22 abril, 2009

Capítulo 117 (El Apestado)

Cuando buscaba al tipo que usó una imagen mía sin mi consentimiento, no es que quisiera demandarlo, ni sacarle una plata que bien me vendría, solo quería dar con él y, quizás, escribirle una carta, que luego haría pública, para hacerle ver que hizo mal, que al ser candidato, a lo que sea, debe cuidar su imagen. Solo quería encontrarlo para decirle, de frente, que su actitud apesta.

Pero quien salió mal parado de toda esta historia, otra vez, fui yo: El Apestado. Lo digo porque nunca antes he recibido comentarios como con el post anterior, comentarios con los que me hacen ver que soy no solo un apestado, sino un gran pendejo, por creer (cosa que nunca creí, d’ailleurs), que iba a sacar tajada de la incorrección de un personaje que es candidato a alcalde mi ciudad.

Y entre los argumentos, se repite esa cansina falsedad de que ahora ya es posible robar hasta 600 dólares -ni qué hablar de una imagen- sin que con eso le ocurra nada a quien lo hace. (¿Acaso pagar el valor del objeto robado, pasar 7 días en la cárcel y abrir un prontuario de delitos, es cosa que todos aquí aceptarían?)

Entonces, voy a lo que iba: descalificar con mi verborrea, al casi imaginario candidato de ésta, mi casi imaginaria ciudad; de éste, mi casi imaginario país, en este real y apestoso mundo.

Parece que es el candidato del prian (nótense las minúsculas). Este partido pertenece, con todo lo que pertenecer implica, al hombre más rico del país. Ya lo dije anteriormente, este hombre, casi afásico, enarbola como principal bandera de lucha, el ser dueño de no sé cuántas empresas, empresas que de hecho no fundó, o creó, sino que heredó y que esquilmó a sus hermanos, con lo que todo esta dicho. Pero si no lo entendieron, su único atributo es ser hijito de papá, un rico hijito de papá.

Ahora bien, he intentado encontrar al personaje que hurtó (uso el término para estar a la moda) mi imagen, pero nada de lo que he averiguado alcanza para terminar esta párrafo. Su nombre es Gonzalo Pérez: Y puesto que perecerás (en el olvido), allá tú.

20 abril, 2009

Capítulo 116 (El Apestado)

Quiero pedir ayuda, al respecto de la imágen que acompaña a este post. Creo, y digo creo, que uno de los candidatos a alcalde la ciudad de Quito, utiliza esta imagen en una de sus cuñas, imagen, claro, que es de mi porpiedad. Les pido, entonces, que me ayuden viendo la tele estos días cargados de propaganda electoral, y me digan si estoy o no en lo correcto, y sobre todo que me ayuden a identificar al posible usurpador.

Esta imagen apreció el 6 de junio de 2007, en el capítulo 67 de este espacio y fue una muestra de protesta ante el descuido en el que estaba entonces la ciudad.

Demás está decir que esto es aún una sospecha, una apestosa sospecha.

13 abril, 2009

Capítulo 115 (El Apestado)

Hace rato que he dejado los temas personales para tratar sobre la apestosa coyuntura, convencido de que la inercia de los asuntos íntimos, convertía a los ajenos en temas más interesantes para este espacio, (imbuido de pesimismo y mala onda, como algunos lo han sugerido).

Pero vuelvo, como ya es mi costumbre, a la queja, al lamento, al lloriqueo. Y es que la Macarena, mi voluptuosa esposa, aquella de las glúteos seráficos, anda más apestada que este, su servidor, el de las canillas peludas.

Y eso que hace rato ya se propuso no volver a decir que “ya es hora de salir del hueco, de encontrar nuevas alternativas para mejorar nuestra situación” y todo ese asunto del que muchos de ustedes ya han oído antes aquí mismo.

La he visto, entonces, ponerse manos a la obra. Envuelta en un halo misterioso, garabatea algunas cifras en el block amarillo de notas, rebusca direcciones o teléfonos en el anuario viejo ya de algunos años, hace la limpieza, sin mucho convencimiento, un par de horas cada fin de semana, como si esperara la visita de alguien que jamás llega a nuestra puerta.

Debo decir de paso, que seguimos como familia anfitriona de extranjeros que llegan a la ciudad para aprender español, y que no hay semana en la que no estemos con alguien, o esperando a alguien.

Pero la Macarena algo trama y yo no sé si preguntarle qué mismo es. Yo, que creo que estamos muchos mejor que hace un año, (aunque no tanto como lo hubiéramos querido si lográbamos convertir la vieja casa de mi abuela en el ansiado hostal), busco el momento preciso de arrinconarla para proceder al interrogatorio, pero no lo logro: me lo impiden sus ojos.

Creo, sin embargo, que esa idea de convertir en hostal la vieja casa, idea que da vueltas en mi cabeza más que los pajaritos habituales, al parecer, también sigue rondando por la suya, a la que pese a eso, y a diferencia de lo que a mi me pasa, no le aparece ninguna cana aún.

Y claro, como ella es sin duda más pilas que yo, ha puesto en marcha un plan que, hasta que no salga, nada sabré de él. Pero este hecho la tiene, justamente por la expectativa que genera, más insoportable que cuando está a punto de tener su regla. Y adivinen quién es el que sale más apestado de todo este guirigay… Basta con decir que las noches, termino por dormirme solo, mientras ella sigue borroneando que cosas sé yo en su maldito block de notas amarillo. Encima, el Samuel se fue a la playa con sus abuelos a engrosar las filas de turistas semanosantos, y yo, con la apestada de la Macarena, cuando en realidad pensaba que me levantaría de entre los muertos, al menos, el Domingo de Resurrección.