31 marzo, 2008

Capítulo 94 (El Apestado)

Hemos batallado desde inicios de este año para lograr nuestro objetivo, y hoy estamos apunto de cumplirlo. En los próximos días llegarán nuestros primeros huéspedes, una chica holandesa y otra alemana que vienen a Quito para aprender español.

Seremos su familia anfitriona, a través nuestro verán al país, a la ciudad, aprenderán de nuestras costumbres, buenas y malas, y oirán todos los dejos de esta variedad del español quiteño, quiteñazo, como recalca Macarena refiriéndose a mi forma de hablar.

Samuel todavía no entiende bien de qué se trata todo esto. No entiende que personas extrañas vengan a nuestra casa, que deba cambiar de habitación para recibir en la suya a alguien que no conocemos, que ese alguien no hable español, que nos lleve tanto tiempo preparar su llegada, el menú de bienvenida, que cambia cada día, los horarios para la limpieza de la casa, los planes de compra para que nada falte, las interrogantes sobre cuándo y cómo recibiremos nuestro primer pago que es casi lo que Macarena y yo recibimos juntos durante todo un mes.

Ni Macarena ni yo estamos dispuestos a dejar nuestro empleo, por más que estos nos pesen; así, hemos tenido que recurrir a una tercera persona, a una empleada, para que haga a las tareas de la casa, deje lista la cena, limpie las habitaciones, arregle los trastos del desayuno y tantas otras cosas más…

Pero, al igual que a mi hijo de cinco años me inquieta la presencia de personas extrañas en mi casa. Ya no podré pasearme en calzoncillos, ni aparecer con mi melena a cuestas bajo el riesgo de espantar a mis nuevas huéspedes. Macarena por su lado ha manifestado, entre bromas, su temor de que me lance sobre las jóvenes huéspedes que ambos imaginamos con ancas de yegua, cabellos blondos, piel de nínfulas, desinhibidas y alegres…. Claro, si la escuela que las ubica en mi casa accediera a esta última idea, cancelaría el contrato que tiene con nosotros….

10 marzo, 2008

Capítulo 93 (El Apestado)

LA verdad es que nada pasa, las obras de mi departamento, aquel que queda tras la casa vieja de mi abuela, están casi detenidas por falta de dinero, un dinero que no es nuestro, que nos prestan, que demora porque mi urgencia no es urgente -para mi cuñada prestamista.

Así, frente a la imperiosa necesidad de que las cosas se muevan con un ritmo levemente más acelerado de lo que normalmente lo hacen, pasa lo que siempre ocurre cuando uno tienen apuro, los segundos se mueven como minutos, los cuartos de hora, como una hora entera.

Y claro, ni Macarena, ni Samuel, ni yo mismo antes de escribir esta nueva confesión, sabemos qué nos pasa y nuestra irritabilidad sale a flote con el volar de una mosca.

El clima, además, no favorece a que los ánimos se eleven. Yo no sé si es que los científicos asocian el estado de ánimo al clima, pero lo cierto es que con estos fríos siberianos sobre nuestras cabezas, se han congelado las ideas, la voluntad, somos unos seres sin gracia, como una nube gris cargada de agua. Es así que nuestras poquísimas reflexiones diarias giran entorno a este mismo apestoso tema: el frío.

Y es que el ala de la casa que destinaremos al hospedaje de turistas y extranjeros, es sumamente fría. Ya, existe una chimenea, pero esta dota de calor a una pequeña parte de la casa, además, el presupuesto de leña que necesitaríamos para tenerla encendida, al menos en las noches, es altísimo: una camioneta pequeña de leña cuesta 80 dólares en el barrio.

Este frío es una cuestión estructural para nosotros, y sus sistemas de significación comprenden clavos viejos, tumbados hechos de bahareque, rendijas que dejan ver un amplio y gélido paisaje.

Y, claro, como no tengo para cambiar el tumbado, ni rehacer las ventanas, sigo, entre las cobijas, imaginando que el calentamiento global es una expresión macabra.