21 enero, 2009

Capítulo 110 (El Apestado)

Mi hijo odia jugar fútbol, tanto como yo. Saco a colación este apestoso tema pues pronto se iniciará el campeonato interno en su colegio y el pobre sufre como ninguno. Hasta sueña que le caen pelotazos en su camino por la vida.

A mi me pasaba lo mismo, pero mi padre veía en aquello un gesto de debilidad, me trataba de mujercita, de mariconcito y ponía siempre como ejemplo al pelotudo de mi hermano quien tenía como almohada un balón y como pantuflas, unos zapatos con pupos.

En una ocasión, mi profesor de educación física obligó a todos los niños de mi curso a que corriéramos alrededor del colegio, como calentamiento previo al partido diario de fútbol, a una hora muy temprana, cuando en Quito hacía un frío atroz y una pertinaz llovizna. Yo, que estaba algo enfermo, me negué a seguir sus instrucciones, y claro, el autoritario profesor empezó a denigrarme frente a los otros compañeros con epítetos como el de gallina, que claro, era coreado por algunos de los más malosos del curso. Arto, no encontré otra alternativa que darle una patada en la canilla y salir corriendo hasta mi casa, pues las puertas del colegio estaban abiertas para el ejercicio matinal.

Llegué a casa, y mi madre me abrió la puerta sorprendida. Cuando le conté lo ocurrido se puso a llorar como cada vez que enfrentaba algún problema. Creo yo que esto ocurría porque siempre se ha adelantado a las reacciones violentas de mi padre.

Efectivamente, a la hora del almuerzo, ardió Troya. Mi padre se puso furibundo, me dio una buena paliza y encontró en su malévola cabeza el castigo que merecía: al día siguiente fuimos juntos al colegio, yo en pantalones cortos, pese al frío. Fuimos en busca del profesor de educación física a quien tuve que pedirle perdón con lágrimas en los ojos y quien sonreía con placer al ver que mi padre me obligaba a correr dos veces alrededor del colegio, con todos sus alumnos como testigos. Luego, obligó a que me pusieran en la portería, la posición que más odiaba por la cantidad de balonazos que recibía, y que de hecho recibí con la complacencia de todos cuantos miraban el partido, mi padre incluido.

En estos días iré al colegio de mi hijo para hablar con el profesor de educación física, y con quien sea necesario, para que el niño no tenga que hacer algo que le hace sufrir tanto. No quiero que se quede fuera del equipo, ni que sea catalogado como el raro del curso, pero espero que encuentren otras habilidades, las de aguatero por ejemplo, hasta que con un poco más de entrenamiento aleje el sufrimiento que le causan tener que enfrentarse con sus compañeros, todos ellos más fornidos que él ya que, entre otras cosas es el menor y heredó, sin duda, mi contextura delgada.

Además, veo con espanto que las prácticas de la educación física no hayan cambiado desde hace cuarenta años, cuando, al igual que ahora, el fútbol era el único sinónimo de ejercicio válido A mi hijo le gusta correr, por ejemplo, pero nunca se ha oído de un campeonato de atletismo. Pero por encima de todo esto, iré a su colegio y hablaré con su profesor de educación física porque mi padre, a su tiempo, no hizo lo mismo por mí.

08 enero, 2009

Capítulo 109 (El Apestado)

Sí, estoy cansado de seguir apestándole a la vida. Sí, no he posteado nada sobre la Navidad y el año nuevo. No lo hice porque basta con releer lo que ocurrió hace dos, hace un año, para tener el relato. Esto es como las crónicas de las inundaciones que pronto invadirán las páginas de los diarios de mi casi imaginario país: todos los años es el mismo escenario de miseria, de abandono, de quejas sin soluciones.

Basta con mencionar la apestosa ensalada dulce, el vino rancio y la falta de dinero para comprar los walkie talkies que mi hijo Samuel quería.

Por todo esto, no hablaré ahora sobre mi apestosa vida, y el pestilente año nuevo que nos recibe llenos de frío y con una crisis financiera anunciada que causa miedo, mucho miedo entre todos nosotros.

Al respecto, sobre la crisis financiera, quiero decir un par de cosas: de tanto repetir que hay crisis, esta apestosa sensación de que nos toca a todos, se agrava. Si uno repite y repite que está feo frente al espejo, termina por convertirse en un monstruo.

Además, Ecuador, creo yo, siempre ha sacado ventaja de las crisis mundiales. Ahora mismo, con esa apestosa, pestilente guerra de los israelitas contra palestinos, el precio del petróleo ha aumentado. El invierno en el hemisferio norte, se anuncia cruento, y eso demanda más petróleo para calentar las casas de gringos y europeos, lo que hará que aumente la demanda, otra vez, del petróleo, que es con lo que se sostiene la economía de mi país.

Dicho de forma pestilente, para que la crisis no nos toque, dejemos de hablar de ella y que allende, se congelen y que se sigan matando.

Ahora los temas locales. Pronto se elegirán alcaldes en todas las ciudades de mi país. En Quito, se construye un nuevo aeropuerto. Su construcción ha traído muchos cuestionamientos, el principal era que los impuestos de salida, por encima de los 40 dólares servían para pagar una obra que se supone, iba a ser financiad con dinero privado, enteramente. Pero no, ahora resulta que los viajeros, aunque yo no claro, han contribuido con más de 140 millones de dólares para la construcción de una obra de alto vuelo. Mi conclusión: Paquito, nuestro alcalde, como se dice por aquí, ha sido un avión, por eso necesita un nuevo aeropuerto, con sobreprecio.

El alcalde de Guayaquil también es un angelito. Para su reelección presenta un plan de vivienda en terrenos urbanizados. Su principal contrincante es la actual ministra de vivienda que ha realizado el programa de vivienda popular de mayor impacto en los últimos 20 años. Suspicacias a la orden.

Y si quieren más análisis de coyuntura, pues vayan a buscarlos en los blogs especializados, entre comillas, a los que se refirieron hace poco los analistas Orlando Pérez y César Ricaurte, quienes claro, no mencionaron al más apestoso de todos.