28 febrero, 2007

Capítulo 62

Bueno, el hostal donde aún trabajo es uno más de los 60 establecimientos del mismo tipo que existen en el sector de La Mariscal. Lleva funcionando unos ocho años y desde entonces no parece haber habido cambio ni refacción alguna. Yo, en lo personal, no me hospedaría ahí.

El dueño está aún ahí cuando llego a las 19hoo. Es él quien me da el reporte de las habitaciones que están ocupadas, de las que tienen que liberarse y de las que quedan disponibles. Me deja una cantidad pequeña de dinero para dar cambio en caso de así requerirlo y me repite que lo llame en caso de emergencia. Cuando lo dice, y lo hace todas las noches, de su boca sale un vaho sulfuroso que me recuerda lo frágil que es mi existencia hasta que salga del peligro de las horas oscuras en las que trabajo. Sin embargo, una sola vez he tenido que llamarlo, fue cuando un cliente pagó con un billete de 100 USD por una noche, y para lo cual yo no tenía cambio.

La recepción está ubicada a lo largo del corredor de entrada. Ahí, un chiflón de aire helado me ha obligado a recurrir a un abrigo inusual en mi, lo que me hace ver como a un oso con piernas de carnero, aunque nadie adivina que bajo mis pantalones uso calzoncillos largos, dos pares de medias que remedian en algo los huecos de la suela de mis zapatos, bufanda. Lo que si no alcanzo a usar son guantes porque me repugnan, me vuelven inútil y se pierden cada vez me los saco. Lo digo porque en Europa intenté en vano usarlos durante el invierno.

La sala donde dormito, desde que el televisor se apaga, no deja tampoco de ser fría. El foco desnudo que está al finalizar el corredor mantiene alerta mis ojos bajo unos párpados algo desgastados desde que mi vida se ha vuelto nocturna y mi sueño diurno. Y este cambio, digo yo, debe alterar mi metabolismo. A dónde ha ido a parar mi sueño paradoxal; qué pasa, por ejemplo, con las erecciones nocturnas, y aunque sé que se ha comprobado que el carácter sexual de los sueños era una ilusión freudiana (todos los mamíferos tienen erecciones), no dejo de preguntarme si esto afecta o no a mi sexualidad.

Pero en fin, nos soy el primero ni el último que tiene que trabajar de noche.

Los extranjeros, de vacaciones, no dejan de entrar y salir del lugar y yo debo abrir y cerrar la puerta sin cesar. En algunas ocasiones, antes o después de salir, se sientan a conversar conmigo, en el intento de entender lo que pasa a los alrededores del hostal, en esas calles malditas y atractivas que en ocasiones los sorprenden, que los convierten en víctimas de los delincuentes del sector, que los conducen ebrios hasta que yo mismo los deposito en sus camas de alquiler. Es durante estas cortas conversaciones que he logrado pactar algunos trabajillos como guía. Y es durante esos intercambios que, una sola vez, tuve insinuaciones de una gringa gorda, cachonda como ella sola, luego de que la juerga la devolviera sola al hostal.

Es común que a las cuatro de la mañana salgan a tomar un avión o que vengan por ellos para alguna excursión a los volcanes. Entonces, debo ayudar con las maletas y rara vez recibir por este servicio una moneda de 25 centavos. Desde entonces solo ronda por mi cabeza la idea de tomar mi primera taza de café del día y quizás, por qué no, encontrar algo olvidado en las habitaciones que se han desocupado, como la cámara de fotos que me permite mostrarles fragmentos de este mi apestoso mundo.

22 febrero, 2007

Capitulo 61

Hace tiempo que no apestaba tanto como en el post anterior. Caramba, ahora sí que me he ganado un nombre: Apestado. ¡Hurra! ¡Hurra!

Y todo por nada, por una eventualidad, por ese manía de verlo todo con el pestilente lente roto que cubre uno de mis ojos, de victimizar, de, al parecer, mantener mi condición de Apestado a toda costa, como si fuera este apelativo el que direcciona mi vida.

En resumen, para acabar con la expectativa que mis palabras pueden generar, no he perdido mi trabajo, aun.

Pero debo agradecer, sin embargo, porque me he dado cuenta de que existen, entre los fieles lectores a lo que me refiero, bloggeros realmente incondicionales, dispuestos ha hacer lo que esta en sus manos para ayudar. Pero debo aclarar que aunque me han pedido en un par de ocasiones mi curriculum, como en esta última ocasión, me resisto ha hacer uso de este espacio para conseguir favores; intento, aunque parezca empecinamiento, salir solo de este pestilente estado. Gracias.

16 febrero, 2007


Capítulo 60


Ahora que acabó, arrojare mierda sobre San Valentín. Ya sé que los de mi tipo solo renegamos contra el stablisment, la moda, y que dentro de mis palabras, por mas rebuscadas que sean, solo puede percibirse resentimiento. Y es que no temo en reconocer que la vaina esta de la amistad, mas no la del amor, me apestan. Y si es así, es porque no hay cerca mío alguien que merezca ser llamado amigo. Ya se que esta lamentosa declaración sacará lágrimas de más de uno, pero no tengo porque ocultar mis carencias. Y esa es quizás la que más me agobia, y la que tal vez me ha traído hasta este virtual lugar donde confieso, con desvergüenza, las cosas que pasan por mi apestosa cabeza cuarentona.Y es que la perspectiva de quedarme sin empleo me ha devuelto al ensimismamiento que en épocas de crisis me ha caracterizado. Macarena esta harta de hablar conmigo y no recibir respuesta, o de recibirla algunos segundo más tarde de lo esperado, cuando ya pasó por su cabeza la idea de que no la escucho. Es difícil hablar contigo, me dice, desde hace algún buen tiempo. Y ella es la primera en reconocer que de volver al desempleo, caería nuevamente en el estado ese pesimista y apestoso en el que nadie, ni yo mismo me soporto.

Pero vuelvo al principio, al tema ese de la amistad. Si al menos mi pana Luchito, el de la escuela y colegio estuviera por estas tierras me atrevería a visitarlo para intentar encontrar en los despojos que ahora somos un interlocutor a quien contar mis cosas... pero por ahora lo hago en este medio, ante lectores, fieles unos, esporádicos otros, que con su sapiencia a veces un poco inocente, intentan darme luces. Pero, en fin, no busco, como ya lo he dicho en otras ocasiones, que nadie se lamente de mi suerte. este no es mas que el testimonio de lo que pasa por mi pestilente cabeza.

07 febrero, 2007


Capítulo 59

Que no me vengan a decir retrógrado o “el mismo de siempre”, ni que se busquen ningún apestoso calificativo para tratarme después de lo que diré: me quedé sin trabajo porque, con el caos que se vive en este mi país casi imaginario, no hay turista que quiera venir a visitarlo. O al menos eso es lo que me dice mi patrón luego de recibir varias cancelaciones a las reservaciones del mes de febrero.

Efectivamente, mi patrón ha decidido darme vacaciones sin paga hasta que la cosa se mejore. El mismo hará el trabajo nocturno de guardia en el hostal luego de que varias personas, sin argumentos, han cancelado sus reservaciones para los días posteriores al Carnaval. La interpretación del jefe es de que todo se debe al caos interno que vive el país y cuyas imágenes dan vuelta al mundo a través de los noticieros que enseñan ciudades incendiadas (Vínces), periodistas heridas con casquillos de bombas lacrimógenas, huidas cobardes de los diputados y los artículos, esos sí retrógrados, de Montaner que nos hacen ver como a unos pobres idiotas que lo único que intentamos es instalar una soviet republik en pleno siglo XXI.


Y bueno, puede que tras el feriado de Carnaval las cosas cambien y conserve, quién sabe por cuánto tiempo, mi humilde trabajo de guardia nocturno de un hostal.

Hasta entonces, me encuentro gozando del calentamiento global.

Macarena se pone furiosa conmigo cada vez que bromeo con esto del calentamiento global. ¡Que viva el calentamiento global!, grito en alguna tarde que el sol, en pleno invierno, nos deja salir en mangas de camisa, gafas y el alma iluminada.

Yo le digo que según las estadísticas, en unos 20 años, se nos conocerá como la ciudad de la eterna primavera, que pronto ya no necesitaremos chaquetas, que ella podrá lucir sus majestuosas piernas desnudas incluso en la noche y que si las cosas nos sonríen, pronto el mar llegará a los valles y Quito se convertirá, entonces y solo entonces, en la ciudad que merece ser, sin ese apestoso frío en nuestras espaldas.

Claro que todo esto es una gran mamadera de gallo, pero gozo viendo a Macarena irritarse sin razón.

02 febrero, 2007



Capítulo 58
No intentaré una justificación al prolongado silencio que me ha alejado de este medio. Tampoco les contaré lo que ha ocurrido desde la última vez porque simplemente no vale la pena relatar la rutina y la prolongada pereza que me ha entrado con el nuevo año.
Los hechos más recientes, en este casi imaginario país, me han llevado a recordar algunas cosas, no tan alegres, pero que intentaré compartir.
Cuando era adolescente y todavía iba al colegio, por lo menos una vez al año salía a las calles a lanzar piedras a los policías, durante las protestas callejeras del momento. Fui a un colegio de niños ricos y no es que tuviera una conciencia social muy desarrollada a los 16 años, no, lo que pasa es que me divertía jugar al gato y al ratón y sentir la adrenalina invadirme cada vez que un "uniformado", también llamado chapa por estos lados, emprendía la carrera tras de mí para alcanzarme y llevarme preso, con el tolete entre las piernas.
Y es lo mismo que pasa en estos días en las calles de Quito. Cientos de muchachos de un par de colegios tradicionales de la ciudad salen a las calles ha exigir, con palos, piedras y bombas Molotov, que se cumplan con las "exigencias del pueblo", aunque muchos de ellos no sepan con certeza de lo que están hablando. Yo creo, con conocimiento de causa, que es un gran pretexto para salir a jugar en las calles al sígueme que te atrapo, tal y como yo lo hice en mi momento.
Y puesto que no quiero quedar en la pura anécdota, a la que le falta la ganada fama del mejor lanza piedras de mi generación, voy a dar la solución a un problema hasta ahora irresoluble: una buena fiesta, con música y bonitas chicas.
Claro, eso es lo que debe hacer el Gobierno si quiere tener calmados a los muchachos de esos dos colegios, sin que salgan a lanzar piedras a los policías, a destrozar la propiedad privada e interrumpir la actividad de miles de personas: una gran fiesta en los mismos patios del Colegio, donde consten las Chichas Dulces, como animadoras, una buena banda de metal, y otra de Ska para que durante el mosh descarguen su inagotable energía y sueñen en la noche con las voluptuosas piernas de las chicas, en vez de atacar, en sueños, a sus contrincantes de juego… Claro, hay que darles pensando, a los del Gobierno.