26 febrero, 2009

Capítulo 112 (El Apestado)

Mis vecinos apestan. Hace rato que quiero darles su merecido, en este espacio, pues ya no soy de los que ponen caca en la manija de la puerta (eso lo hacia de adolescente).

Cuando regresé a vivir al barrio, uno de los más tradicionales de mi ciudad, tras muchos años de vivir fuera, llegué lleno de entusiasmo, con algunos recuerdos a cuestas, pero me di de cara con la realidad dos días después de mi llegada. Resulta que regresaba de la tienda, con una botella de cerveza en la mano, para compartirla con mi querida en la tranquilidad de nuestro patio trasero cuando una camioneta nueva se abalanzó contra mí, pitó con toda la presión del claxon en mis oídos y me llenó de furia.

- Qué carajo le pasa, le dije a la señorona extranjera que se hallaba al volante -Acaso se atrevería ha hacer tal cosa en su país, grité yo en un ataque de ira xenófobo.
- Pito para que me abran la puerta, me parece que dijo la señora con acento francés mientras señalaba el portón metálico de su garaje.
- Bájese y timbre la puerta, le dije mientras alejaba lleno de indignación y algo sordo.

La doña resultó ser la dueña del restaurante de la esquina, cuyo marido, desde aquel episodio se esfuerza por demostrarme su indiferencia y su desprecio. Demás está decir que jamás responde a mis saludo, a lo mucho esboza una mueca y mueve la cabeza como si tal gesto constituyera una cortesía que ni siquiera merezco.

Además, el tipo se cree el dueño de la calle y hace esfuerzos por posicionarse como el mejor vecino del barrio: saluda con todos, asiste a todas las reuniones de seguridad que dizque se organizan periódicamente, y a las que yo solo fui una vez, de casualidad; presta su restaurante para tales reuniones y grita a los cuatro vientos que es él quien ha impulsado el progreso del barrio.

Ya vuelvo sobre este apestoso tema más adelante, pero primero quiero recordar con nostalgia a mis antiguos vecinos, de esta misma calle, con quines no solo que saludaba yo, mis padres, mi hermano y mis abuelos sino con quienes siempre mantuvimos excelentes relaciones. Extraño a los Castro, con cuyos hijos jugaba en la calle, y a cuya prima vi los calzones, mientras subía a los árboles de una de las calles aledañas, impulsada por las manos de este su apestoso servidor. Extraño a los Shubert, judíos que fundaron el barrio junto a mis abuelos y que llenaban de dulces mis bolsillos y detenían su carro para dejarnos pasar. Extraño salir a la calle y encontrar caras amistosas, en un momento en el que solo encuentro hostilidad a mi lado, en una calle donde ninguno de mis vecinos responde a mi saludo.

Claro, y vuelvo sobre lo prometido, los planes de seguridad de los comerciantes y empresarios venidos de allende a establecerse e imponer sus criterios incluyen, exclusivamente, más represión. Oí, la primera y última vez que fui a una reunión de seguridad, de boca del dueño de un hostal, declarar sin empacho que en lo persona él, se armaría en contra de quienes considera sus enemigos, de su negocio, de su bolsillo. Es con esa misma idea, la de alejar a la “escoria” que invade el barrio que destruyeron el parque donde yo jugaba canicas. Dijeron que se había convertido en guarida de borrachos, drogados y ladrones. Les dieron a los policías el lugar más bucólico que se encuentre en el sector y con ello alejaron a los niños, a las familias, a los enamorados de fin de la tarde que alegraban, daban vida, daban seguridad a la cuadra donde ahora asaltan a la sombra de los árboles, con el aroma de las margaritas (¿tienen aroma las margaritas?), mientras un policía cojo mira televisión o lee alguna revista pornográfica en un puesto de auxilio que no sirve de nada.

Por lo expuesto, debo declarar que no me faltan las ganas de untar de caca la manija de la puerta de algunos vecinos, entre los que incluyo a la solterona que cuando me ve, se cambia de acera con tal de no saludar. Estoy seguro de que ella, y los otros, si me ven tendido en la acera, con un puñal en el corazón, se cambiarían de acera o me pasarían por encima, cuidando de no ensuciarse los pies con mi sangre.

09 febrero, 2009

Capítulo 111 (El Apestado)

The Jeffrey Group publicó un estudio sobre la blogósfera en América Latina, con conclusiones que quiero comentar. Primero, señalo que el estudio se centra en Argentina, México, Venezuela y Brasil, y se lo extiende al resto del Continente. Segundo, lo hago a sabiendas de que llevo casi tres años en esta pendejada, y que, de acuerdo con dichos gurús, mi espacio no es sino uno más de una estadística del 9% conformado por blogs dedicados a “otros” temas, entre los que también se incluyen los blogs de adultos. Claro que esto último lo deduzco ya que la palabra sexo, ¡uy que horror!, no aparece por ninguna parte en el estudio, aunque, como todos sabemos, es el tema más apestosamente recurrente en el Internet.

En el Resumen Ejecutivo de su estudio dicen: (ibid.)

“A pesar de las quejas por parte de los bloggers encuestados de los medios rara vez notan sus trabajos, el estudio de The Jeffrey Group de cientos de artículos que mostraron 11572 menciones de blogs y sus creadores en los medios dentro de un período de seis meses en los cuatro países estudiados”

No amigos, yo no he trascrito mal la cosa, son ellos, The Jeffrey Group, los que escriben así de claro.

Con un poco de esfuerzo podemos entender que los medios sí nos paran bola, aunque los bloggers sientan que no es así. Claro, no se dice, por ejemplo, que dichas referencias se limitan a una pastilla casi invisible el día domingo, en medio de la información dedicada a los jóvenes. Por el contrario, concluyen que los bloggers “forman (yo no puedo incluirme aquí) una nueva ola de líderes de opinión y personas con influencia que llega a un conjunto de consumidores jóvenes y acomodados y a una nueva generación esencial de líderes de opinión”

¡Vaya, vaya! ¡Miren nomás!

Pero hay algo contradictorio en todo esto, más adelante se revela que apenas el 9% de los blogs alguna vez atrae la atención de la prensa, y eso que se reconoce que los periodistas son los principales protagonistas del medio bloggero, con lo que, concluyo, yo, todo queda en familia.

Claro que todo esto nada tiene que ver con El Apestado, como ya lo dije. Espacios como el mío no son parte de la muestra, es más no tienen ningún tipo de interés si vemos que todo esto está destinado a “fomentar un intercambio creativo y dinámico de información para una discusión abierta entre su organización y todas las partes involucradas, creando una comunicación circular entre ellas.”

Entre otras cosas se refieren a oír las opiniones de los clientes o usuarios, por ejemplo, aunque en realidad no creo que mi opinión pese en lo más mínimo para la Municipalidad de mi ciudad que lo único que ha hecho es cobrarme puntualmente los impuestos prediales y luego dejar la calle donde vivo, y a sus habitantes, a merced de la delincuencia, del ruido, del desorden de los comerciantes improvisados.

En conclusión, no hay conclusión.