12 febrero, 2010

Capítulo 134 (El Apestado)

Más que el robo del que fui víctima, el golpe vino por el lado de los insultos. La Macarena aún anda con cara de apestocita al saber que dejé que se me llevaran cerca de mil dólaretes. Pero ni qué decir de los comentarios que he recibido.

Primero, un grupo de seguidores, en el capítulo 132 se queja, porque ya no apesto ya que el capítulo en mención me retrataba como a todo un feliz y próspero padre de familia. Tras el robo, la vida, con sus sorpresas, me da la oportunidad de regalarles la pestilencia que buscaban, pero resulta que otro grupo de lectores sale con que soy un pendejo. No lo niego, pero la verdad es que fui al banco con esa suma de dinero, que no era todo lo que gané por mi trabajo como “negro”, justamente porque el que me contrató no quería que haya huellas del pago, por eso pagó en efectivo, fue a dejarlo en mi bolsillo horas antes de que yo pueda salir de mi trabajo en dirección del banco, para depositarlo en mi cuenta.

La conclusión a la que llegué pasado el susto, es que el landronzuelo me seguía desde hace tiempo, pues hay ocasiones, muchas, en las que voy al banco con plata de mi jefe, el dueño del hostal, para depositarla en su cuenta. El destino quiso que el ladrón diera con mi plata, y no con la de mi jefe. Quiso también que se me liberara en adelante de esa tarea que me tenía preocupado desde hace tiempo y que me llevaba a cambiar de camino cada vez que iba al banco, entrar en diferentes tiendas a comprar el cigarrrito caminante, mirar por encima de mi hombro, colocar el dinero en diferentes bolsillos, caminar a paso acelerado y sudar copiosamente hasta la entrada del banco donde la fila interminable de usuarios no era una molestia, sino un desahogo.
Y sí, cuando me pagaron en efectivo y fui al banco con esa plata que era mía, no ajena, al mismo banco, con desenfado, caminé lento, no miré hacia atrás, fumé le cigarrito caminante, miré vitrinas y en mi mente gasté parte de la plata que llevaba encima. Nunca se me ocurrió que alguien me seguía. Claro, el ladrón no tenía por qué saber que lo que llevaba en un solo bolsillo era mío, y no del jefe. Y claro, al voltear la esquina, el cuchillo filudo me sacó de mi ensoñación y me devolvió a la realidad con tal crudeza que los epítetos que se han usado en contra mía, que usó la Macarena con tanto o más encono que los anónimos lectores que me tratan de pendejo, quedan en nada frente las recriminaciones que yo mismo me he hecho por ser tan pestilentemente ingenuo.

02 febrero, 2010

Capítulo 133 (El Apestado)

Si no apesto, no valgo nada. Entones, vengan, les invito a hundir sus narices en mis sobacos, aspirar profundamente el olor de mi pecueca tras un largo día de caminata, calzando mis viejos tenis chinos. O, mi entrepierna, tras una agitada sesión amatoria. Vengan, vengan apestocitos de todos los rincones a colmar sus fosas nasales con mis humores más íntimos, o la miseria de mi ser.

Voy a deleitarles con algo oscuro, pues de eso vive este espacio. Seré crudo. Mostraré en imágenes verbales la faz más hedionda de ese personaje al que le siguen las moscas, aquel que le apesta a la vida: yo.

Dejaré las malas palabras de lado, no atacaré a nadie en particular, demostraré con hechos que la desventura, la fatalidad y la desgracia me acechan.

El hecho es, señores y señoras, que el otro día cuando me aprestaba a depositar una buena suma de dinero en el banco, dinero que fue producto de mi trabajo honesto como "negro" literario, vino uno, metió su mano en mi bolsillo, bajo la amenaza de un filudo cuchillo, y se llevó gran parte de lo que había ganado el mes pasado y por lo cual, me atreví, iluso de mi, a declarar que la peste se había alejado, que el apelativo que me describe era ya anacrónico. Qué equivocado estaba. Así que, todos aquellos a los que les faltaba algo de pestilencia, ahí la tienen, es toda para ustedes mi desventura, les dejo que se relaman, se revuelquen en ella, y sonrían.