecido y alelado por la mala noche debo despedirme de Macarena quien ya no puede llegar nunca pasadas las 18h45 a casa. Media hora más tarde, Samuel se despierta y debo hacerme cargo de él. Desde el próximo lunes debo llevarlo al curso de verano con lo que podré dormir toda la mañana tras mi regreso. Por ahora tengo un déficit de sueño que me tiene tembloroso e irritado, pero ya recibí mi primer dólar de propina y eso me da ánimos para seguir.

03 julio, 2006


Capítulo 38

La omnipresente, mi suegra, arremetió con violencia, luego de una prolongada ausencia, cuyas causas ni quise ni quiero conocer.

Pero el miércoles, tras apacibles semanas de no ver sus dejos de gran señora, la omnipresente tocó la puerta. Como era de esperarse al tercer día de vacaciones, a esa hora de la mañana, las 11h00 para ser exactos, Samuel estaba aún en pijamas, metido hasta el cogote en un balde lleno de agua, sucia para entonces. Y yo, con un matorral por pelos, también metido hasta el cuello en los quehaceres domésticos, ni distinguí ni oí al esperpento que en el rellano de la puerta, a contra luz, lanzaba improperios al cielo y la tierra, al infinito y más allá, como diría Buzz Lightyear. Claro, Macarena, en su eterno y a veces vejatorio despiste, había olvidado advertirme que su madre pasaría por Samuel aquella mañana.

La doña puso el grito en el cielo cuando vio la escena y se llevó a Samuel, casi a rastras, para vestirlo antes de salir juntos de shopping. (Así es como ella llama importunar a los empleados y no comprar nada.) Yo solo oía que Samuel protestaba con poca autoridad frente a los remesones que significaban ser vestido por una abuela enajenada.

Luego solo oí un: “chao papi” y un portazo posterior. Indignado ante el hecho de que la Omnipresente se permita salir con semejante desaire de mi propia casa, llamé a Macarena para quejarme pero me encontré con la sorpresa de que toda la escena por la que había pasado se debía a una omisión suya.

Claro, por la noche yo tenía cara de perro, Samuel un montón de globos de promoción, mi suegra una queja más en mi contra y Macarena un rictus de arrepentimiento que solo el polvo nocturno pudo disipar.

29 junio, 2006

Capítulo 37

Samuel salió de vacaciones. Lo ideal sería ponerlo en un curso vacacional pero esperamos ahorrarnos el dinero para cubrir los gastos del nuevo colegio, en septiembre. Así que seré yo quien deba vigilarlo a lo largo de estos meses. Si bien la pasamos de maravilla, muchas horas, y sobre todo muchos días juntos no nos harán bien a ninguno de los dos. Samuel, a sus cuatro años necesita niños de su edad con quien divertirse. Yo, a mis cuarenta, espacio para seguir buscando empleo y para poder escribir estas pestilentes memorias.

Pero las cosas están dadas. Ya he repasado en mi cabeza los pasatiempos que tendremos juntos, los paseos y las escapadas a la tienda en busca de las papas fritas que disfrutamos por igual. Y también la siesta de la tarde que nos recompone y nos da nuevos bríos para resolver los enigmas de quién sabe qué nuevos juegos y aventuras.

Pocos padres podrán preciarse como yo de entregar tanto tiempo a su hijo, y si bien la vida no gira en torno al Samuel, sé que el tiempo que a veces reclamo para mí, y que lo entrego todo a él, me será retribuido, espero, en la forma de un ser íntegro y ante todo libre. ¡Pero a veces me hincha las pelotas!

27 junio, 2006

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Capítulo 36

La supuesta y no consentida infidelidad de Macarena, mi mujer, expuesta ya en este blog, se reveló inexiste, en la noche de ayer. Las pruebas, señores, están a la vista, por lo que, no recurriré a una 38:

Esto pasó cerca de as 21h30, cuando Macarena llegó de su trabajo y luego de que Samuel se durmiera en nuestra cama viendo Tierra de Osos.

Yo: ¿Y el negrero? (En referencia a su jefe)
Macarena: Ahí... (con desgano)
Yo: ¿Cómo ahí, sigue jodido? (nótese que no pregunto si la sigue jodiendo, por si la lectura es otra)
Macarena: Como siempre (con el mismo desgano)
Yo: (silencio, sin saber cómo sacar más palabras a la mesurada Macarena
Macarena: Y tú, ¿qué tal tu día?
Yo: Bueno, Samuel se ha portado de maravilla. Jugamos al Hombre Araña toda la tarde... Mañana se va conmigo a dejar unas carpetas. Dice que las lleva en su mochila... Por cierto, hay que comprarle otra mochila...
Macarena: A mí no me para bola, está resentido porque llego tarde
Yo: Ya se le pasará... y a ti también
Macarena: El sábado nos desquitamos
(Largo silencio)

Encendí un fullcito, cerré las puertas y apagué las luces mientras Macarena ponía a Samuel en su cama. Después cumplimos con la rutina nocturna, previo el ingreso al sobre.

Yo: ¿Qué más? (Ya en la cama, luego de la primera frotadita y de las manos enlazadas bajo las sábanas).
Macarena: Nada
Yo: Y el jefe, ¿por qué no quieres hablar de él?
Macarena: Porque estoy hasta la patas del trabajo
Yo: No será que anda atrás de tus patas (sé que puede sonar soez pero Macarena está acostumbrada a que trate los temas más trascendentales con aparente sorna)
Macarena: Tst (ruido conversacional que para el caso significa: ¡no jodas!)
Yo: No, de verdad, ando como mosqueado ante la idea de que el tipo te lance los perros y que no me lo digas
Macarena: Qué va. ¿En qué andas pensado? Ya te veo haciéndote historias. ¡No serás pendejo no!
Yo: (con una sonrisota) Es que... si yo fuera tu jefe ya te hubiera saltado encima.
Macarena: ¡No jodas! (risas)
Yo: Bueno

El frío bajo las sábanas nos tenía muy juntos; pronto las manos se calentaron y tocaron otras cosas que las manos, y frotaron, y...

Entonces, nada, sus morbosas ideas, lectores, y mis pestilentes temores, no fueron más que eso: ideas morbosas y temores pestilentes. Macarena y yo nos amamos, como en los cuentos de hadas. ¡Jódanse los mal pensados!

26 junio, 2006


Capítulo 35

Mi mente está vacía, no así mi pestilente cabeza. Y aunque esta afirmación merece una explicación, no sé como darla. Bueno, en el intento, deshuesaré las palabras, que de eso, de huesos, están hechas.

Mi mente es ese espacio donde se generan las ideas, las buenas y las malas. (La lengua o los dedos son los que me dejan expresarlas luego) Mi cabeza es el receptáculo donde se acumula la basura que mi mente debe procesar y que a veces ella misma desecha.

Por ejemplo, en mi cabeza se encuentra dando vueltas la perversión aquella de la supuesta infidelidad de Macarena con su jefe, pero mi mente no sabe cómo resolverla. Y es ahí donde irrumpe esa forma indefinida que hemos acordado llamar corazón, ese intermedio entre la cabeza y la mente, ese no man’s land de nombre ridículo.

Y todo esto para decirles que no sé que diablos postear a pesar de que los temas dentro de mi cabeza darían para rescribir, con sus distancias claro, lo que Ciorán hizo con toda su cabeza y mente, y con tan poco corazón.

21 junio, 2006


Capítulo 34

Alguien sugiere con encono que Macarena, mi esposa, hace algo más que trabajar con su jefe. La verdad es que mi apestosa cabeza ya lo imaginó antes. Y si ya resulta difícil aceptar ese pensamiento, cómo no me resultará insoportable la posibilidad de que ella me traicione. Y claro, prefiero, por mi debilidad, hacerme el loco hasta convencerme de que aquello nunca sucederá.

Lo más fácil sería peguntarle pero temo que saldría mal parado, al punto de terminar siendo yo el traidor.

Ante la duda he recurrido a los sentidos, y claramente al olfato. Sí, tras su llegada del trabajo, con miedo y deseos incontrolables, he hundido mis narices en el sexo de Macarena, aterrado ante la posibilidad de distinguir olores ajenos pero siempre me he encontrado con sus aromas más fieles.
Si esa no constituye prueba de su lealtad, no sé como encontrar otra.

19 junio, 2006


Capítulo 33

Desde que le conté que esa ex, la tal Susana me llamó, Macarena está rara. Bueno, es un eufemismo tratarla de rara, en realidad apesta, como yo, su servidor (el de ella, no el de ustedes.)

Pero para ser enteramente justo, debo atribuir su estado de ánimo a otras cosas que mi mezquindad me impide ver. Claro, yo, mi yo, es siempre la razón por la cual las evidencias aparecen borrosas.

Sé que la principal causa de su malgenio es ese puto trabajo que la tiene encabronada como a toro ante el piquete. El horario la mata, el jefe es un pobre desgraciado que, sin dejar de ver sus bellas piernas, la trata como a vaca de camal. Siempre cambia, el jefe, de idea. Un día dice que su trabajo está bien, otro se queja porque la agenda está demasiado apretada y siempre, pero siempre quiere verla en su puesto así él termine pasadas las 22h00.

Y claro, cuando llega a casa Samuel duerme, y yo, cansado de jugar a los Power Rangers o al Hombre Araña tengo la cara del marido sufridor que ha dejado su vida profesional e intelectual por criar a conciencia al hijito de su madre, que a veces es el Samuel.

Y mientras su jefe se impone hasta en nuestras conversaciones, claro, de polvos, ni hablar. Y eso, estoy seguro, es lo que nos tiene mal, ese círculo vicioso que nos cansa al punto de no tener ánimos ni tiempo de echar un polvo, y que por no echar el dichoso polvo estamos siempre tensos, dispuestos a sacar las uñas ante cualquier malentendido, a interpretar las palabras del otro con suspicacia, para acrecentar el disgusto en el que se convierten, a veces, no siempre, la cotidianidad de nuestros días.

Busco, entonces, la manera de revertir esta situación pero siempre, y aunque nunca lo he visto, la cara del jefe aparece ante mis ojos, aún cuando tengo mi narices hundidas en el perfumado cuello de Macarena.

14 junio, 2006


Capítulo 32

Supongo que debo ser serio, así apeste. Lo digo por varias razones, todas las cuales tienen que ver con este medio: los blogs. Y antes de que alguien lo diga, lo diré yo mismo, tengo algo de sufridor pegado a mi pestilente piel de apestado.

Pero bueno, vuelvo, con seriedad a la seriedad. Concluyo que para ser uno de ellos, de los serios, debo citar, talvez a Houellebecq, por estar de moda, porque de lo contrario, nadie me lee, y nadie me comenta.

Pero no, pensándolo bien, mi seriedad irá más allá de las citas, que no hacen sino demostrar que soy una persona culta, más no de culto.

Confieso que he comentado con irreverencia algunos posts ajenos, para ver si la pica los conduce hasta este espacio, y no lo he logrado. A otros, en cambio, los he alabado, porque se lo merecen. Más allá he aportado con información adicional. En fin, he hecho de todo para conquistar lectores pero he llegado a la triste conclusión de que El Apestado está signado con la marca que lo define.

Lo único que no he intentado, hasta el momento, es escribir un poema. Pero tampoco lo haré porque esa vaina no es lo mío. Prefiero seguir cansándolos con estas divagaciones poco serias porque de seriedad está llena la vida. Y si no lo he dicho antes, pues lo digo ahora: ¡que se jodan los serios! ¡En serio!

12 junio, 2006


Capítulo 31

Si he dicho en otras ocasiones que Quito apesta, debo rectificar: Quito apesta cuando hace frío.

Cuando hace sol, en cambio, Quito brilla. Y lo hace aún más cuando, como el domingo pasado, los quiteños se encierran en sus casas a ver no sé qué partido de fútbol. Y, todavía más aún cuando las calles del Centro histórico se vuelven peatonales y nos dejan a Macarena, Samuel y a mí, recorrerlas sin contratiempos. Y brilla todavía más cuando por esas calles podemos llegar al mejor escenario posible, la Plaza de San Francisco, donde, de forma mágica, nos esperaba el mejor concierto que hubiéramos jamás imaginado.

Papá Roncón, el negro más sabroso de estas tierras, olvidado en estos meses tras los zapatos de sus hermanos del Valle del Chota, jugó con sus adivinanzas y música hasta hacernos vibrar de alegría.

Y eso otro negro, el bajista y camerunés Richard Bona que con su camisa naranja fosforescente y acordes similares a los Jaco Pastorius, deleitó con su música universal a muchos extranjeros y pocos, muy pocos quiteños. Gracias entonces capitalinos por dejarnos en paz disfrutar del sol, la música y las calles silenciosas y sin smog. Si es así, ruego porque el mundial dure una eternidad.

09 junio, 2006


Capítulo 30

Este post debería llamarse la maleta de la abuela. Pues sí, como prometido he abierto la maleta de cuero que encontré en la bodega de la abuela y que debió estar al menos 50 años guardada, si tomo como referencia la revista Caricatura de marzo de 1950 que encontré en ella, entre otras cosas que en adelante enumeraré.

Pero primero quiero apropiarme de la Dedicatoria de la revista quiteña ya desaparecida:

“A todos los que, sin la suerte de haber nacido con cuatro dedos de frente, tienen una exquisita sensibilidad para las emociones estéticas y un cerebro pensante, dedicamos estas páginas ya crueles, ya sonrientes y compasivas, pero muy humanas, para disipar el aburrimiento de nuestras vidas cotidianas.

“Para todos los que pudierais llamaros nuestros hermanos va nuestro saludo intelectual”

LA REDACCIÓN

Y si sueno pretencioso, qué me importa.

Lista de cosas encontradas:

Una muñeca rota de unos cincuenta centímetros
Cinco tasas de porcelana china, una de las cuales no tiene asa
La foto de una mujer en blanco y negro
Una virgen de la Escuela quiteña que debe tener mucho valor y que talvez saque de apuros a mi madre
Varios libros escolares muy nacionalistas, muy errados y muy inútiles
Mucho polvo que me ha hecho estornudar y que me tiene con el moco colgado

Ya, eso es todo.

06 junio, 2006



Capítulo 29

Finalmente decidí entrar a la bodega del jardín, en la casa de la abuela, donde ahora vivo. Largamente he postergado esta inspección porque el lugar es un depósito de basuras varias, algunas de la cuales, supongo, llevan ahí más de 70 años.

Los tesoros que esperaba encontrar se redujeron a un jarrón para flores, una lámpara kish de flores rojas, un carro de bomberos de latón y una serie de papeles, uno de los cuales me dispongo a compartir con ustedes. Pero antes de hacerlo, supongo que debo contextualizar (¡vaya palabreja!): Mi abuela era profesora de etiqueta y buenas costumbres en un colegio público de Quito.

Va el texto, literalmente, del cuaderno de una tal Elvia Ortiz, alumna de la abuela. (Los paréntesis son míos)

“La benebolencia, el decoro, la dignidad personal y nuestra propia conciencia nos obliga a guardar, seriamente las leyes del aseo en todos aquellos actos que en alguna manera están o pueden estar con relación a los demás, jamás nos hacerquemos tanto a la persona con quien hablamos que llegue apercibir nuestro aliento”.

“Cuándo estando solas nos ocurra toser, o estornudar ballamonos hacia un lado y apliquemos el pañuelo a la boca a fin de impedir que se impregne de nuestro aliento el aire que aspiran las personas que nos rodean.

“Ebitemos en cuánto nos sea posible el sonarnos cuando estamos en sociedad. Cuando esto nos sea absolutamente impresindible procuremos que la delicadeza, nuestro movimientos debiliten un tanto en los demás la sensación, desagradable que naturalmente han de experimentar.

“Debemos pues abstenernos de toda acción directa o indirecta (que) sea contraria a la limpieza y que en las personas en sus vestidos y habitación handejuadas (¿adecuadas?) aquellos conque lo tratamos hací como también de todo lo que puede producir la sensación del aseo que haya tocado nuestros labios. No brindemos a nadie comida o bebida alguna que haya tocado nuestros labios, ni platos u objetos de esta especie”.

(Fin del texto.)

Podría hacer muchos comentarios pero haré uno solo, o más bien, propondré un ejercicio, el de extrapolar este texto, mal escrito y todo, al ámbito de este espacio: El Apestado.

Yo hice el ejercicio y de éste surge la pregunta: ¿Qué tal si me pongo el pañuelo en la boca antes de escupir mis pestilencias en la cara de los otros?

“Ni cagando, pero ni cagando haría eso”, fue lo primero que me dije. Sin embargo, para guardar la etiqueta, lo que tanto hubiera complacido a mi abuela, haré una promesa por la ocasión: siempre intentaré tapar mi boca antes de un estornudo, de manera que mi apestoso aliento nos les llegue con toda su fetidez...

En el próximo post abriré para ustedes una de las maletas que encontré en la bodega de la abuela. Ya veremos si algo sirve.

01 junio, 2006

Capítulo 28

Me llamó una ex. Y no pude dejar de comentárselo a Macarena. Siempre es así, cada vez que me propongo guardar un secreto, lo primero que hago es ceder, hasta que termino contándosela a medio mundo, y mi medio mundo es Macarena, ni qué decirlo.

Cuando yo regresé de Europa, al terminar mis estudios, me paseaba por las calles de Quito como un elegido. Y no porque lo fuera, sino porque las peladas que entonces me conocieron me atribuían facultades celestiales. Y no me refiero a Macarena. Ella, contrario a lo que me pasó con muchas otras, la mayoría de las cuales se convirtieron en aventuras pasajeras, me mataba con la indiferencia. O, más bien dicho, no me paraba bola. Eso es lo que me picó. Y, como ya saben, el que se pica pierde.

Pero bueno, hace poco, cuando salía del Supermercado y mientras Macarena hacía una gestión bancaria, me topé de frente con Susana, la aventura más tórrida de aquella época.

Me avergüenzo al contarlo pero la señora, sí, la señora estaba casada con alguien que pudo ser algún día un buen amigo mío. Y además tenía un hijo de unos tres años. Resulta que durante las noches de farra quiteña, allá por el Seseribó, encontré a esta figura enfrentando la borrachera de su pareja, que, como casi todo borracho, estaba impertinente y agresivo. Alejé a la joven esposa de las garras del marido e intencionalmente la hice caer en las mías. Claro que ella no puso mayor resistencia pues al cabo de una semana recibí la llamada que me atraería hacia ella, la pobre incomprendida que encontró quien la comprenda.

Y así, hasta que el marido se enteró de nuestros encuentros. Él pensó que eran fortuitos y no lo tórridos que llegaron a ser. En una ocasión, en el baño de hombres de la Salasoteca nos pegamos un polvo expres mientras un montón de amigos comunes esperaban entrar al cubículo para echar unos pases. Mientras tanto su marido se baldeaba los tequilas en una mesa cercana.

Y bueno, el marido terminó por enterarse por la sapada de una tipa que nos vio salir juntos del Hotel 6 de Diciembre. Claro, casi hay muertos. Yo definía al asunto como un vacile más, entre otros que tenía al mismo tiempo. Así que la separación de la pareja se dio y yo, aprovechando circunstancias laborales me alejé de ahí hasta que en el caminó volví a encontrar a la indiferente Macarena a quien, con fines de acercamiento, le conté lo que me había pasado.

Y ahora que he vuelto a contarle de este encuentro, y sobre todo de la llamada, se ha puesto encabronada como pocas veces la he visto. Dijo que si veía a la tal Susana le daría un puñetazo.

30 mayo, 2006


Capítulo 27

Luego de visitar tantos blogs ecuatorianos como he podido, debo hacer la única crítica que en derecho me cabe: no entiendo el copy/paste.

Y si me lo explican, gracias.

Pero para no caer en la crítica simplista, no quisiera referirme a la escasa inventiva de una gran cantidad de ellos, ni tampoco a la trinca, como la llaman algunos, con sus redes mal tejidas. En vano podría criticar los pleitos de vecina porque a la larga terminan por divertirme. No quiero hacer nada de eso, pero ya lo he hecho.

¿Nombres? No los daré porque no quiero ser más apestado de lo que ya soy, incluso en este medio. Solo me resta no leerlos, nunca más. Por suerte me nutro de otras lecturas, esas sí irreverentes, imaginativas y talentosas, esas que aunque no aparecen en las encuestas, me revelan que en el mundo, contrario a lo que dicen las estadísticas, hay más que las piernas de los futbolistas o de aquellas mujeres que tienen más curvaturas que un balón de fútbol. Introduciré el término bananablogosfera antes de que alguien lo haga por mí. ¡Y que le llegue a quien le llegue!

Este es un medio tan generoso que uno puede hasta exponer sus pestilencias. En consecuencia, me extraña la poca seriedad, entre comillas, con que se lo hace. Claramente: los post en cadena, esos juegos infantiles donde uno dice qué color le gusta más, cuál es el número preferido o la fruta del pecado más apetecida, no aportan en nada, desde mi pestilente punto de vista. Y aunque me atengo a las consecuencias de lo que aquí digo, disculparán nomás la franqueza.

25 mayo, 2006


Capítulo 26

Este blog ha recibido 1000 visitas y eso merece una reflexión: exponer las miserias propias, ya lo he dicho, no es una panacea, en el sentido alquímico del término, pero sin duda alivia. (Fin de la reflexión.)

Pero hay algo más interesante de lo que hablar, algo que me pasó, que elevó mi ego y que por eso merece ser contado.

Paseaba alegremente por las callejas infestadas de La Mariscal, cuando una tienda me invitó a entrar en busca de un Belmont. Coincidí en el mostrador con una figura imponente: una despampanante rubia que sonreía con dientes caninos.

Tartamudeé un poco cuando pedí el pitillo y casi me quemo la nariz cuando intenté por segunda vez encenderlo. La rubia, y eso que a mi no me gustan, brillaba como el oro. Sus dientes, blanquísimos, destellaban y mi corazón se daba de tumbos.

En la calle, cuando mi cara no había terminado de recuperar su color, me percaté que frente a mi se bamboleaban los glúteos perfectos de la Diva de la Tienda. Disminuí el paso pero mi sombra terminó por adelantarme hasta que la rubia dio vuelta para encararme.

- ¿Me estás siguiendo? preguntó con acento manaba
- No, solo seguimos el mismo camino, dije pero me salió un gallo que falseó mi respuesta

La rubia cruzó la Juan León Mera, vacía como por arte de magia, no sin antes alzar la ceja, en un gesto en ese momento indescifrable. Con el pecho remordido por la confusión, seguí por la misma vereda en dirección a mi casa, dudando en rehacer mis pasos y seguir, efectivamente, a la rubia.

Hasta el momento en el que escribo este post, sigo pensando que su pregunta fue una invitación.

23 mayo, 2006


Capítulo 25

La tendera de la esquina, muy mezquina ella, me mandó de patitas a la calle cuando le pedí que me fiara una libra de arroz. Me señaló el letrerito ese que dice: Hoy no fío, mañana sí, y me dejó sin palabras con qué replicarle. Salí de ahí como un perro herido intentando encontrar entre las paredes de mi cerebro una frase que me diera ánimo hasta que aquella de: “todo cae por su propio peso” vino a reconfortarme.

Y es que me imaginé a la tendera cayendo sobre su enorme culo cuando salía yo a la carrera luego de robar la libra de arroz que me mezquinó. La imagen me recompuso pero debo aclarar que soy incapaz de robar algo porque le tengo miedo a la policía. Eso ocurre desde que mi abuela me amenazaba con llamar al chapa de la esquina cada vez que ella creía que había portado mal. Y ahora cada vez que veo un policía me cruzo de vereda, como un delincuente.

Pero lo que importa aquí es que la comida de Samuel quedó incompleta sin una porción de arroz que acompañe a las ya asquerosas torrejas de atún cuya receta saqué de un recorte viejo de periódico.

Debo pensar en algo que ponga a la tendera en su lugar. Debo encontrar otra tienda en la que no haya el letrero maldito.

22 mayo, 2006


Capítulo 24

De tanto dar vueltas he llegado a la conclusión de que no debo seguir buscando trabajo sino que tengo que inventarme uno. Si pudiera, compraría una tienda de abastos o algo así, pero no tengo, como ya lo saben, dónde caerme muerto. Así que, en adelante, intentaré dirigir mis esfuerzos a la búsqueda del negocio que me deje salir de esta crisis. Y, por supuesto, recibo sugerencias, sobre todo de cómo encontrar los recursos para empezar. De cualquier modo les adelanto que no acepto entrar en aventuras del tipo cadenas multinivel pues alguna gente ya me ha hablado del asunto y, a parte que no tengo los mil dolaritos que demandan, me parece un estafa a gran escala en la que no quiero caer. Tampoco alquilo mi culo con ningún propósito.

Entonces, que mi doctorado en Ciencias Sociales se vaya pa’ el carajo. ¡Ahora seré comerciante! A los cuarenta años he decidido cambiar de profesión y no sé si hay mérito o idiotez en mi decisión. Espero comentarios, aunque también en este tema sigo siendo un iluso.

Claro que Macarena no sabe de mis planes. Espero comentárselos cuando al menos haya resuelto por dónde empezar. Sería la peor idea en meses decírselo pues anda de veme y no me toques. Supongo que es por el trabajo, que no le gusta.

Yo no era de los que soñaba despierto, pero ahora imagino que amaso fortunas con una pizzería donde la porción individual cueste un dólar, con vaso de gaseosa incluida. Y es que nunca antes me había figurado a mí mismo como un comerciante. Supongo que combatiría todo aquello que detesto de muchos de ellos: su mala voluntad y descortesía. Alguna vez fui a Colombia, y aunque lejos de ser colombianófilo, quedé sorprendido, bien sorprendido, del esmero con el que atienden a los clientes, aunque sea el chiribitil más inmundo. Ese sería sin duda mi mayor atributo como comerciante, mi gentileza. Aunque sin duda deben haber clientes comemierdas a los que da ganas de pagarles con la misma moneda, acaso con una patada en el culo.

En fin, creo que con este post se perfila mi nueva vida de comerciante, al menos en teoría, que para eso si soy experto.

18 mayo, 2006



Capítulo 23

¡No hay mal que por bien no venga! Fracesita ridícula que es la única que queda. La única que me sostiene. Aunque, “estoy al filo de la navaja” es al otra que se me acaba de ocurrir.

Resulta que la inquilina, virtual debería acotar, se ha retirado de su compromiso de alquilar el departamento y ahora demanda la devolución del dinero del depósito. Felizmente no hay papel firmado que pruebe que ella me entregó plata pero, y a pesar de eso, es un fardo más a la ya pesada carga en la que se han vuelto los días. Sí, sueno dramático, ya lo sé.

Pero, a ver, que tal si uno de ustedes cae en un pozo y que al final de un largo día clamando por auxilio pasa junto al pozo un tarado (literalmente.) El tarado carga una cuerda como única pertenencia. El tarado, sintiéndose muy feliz, lanza la cuerda al pozo pero sin antes atarla. La cuerda cae como serpiente muerta y el tipo sigue su camino. ¿Quién se siente tarado?

Bueno, seguro que esta fábula con cortes algo paulocoelhoescos (y algo cantinflescos), no les dice nada. Pero, qué puedo hacer si yo mismo me siento como un tarado.

No quiero rumiarle a esta nueva prueba que me impone la vida. Tal vez todo lo que ocurre es el precio que debo pagar por las malas acciones cometidas en vidas pasadas. Y justo, por ese asunto que dice que el destino está escrito, me tocó juntarme con la única persona de estas latitudes que también hizo cagadas en sus otras vidas. Seguro que Samuel nos dirime, al final de la corta historia de nuestras vidas. Y es por eso que nos mantenemos en pié. Aunque la gran puta del Helga intente ponerlos la sancadilla.

16 mayo, 2006

Capítulo 23

La situación apesta, definitivamente. Ese es el m otivo por el cual no hay post nuevo, desde hace rato. Pero ya vendrá el resumen de las nuevas pestilencias para que vean que no miento. Solo necestio un poco de tiempo para superar la crisis y volver a desahogarme por este medio cada vez más ingrato.

09 mayo, 2006


Capítulo 22

Si bien nuestras situación económica ha mejorado ostensiblemente con el alquiler del departamento y el salario de Macarena, no estamos del todo tranquilos. Esto se debe a que los nuevos ingresos nos alcanzarán para sobrevivir mas no para vivir como queremos hacerlo.

Si no existiera el referente de nuestra vida pasada, en la que todo parecía sonreírnos, talvez tomaríamos todo esto como una bendición y mi calidad de apestado tendría que revertirse y por tanto este blog desaparecer. Pero de lo que sí estoy seguro es que la mayor lección que esto me dejará es la del ahorro. Claro que ahora no tengo ninguna capacidad de hacerlo pero si alguna vez logramos retomar nuestro antiguo ritmo de vida, deberemos sacrificar algunos lujos, entre comillas, en beneficio, no nuestro, sino de Samuel.

Aunque consideramos a Samuel un niño alegre, no es justo que no pueda gozar de algunos privilegios que siempre soñamos para él. Y los privilegios a los que me refiero pueden sonar a caprichos, lo reconozco, pero son la imagen de mejores oportunidades incrustadas en la cabeza de un tipo de clase media que ha caído en desgracia.

Claro que el deseo de subirse a un carrusel puede parecer un simple capricho, pero, y conciente de que hacerlo o no, no lo hará más o menos feliz, en él es un deseo mil veces repetido y relegado por una situación económica que no tiene porqué entender. Y de hecho no lo entiende. Semana a semana me dice que quiere subirse al caballito de un carrusel y mil veces le miento que en Quito no hay carruseles. Por cierto, ¿hay algún carrusel en Quito?

08 mayo, 2006


Capítulo 21

El tipo que hace los arreglos en mi departamento es un lameculo. Supongo que es por su subordinación hacia mi suegro. Pero cobrará poco, que es lo que realmente importa. Hará el trabajo por 400 dólares pero eso incluirá el arreglo de los armarios de las dos habitaciones y de los muebles de la cocina, revisión de instalaciones eléctricas y arreglos menores que ya no recuerdo. Y lo que es más increíble, cobrará en dos partes.

Así que, en dos semanas, tendremos además de una nueva inquilina, doscientos dólares en nuestras escuálidas arcas familiares.

Lo difícil será administrarlos con cautela. Hay tantas necesidades represadas y tantas deudas que lo más correcto sería pensar que ese dinero simplemente no existe. Samuel necesita calcetines nuevos, a demás de zapatos, y esa es una necesidad impostergable. Calza 27.

05 mayo, 2006

Capítulo 20

Tengo una fortuna en mis manos. Trescientos dólares me dio Helga, mi nueva inquilina, para que inicie los trabajos de remodelación del departamento que le alquilo. Ni siquiera me pidió un recibo, tampoco me dijo que le entregue facturas por las obras, simplemente pagó un mes por adelantado como garantía, y en dos semanas entregará la primera mensualidad tras trasladarse al lugar, en el estado en el que se encuentre. Esas fueron sus palabras.

De inmediato me puse a buscar a obreros para que reconstruyan el baño. El primero al que llamé me dijo que me cobraría 350 dólares, sin incluir materiales. Si eso ya me pareció exorbitante, imagínense cuando el segundo, encontrado por medio de un anuncio en la prensa, me dijo que me saldría por 800 dólares. Me sentí engañado, furioso. Además, ante la evidencia de mi ignorancia con respecto a los costos, adicionalmente me sentí un tonto inútil, fácil de engañar.

Tras la desazón que estos sentimientos me dejaron en la tarde, Macarena, siempre tan eficaz, me dio resolviendo el asuntito en un santiamén. Por la noche llamó a su padre, el ingeniero, y en diez minutos se puso en contacto con la persona que hará el trabajo. Aún no sabemos cuánto nos cobrará pero ya que le debe favores al suegrito, suponemos que será algo justo. Aunque, uno nunca sabe cuál es el significado de justicia para nadie.

02 mayo, 2006



Capitulo 19

Si Helga tuviera unos 40 años menos, Macarena no hubiera tomado la noticia tan bien. Ni yo tampoco.

Bueno, en realidad aún no está aquí. En realidad no la vemos desde su primera visita. En realidad Macarena no la conoce, a no ser por mis descripciones. O sea: su presencia aún es virtual.

Pero de cualquier manera coincidimos, como no lo hacíamos hace mucho, en que ha caído del cielo. Y es que el alquiler que nos paga alcanzará para, por lo menos, pagar la escuela de Samuel y algún servicio. Sumado a esto el salario ridículo de Macarena, lograremos sobrevivir sin caridad, hasta que salgamos de las deudas.

Por lo pronto cogí un medio galón de pintura blanca que tenía guardado y me he puesto a dar una mano de gato a la cocina y a lijar los muebles. Aprendí, sin embargo que no puedo hacerlas dos cosas al mismo tiempo porque la viruta se pega en la pintura fresca y luego tengo que lijar la pared, y luego los muebles, y luego... no acabar nunca con esta historia. También abrí todas las puertas y ventanas con la intención de que corra aire y se disipe ese olor a rancio que adquieren todas las casas cerradas.

La lista de las tareas es grande y será costoso. Los primeros meses no sentiremos el alquiler en absoluto. Pero pienso que si yo hago arreglos simples, nos limitaremos a una o dos personas para que hagan el trabajo pesado, con lo que algo ahorraremos.

Samuel es el que más goza de los arreglos. Ahora quiere que pintemos nuevamente su cuarto, que lijemos el armario viejo y sobre todo quiere pasar subido en la escalera dando órdenes, emulándome.

25 abril, 2006


Capitulo 18

Helga vino a tocar a mi puerta tras 16 años de haber dejado el Ecuador. Durante un corto período había alquilado a mi abuela el mismo departamento que ahora yo le alquilo.

Con ayuda de mis padres, hace más de veinte años, la abuela acondicionó un departamento pequeño que lo alquilaba para redondear su presupuesto de jubilada del Magisterio Nacional. El barrio atraía con frecuencia a extranjeros por lo que en casa de mis padres nadie recuerda en particular a Helga.

Mi padre me ha contado mil veces la historia del gringo Bob. Su nombre completo era Robert Leroy, exactamente como el verdadero nombre de Butch Cassidy. El tipo trabajaba para una de las empresas que construyó el Aeropuerto Internacional de Quito y decidió hospedarse en una casa de familia. Con todos hacía buenas migas, en especial con mi padre, entonces, de unos nueve años. Una vez llegó el gringo al volante de un Jeep Willys y sacó a mi padre de paseo por las empedradas calles del actual Quito Moderno. Todavía le brillan los ojos cuando cuenta la anécdota.

¡Ojalá viniera Helga en Jeep a proponerme un paseo!

24 abril, 2006


Capítulo 17

Las cosas que digo aquí apestan. Ya lo sé, no necesitan repetírmelo a cada rato. Y, no quiero, a causa de este tipo de comentarios, maquillar o perfumar mis palabras. El Apestado nació de un estado pestilente pero late, desde su nacimiento, la certeza (no la esperanza) de que las cosas se revertirán. Y no lo harán por acciones del Espíritu Santo sino porque la física lo dice: las cosas que caen tienden siempre a subir, aunque sea por rebote. Y no diré nunca, pero nunca, “Sí se puede”, porque esta afirmación encierra, quiéranlo o no, un “no se pudo”, un, “no se puede”, una derrota que nos condena.

Yo soy el primero en cansarse de que nada ocurra, ni siquiera en este medio. Me canso de que los comentarios sean tan banales y escasos. Pero no me rindo, no. Así que, a aquellos a quienes apesta este blog les digo sin miramientos que vayan a buscar perfumes en otras latitudes, que sus lecturas, allende, les llenen de algarabía.

Si ahuyento lectores pues me atengo a las consecuencias. Además, no busco, como ya lo dije en un post anterior, ningún tipo de reconocimiento, (aunque de tanto repetir esto talvez me esté contradiciendo.) Lo que en realidad pretendo es dejar una huella de lo que sucede entre nosotros, de lo que le puede ocurrir a cualquiera, a la vuelta de la esquina.

Pero ya que quieren leer algo nuevo, debo contarles que algo extraño ocurrió en días pasados. Mientras limpiaba la casa, en la mañana, sonó el timbre. Cuando fui a ver quién había tocado esperaba encontrar tras la puerta a algún vendedor, o un sobre bajo la puerta. Pero mi sorpresa fue grande cuando vi a una enorme mujer, de unos sesenta años, con claro aspecto extranjero, que me preguntaba si era yo el dueño de la casa. Tras responderle afirmativamente, me preguntó por el departamento que está en la parte de atrás. Le dije que el departamento seguía ahí pero que estaba parcialmente destruido. Luego, y no sé en que momento, caminaba, casi de la mano de este enorme ser, hacia el interior de la casa para enseñarle el lamentable estado en el que estaba el lugar.

Hacía unos siete años, cuando mi situación y la de mis padres era buena, y cuando mi abuela materna aún vivía, se decidió arrendar el lugar a una fundación dizque ecológica para que instale ahí sus oficinas. Si bien las cosas funcionaron correctamente los tres primeros años, el cuarto, la fundación se vino a pique y así mismo la puntualidad con la que entregaban las mensualidades. Entre tiempo mi abuela murió, mi padre cayó en desgracia económica y yo perdí mi último empleo lo que me obligó a abandonar el duplex que alquilaba por la vieja y derruida casa de la abuela.

Los tipos de la fundación tras ser una joyitas, como diría me abuela, se convirtieron en unos energúmenos a los que había que huir. El pelón tenía dentadura postiza a pesar de su cuarenta y tantos años. Su mujer nunca miraba a los ojos y el socio de estos, que había sido el novio de la gorda mujer del pelón, era tartamudo. Bueno, para resumir, el trío dejó de pagar las mensualidades y nunca se atrevió a enfrentar el problema sino que huía y atacaba. Luego se les pidió que entregaran el lugar y se fueron un fin de semana en el que no había nadie en casa, con deuda de dos meses y el lugar destruido por completo.

Durante largo tiempo consideré arreglar el departamento para darlo nuevamente en alquiler y así poder tener un ingreso fijo, aunque sea mínimo. Pero la falta de dinero me lo ha impedido. Lo extraordinario de esta historia es que Helga, la polaca, ha decidido alquilarme el lugar y arreglarlo a cargo de las mensualidades del alquiler.

Acepté la oferta de inmediato antes de darme tiempo en meditar sobre el asunto. Ahora, que deberé contarle la noticia a Macarena, me entran las dudas de haber tomado la decisión correcta. Después de todo, poco sé de nuestra nueva inquilina.

19 abril, 2006


Capítulo 16

La hermana de Macarena mandó 1000 USD de regalo para Samuel. No sé de dónde se sacó la plata si ella mismo no trabaja, pero me importa un bledo el detallito. Al menos lograremos pagar la deuda que arrastramos en la escuela y algún servicio. Y lo que sin duda haremos es salir a tomar una biela afuera. ¡Oh, qué felicidad!

Debo confesar que dentro de mis obsesiones está la de hacerme una lista imaginaria de los lugares a los que iré el día en que mi situación mejore. Pero son tantas las posibilidades que ahora que se acerca el momento de escoger, no sé a dónde ir. Espero que hasta que Macarena haga efectivo el giro, se haga la luz en mi cabeza.

Mi madre me sugiere que dé clases particulares. No había pensado pero haré volantes para ver cuál es el resultado, así que si tienen algún familiar vago que necesite refuerzos en ciencias sociales, castellano o literatura pueden hacerme el favorcito. También puedo escribir tesis o monografías o servir de negrero (el que escribe para otros.) El estilo lo adapto a las necesidades del cliente.

17 abril, 2006


Capítulo 15

Macarena trabaja ahora como recepcionista en una empresa de medio pelo. Ella estudió letras, esa carrera inútil, como ella mismo la llama, y ha ocupado los más diversos cargos en su vida, desde correctora de estilo hasta periodista ocasional, pasando, claro, por el de profesora de castellano. Y en todos esos trabajos estuvo contenta pero ahora que debe contestar el teléfono, recibir correspondencia, llevar la agenda de un jefe casi virtual, está hecha una fierecilla, y no la culpo.

El fin de semana largo, sin dinero, resultó como previsto: patético. Además, las prolongadas vacaciones de Samuel han dado por terminada la lista de entretenimientos que forcé a salir de mis cabeza. Primero hice engrudo para que arrancara o recortara pedazos de revistas y los pegara en unas carpetas viejas de cartón. Al primer descuido pegó los pedazos de papel en la pared del patio y, con la canícula, se secaron espantosamente rápido por lo que ahora parece la pared de una celda abandonada.

Los aviones de papel fueron frustrantes para él porque no podía hacerlos volar. La plastilina terminó amasada en una sola bola multicolor que ahora ya es gris y que cayó en parábola sobre el plato de sopa de pollo que preparé mientras su madre lo bañaba.

Con las bombas de jabón jugamos por una buena hora hasta que terminó lanzándome el agua jabonosa, arguyendo que era Carnaval. No pude convencerlo de que las vacaciones no son siempre para lanzarse agua unos a otros como ocurre efectivamente en Carnaval, como ocurre por estas latitudes.

Y, como si fuera poco, caímos enfermos él y yo con una diarrea y vómitos dignos de escenas como las de El Exorcista. La desdichada de Macarena tuvo que atendernos durante dos días y, lo más repugnante, lavar los trapos sucios del vómito de Samuel que parecía escupir en dirección del viento para que todo se embarrara de sus regurgitaciones.

La pasamos frente al televisor, repitiendo películas infantiles mil veces vistas y tendiendo a Jesucristo y sus discípulos como estrellas de todos los canales de televisión, en escenas también mil veces repetidas.

La suegrita dijo que le dijeron que se trataba de un virus, por lo se mantuvo alejada de la casa.

12 abril, 2006

Capítulo 14

El lunes Macarena salió temprano en la mañana hacia su nuevo trabajo. Yo preparé el desayuno mientras ella tomaba su ducha y se acicalaba. Ya lo he dicho antes, Quito es un páramo asfaltado, y a las seis de la mañana de un día cualquiera del mes de abril, sinceramente apesta.

Como era lógico, Macarena se hizo líos con la ropa que había escogido y terminó cambiándose tres veces por lo que se hizo finalmente tarde. Y, aunque intentó ocultarlo, su nerviosismo la volvió irritable. A pesar de eso, salió echo una diva de la casa, con lo que me contagió su irritabilidad. Solo de imaginar al taxista viéndola por el retrovisor me puse furioso y fue el pobre Samuel el que pagó los platos rotos.

Cuando se despertó, llamó a su madre para que lo atienda, pero se encontró con mi cara sin rasurar lo que, entiendo, pudo causarle espanto. Pero se puso terco con que quería a su madre. Le expliqué con tranquilidad por qué no estaba, le di una lección sobre los padres que trabajan lejos de casa, traté de distraerlo con otros temas pero no logré sosegarlo. Finalmente me exasperé y lo dejé solo hasta que se calmara pero no sin antes lanzar la frasecita maldita de: eres un llorón. Sé que no debí hacerlo, sé que estoy aportando para que en el futuro me reclame por los traumas que le causo, pero hay momentos en los que uno mismo no controla sus impulsos y comete ese tipo de idioteces. Y, claro, me sentí mal toda la mañana, incluso luego de haberle pedido disculpas y haberle contado que en adelante será mi cara lo primero que vea al despertarse (Creo que deberé rasurarme antes de eso para evitar así más traumas)

Quehaceres domésticos

Si bien antes Macarena llegaba a almorzar por lo menos unas tres veces a la semana, ahora ya no la veré sino al final de la tarde. Entonces, debo preparar la comida para mi y Samuel cuando este no va a casa de sus abuelos que, al menos dos veces a la semana, lo recogen al salir de la guardería. Así, cuando eso ocurre, como cualquier cosa, generalmente sobras.

En cuanto al arreglo de la casa, hago lo básico: tender camas, arreglar el baño, lavar los trastos del desayuno y, una vez a la semana, barrer y limpiar polvos. El arreglo es algo aleatorio que depende de mi estado de ánimo y del juego que Samuel inventa el día anterior. Por estos días está empecinado en hacer pistas para carros con todo lo que encuentra a su paso Hoy aplasté el vagón de un tren y lo escondí para que no lo descubra.

11 abril, 2006

Capítulo 13

Bueno, confieso que exageré. Mi nominación como blog destacado me exaltó como al adolescente exalta el beso de una chica. Y, ahora, con la cabeza fría, me doy cuenta de lo pendejo que fui.

Lo que pasó, y lo digo claramente como justificación, fue que ante la inercia de los últimos meses, encontré, por unas horas, algo de lo que asirme. Creí, iluso yo, que estas confesiones alcanzarían esferas públicas cuando su origen es totalmente el contrario. No busco reconocimiento por mis flaquezas, porque, aunque circunstanciales, me denigran. Y, claro que, como dice un lector, uso el humor para hacer frente a tanta pestilencia ya que en mi mente no hay otra manera de enfrentar la realidad: si no me río de mí mismo terminaré llorando en un rincón, como un verdadero apestado.

Macarena, por supuesto, sigue en el desconocimiento absoluto de lo que aquí se expone, lo cual me tranquiliza y no. Lo primero porque no recibiré palos, lo segundo porque algún día llegarán. Sigo convencido de que a las mujeres, y en especial a la mía, nada se les puede ocultar.

Entonces, vuelvo al día a día.

Mi suegra llegó de visita porque Samuel se enfermó. Aunque anunciado, el evento, y lo llamo así porque hacía meses que no nos dignaba con su presencia, causó el revuelo general.

Como Macarena ya empezó su trabajo, fui yo quien tuvo que atenderla. Junto a ella entró un viento helado que enfrió hasta el hastío los cuarenta minutos que estuvo en casa. Claro que la dejé con Samuel para que este abra los regalos que su Abue le trajo pero, cual fantasma, deambulé por la casa, inventando a mi paso actividades que demostraran que sirvo para algo. Por ejemplo, le pasé un vaso de agua que dejó casi intacto. Llamé a mis padres para tener en quien apoyarme. Pero antes de su llegada me esforcé por arreglar la casa para que la encontrara como a ella le gusta tener la suya. Al final el resultado fue frustrante porque de alguna manera el tedio de estos meses ha penetrado incluso en los viejos sillones que heredé de la abuela. Y, aunque limpia, la casa se veía maltrecha y desordenada, como mi espíritu.

Cuando se fue, sentí un alivio indescriptible, pero al cabo de un rato me entró un cansancio igualmente indescriptible que me llevó a tumbarme junto a Samuel hasta la legada de Macarena. Cuando ella me preguntó por la vista de su madre, sonreí con un idiota y dije que todo estuvo bien. Seguro que no me creyó y para confirmar mi versión llamó a casa de sus padres. Cuando colgó tenía un rictus de disgusto cuyas causas no me atreví a indagar.

07 abril, 2006

Capítulo 12


No me lo puedo creer. ¡Algo extraordinario ha ocurrido! Mi pestilente vida puede ser destacada en un sitio de preferencia en Ecuablogs. Pero aunque tal y como van las cosas se confirmará la aseveración que me describe, es decir, que la vida no me apesta, sino que yo le apesto a ella.

Claro que escribo este post a propósito de esta nominación. En parte con la intención de que aquellos que no me conocen aún (soy un recién nacido), se hagan una idea de lo que motiva mis confesiones (aunque para una relación detallada de los hechos deban referirse a todo lo posteado hasta el momento.) Pero en realidad quien justifica este post es Macarena.

Bueno, de alguna manera, la noticia de la nominación me ha devuelto el optimismo. Y lo que me inquieta es que se me vea en la cara. Lo digo porque Macarena, con esa manía extrasensorial de las mujeres, se dará cuenta de que algo ocurre. Y con esa manía mía de contárselo todo, confesaré finalmente la existencia de este blog. Las consecuencias de esto son inesperadas y al optimismo que declaro se sobrepone una ansiedad que devuelve a mi cara la mueca de desazón.

Y es que frente a la idea de recibir reconocimiento, está la certeza de que me caerán a palos. Los pocos que hasta ahora me han leído saben que he descrito a las piernas de Macarena hasta casi desnudarla públicamente y, eso, solo puede traer consecuencias nefastas a mi vida sentimental.

A medida que escribo esto, me voy haciendo a la idea de tener que anotar en un papelito esta dirección y esperar con ansiedad a que Macarena regrese del cyber café con la cara afligida por las confesiones que hago y que la involucran. Me refiero sobre todo a la descripción de sus majestuosas piernas que han sido incluso llamadas ancas, que se vuelven macanudas ante mis ojos, que despiertan en mí instintos asesinos.

Solo quiero, Macarena, que cuando leas esto no te entren las ganas de ahorcarme, de hacerme una llave asesina con tus piernas, aunque..., pensándolo bien, si eso ocurre, moriré feliz.

06 abril, 2006


Capítulo 11
Antes era un obsesionado de la información. Leía al menos dos periódicos diarios como si fuera una obligación. Ahora no alcanzo ni a ver los noticieros pues Samuel no está en edad de acompañarme en esos menesteres y, además, es la hora en la que debo estar con él. Así que, cada vez que paso junto a un vendedor de periódicos, intento leer por lo menos los títulos de portada para sentir que sigo el pulso de lo que sucede en mi entorno. Asimismo, echo vistazos al periódico del vecino de asiento, en el bus, aunque a veces recibo malas caras por hacerlo. Hace poco, un tipo, de esos a los que sí les apesta la vida, me recordó que su ejemplar le había costado 35 centavos: tras el sermón se replegó sobre su asiento en forma hostil.

La noticia, inconclusa ante mis ojos, hablaba de un hombre que fue baleado durante un velorio. O sea que fue a velar y salió velado, luego de ser baleado. No tengo datos de lo ocurrido pero la historia ha dado vueltas en mi cabeza de desocupado durante todo el día. Al final solo lograba imaginar al asesino, un tipo que pasó por ahí, hizo un par de disparos, se subió a un auto y desapreció en las calles de la ciudad con pólvora en la mano y sin arrepentimiento alguno. Quizás fue a festejar su hazaña con algunos panas al sumar a su lista uno menos de sus enemigos. ¡Que banal la muerte, qué banal la vida!

Descanso en paz, como el difunto, al saber que no debo sufrir tales miserias, ¡aunque uno nunca sabe! Sin embargo, entiendo a aquellos que matan por pasión. Solo de pensar en los compañeros de trabajo de Macarena, que mirarán con hambre sus torneadas piernas, me cogen ganas de acribillarlos, o, al menos, de perforar con clavos oxidados sus viciados ojos adúlteros.

No es la primera vez que Macarena trabaja, ni será la última. Sin embargo me duele saber que para ella es un sacrificio enorme alejarse de la casa por un trabajo que no le place y por un salario que no complace. Aunque, también sé que al final del mes, cuando reciba su primer cheque, saldremos a festejar como si hubiéramos ganado la lotería y todos los sufrimientos que ahora me atormentan, se diluirán entonces entre la espuma de una biela helada, o quizás, quién sabe, entre el aroma y los taninos de un vino chileno.

03 abril, 2006



Capítulo 10

Macarena ya tiene trabajo, empieza el lunes por algo más del sueldo que se figuró en la primera entrevista. Y si bien no permitirá lujos, al menos alcanzará para no sacar a Samuel de la escuela, tener luz, teléfono, agua y algo de comida al mes. Si yo lograra reunir una cantidad semejante me sentiría, nuevamente, vivo. Mientras tanto sigo dedicado a la casa: o friego la ropa o me friego la vida.

El consejero. Así debería llamarse este post. Me refiero a un tipo, cuyo nombre me reservo, que me manda consejos sobre cómo tener una visión más positiva de la vida, como mecanismo para que mi mala pata cambie. En definitiva, él dice, y puede que tenga razón, que pensar en cosas negativas es destructivo, que el asunto así no tiene fin. Y claro, he intentado ver las cosas bajo otra óptica pero mi mente vuelve a recordarme lo apestado que estoy y la negatividad gana sobre lo positivo.

Una vez vi lo que un monje budista había hecho con unas gotas de agua sucia. Con meditar sobre el amor o la paz frente a una gota de esta agua, su composición molecular cambiaba radicalmente presentándonos un cuadro, microscópico, realmente bello. La conclusión de este experimento era que si solo pensamos cosas malas sobre nosotros mismos, solo cosas malas nos sucederán. No dudo que así sea, pero quiero la fórmula para que mi mente no me juegue malas pasadas cada vez que me propongo mirar las cosas con positivismo. (Pero no quiero psicoanálisis, después de todo, esta disciplina tiene más de cien años y no ha mejorado en nada al mundo.)

Mi consejero amigo me remite a la espiritualidad, pero se equivoca conmigo. Yo no creo en fantasmas y me horripilan dogmas y fanatismos, no puedo ver las cosas bajo el reflejo de un solo cristal. Mi formación lo impide y no hay cura de barrio que me pueda convencer de rezar una sola oración.

Mi hermano mayor es evangelista, y sé de lo que hablo. Él trató por todos los medios de llevarme a su grupo pero ya no hace más esfuerzos, ya ni siquiera nos vemos o hablamos. Claro que parece un tipo sin problemas, al menos no los problemas que yo tengo. Pero su vida debe ser lo más aburrida del mundo. Lo único que hace es trabajar, rezar y dar parte de sus ingresos a la Iglesia. No bebe, no fuma, no baila, no asiste a espectáculos, ni siquiera de títeres, no hace el amor con su mujer porque eso es solo para procrear y toda la cantaleta que ya transmite a cinco hijos de este mundo superpoblado. Todo se reduce al encuentro semanal con sus hermanos y eso, a mí me apesta. Dogmas, dogmáticos y dogmatismos le apestan a este Apestado, y a mi hermano se lo he hecho saber.