30 mayo, 2006


Capítulo 27

Luego de visitar tantos blogs ecuatorianos como he podido, debo hacer la única crítica que en derecho me cabe: no entiendo el copy/paste.

Y si me lo explican, gracias.

Pero para no caer en la crítica simplista, no quisiera referirme a la escasa inventiva de una gran cantidad de ellos, ni tampoco a la trinca, como la llaman algunos, con sus redes mal tejidas. En vano podría criticar los pleitos de vecina porque a la larga terminan por divertirme. No quiero hacer nada de eso, pero ya lo he hecho.

¿Nombres? No los daré porque no quiero ser más apestado de lo que ya soy, incluso en este medio. Solo me resta no leerlos, nunca más. Por suerte me nutro de otras lecturas, esas sí irreverentes, imaginativas y talentosas, esas que aunque no aparecen en las encuestas, me revelan que en el mundo, contrario a lo que dicen las estadísticas, hay más que las piernas de los futbolistas o de aquellas mujeres que tienen más curvaturas que un balón de fútbol. Introduciré el término bananablogosfera antes de que alguien lo haga por mí. ¡Y que le llegue a quien le llegue!

Este es un medio tan generoso que uno puede hasta exponer sus pestilencias. En consecuencia, me extraña la poca seriedad, entre comillas, con que se lo hace. Claramente: los post en cadena, esos juegos infantiles donde uno dice qué color le gusta más, cuál es el número preferido o la fruta del pecado más apetecida, no aportan en nada, desde mi pestilente punto de vista. Y aunque me atengo a las consecuencias de lo que aquí digo, disculparán nomás la franqueza.

25 mayo, 2006


Capítulo 26

Este blog ha recibido 1000 visitas y eso merece una reflexión: exponer las miserias propias, ya lo he dicho, no es una panacea, en el sentido alquímico del término, pero sin duda alivia. (Fin de la reflexión.)

Pero hay algo más interesante de lo que hablar, algo que me pasó, que elevó mi ego y que por eso merece ser contado.

Paseaba alegremente por las callejas infestadas de La Mariscal, cuando una tienda me invitó a entrar en busca de un Belmont. Coincidí en el mostrador con una figura imponente: una despampanante rubia que sonreía con dientes caninos.

Tartamudeé un poco cuando pedí el pitillo y casi me quemo la nariz cuando intenté por segunda vez encenderlo. La rubia, y eso que a mi no me gustan, brillaba como el oro. Sus dientes, blanquísimos, destellaban y mi corazón se daba de tumbos.

En la calle, cuando mi cara no había terminado de recuperar su color, me percaté que frente a mi se bamboleaban los glúteos perfectos de la Diva de la Tienda. Disminuí el paso pero mi sombra terminó por adelantarme hasta que la rubia dio vuelta para encararme.

- ¿Me estás siguiendo? preguntó con acento manaba
- No, solo seguimos el mismo camino, dije pero me salió un gallo que falseó mi respuesta

La rubia cruzó la Juan León Mera, vacía como por arte de magia, no sin antes alzar la ceja, en un gesto en ese momento indescifrable. Con el pecho remordido por la confusión, seguí por la misma vereda en dirección a mi casa, dudando en rehacer mis pasos y seguir, efectivamente, a la rubia.

Hasta el momento en el que escribo este post, sigo pensando que su pregunta fue una invitación.

23 mayo, 2006


Capítulo 25

La tendera de la esquina, muy mezquina ella, me mandó de patitas a la calle cuando le pedí que me fiara una libra de arroz. Me señaló el letrerito ese que dice: Hoy no fío, mañana sí, y me dejó sin palabras con qué replicarle. Salí de ahí como un perro herido intentando encontrar entre las paredes de mi cerebro una frase que me diera ánimo hasta que aquella de: “todo cae por su propio peso” vino a reconfortarme.

Y es que me imaginé a la tendera cayendo sobre su enorme culo cuando salía yo a la carrera luego de robar la libra de arroz que me mezquinó. La imagen me recompuso pero debo aclarar que soy incapaz de robar algo porque le tengo miedo a la policía. Eso ocurre desde que mi abuela me amenazaba con llamar al chapa de la esquina cada vez que ella creía que había portado mal. Y ahora cada vez que veo un policía me cruzo de vereda, como un delincuente.

Pero lo que importa aquí es que la comida de Samuel quedó incompleta sin una porción de arroz que acompañe a las ya asquerosas torrejas de atún cuya receta saqué de un recorte viejo de periódico.

Debo pensar en algo que ponga a la tendera en su lugar. Debo encontrar otra tienda en la que no haya el letrero maldito.

22 mayo, 2006


Capítulo 24

De tanto dar vueltas he llegado a la conclusión de que no debo seguir buscando trabajo sino que tengo que inventarme uno. Si pudiera, compraría una tienda de abastos o algo así, pero no tengo, como ya lo saben, dónde caerme muerto. Así que, en adelante, intentaré dirigir mis esfuerzos a la búsqueda del negocio que me deje salir de esta crisis. Y, por supuesto, recibo sugerencias, sobre todo de cómo encontrar los recursos para empezar. De cualquier modo les adelanto que no acepto entrar en aventuras del tipo cadenas multinivel pues alguna gente ya me ha hablado del asunto y, a parte que no tengo los mil dolaritos que demandan, me parece un estafa a gran escala en la que no quiero caer. Tampoco alquilo mi culo con ningún propósito.

Entonces, que mi doctorado en Ciencias Sociales se vaya pa’ el carajo. ¡Ahora seré comerciante! A los cuarenta años he decidido cambiar de profesión y no sé si hay mérito o idiotez en mi decisión. Espero comentarios, aunque también en este tema sigo siendo un iluso.

Claro que Macarena no sabe de mis planes. Espero comentárselos cuando al menos haya resuelto por dónde empezar. Sería la peor idea en meses decírselo pues anda de veme y no me toques. Supongo que es por el trabajo, que no le gusta.

Yo no era de los que soñaba despierto, pero ahora imagino que amaso fortunas con una pizzería donde la porción individual cueste un dólar, con vaso de gaseosa incluida. Y es que nunca antes me había figurado a mí mismo como un comerciante. Supongo que combatiría todo aquello que detesto de muchos de ellos: su mala voluntad y descortesía. Alguna vez fui a Colombia, y aunque lejos de ser colombianófilo, quedé sorprendido, bien sorprendido, del esmero con el que atienden a los clientes, aunque sea el chiribitil más inmundo. Ese sería sin duda mi mayor atributo como comerciante, mi gentileza. Aunque sin duda deben haber clientes comemierdas a los que da ganas de pagarles con la misma moneda, acaso con una patada en el culo.

En fin, creo que con este post se perfila mi nueva vida de comerciante, al menos en teoría, que para eso si soy experto.

18 mayo, 2006



Capítulo 23

¡No hay mal que por bien no venga! Fracesita ridícula que es la única que queda. La única que me sostiene. Aunque, “estoy al filo de la navaja” es al otra que se me acaba de ocurrir.

Resulta que la inquilina, virtual debería acotar, se ha retirado de su compromiso de alquilar el departamento y ahora demanda la devolución del dinero del depósito. Felizmente no hay papel firmado que pruebe que ella me entregó plata pero, y a pesar de eso, es un fardo más a la ya pesada carga en la que se han vuelto los días. Sí, sueno dramático, ya lo sé.

Pero, a ver, que tal si uno de ustedes cae en un pozo y que al final de un largo día clamando por auxilio pasa junto al pozo un tarado (literalmente.) El tarado carga una cuerda como única pertenencia. El tarado, sintiéndose muy feliz, lanza la cuerda al pozo pero sin antes atarla. La cuerda cae como serpiente muerta y el tipo sigue su camino. ¿Quién se siente tarado?

Bueno, seguro que esta fábula con cortes algo paulocoelhoescos (y algo cantinflescos), no les dice nada. Pero, qué puedo hacer si yo mismo me siento como un tarado.

No quiero rumiarle a esta nueva prueba que me impone la vida. Tal vez todo lo que ocurre es el precio que debo pagar por las malas acciones cometidas en vidas pasadas. Y justo, por ese asunto que dice que el destino está escrito, me tocó juntarme con la única persona de estas latitudes que también hizo cagadas en sus otras vidas. Seguro que Samuel nos dirime, al final de la corta historia de nuestras vidas. Y es por eso que nos mantenemos en pié. Aunque la gran puta del Helga intente ponerlos la sancadilla.

16 mayo, 2006

Capítulo 23

La situación apesta, definitivamente. Ese es el m otivo por el cual no hay post nuevo, desde hace rato. Pero ya vendrá el resumen de las nuevas pestilencias para que vean que no miento. Solo necestio un poco de tiempo para superar la crisis y volver a desahogarme por este medio cada vez más ingrato.

09 mayo, 2006


Capítulo 22

Si bien nuestras situación económica ha mejorado ostensiblemente con el alquiler del departamento y el salario de Macarena, no estamos del todo tranquilos. Esto se debe a que los nuevos ingresos nos alcanzarán para sobrevivir mas no para vivir como queremos hacerlo.

Si no existiera el referente de nuestra vida pasada, en la que todo parecía sonreírnos, talvez tomaríamos todo esto como una bendición y mi calidad de apestado tendría que revertirse y por tanto este blog desaparecer. Pero de lo que sí estoy seguro es que la mayor lección que esto me dejará es la del ahorro. Claro que ahora no tengo ninguna capacidad de hacerlo pero si alguna vez logramos retomar nuestro antiguo ritmo de vida, deberemos sacrificar algunos lujos, entre comillas, en beneficio, no nuestro, sino de Samuel.

Aunque consideramos a Samuel un niño alegre, no es justo que no pueda gozar de algunos privilegios que siempre soñamos para él. Y los privilegios a los que me refiero pueden sonar a caprichos, lo reconozco, pero son la imagen de mejores oportunidades incrustadas en la cabeza de un tipo de clase media que ha caído en desgracia.

Claro que el deseo de subirse a un carrusel puede parecer un simple capricho, pero, y conciente de que hacerlo o no, no lo hará más o menos feliz, en él es un deseo mil veces repetido y relegado por una situación económica que no tiene porqué entender. Y de hecho no lo entiende. Semana a semana me dice que quiere subirse al caballito de un carrusel y mil veces le miento que en Quito no hay carruseles. Por cierto, ¿hay algún carrusel en Quito?

08 mayo, 2006


Capítulo 21

El tipo que hace los arreglos en mi departamento es un lameculo. Supongo que es por su subordinación hacia mi suegro. Pero cobrará poco, que es lo que realmente importa. Hará el trabajo por 400 dólares pero eso incluirá el arreglo de los armarios de las dos habitaciones y de los muebles de la cocina, revisión de instalaciones eléctricas y arreglos menores que ya no recuerdo. Y lo que es más increíble, cobrará en dos partes.

Así que, en dos semanas, tendremos además de una nueva inquilina, doscientos dólares en nuestras escuálidas arcas familiares.

Lo difícil será administrarlos con cautela. Hay tantas necesidades represadas y tantas deudas que lo más correcto sería pensar que ese dinero simplemente no existe. Samuel necesita calcetines nuevos, a demás de zapatos, y esa es una necesidad impostergable. Calza 27.

05 mayo, 2006

Capítulo 20

Tengo una fortuna en mis manos. Trescientos dólares me dio Helga, mi nueva inquilina, para que inicie los trabajos de remodelación del departamento que le alquilo. Ni siquiera me pidió un recibo, tampoco me dijo que le entregue facturas por las obras, simplemente pagó un mes por adelantado como garantía, y en dos semanas entregará la primera mensualidad tras trasladarse al lugar, en el estado en el que se encuentre. Esas fueron sus palabras.

De inmediato me puse a buscar a obreros para que reconstruyan el baño. El primero al que llamé me dijo que me cobraría 350 dólares, sin incluir materiales. Si eso ya me pareció exorbitante, imagínense cuando el segundo, encontrado por medio de un anuncio en la prensa, me dijo que me saldría por 800 dólares. Me sentí engañado, furioso. Además, ante la evidencia de mi ignorancia con respecto a los costos, adicionalmente me sentí un tonto inútil, fácil de engañar.

Tras la desazón que estos sentimientos me dejaron en la tarde, Macarena, siempre tan eficaz, me dio resolviendo el asuntito en un santiamén. Por la noche llamó a su padre, el ingeniero, y en diez minutos se puso en contacto con la persona que hará el trabajo. Aún no sabemos cuánto nos cobrará pero ya que le debe favores al suegrito, suponemos que será algo justo. Aunque, uno nunca sabe cuál es el significado de justicia para nadie.

02 mayo, 2006



Capitulo 19

Si Helga tuviera unos 40 años menos, Macarena no hubiera tomado la noticia tan bien. Ni yo tampoco.

Bueno, en realidad aún no está aquí. En realidad no la vemos desde su primera visita. En realidad Macarena no la conoce, a no ser por mis descripciones. O sea: su presencia aún es virtual.

Pero de cualquier manera coincidimos, como no lo hacíamos hace mucho, en que ha caído del cielo. Y es que el alquiler que nos paga alcanzará para, por lo menos, pagar la escuela de Samuel y algún servicio. Sumado a esto el salario ridículo de Macarena, lograremos sobrevivir sin caridad, hasta que salgamos de las deudas.

Por lo pronto cogí un medio galón de pintura blanca que tenía guardado y me he puesto a dar una mano de gato a la cocina y a lijar los muebles. Aprendí, sin embargo que no puedo hacerlas dos cosas al mismo tiempo porque la viruta se pega en la pintura fresca y luego tengo que lijar la pared, y luego los muebles, y luego... no acabar nunca con esta historia. También abrí todas las puertas y ventanas con la intención de que corra aire y se disipe ese olor a rancio que adquieren todas las casas cerradas.

La lista de las tareas es grande y será costoso. Los primeros meses no sentiremos el alquiler en absoluto. Pero pienso que si yo hago arreglos simples, nos limitaremos a una o dos personas para que hagan el trabajo pesado, con lo que algo ahorraremos.

Samuel es el que más goza de los arreglos. Ahora quiere que pintemos nuevamente su cuarto, que lijemos el armario viejo y sobre todo quiere pasar subido en la escalera dando órdenes, emulándome.