25 noviembre, 2009

Capítulo 130 (El Apestado)

Tras la borrachera que me pegué en casa de los parientes de mi mujercita, ando alicaído, cabizbajo, meditabundo, y con un dolorcito medio extraño en la parte izquierda del vientre.

¿Será que mi suegra me ha hecho brujería? ¡No me extrañaría!

Desde el incidente de la borrachera, no he vuelto a casa de mis suegros, ni ellos han manifestado ningún deseo de que así sea. La Macarena ya no me trae mi porción de comida, en tarrina. No creo que sea ella la que haya decidido tal cosa, eso también es obra de la Omnipresente, en confabulación con doña Olga, la empleada que, creía yo, me tenía estima, por esa empatía que une aquellos apestados por la vida.

Hasta mi hijo actúa de forma extraña y me recuerda, cada vez que abro una cerveza, la escenita que les hice.

Claro, he sido castigado. Y esto me lleva directo a la infancia, cuando mi padre ejercía su pesado poder sobre mí, en la forma de cuatro enormes dedos que se estampaban contra mi peluqueada nuca de corte militar. Era muy frecuente, casi una vez al día, y más cuando estaba pasado de tragos.

Si bebo, debo reconocerlo, es por que me gusta. Pero me gusta porque, creo, crecí viendo a los adultos de mi entorno con un vaso en la mano, alabando los efectos que aquel líquido prohibido producía sobre sus angustiadas vidas.

Así, a los catorce ya había pasado por unas cuantas borracheras y a los dieciocho era un experto en el tema. Cuando me fui a Europa, cambié mi relación con el licor, ingiriéndolo de forma cotidiana, pero moderadamente, en la mayoría de los casos. Para el final de mi estadía, bebía una botella de vino al día, con las comidas, y, claro, cada vez las cosechas eran mejor seleccionadas. En algunas ocasiones hice viajes gourmet a las regiones vinícolas, donde comí y bebí como lo hace la realeza. Claro que antes de eso debí trabajar recogiendo uvas, en Dordoña, donde recibía parte de la paga en vino, vino que terminaba atacando mis neuronas y las de mis colegas de temporada, casi hasta la inconciencia, en medio de una juerga casi orgiástica.

Y así, este alcoholismo que cargo a cuestas, y del que no puedo desprenderme, me ha valido la mirada desaprobadora de mi suegra, alegrías y polvos memorables con la Macarena, y otras chicas también, risas sin fin con los antiguos amigos, vómitos de poseso y mañanas infernales de chuchaqui, y, por ahora, la censura de mi hijo de siete años, con quien tengo la obligación de sentarme a conversar sobre este vicio con el que acompaño mis comidas.

Claro, tampoco es que me tome una botella de aguardiente al día. Aunque si tuviera los medios, una de vino si me tomaría.

Pero, no me digan, eso si que no, que deje de tomarme una cervecita al medio día del domingo, en pleno sol, ni que añore un Pinot Noir de Nueva Zelanda, o que se me vayan las babas por un whisky de malta Dalmore.

Para los que mueren de ganas de un apestoso consejo, les recuerdo que “el más reprochable de los vicios es hacer el mal por necedad”, como lo dijo el vicioso de Charles Baudelaire.

02 noviembre, 2009

Capítulo 129 (El Apestado)

De gana dije nada. Igual, me tocó ir a la famosa reunión familiar de la Macarena Resulta, pues, que la Omnipresente, tras largas deliberaciones telefónicas con su hija, convenció a esta de que era una buena oportunidad para ver y compartir con la familia, que después de todo es su familia, (aunque no mía, felizmente).

Es así que la Macarena, con esa cara de perrito abandonado que a veces pone, vino a mí, por la espalda, a darme la noticia de que iríamos, de que nos excusaríamos del otro compromiso. No, ni siquiera tuve chance de negociar, peor aún de negarme, pues su dulzura autoritaria, sacaron de mi boca esa sílaba que es orden perentoria: sí.

Claro que después golpeaba mi cerebro contra las paredes internas de mi cráneo, en la búsqueda de algo que me aclarara por qué diablos fui a decir que sí cuando en realidad quería decir que no.

Mientras intentaba ocultar con un viejo saco la vejez misma de mi única camisa de cuello, me atrevía a decirle, a la Macarena, que prefería no ir. Si ella misma tenía sentimientos encontrados con respecto a la reunión, halló en mi confesión un motivo para sacar a flote toda esa carga represada que el evento mismo le producía. Poco es decir que quedé más pálido que mis calzoncillos luego de oírla maldecir, luego de descubrir que ante ella mi palabra vale un huevo, de verla desatar su perfecta cola de caballo en un ademán brusco y extremadamente sensual que en otras circunstancias hubiera sido suficiente como para que me abalance sobre su contorneado cuerpo, pero entonces, los sapos y culebreas que iba dejando regados por el piso, a medida que se alejaba de mi, ahuyentaron de inmediato esa idea de mi cabeza..

Acomodé mi expresión de idiota frente al espejo, me serví una copa de aguardiente y me llené de valor para acercarme y decirle que ya, que todo estaba bien, que terminara de arreglarse, que yo me encargaba de darle el último toque de peinilla al niño, que se apurara porque la Omnipresente pronto estaría ahí, para llevarnos a la reunión.

La cuota de veinticinco dólares por adulto fue pagada por la suegra, como para evitar que tal detalle nos conviniera de no ir.

Llegamos, entonces, a la cita, dentro de una casa, a las afueras, que abarcaba fácilmente dos manzanas enteras. Las carpas estaban dispuestas, a pesar de que el día se anunciaba más bien gris. Los meseros, de punto en blanco, los familiares ni qué decir. Yo con mi saquito de cuadros, pasado de moda, el pantalón de pinzas, también pasado de moda y los zapatos agrietados, solo pude elevar mi cuello lo más arriba posible para contrastar, con mi altura física, mi pequeño sentimiento de desconcierto.

Tras la suegra, tras el suegro, tras Macarena y el niño, estaba yo, a la cola para los saludos. Muchos no sabían siquiera quién era, y yo, no sabía quien era ninguno de ellos, salvo, quizás, un par de tíos y unas dos primas de la Macarena a quines he visto de casualidad en algún supermercado, o en lugar parecido

Mi hijo, llevaba tanto desconcierto como yo. Los niños que estaban ahí parecían conocerse todos, y llevarse de maravilla, así mismo los adolescentes que ocupaban solo ellos unas tres carpas completas. Fácilmente había unas 130 personas, sin contar con las mucamas, las enfermeras, los pajes, los choferes.

Primero me tomé una cerveza helada, para que a lengua se despegara del paladar, y luego otra, para tomar valor, y una tercera, por si acaso. Entre tanto, fui a dar vueltas con el Samuel por el jardín, en el intento de que algún niño se insinuara con él, pero fue en vano. Macarena se unió a nosotros, y me prometió que nos iríamos pronto. Luego fuimos a sentarnos en una mesa donde estaban los primos de la Macarena, que iniciaron su interrogatorio. Administro un hostal, dije mientras que ellos eran los dueños de sus propias empresas y contaban anécdotas de lo mal que les trataron en el Hampton Inn de Coconut Grove.

De la cerveza me pasé al whisky, en las rocas. Antes de comer el primer bocado ya me había toado dos whiskys y empezaba a desinhibirme. Macarena me hacía ojitos. La Omnipresente, ojotes. Y a mi me picaba el ojete de tanta mierda que oía a mi alrededor.

La casa por dentro era de un lujo indescriptible, lo verifiqué cuando fui en busca de un baño. Claro que yo, por más dinero que tuviera jamás hubiera ostentado tanto, pero claro, no era yo, ni el dinero era mío, así que este comentario no viene a caso.

Sí, todos ellos despotrican contra el gobierno este que ahora tenemos. Sin temor augura lo peor para el país: una dictadura de mano dura, como la del Pinocho. Creen en la libre empresa y en la libre contratación, creen obre todo en el dinero, no en la gente.

Vino tinto con la comida, y otro vaso de whisky antes de atacar al postre.

La cabeza ya me daba vueltas, la mano de Macarena apretaba cada vez más fuerte la mía y los parientes iban alejándose de uno en uno, hasta que finalmente nos quedamos solos en la mesa, con Samuel dormido sobre las piernas de su madre.

Más tarde, un discjockey inició la sesión de cumbias, ballenatos y michalejacksons. A la primera salsa buena, saqué a Macarena y demostré a todos cómo se baila de verdad, pues si de algo me precio es de ser un excelente bailarín. Las caras de desaprobación cambiaron por un instante, hasta que me vieron con otro vaso de whisky en la mano.

Ese fe el último vaso. No sé que le dijo la Omnipresente a mi mujer, pero al poco rato estábamos subidos en un taxi, en dirección a la casa. Ya ni me acuerdo cuando llegamos, ni cómo terminé metido en la cama. Y crean que tampoco me importa. De lo que estoy seguro es que nunca más me invitarán a una de esas fiestas y que a la Macarena tampoco se lo ocurrirá decirme que vayamos.

27 octubre, 2009

Capítulo 128 (El Apestado)

La familia de mi suegra hace, desde hace unos 15 años, una fiesta casi anual, para reunir a todos sus miembros. Nunca antes habían invitado a Macarena a una de esas fiestas, al menos no desde que se casó conmigo.

Hace unos días recibió una llamada, de una de los hermanos aún vivos de su madre, diciéndole que esta vez la fiesta sería en su casa, y que esperaba que fuera junto con su familia.

Coincide que justo aquel día, sábado, para cuando está prevista la fiesta, tenemos ya otro compromiso con padres y amiguitos de nuestro hijo, en un paseo de confraternidad organizado por el colegio donde estudia el Samuel. Así que Macarena se excusó, sospecho, con secreto alivio de tener motivo para hacerlo.

Tras esa llamada, oí que hablaba por teléfono con su madre quien le confesó que la fiesta estaba planeada desde hace más de un mes, aunque a ella la llamaron con apenas unos días de anticipación, con lo cual, permítanme la pestilencia, o la suspicacia, se buscaba que se excusara.

La familia de su madre, una buena parte de ella al menos, tiene mucho dinero, o aparenta tenerlo, y en consecuencia actúa bajo cánones o premisas que están lejos de comulgar con las nuestras : hemos entendido desde hace mucho tiempo que es más importante dar que recibir.

Pero claro, sus carros, sus casas y sobre todo sus discursos están llenos de estampitas del Divino Niño. Y no dudan en abrir la ventana de su vehículo y tirar unas monedas al mendigo de turno.

06 octubre, 2009

Capítulo 127 (El Apestado)



Hubo un robo en mi trabajo, y estoy bajo investigación. Mi jefe, que ha intentado darme un espaldarazo, sostiene que son procedimientos judiciales que debe y debemos cumplir todos los que ahí trabajamos, pero me siento herido pues lo último que se me ocurría es morder la mano de quien me da de comer.

El culpable, a todas luces, es un pobre tipo. Un pobre tipo con aires de grandeza, lo que no hace más que demostrar su pequeñez. El tipo se hizo de la clave de la caja fuerte, que solamente la tiene el jefe, de forma subrepticia, agazapándose tras de él cuando este abría el mamotreto para entregar las pertenencias de algún cliente.

Hemos llegado a tal conclusión porque el tipo desapareció, demostrando con ello su culpa, y dejando a mi jefe con una deuda superior a los mil dólares, que después de todo no es mucho, aunque sí incalculable.

Después de todo el era custodio de los valores ahí depositados y si los huéspedes a quien se les sustrajo el dinero hubieran querido denunciarlo, él hubiera aparecido como el único responsable. Por eso tuvo que devolver los valores, con enorme esfuerzo, lo reconozco. Además corre el riesgo de que los huéspedes corran la bola en Internet y con ello los futuros posibles clientes huyan en desbandada.

El pestilente ladrón usa coleta, es medio cojo y vende la imagen de un gran intelectual incomprendido. Trabajaba por las noches, lo hizo por más de siete meses, hasta que dio el golpe. Decía, y ahora ya nadie le cree, que era profesor de algunos colegio en Quito, que daba clases en la Universidad, que estaba escribiendo no sé que novela sobre Leonardo Da Vinci en Ecuador (vaya tontería). Así que si por ahí lo ven, si los mira sin hacerlo de frente, si les da una mano escurridiza, tengan cuidado.

01 octubre, 2009

Capítulo 126 (El Apestado)

Me quedo. Un anónimo comentario del post anterior me motiva, más que los otros ha hacerlo.

“Sin animo de ofender, pero cuando empece en el mundo blogger hace unos dos años, pase por este blogger y tenía el mismo contenido!; que lamentable que en 2 años tu manera de ver la vida siga siendo la misma, con el mismo sentido de sentir y trasmitir que la vida apesta.

Busca a Jesus y el cambiará tu vida.”


Me encanta, siempre me ha encantado recibir este tipo de mensajes, son mi fuente de inspiración, motivo de mis más apasionadas divagaciones aunque no entienda, del todo, que alguien se atreva a sugerirme que busque a Jesús, el de la Cruz, cuando he mostrado hasta el cansancio mi incredulidad, he hecho manifiesto mi ateísmo.

Y sí, como dice el anónimo comentario, “sigo con el mismo sentido de sentir”. Mi formación científica, me impide creer en fantasmas, adorar imágenes, esperar que algún símbolo sobre la cabecera de mi cama me libere de la tragedia, o me otorgue la gracia de la vida eterna.

Tampoco creo que mi actual situación, que se extiende según el lector desde los inicios de esta aventura bloggera, fuera a cambiar si voy a misa, doy limosna o cuelgo un escapulario sobre mi pecho. Y aunque respeto al que quiere hacerlo, (en la misma medida que respecto a quien se tatúa, o a quien le gusta que le azoten), un tema que no soporto, es que me quieran meter en la religión, como mi evangelista hermano, pues esta es una cuestión de fuero interno.

Si alguien sabe sobre esta intolerancia al discurcito religioso son los propios evangelistas que domingo a domingo vienen a tocar mi puerta y que reciben el furibundo carajazo de alguien a quien no le gusta que le jodan la vida, o se metan en sus creencias, sobre todo en domingo.

Ya me he imaginado varias veces, yo, con un manifiesto a cuestas, golpeando la puerta de casa de los vecinos, en el intento de convencerlos de que Dios no existe…

Si mi situación parece ser la misma que hace dos años, o más, no se debe a que Dios me haya castigado, o que yo esté lejos de Ël. Yo soy el único dueño y responsable de mi vida. Y reconocerlo, no apesta.

23 septiembre, 2009

Capítulo 125 (El Apestado)



La verdad es que ya no sé de que mismo escribir en este apestoso blog. Resulta que cuando relato las benevolencias que de vez en cuando la vida me otorga, los lectores huyen en desbandada.

Es por eso que he pensado seriamente en retirarme, dejar esta aventura bloguera en el pasado y matar a este espacio con el olvido.

Pero algo en lo profundo de mi me dice que no me apresure, que lo piense, que hay muchas cosas sobre las que desvariar, muchos eventos que merecen una blasfemia, un pestilente puntillazo, y que el encono que guardo en mi pecho, al menos, me ha otorgado la capacidad de referirme a las cosas con estilo propio, aunque a veces este sea muy pestilente.

Pero también reflexiono a este respecto y me digo a mi mismo que mi opinión, sobre hechos ajenos a mi propia historia, no interesa a nadie, o a casi nadie.

Así que estoy en esta apestosa disyuntiva a la espera de que los comentarios que este capítulo genere, me digan la vía por la que debo transitar: el olvido o el relato de la eterna camorra que mantengo con la vida. Ustedes dirán.

02 septiembre, 2009

Capítulo 124 (El Apestado)

Para los que creen que me importa que me insulten, sepan que la vida lo hace a diario, y que hace rato que tengo el alma hecho costra.

Como el Herzog, de Below, yo tengo una personalidad paranoica, producto de mis numerosas frustraciones. Y por si no lo han entendido, debo apoyarme en algo para sentirme bien. Ese algo es mi familia. Familia que cuando se va, me deja desprotegido, incómodo, profundamente triste, porque es lo único que de verdad me ancla a la realidad. Sin ella, sin mi familia, estaría delirando en el ala más oscura de algún centro psiquiátrico. O escribiendo en algún blog de aires supremos.

Así que no esperen leer aquí los encuentros rosas de este apestoso servidor y su familia, ausente por casi un mes. No quieran que les deleite con el beso apasionado de la Macarena sobre mis sedientos labios. Ni que les hable del abrazo del Samuel, que dejó marcas profundas en mi cuello, y más allá. Tampoco de la pulcritud delirante de mi casa, luego de tres días de obsesiva limpieza.

Los que buscan esos relatos, que compren la revista del domingo.

Yo tengo, por esa naturaleza depresiva, la manía de verlo todo bajo la forma de designios maléficos, de una especie de mala suerte innata, que para mi caso tiene la forma de un lunar en la nalga izquierda.

Macarena dice que no es a marca de la desgracia, sino aquella de mi desasosiego. No hay mayor consuelo en esto, claro. Navegar constantemente entre la desgracia y el desasosiego, no es cosa fácil, no.

El Apestado no está aquí para agradar a nadie, solo para librarme, en parte, de mis tormentos.

12 agosto, 2009

Capítulo 123 (El Apestado)

Sigo solo, arrinconado en la butaca más sombría de mi casa, mientras espero la llamada de mi hijo.

Allá, en Disney, él se divierte como loco, junto a su madre, mi delirio. Sé que están bien, que pronto estarán de regreso con besos y sorpresas bajo el brazo. Pero esa certeza no es consuelo para mí.

Hace pocos días cumplí un año más de vida, de experiencia, o como quieran llamarlo. La pasé solo, apestosamente solo, con media botella de ron malo y, a los años, una media cajetilla de cigarrillos rubios. Esos fueron mis regalos de mí para mí. También compré un par de películas, ninguna de las cuales he terminado aún de ver, pues siempre me quedo dormido antes de que el desenlace reavive mis párpados y mis neuronas, cansado de la jornada e invadido del sopor que produce el ron.

La casa no está más desarreglada que de costumbre, pues casi no pasó ahí. Las noches, tras el trabajo, preparo un bocado frugal, generalmente un sánduche, y con mi pitanza me instalo a ver noticias. Luego me pongo a leer pues ya no hay telenovela que distraiga mi mente. Y finalmente me duermo, con un sueño ligero que me despierta unas cuatro veces en la noche, con ruidos que me recuerdan las pesadillas de mi hijo que se acerca hasta mi cama a pedir que lo deje acostarse a mi lado, mientras los fantasmas se alejan de su cuarto. Otras veces me despierto con el perfume de Macarena en mis narices, perfume que brota de su almohada, el perfume de su piel limpia, pues jamás la he visto usar aromas ajenos al que me cautivó hace ya casi catorce años.

Finalmente llega el día, con el pitido insoportable del teléfono y así, no me queda más que levantarme para ir al trabajo, recorrer las tétricas calles del barrio, casi de madrugada, y luego encontrarme con las caras sonrientes de los clientes del hostal, caras que a veces no soporto ver, de tan felices que se ven.

15 julio, 2009

Capítulo 122

Este año mi hijo se irá a Orlando a pasar vacaciones. Se irá con su madre y sus abuelos, a casa de su tía, cerca del parque que ahora nubla su mente. Yo me quedaré aquí, a trabajar, acompañado de alguna botella, que a su turno nublará mi mente, en el intento de olvidar, o de obviar mi fracaso, aquel que me impide, a mis casi 45 años, comprar un billete de avión e ir con mi familia de vacaciones.

Me queda el consuelo bobo del supuesto. Aquel supuesto que se convierte en ley para mí al pensar que con lo apestado que soy, seguro no me dan la visa, que al traspasar la puerta del consulado, mi olor me delatará y me sacarán a rastras del sagrado recinto del sagrado país, donde no soy bienvenido.

Mi hijo está lleno de alegría, al saber que saldrá de viaje, que conocerá el parque de diversiones aquel, pero contiene su alegría al saber que yo no estará ahí, y su rostro se nubla.

Intento acallar esa pena diciéndole que me debe traer regaliz al peso, y una gorra sin motivos infantiles. Que debe divertirse, comer todas las hamburguesas y papas fritas que pueda, pero me hace acuerdo de que a él no le gustan las hamburguesas, ni la coca-cola, que prefiere agua y talvez, un hot-dog.

En su intento por agradarme, me recuerda que tendrá que soportar a sus insufribles primos y debo confesar que entonces me alegro de no ir con ellos. Pero mi ánimo vuelve a transformarse cuando, a gritos, imagina que sube al Space Mountain, sin mí, y cuando yo imagino que al final de día aún le quedarán fuerzas para acordarse de mi, y llamarme y contarme a la distancia lo ocurrido hasta entonces, y los planes para el siguiente día, sin mi.

En fin, este será un apestoso mes de agosto, con migo mismo.

22 junio, 2009

Capítulo 121

El Cuico, nuestro perro, se murió. Luego de tres semanas, el moquillo atacó a su sistema nervioso y tuvimos que ponerle una inyección letal para terminar con su sufrimiento.

Y aquí viene lo apestoso, lo triste de esta historia. Y si esto es motivo para que se revele mi verdadera identidad, tomo el riesgo. Hace tres semanas exactamente, como ya lo conté en mi post anterior, fuimos al albergue del PAE (Protección Animal Ecuador), en busca de un perro, motivados sobre todo por el pedido reiterado de mi hijo de seis años, a quien una compañía peluda hacía falta.

Todos los perros eran feos, menos el Cuico.

(De paso les cuento, para los que no saben, que /kwika/ es una palabra quichua que significa lombriz de tierra. Por extensión, para los que tampoco saben, se usa para referirse a las personas muy flacuchas. Resulta, para el caso, que el Cuico era un perro largo y flaco).

Mi hijo no quería esperar para llevarse el animal a casa. Así que rogamos, como suele hacerse aquí, con la clásica frase de: “no sea malito vea…”, y los miembros del PAE, incluido la veterinaria de turno, nos autorizaron a que nos llevemos el animal, con condición de regresarlo nuevamente una semana más tarde para esterilizarlo y aplicarle todas sus vacunas, incluida la del moquillo. Pagamos los veinte dólares y nos fuimos, felices, con el perro a casa.

(El moquillo es un virus que afecta sobre todo a los perros y gatos y que es mortal en la mayoría de los casos).

A la primera semana, el Cuico parecía haber vivido con nosotros siempre. Se adaptó a nosotros, a nuestros horarios y nuestras exigencias de mil maravillas, y ya empezábamos a referirnos a él como un miembro más de la familia hasta que lanzó su primer estornudo. Ahí, todos hicimos mutis, lo regresamos a ver y luego continuamos con el bocado que nos esperaba en el plato del desayuno. Por la noche, los estornudos eran mas frecuentes. Faltaba un día apenas para que se cumpla la semana y que debamos acudir a la cita con el veterinario así que decidimos esperar, convencidos de que el Cuico padecía de un resfrío.

Se cumplió el plazo y fuimos al veterinario que confirmó la presencia del malévolo virus. Recetó unos anticuerpos y otras medicinas, fue sincero al decir que era muy difícil curarlo, pero no nos dijo entonces que cuando lo recogimos del albergue, el perro estaba ya infectado, eso lo supe después, tras leer algunas cosas al respecto.

Gastamos un dinero que no estaba previsto, y que para nuestra cuica economía, es siempre un golpe cuyas consecuencias se dejan vera hacia finales del mes. Dimos atenciones al perro, como quien las da a un enfermo terminal. Nos emocionamos cuando lo vimos levantarse de su cama, moviendo la cola, (que también parecía una cuica), cuando ladraba, en un intento de demostrar su perruna obligación como guardián. Nos entristecimos al verlo decaer nuevamente. Apresuramos el paso a la farmacia para comprarle los últimos descongestionantes. Macarena asistió al perro como una madre abnegada. Julián aceptó no martirizarlo. Finalmente, un día, Macarena vio cómo le daba una convulsión y entre los dos decidimos llevarlo para que acaben con él.

Los señores del PAE, tan profesionales ellos, tan defensores ellos, tan perros ellos, no debieron habernos entregado un animal enfermo, no debieron ceder a nuestras súplicas, debieron entender que en esta historia no solo hay pulgas, sino personas involucradas, que el niño que recibió al perro con todo el entusiasmo que una mascota trae consigo, es ahora una víctima de su apestosa incompetencia. Mors, ultima ratio.

01 junio, 2009

Capítulo 120

A veces se me hace que mis comentarios podrían interesar, pero me equivoco. Debo corregir y limitarme al relato, a la descripción pura y fría de esta pestilente vida, aunque en el transcurrir de los días, casi nada de lo que ocurre merece una línea.

Talvez lo más relevante ha sido la adquisición de un perro para mi hijo. Hace unas semanas fuimos al albergue donde se acoge a los perros sin hogar, y escogimos uno, el cachorro menos feo. Pero lo más importante de esta anécdota, no es el hecho mismo, sino la cara de Samuel al ver reunidos en un mismo lugar a tantos perros que se frotaban contra él, en una demanda lastimera para que los considerara el elegido. El niño se daba vueltas desconcertado, sin saber qué hacer, a cual elegir, a cual dejar abandonado a su suerte, en medio del pestilente olor de la jauría.

Mientras estábamos ahí, llenando las formalidades necesarias, una pareja llegó a firmar la declaratoria de abandono de un perro adulto, un boxer, si no me equivoco. Cómo alguien puede hacer eso, me preguntaba, sin comentar nada con Samuel pues de hacerlo, se hubiera conmovido aún más y hubiera preferido ese perro adulto, al cachorro, blanco con negro, que ahora nos hace las noches imposibles.

Claro, como era de esperarse, el perro ya ha mordido, entre juegos, varias veces a Samuel con lo que ha declarado, entre lágrimas y gritos que odia al animal, para de inmediato olvidarse del incidente y seguir jugando con su mascota, que sufre, igual que él, cuando el niño le jala las patas delanteras y le hace bailar.

Yo soy el malo, el macho alfa al que el perro sigue a todas partes, aunque intento que Samuel sea quien le de la comida y se convierta así en su perro, más que en el mío. Soy también el que ejerce mano dura para educarlo, para enseñarle la difícil tarea de orinar en el jardín, y no en la alfombra, y de cacar afuera, y no junto a mi cama.

Macarena es la que concilia, la que consuela al mordido, la que trata de razonar con el irracional.

El perro, Cuico, nos ha cambiado la vida, ha hecho que esta sea menos pestilente, pese al olor.

18 mayo, 2009

Capítulo 119

Algunos comentarios hechos al post anterior, me obligan a repetirme. El tema central de mi post era el espacio que se da en la televisión nacional al marginado, como este, su servidor. Pero nadie hizo el más mínimo comentario al respecto. Por el contrario, se fueron por la tangente, por la línea fácil, la recta, para desmerecer mis argumentos, y revalorizar, en cambio, monotemas, como el de correa, correa, corrrea, que tiene obcecados a unos cuantos y que a mi me resbala como la mantequilla por el trasero de María Schneider.

En pocas palabras, usaron el aquí berreado discurso sobre la libertad de expresión, para reducir a escombros mí: ¡Abajo Vivos! en referencia a un apestoso programa de la televisión nacional que usa el racismo, el sexismo y la segregación verbal en todas sus formas, para, supuestamente, hacer reír al público.

Lo que más me irrita de todo lo que se encuentra en dos de los comentarios es que se vuelva a repetir la cancina muletilla de que soy yo el que tiene el control. Claro que lo tengo, pero, ¿qué tal si con el mamotreto que es mi control remoto le parto la cabeza a la Macarena? Ya me dirán que mi libertad acaba en el momento en que la golpeo, ya lo sé, pero bajo la presión que ejerce esa pésima programación nacional, cualquiera puede volverse loco y en un momento de arrebato, no solo lanzar el control por los aires sino también usarlo en contra de quien se encuentre cerca.

Pero ya que les gusta la verborrea, tengo bajo mi apestosa axila la siguiente referencia que sale directamente de ahí, así que si algún error detectan, denme en la cabeza con el control remoto para ver si reacciono.

En las sociedades democráticas, decía Tocqueville, caracterizadas por el dogma de la “infalibilidad de las masas” existe una “presión inmensa del espíritu de todos sobre la inteligencia de cada uno”. De ahí el despotismo sobre la opinión ajena. Dicho de otro modo, si todos siguen con la idea de que ¡Vivos! es una obra de arte, y yo una reverenda porquería, debo aceptar lo que diga la mayoría y cerrar mi bocota.

Y claro, sé que tenemos derecho a decir lo que queramos, en nombre de la libertad de expresión, como de hecho yo lo hago en este espacio, pero también sé que ese derecho es tan grande que podemos decir lo que queramos aunque en nuestras palabras no exista un ápice de inteligencia, o por el contrario, mucha pestilencia. Como si fuera poco, en defensa de estos programas huecos, se usa el término de cultura, que para el caso es de una polisemia infinita, pues la vulgaridad se transforma en elemento de la cultura, o en la cultura misma.

No dudo que los contenidos que ese emiten en estos programas sean legales, pero no por tanto dejan de ser perjudiciales. Es evidente que la televisión puede influir negativamente en las actitudes, y estas pueden afectar a la sociedad con la creación de prejuicios.

Y para terminar con el tema de estos pestilentes programas cómicos, donde se denigra al marginado, al negro, al gay, solo puedo decir que la realidad es más cómica, así que no vengan con que son el reflejo de la realidad, eso no.

12 mayo, 2009

Capítulo 118 (El Apestado)

Yo soy un apestado televidente. Lo digo porque no tengo servicio de cable así que no me queda más que aguantar la programación de la televisión nacional, la cual, sin duda alguna, apesta más que yo y mi pobre condición.

Mis horarios frente a la caja boba van desde las noticias de las 20h00 en adelante. Es decir que no me queda más que ver la pésima y mil veces vista película de las ocho, o la novela brasilera, que, al menos, tiene unas actrices buenotas.

Evito, porque me produce urticaria y mal humor, ver los programas de humor, entre comillas. Y es por eso que me alegro que el Consejo Nacional de Radiodifusión y Televisión (Conartel) haya resuelto prohibir la transmisión de escenas o sonidos en los medios “que induzcan, promuevan o se refieran a desigualdades, exclusión, discriminación, ridiculización o violencia por condiciones raciales, de identidad étnica o cultural”.

Es decir que los programas de Vivos, de un tal Reinoso, dejará de existir, a menos que, cosa improbable, se le prenda el foquito (de 1.5 watts), y escriba por una vez un guión inteligente.

No hablaré de ese programa Mi Recinto, porque sinceramente nunca lo he visto, ni lo veré así me amenacen con una pistola.

Ahora el apestoso análisis: estos son los únicos espacios donde se hace referencia al obrero, al desempleado, al subempleado (como yo), al cholo, al longo, al indio, al gay, al choro y dicha referencia es para ridiculizarlos, o denigrarlos por su condición u opción. Los otros programas de producción nacional se limitan a la farándula, los consejos familiares y la opinión política y los ocupan las estrellas (y sus perros), los profesionales que creen que tienen algo que decirnos, y, claro los políticos, que por si solo es un apelativo apestoso. Quiero decir con todo esto que la televisión nacional es elitista y segregacionista. Que los que somos ridiculizados en ella, claro que tenemos la opción de cambiar de canal (como siempre sugieren los productores de estos programas) pero eso es solo para encontrarnos con otra apestosa caricatura de nosotros mismos, hecha por los mismos Vivos de siempre, solo que en otro canal, aunque a la misma hora.

Y, ya que estamos, el Conartel también prohibió “la transmisión de escenas o sonidos que induzcan o promuevan el sexismo y/o comercio sexual”.

Como ya lo dije, no me toca más que ver la televisión nacional. Es así como, en ocasiones, he visto un canal llamado Red TV Ecuador, en donde no existe otra publicidad que la de unas modelos super carnosas que ofrecen sus fotos en bikini, para que aparezcan en los celulares de caballeros cachondos que tienen telefonitos con tecnología que lo permite. (Claro, no como el mío, que no tiene chip, y que a veces le da por no sonar).

No soy moralista, y acepto que quien quiere ver mujeres desnudas pueda comprar revistas, películas, e incluso tener imágenes en su teléfono o donde le de la gana. Yo en lo personal prefiero el 3D que me proporciona la Macarena cada vez que se levanta de la cama. En cambio, esas señoritas de nombres rebuscados, como Gineth, que ofrecen sus fotos en poses poco convincentes, no hacen más que denigrar a las de su tipo. Y claro, lo que me sorprende es que nadie haya protestado aún, que no exista grupo feminista que clame por la eliminación de dichas publicidades, que aparecen incluso en los horarios destinados a los menores. ¡Abajo Vivos, Ginethes y Recintos! He dicho

22 abril, 2009

Capítulo 117 (El Apestado)

Cuando buscaba al tipo que usó una imagen mía sin mi consentimiento, no es que quisiera demandarlo, ni sacarle una plata que bien me vendría, solo quería dar con él y, quizás, escribirle una carta, que luego haría pública, para hacerle ver que hizo mal, que al ser candidato, a lo que sea, debe cuidar su imagen. Solo quería encontrarlo para decirle, de frente, que su actitud apesta.

Pero quien salió mal parado de toda esta historia, otra vez, fui yo: El Apestado. Lo digo porque nunca antes he recibido comentarios como con el post anterior, comentarios con los que me hacen ver que soy no solo un apestado, sino un gran pendejo, por creer (cosa que nunca creí, d’ailleurs), que iba a sacar tajada de la incorrección de un personaje que es candidato a alcalde mi ciudad.

Y entre los argumentos, se repite esa cansina falsedad de que ahora ya es posible robar hasta 600 dólares -ni qué hablar de una imagen- sin que con eso le ocurra nada a quien lo hace. (¿Acaso pagar el valor del objeto robado, pasar 7 días en la cárcel y abrir un prontuario de delitos, es cosa que todos aquí aceptarían?)

Entonces, voy a lo que iba: descalificar con mi verborrea, al casi imaginario candidato de ésta, mi casi imaginaria ciudad; de éste, mi casi imaginario país, en este real y apestoso mundo.

Parece que es el candidato del prian (nótense las minúsculas). Este partido pertenece, con todo lo que pertenecer implica, al hombre más rico del país. Ya lo dije anteriormente, este hombre, casi afásico, enarbola como principal bandera de lucha, el ser dueño de no sé cuántas empresas, empresas que de hecho no fundó, o creó, sino que heredó y que esquilmó a sus hermanos, con lo que todo esta dicho. Pero si no lo entendieron, su único atributo es ser hijito de papá, un rico hijito de papá.

Ahora bien, he intentado encontrar al personaje que hurtó (uso el término para estar a la moda) mi imagen, pero nada de lo que he averiguado alcanza para terminar esta párrafo. Su nombre es Gonzalo Pérez: Y puesto que perecerás (en el olvido), allá tú.

20 abril, 2009

Capítulo 116 (El Apestado)

Quiero pedir ayuda, al respecto de la imágen que acompaña a este post. Creo, y digo creo, que uno de los candidatos a alcalde la ciudad de Quito, utiliza esta imagen en una de sus cuñas, imagen, claro, que es de mi porpiedad. Les pido, entonces, que me ayuden viendo la tele estos días cargados de propaganda electoral, y me digan si estoy o no en lo correcto, y sobre todo que me ayuden a identificar al posible usurpador.

Esta imagen apreció el 6 de junio de 2007, en el capítulo 67 de este espacio y fue una muestra de protesta ante el descuido en el que estaba entonces la ciudad.

Demás está decir que esto es aún una sospecha, una apestosa sospecha.

13 abril, 2009

Capítulo 115 (El Apestado)

Hace rato que he dejado los temas personales para tratar sobre la apestosa coyuntura, convencido de que la inercia de los asuntos íntimos, convertía a los ajenos en temas más interesantes para este espacio, (imbuido de pesimismo y mala onda, como algunos lo han sugerido).

Pero vuelvo, como ya es mi costumbre, a la queja, al lamento, al lloriqueo. Y es que la Macarena, mi voluptuosa esposa, aquella de las glúteos seráficos, anda más apestada que este, su servidor, el de las canillas peludas.

Y eso que hace rato ya se propuso no volver a decir que “ya es hora de salir del hueco, de encontrar nuevas alternativas para mejorar nuestra situación” y todo ese asunto del que muchos de ustedes ya han oído antes aquí mismo.

La he visto, entonces, ponerse manos a la obra. Envuelta en un halo misterioso, garabatea algunas cifras en el block amarillo de notas, rebusca direcciones o teléfonos en el anuario viejo ya de algunos años, hace la limpieza, sin mucho convencimiento, un par de horas cada fin de semana, como si esperara la visita de alguien que jamás llega a nuestra puerta.

Debo decir de paso, que seguimos como familia anfitriona de extranjeros que llegan a la ciudad para aprender español, y que no hay semana en la que no estemos con alguien, o esperando a alguien.

Pero la Macarena algo trama y yo no sé si preguntarle qué mismo es. Yo, que creo que estamos muchos mejor que hace un año, (aunque no tanto como lo hubiéramos querido si lográbamos convertir la vieja casa de mi abuela en el ansiado hostal), busco el momento preciso de arrinconarla para proceder al interrogatorio, pero no lo logro: me lo impiden sus ojos.

Creo, sin embargo, que esa idea de convertir en hostal la vieja casa, idea que da vueltas en mi cabeza más que los pajaritos habituales, al parecer, también sigue rondando por la suya, a la que pese a eso, y a diferencia de lo que a mi me pasa, no le aparece ninguna cana aún.

Y claro, como ella es sin duda más pilas que yo, ha puesto en marcha un plan que, hasta que no salga, nada sabré de él. Pero este hecho la tiene, justamente por la expectativa que genera, más insoportable que cuando está a punto de tener su regla. Y adivinen quién es el que sale más apestado de todo este guirigay… Basta con decir que las noches, termino por dormirme solo, mientras ella sigue borroneando que cosas sé yo en su maldito block de notas amarillo. Encima, el Samuel se fue a la playa con sus abuelos a engrosar las filas de turistas semanosantos, y yo, con la apestada de la Macarena, cuando en realidad pensaba que me levantaría de entre los muertos, al menos, el Domingo de Resurrección.

30 marzo, 2009

Capítulo 114 (El Apestado)

Debo confesar que sí he sentido miedo en la vida. Un miedo que algunas veces es tonto o injustificado, como el de perder a mis más cercanos familiares en un accidente de aviación, (como el que ocurrió hace poco en mi ciudad), aunque ellos casi nunca se hayan subido a un avión.

Miedo de terminar en la calle, mendigando, en busca de pan para mi hijo. Miedo de caer enfermo, y de no poder solventar los gastos médicos. En fin, miedos que involucran a mi apestosa condición de pobre, de aquel que no tienen dónde caerse muerto, en un país de muertos de hambre.

Y sentí miedo en una ocasión cuando un gobierno represor se ensañó con los jóvenes de mi país, jóvenes que disentíamos con la verdad oficial, y a quienes, en muchos casos, se desapareció, se torturó, se detuvo arbitrariamente. A algunas de esas personas yo las conocí, y fue en esa época en la que salía con miedo a la calle cuando el Escuadrón Volante, recorría las calles de mi ciudad , sembrando terror, con el pretexto de combatir al terrorismo.

Saco a colación todo este tema del miedo porque hay un personaje, político, menor a mi, que se ha tomado al miedo como bandera de campaña. Yo solo me pregunto dónde estaba este joven cuando los de su edad salíamos a comprar tabacos con un sudor frío que nos recorría el espinazo, cada vez que los carros (¿alegóricos?) de los policías, reducían la velocidad al vernos pasar.

Miedo tuve yo cuando vi a mis padres envejecer 20 años en un día. Ocurrió cuando se enteraron que sus ahorros habían desaparecido en el fondo del bolsillo de un banquero que fugó durante le gobierno del presidente que tuteló a éste, que ahora dice que tiene miedo.

Y ahora no tengo miedo sino asco de ver gente joven, como el susodicho, con ideas tan retrógradas como las que esgrimió un presidente-emperador hacia finales del siglo diecinueve, y que terminó asesinado a las puertas del Palacio Presidencial.

No se olviden mis apestositos, que de lo único de lo que debemos tener miedo es del miedo mismo, lo dijo Roosevelt. No se olviden de que a estos politiquillos no les interesa solucionar el origen de los miedos sociales, sino, cabalgar sobre ellos para obtener votos. Kierkegaard y Sartre, sostenían que el miedo era una invención, una ilusión, pero yo, El Apestado, sostengo que más ilusoria aún es la sociedad perfecta que los políticos nos quieren vender.

Solo para darles en la carota a estos nuevos miedosos, les diré que el miedo ya es global, pero la geografía del miedo refleja que en Tokio, por ejemplo, la mayor causa de miedo, son los terremotos, en Paris y Roma, la violencia física, en Bombay los accidentes y en Moscú el miedo a perder el trabajo.

Este estudio realizado en Italia, refleja además otras joyitas, que no quiero dejar de compartir: el miedo, dice el estudio de Censis, “es un camino peligroso e inútil, como un demonio que se alimenta (y es alimentado) por el autoritarismo y la mediocridad”


Quien saca partido del miedo, son, los políticos (29.5%),para crear consensos, los terroristas (25.7%), para infundir pánico y los medios (20.4), para aumentar su audiencia.

Así que, vayan nomás con sus historias de miedo a otro lado… ¡Mariangula!

13 marzo, 2009

Capítulo 113 (El Apestado)

El INAMHI, que predice el clima en mi país, dijo que no llovería, y llovió. Eso sucede siempre, pero esta vez fue peor que nunca, pues mientras los capitalinos gozábamos en pleno invierno de un verano idílico, el INAMHI tuvo que echar agua sobre nuestro gozo, con sus palabrotas.

Y el INAMHI, es, literalmente, el termómetro de lo que pasa en mi casi imaginario país.

Así, si las Fuerzas Armadas declaran que apoyan a la democracia, es que algún coronelucho, está pensando en sublevarse. (¿Alguien se imagina una declaración de este tipo en los países verdaderamente democráticos?)

Y este es el tiempo de cosecha de las contradicciones, del tipo de las que siempre comente el INAMHI: se avecinan elecciones presidenciales y de todas las dignidades de elección popular. Yo ya ni me acuerdo cuántas veces he ido a votar en los últimos dos años. Primero fue la de presidente, luego un referéndum para saber si queríamos modificar la constitución, luego elección de asambleístas para que lo hagan, luego aprobación de la tal cosa, y ahora esta nueva parodia, donde las promesas están a la orden del día, donde una vez más se dice una cosa y sucede lo contrario.

No diré que el más pintoresco de todos los candidatos es el hombre más rico del país. Tampoco que su fortuna es casi tan grande como su chabacanería. Ni que este personaje, casi afásico, me produce gracia, y que lo otros solamente indiferencia, cuando no unas iras incontrolables.

Claro, tampoco caeré en la tentación de decir que el que más rabia me produce es justamente ese militar que se sublevó, se tomó el poder por unas horas, se candidatizó con discurso populista , ganó, hizo la fiesta y luego lo echamos a la calle, (se fue en helicóptero). Y ahora ha vuelto, amenazante, ha confundir a todos. Digo confundir porque no cabe en mi apestosa cabeza que haya un solo ciudadano que pueda creer la palabra de tal individuo.

En fin, estas son solo las pestilentes apreciaciones de este su apestoso servidor. Pero no haré referencia al candidato presidente, o al presidente candidato, porque si le digo que es intolerante, caerá con todo el peso de su poder sobre este indefenso ciudadano; si critico su histrionismo, gesticulará hasta alcanzarme con un golpe (bajo la figura de uno de sus agentes), o insultarme con el terrible calificativo de apestoso. Y si no digo nada sobre su política económica es porque del tema sé tanto como él de perfumes.

Lo que sí voy a decir es que de los otros candidatos no quiero decir nada, porque ninguno lo merece. Talvez diga que el candidato a alcalde de mi ciudad, que quiere continuar con lo que hizo el anterior, tienen un tono rosadito que me espanta, que su casa, rosadita, da vergüenza y afea la ciudad, que la vereda donde tropecé el otro día, por su mal estado, y gracias a lo cual rompí mi único bluejean y remellé mi rodilla contra la gravilla, no me dejarán votar por él, como tampoco la inseguridad en la que vivo y por la cual su predecesor no hizo nada.

Para no caer en las contradicciones del INAMHI prefiero no decir nada.

26 febrero, 2009

Capítulo 112 (El Apestado)

Mis vecinos apestan. Hace rato que quiero darles su merecido, en este espacio, pues ya no soy de los que ponen caca en la manija de la puerta (eso lo hacia de adolescente).

Cuando regresé a vivir al barrio, uno de los más tradicionales de mi ciudad, tras muchos años de vivir fuera, llegué lleno de entusiasmo, con algunos recuerdos a cuestas, pero me di de cara con la realidad dos días después de mi llegada. Resulta que regresaba de la tienda, con una botella de cerveza en la mano, para compartirla con mi querida en la tranquilidad de nuestro patio trasero cuando una camioneta nueva se abalanzó contra mí, pitó con toda la presión del claxon en mis oídos y me llenó de furia.

- Qué carajo le pasa, le dije a la señorona extranjera que se hallaba al volante -Acaso se atrevería ha hacer tal cosa en su país, grité yo en un ataque de ira xenófobo.
- Pito para que me abran la puerta, me parece que dijo la señora con acento francés mientras señalaba el portón metálico de su garaje.
- Bájese y timbre la puerta, le dije mientras alejaba lleno de indignación y algo sordo.

La doña resultó ser la dueña del restaurante de la esquina, cuyo marido, desde aquel episodio se esfuerza por demostrarme su indiferencia y su desprecio. Demás está decir que jamás responde a mis saludo, a lo mucho esboza una mueca y mueve la cabeza como si tal gesto constituyera una cortesía que ni siquiera merezco.

Además, el tipo se cree el dueño de la calle y hace esfuerzos por posicionarse como el mejor vecino del barrio: saluda con todos, asiste a todas las reuniones de seguridad que dizque se organizan periódicamente, y a las que yo solo fui una vez, de casualidad; presta su restaurante para tales reuniones y grita a los cuatro vientos que es él quien ha impulsado el progreso del barrio.

Ya vuelvo sobre este apestoso tema más adelante, pero primero quiero recordar con nostalgia a mis antiguos vecinos, de esta misma calle, con quines no solo que saludaba yo, mis padres, mi hermano y mis abuelos sino con quienes siempre mantuvimos excelentes relaciones. Extraño a los Castro, con cuyos hijos jugaba en la calle, y a cuya prima vi los calzones, mientras subía a los árboles de una de las calles aledañas, impulsada por las manos de este su apestoso servidor. Extraño a los Shubert, judíos que fundaron el barrio junto a mis abuelos y que llenaban de dulces mis bolsillos y detenían su carro para dejarnos pasar. Extraño salir a la calle y encontrar caras amistosas, en un momento en el que solo encuentro hostilidad a mi lado, en una calle donde ninguno de mis vecinos responde a mi saludo.

Claro, y vuelvo sobre lo prometido, los planes de seguridad de los comerciantes y empresarios venidos de allende a establecerse e imponer sus criterios incluyen, exclusivamente, más represión. Oí, la primera y última vez que fui a una reunión de seguridad, de boca del dueño de un hostal, declarar sin empacho que en lo persona él, se armaría en contra de quienes considera sus enemigos, de su negocio, de su bolsillo. Es con esa misma idea, la de alejar a la “escoria” que invade el barrio que destruyeron el parque donde yo jugaba canicas. Dijeron que se había convertido en guarida de borrachos, drogados y ladrones. Les dieron a los policías el lugar más bucólico que se encuentre en el sector y con ello alejaron a los niños, a las familias, a los enamorados de fin de la tarde que alegraban, daban vida, daban seguridad a la cuadra donde ahora asaltan a la sombra de los árboles, con el aroma de las margaritas (¿tienen aroma las margaritas?), mientras un policía cojo mira televisión o lee alguna revista pornográfica en un puesto de auxilio que no sirve de nada.

Por lo expuesto, debo declarar que no me faltan las ganas de untar de caca la manija de la puerta de algunos vecinos, entre los que incluyo a la solterona que cuando me ve, se cambia de acera con tal de no saludar. Estoy seguro de que ella, y los otros, si me ven tendido en la acera, con un puñal en el corazón, se cambiarían de acera o me pasarían por encima, cuidando de no ensuciarse los pies con mi sangre.

09 febrero, 2009

Capítulo 111 (El Apestado)

The Jeffrey Group publicó un estudio sobre la blogósfera en América Latina, con conclusiones que quiero comentar. Primero, señalo que el estudio se centra en Argentina, México, Venezuela y Brasil, y se lo extiende al resto del Continente. Segundo, lo hago a sabiendas de que llevo casi tres años en esta pendejada, y que, de acuerdo con dichos gurús, mi espacio no es sino uno más de una estadística del 9% conformado por blogs dedicados a “otros” temas, entre los que también se incluyen los blogs de adultos. Claro que esto último lo deduzco ya que la palabra sexo, ¡uy que horror!, no aparece por ninguna parte en el estudio, aunque, como todos sabemos, es el tema más apestosamente recurrente en el Internet.

En el Resumen Ejecutivo de su estudio dicen: (ibid.)

“A pesar de las quejas por parte de los bloggers encuestados de los medios rara vez notan sus trabajos, el estudio de The Jeffrey Group de cientos de artículos que mostraron 11572 menciones de blogs y sus creadores en los medios dentro de un período de seis meses en los cuatro países estudiados”

No amigos, yo no he trascrito mal la cosa, son ellos, The Jeffrey Group, los que escriben así de claro.

Con un poco de esfuerzo podemos entender que los medios sí nos paran bola, aunque los bloggers sientan que no es así. Claro, no se dice, por ejemplo, que dichas referencias se limitan a una pastilla casi invisible el día domingo, en medio de la información dedicada a los jóvenes. Por el contrario, concluyen que los bloggers “forman (yo no puedo incluirme aquí) una nueva ola de líderes de opinión y personas con influencia que llega a un conjunto de consumidores jóvenes y acomodados y a una nueva generación esencial de líderes de opinión”

¡Vaya, vaya! ¡Miren nomás!

Pero hay algo contradictorio en todo esto, más adelante se revela que apenas el 9% de los blogs alguna vez atrae la atención de la prensa, y eso que se reconoce que los periodistas son los principales protagonistas del medio bloggero, con lo que, concluyo, yo, todo queda en familia.

Claro que todo esto nada tiene que ver con El Apestado, como ya lo dije. Espacios como el mío no son parte de la muestra, es más no tienen ningún tipo de interés si vemos que todo esto está destinado a “fomentar un intercambio creativo y dinámico de información para una discusión abierta entre su organización y todas las partes involucradas, creando una comunicación circular entre ellas.”

Entre otras cosas se refieren a oír las opiniones de los clientes o usuarios, por ejemplo, aunque en realidad no creo que mi opinión pese en lo más mínimo para la Municipalidad de mi ciudad que lo único que ha hecho es cobrarme puntualmente los impuestos prediales y luego dejar la calle donde vivo, y a sus habitantes, a merced de la delincuencia, del ruido, del desorden de los comerciantes improvisados.

En conclusión, no hay conclusión.

21 enero, 2009

Capítulo 110 (El Apestado)

Mi hijo odia jugar fútbol, tanto como yo. Saco a colación este apestoso tema pues pronto se iniciará el campeonato interno en su colegio y el pobre sufre como ninguno. Hasta sueña que le caen pelotazos en su camino por la vida.

A mi me pasaba lo mismo, pero mi padre veía en aquello un gesto de debilidad, me trataba de mujercita, de mariconcito y ponía siempre como ejemplo al pelotudo de mi hermano quien tenía como almohada un balón y como pantuflas, unos zapatos con pupos.

En una ocasión, mi profesor de educación física obligó a todos los niños de mi curso a que corriéramos alrededor del colegio, como calentamiento previo al partido diario de fútbol, a una hora muy temprana, cuando en Quito hacía un frío atroz y una pertinaz llovizna. Yo, que estaba algo enfermo, me negué a seguir sus instrucciones, y claro, el autoritario profesor empezó a denigrarme frente a los otros compañeros con epítetos como el de gallina, que claro, era coreado por algunos de los más malosos del curso. Arto, no encontré otra alternativa que darle una patada en la canilla y salir corriendo hasta mi casa, pues las puertas del colegio estaban abiertas para el ejercicio matinal.

Llegué a casa, y mi madre me abrió la puerta sorprendida. Cuando le conté lo ocurrido se puso a llorar como cada vez que enfrentaba algún problema. Creo yo que esto ocurría porque siempre se ha adelantado a las reacciones violentas de mi padre.

Efectivamente, a la hora del almuerzo, ardió Troya. Mi padre se puso furibundo, me dio una buena paliza y encontró en su malévola cabeza el castigo que merecía: al día siguiente fuimos juntos al colegio, yo en pantalones cortos, pese al frío. Fuimos en busca del profesor de educación física a quien tuve que pedirle perdón con lágrimas en los ojos y quien sonreía con placer al ver que mi padre me obligaba a correr dos veces alrededor del colegio, con todos sus alumnos como testigos. Luego, obligó a que me pusieran en la portería, la posición que más odiaba por la cantidad de balonazos que recibía, y que de hecho recibí con la complacencia de todos cuantos miraban el partido, mi padre incluido.

En estos días iré al colegio de mi hijo para hablar con el profesor de educación física, y con quien sea necesario, para que el niño no tenga que hacer algo que le hace sufrir tanto. No quiero que se quede fuera del equipo, ni que sea catalogado como el raro del curso, pero espero que encuentren otras habilidades, las de aguatero por ejemplo, hasta que con un poco más de entrenamiento aleje el sufrimiento que le causan tener que enfrentarse con sus compañeros, todos ellos más fornidos que él ya que, entre otras cosas es el menor y heredó, sin duda, mi contextura delgada.

Además, veo con espanto que las prácticas de la educación física no hayan cambiado desde hace cuarenta años, cuando, al igual que ahora, el fútbol era el único sinónimo de ejercicio válido A mi hijo le gusta correr, por ejemplo, pero nunca se ha oído de un campeonato de atletismo. Pero por encima de todo esto, iré a su colegio y hablaré con su profesor de educación física porque mi padre, a su tiempo, no hizo lo mismo por mí.

08 enero, 2009

Capítulo 109 (El Apestado)

Sí, estoy cansado de seguir apestándole a la vida. Sí, no he posteado nada sobre la Navidad y el año nuevo. No lo hice porque basta con releer lo que ocurrió hace dos, hace un año, para tener el relato. Esto es como las crónicas de las inundaciones que pronto invadirán las páginas de los diarios de mi casi imaginario país: todos los años es el mismo escenario de miseria, de abandono, de quejas sin soluciones.

Basta con mencionar la apestosa ensalada dulce, el vino rancio y la falta de dinero para comprar los walkie talkies que mi hijo Samuel quería.

Por todo esto, no hablaré ahora sobre mi apestosa vida, y el pestilente año nuevo que nos recibe llenos de frío y con una crisis financiera anunciada que causa miedo, mucho miedo entre todos nosotros.

Al respecto, sobre la crisis financiera, quiero decir un par de cosas: de tanto repetir que hay crisis, esta apestosa sensación de que nos toca a todos, se agrava. Si uno repite y repite que está feo frente al espejo, termina por convertirse en un monstruo.

Además, Ecuador, creo yo, siempre ha sacado ventaja de las crisis mundiales. Ahora mismo, con esa apestosa, pestilente guerra de los israelitas contra palestinos, el precio del petróleo ha aumentado. El invierno en el hemisferio norte, se anuncia cruento, y eso demanda más petróleo para calentar las casas de gringos y europeos, lo que hará que aumente la demanda, otra vez, del petróleo, que es con lo que se sostiene la economía de mi país.

Dicho de forma pestilente, para que la crisis no nos toque, dejemos de hablar de ella y que allende, se congelen y que se sigan matando.

Ahora los temas locales. Pronto se elegirán alcaldes en todas las ciudades de mi país. En Quito, se construye un nuevo aeropuerto. Su construcción ha traído muchos cuestionamientos, el principal era que los impuestos de salida, por encima de los 40 dólares servían para pagar una obra que se supone, iba a ser financiad con dinero privado, enteramente. Pero no, ahora resulta que los viajeros, aunque yo no claro, han contribuido con más de 140 millones de dólares para la construcción de una obra de alto vuelo. Mi conclusión: Paquito, nuestro alcalde, como se dice por aquí, ha sido un avión, por eso necesita un nuevo aeropuerto, con sobreprecio.

El alcalde de Guayaquil también es un angelito. Para su reelección presenta un plan de vivienda en terrenos urbanizados. Su principal contrincante es la actual ministra de vivienda que ha realizado el programa de vivienda popular de mayor impacto en los últimos 20 años. Suspicacias a la orden.

Y si quieren más análisis de coyuntura, pues vayan a buscarlos en los blogs especializados, entre comillas, a los que se refirieron hace poco los analistas Orlando Pérez y César Ricaurte, quienes claro, no mencionaron al más apestoso de todos.