18 diciembre, 2008

Capítulo 108 (El Apestado)

La torta de Navidad llegó por adelantado. No crean, no, que el pedazo era dulce; no, fue amargo, y vino bajo la forma de unas palabras mal puestas, dirigidas hacia mi, con el afán de mortificarme.

Mi evangelista hermano, que aparece por mi vida sin la frecuencia de los predicadores de domingo, que me despiertan casi todos los fines de semana a ofrecer su palabra, llegó con libros para Samuel, libros cargados de mensajes religiosos, libros que no está mal que lea mi hijo, libros que todos aceptamos como un gesto de acercamiento.

Nos sentamos a la mesa, en torno a unas tasas de té, porque era muy temprano para tomarme la primera cerveza. Charlamos mientras su mujer permanecía callada, las manos cruzadas en su regazo, y mientras sus hijos, endomingados, reproducían los gestos de sus padres ajenos a la idea de ir a jugar con Samuel quien, como ya los conoce, se fue por ahí a divertirse con más algarabía que de costumbre, y quien, de vez en cuando, decía mierda, mierda, para escandalizar a los visitantes, bajo cualquier pretexto.

Así, durante los 27 minutos que duró la visita, intercambiamos noticias de lo más banales, de cómo iban los niños en la escuela, del clima, del clima, otra vez del clima y finalmente algo sobre el trabajo. Y fue ahí que salió con la plasta, a la que más arriba llamo torta, a la torta que no es más que una plasta, o como les venga mejor:

- Ya sabes, sigo de recepcionista, pero todo está bien.
- ¿Bien? Después de todo lo que invertiste, del espacio que ganaste con tus investigaciones… No. Rezamos por ti todos los días hermano y, sinceramente, espero que Dios te ilumine y te permita salir adelante.
- No han servido de mucho tus rezos, pues sigo igual de jodido que hace dos años, cuando me dijiste exactamente las mismas pendejadas.
- Bueno, nos vamos….


Y es así que me dejó más apestado que antes. Encima, era domingo.

08 diciembre, 2008

Capítulo 107 (El Apestado)

Escribir para seguir quejándome de mi infortunio, es una cosa que cada vez me apesta más. Apesta que busque, entre los anónimos lectores, eco, mas no consejo. Pero ante todo apesta esta apestosa vida que me sigue azotando con sus inadvertidos golpes, uno de los cuales, como ya comenté antes, me sumó en una depresión sin precedentes: me refiero al plan frustrado de hacer de la vieja casa de mi abuela un hostal.

Pero es no es todo. Como al inicio de este blog, una sucesión incongruente de eventos suscita ya no mi desesperación pero si mi asombro. Sé lo que muchos dirán, que nada es gratuito en esta vida y que tenemos la vida que nos hemos buscado, pero eso no es, en ningún caso, consuelo para mí.

Samuel cayó enfermo por casi una semana. Mi reloj dejó de funcionar. El teléfono celular, que me sirve para guardar unos pocos números de teléfono, se perdió. Las últimas lluvias han dañado un canal de agua que queda exactamente sobre la puerta de entrada principal de mi casa. Y, como si fuera poco, un dolor de espalda atroz me recuerda a cada instante que debo relajarme, recuerdo que me pone cada vez más tenso e insoportable. ¿Macarena? Pues por ahora ella tiene una cara que es peor que un golpe en mi espada adolorida. Entiendo que es por todo lo que nos ha sucedido pero, claro, eso tampo ayuda.

Sí, he vuelto para quejarme, aunque la queja apeste.