29 junio, 2006

Capítulo 37

Samuel salió de vacaciones. Lo ideal sería ponerlo en un curso vacacional pero esperamos ahorrarnos el dinero para cubrir los gastos del nuevo colegio, en septiembre. Así que seré yo quien deba vigilarlo a lo largo de estos meses. Si bien la pasamos de maravilla, muchas horas, y sobre todo muchos días juntos no nos harán bien a ninguno de los dos. Samuel, a sus cuatro años necesita niños de su edad con quien divertirse. Yo, a mis cuarenta, espacio para seguir buscando empleo y para poder escribir estas pestilentes memorias.

Pero las cosas están dadas. Ya he repasado en mi cabeza los pasatiempos que tendremos juntos, los paseos y las escapadas a la tienda en busca de las papas fritas que disfrutamos por igual. Y también la siesta de la tarde que nos recompone y nos da nuevos bríos para resolver los enigmas de quién sabe qué nuevos juegos y aventuras.

Pocos padres podrán preciarse como yo de entregar tanto tiempo a su hijo, y si bien la vida no gira en torno al Samuel, sé que el tiempo que a veces reclamo para mí, y que lo entrego todo a él, me será retribuido, espero, en la forma de un ser íntegro y ante todo libre. ¡Pero a veces me hincha las pelotas!

27 junio, 2006

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Capítulo 36

La supuesta y no consentida infidelidad de Macarena, mi mujer, expuesta ya en este blog, se reveló inexiste, en la noche de ayer. Las pruebas, señores, están a la vista, por lo que, no recurriré a una 38:

Esto pasó cerca de as 21h30, cuando Macarena llegó de su trabajo y luego de que Samuel se durmiera en nuestra cama viendo Tierra de Osos.

Yo: ¿Y el negrero? (En referencia a su jefe)
Macarena: Ahí... (con desgano)
Yo: ¿Cómo ahí, sigue jodido? (nótese que no pregunto si la sigue jodiendo, por si la lectura es otra)
Macarena: Como siempre (con el mismo desgano)
Yo: (silencio, sin saber cómo sacar más palabras a la mesurada Macarena
Macarena: Y tú, ¿qué tal tu día?
Yo: Bueno, Samuel se ha portado de maravilla. Jugamos al Hombre Araña toda la tarde... Mañana se va conmigo a dejar unas carpetas. Dice que las lleva en su mochila... Por cierto, hay que comprarle otra mochila...
Macarena: A mí no me para bola, está resentido porque llego tarde
Yo: Ya se le pasará... y a ti también
Macarena: El sábado nos desquitamos
(Largo silencio)

Encendí un fullcito, cerré las puertas y apagué las luces mientras Macarena ponía a Samuel en su cama. Después cumplimos con la rutina nocturna, previo el ingreso al sobre.

Yo: ¿Qué más? (Ya en la cama, luego de la primera frotadita y de las manos enlazadas bajo las sábanas).
Macarena: Nada
Yo: Y el jefe, ¿por qué no quieres hablar de él?
Macarena: Porque estoy hasta la patas del trabajo
Yo: No será que anda atrás de tus patas (sé que puede sonar soez pero Macarena está acostumbrada a que trate los temas más trascendentales con aparente sorna)
Macarena: Tst (ruido conversacional que para el caso significa: ¡no jodas!)
Yo: No, de verdad, ando como mosqueado ante la idea de que el tipo te lance los perros y que no me lo digas
Macarena: Qué va. ¿En qué andas pensado? Ya te veo haciéndote historias. ¡No serás pendejo no!
Yo: (con una sonrisota) Es que... si yo fuera tu jefe ya te hubiera saltado encima.
Macarena: ¡No jodas! (risas)
Yo: Bueno

El frío bajo las sábanas nos tenía muy juntos; pronto las manos se calentaron y tocaron otras cosas que las manos, y frotaron, y...

Entonces, nada, sus morbosas ideas, lectores, y mis pestilentes temores, no fueron más que eso: ideas morbosas y temores pestilentes. Macarena y yo nos amamos, como en los cuentos de hadas. ¡Jódanse los mal pensados!

26 junio, 2006


Capítulo 35

Mi mente está vacía, no así mi pestilente cabeza. Y aunque esta afirmación merece una explicación, no sé como darla. Bueno, en el intento, deshuesaré las palabras, que de eso, de huesos, están hechas.

Mi mente es ese espacio donde se generan las ideas, las buenas y las malas. (La lengua o los dedos son los que me dejan expresarlas luego) Mi cabeza es el receptáculo donde se acumula la basura que mi mente debe procesar y que a veces ella misma desecha.

Por ejemplo, en mi cabeza se encuentra dando vueltas la perversión aquella de la supuesta infidelidad de Macarena con su jefe, pero mi mente no sabe cómo resolverla. Y es ahí donde irrumpe esa forma indefinida que hemos acordado llamar corazón, ese intermedio entre la cabeza y la mente, ese no man’s land de nombre ridículo.

Y todo esto para decirles que no sé que diablos postear a pesar de que los temas dentro de mi cabeza darían para rescribir, con sus distancias claro, lo que Ciorán hizo con toda su cabeza y mente, y con tan poco corazón.

21 junio, 2006


Capítulo 34

Alguien sugiere con encono que Macarena, mi esposa, hace algo más que trabajar con su jefe. La verdad es que mi apestosa cabeza ya lo imaginó antes. Y si ya resulta difícil aceptar ese pensamiento, cómo no me resultará insoportable la posibilidad de que ella me traicione. Y claro, prefiero, por mi debilidad, hacerme el loco hasta convencerme de que aquello nunca sucederá.

Lo más fácil sería peguntarle pero temo que saldría mal parado, al punto de terminar siendo yo el traidor.

Ante la duda he recurrido a los sentidos, y claramente al olfato. Sí, tras su llegada del trabajo, con miedo y deseos incontrolables, he hundido mis narices en el sexo de Macarena, aterrado ante la posibilidad de distinguir olores ajenos pero siempre me he encontrado con sus aromas más fieles.
Si esa no constituye prueba de su lealtad, no sé como encontrar otra.

19 junio, 2006


Capítulo 33

Desde que le conté que esa ex, la tal Susana me llamó, Macarena está rara. Bueno, es un eufemismo tratarla de rara, en realidad apesta, como yo, su servidor (el de ella, no el de ustedes.)

Pero para ser enteramente justo, debo atribuir su estado de ánimo a otras cosas que mi mezquindad me impide ver. Claro, yo, mi yo, es siempre la razón por la cual las evidencias aparecen borrosas.

Sé que la principal causa de su malgenio es ese puto trabajo que la tiene encabronada como a toro ante el piquete. El horario la mata, el jefe es un pobre desgraciado que, sin dejar de ver sus bellas piernas, la trata como a vaca de camal. Siempre cambia, el jefe, de idea. Un día dice que su trabajo está bien, otro se queja porque la agenda está demasiado apretada y siempre, pero siempre quiere verla en su puesto así él termine pasadas las 22h00.

Y claro, cuando llega a casa Samuel duerme, y yo, cansado de jugar a los Power Rangers o al Hombre Araña tengo la cara del marido sufridor que ha dejado su vida profesional e intelectual por criar a conciencia al hijito de su madre, que a veces es el Samuel.

Y mientras su jefe se impone hasta en nuestras conversaciones, claro, de polvos, ni hablar. Y eso, estoy seguro, es lo que nos tiene mal, ese círculo vicioso que nos cansa al punto de no tener ánimos ni tiempo de echar un polvo, y que por no echar el dichoso polvo estamos siempre tensos, dispuestos a sacar las uñas ante cualquier malentendido, a interpretar las palabras del otro con suspicacia, para acrecentar el disgusto en el que se convierten, a veces, no siempre, la cotidianidad de nuestros días.

Busco, entonces, la manera de revertir esta situación pero siempre, y aunque nunca lo he visto, la cara del jefe aparece ante mis ojos, aún cuando tengo mi narices hundidas en el perfumado cuello de Macarena.

14 junio, 2006


Capítulo 32

Supongo que debo ser serio, así apeste. Lo digo por varias razones, todas las cuales tienen que ver con este medio: los blogs. Y antes de que alguien lo diga, lo diré yo mismo, tengo algo de sufridor pegado a mi pestilente piel de apestado.

Pero bueno, vuelvo, con seriedad a la seriedad. Concluyo que para ser uno de ellos, de los serios, debo citar, talvez a Houellebecq, por estar de moda, porque de lo contrario, nadie me lee, y nadie me comenta.

Pero no, pensándolo bien, mi seriedad irá más allá de las citas, que no hacen sino demostrar que soy una persona culta, más no de culto.

Confieso que he comentado con irreverencia algunos posts ajenos, para ver si la pica los conduce hasta este espacio, y no lo he logrado. A otros, en cambio, los he alabado, porque se lo merecen. Más allá he aportado con información adicional. En fin, he hecho de todo para conquistar lectores pero he llegado a la triste conclusión de que El Apestado está signado con la marca que lo define.

Lo único que no he intentado, hasta el momento, es escribir un poema. Pero tampoco lo haré porque esa vaina no es lo mío. Prefiero seguir cansándolos con estas divagaciones poco serias porque de seriedad está llena la vida. Y si no lo he dicho antes, pues lo digo ahora: ¡que se jodan los serios! ¡En serio!

12 junio, 2006


Capítulo 31

Si he dicho en otras ocasiones que Quito apesta, debo rectificar: Quito apesta cuando hace frío.

Cuando hace sol, en cambio, Quito brilla. Y lo hace aún más cuando, como el domingo pasado, los quiteños se encierran en sus casas a ver no sé qué partido de fútbol. Y, todavía más aún cuando las calles del Centro histórico se vuelven peatonales y nos dejan a Macarena, Samuel y a mí, recorrerlas sin contratiempos. Y brilla todavía más cuando por esas calles podemos llegar al mejor escenario posible, la Plaza de San Francisco, donde, de forma mágica, nos esperaba el mejor concierto que hubiéramos jamás imaginado.

Papá Roncón, el negro más sabroso de estas tierras, olvidado en estos meses tras los zapatos de sus hermanos del Valle del Chota, jugó con sus adivinanzas y música hasta hacernos vibrar de alegría.

Y eso otro negro, el bajista y camerunés Richard Bona que con su camisa naranja fosforescente y acordes similares a los Jaco Pastorius, deleitó con su música universal a muchos extranjeros y pocos, muy pocos quiteños. Gracias entonces capitalinos por dejarnos en paz disfrutar del sol, la música y las calles silenciosas y sin smog. Si es así, ruego porque el mundial dure una eternidad.

09 junio, 2006


Capítulo 30

Este post debería llamarse la maleta de la abuela. Pues sí, como prometido he abierto la maleta de cuero que encontré en la bodega de la abuela y que debió estar al menos 50 años guardada, si tomo como referencia la revista Caricatura de marzo de 1950 que encontré en ella, entre otras cosas que en adelante enumeraré.

Pero primero quiero apropiarme de la Dedicatoria de la revista quiteña ya desaparecida:

“A todos los que, sin la suerte de haber nacido con cuatro dedos de frente, tienen una exquisita sensibilidad para las emociones estéticas y un cerebro pensante, dedicamos estas páginas ya crueles, ya sonrientes y compasivas, pero muy humanas, para disipar el aburrimiento de nuestras vidas cotidianas.

“Para todos los que pudierais llamaros nuestros hermanos va nuestro saludo intelectual”

LA REDACCIÓN

Y si sueno pretencioso, qué me importa.

Lista de cosas encontradas:

Una muñeca rota de unos cincuenta centímetros
Cinco tasas de porcelana china, una de las cuales no tiene asa
La foto de una mujer en blanco y negro
Una virgen de la Escuela quiteña que debe tener mucho valor y que talvez saque de apuros a mi madre
Varios libros escolares muy nacionalistas, muy errados y muy inútiles
Mucho polvo que me ha hecho estornudar y que me tiene con el moco colgado

Ya, eso es todo.

06 junio, 2006



Capítulo 29

Finalmente decidí entrar a la bodega del jardín, en la casa de la abuela, donde ahora vivo. Largamente he postergado esta inspección porque el lugar es un depósito de basuras varias, algunas de la cuales, supongo, llevan ahí más de 70 años.

Los tesoros que esperaba encontrar se redujeron a un jarrón para flores, una lámpara kish de flores rojas, un carro de bomberos de latón y una serie de papeles, uno de los cuales me dispongo a compartir con ustedes. Pero antes de hacerlo, supongo que debo contextualizar (¡vaya palabreja!): Mi abuela era profesora de etiqueta y buenas costumbres en un colegio público de Quito.

Va el texto, literalmente, del cuaderno de una tal Elvia Ortiz, alumna de la abuela. (Los paréntesis son míos)

“La benebolencia, el decoro, la dignidad personal y nuestra propia conciencia nos obliga a guardar, seriamente las leyes del aseo en todos aquellos actos que en alguna manera están o pueden estar con relación a los demás, jamás nos hacerquemos tanto a la persona con quien hablamos que llegue apercibir nuestro aliento”.

“Cuándo estando solas nos ocurra toser, o estornudar ballamonos hacia un lado y apliquemos el pañuelo a la boca a fin de impedir que se impregne de nuestro aliento el aire que aspiran las personas que nos rodean.

“Ebitemos en cuánto nos sea posible el sonarnos cuando estamos en sociedad. Cuando esto nos sea absolutamente impresindible procuremos que la delicadeza, nuestro movimientos debiliten un tanto en los demás la sensación, desagradable que naturalmente han de experimentar.

“Debemos pues abstenernos de toda acción directa o indirecta (que) sea contraria a la limpieza y que en las personas en sus vestidos y habitación handejuadas (¿adecuadas?) aquellos conque lo tratamos hací como también de todo lo que puede producir la sensación del aseo que haya tocado nuestros labios. No brindemos a nadie comida o bebida alguna que haya tocado nuestros labios, ni platos u objetos de esta especie”.

(Fin del texto.)

Podría hacer muchos comentarios pero haré uno solo, o más bien, propondré un ejercicio, el de extrapolar este texto, mal escrito y todo, al ámbito de este espacio: El Apestado.

Yo hice el ejercicio y de éste surge la pregunta: ¿Qué tal si me pongo el pañuelo en la boca antes de escupir mis pestilencias en la cara de los otros?

“Ni cagando, pero ni cagando haría eso”, fue lo primero que me dije. Sin embargo, para guardar la etiqueta, lo que tanto hubiera complacido a mi abuela, haré una promesa por la ocasión: siempre intentaré tapar mi boca antes de un estornudo, de manera que mi apestoso aliento nos les llegue con toda su fetidez...

En el próximo post abriré para ustedes una de las maletas que encontré en la bodega de la abuela. Ya veremos si algo sirve.

01 junio, 2006

Capítulo 28

Me llamó una ex. Y no pude dejar de comentárselo a Macarena. Siempre es así, cada vez que me propongo guardar un secreto, lo primero que hago es ceder, hasta que termino contándosela a medio mundo, y mi medio mundo es Macarena, ni qué decirlo.

Cuando yo regresé de Europa, al terminar mis estudios, me paseaba por las calles de Quito como un elegido. Y no porque lo fuera, sino porque las peladas que entonces me conocieron me atribuían facultades celestiales. Y no me refiero a Macarena. Ella, contrario a lo que me pasó con muchas otras, la mayoría de las cuales se convirtieron en aventuras pasajeras, me mataba con la indiferencia. O, más bien dicho, no me paraba bola. Eso es lo que me picó. Y, como ya saben, el que se pica pierde.

Pero bueno, hace poco, cuando salía del Supermercado y mientras Macarena hacía una gestión bancaria, me topé de frente con Susana, la aventura más tórrida de aquella época.

Me avergüenzo al contarlo pero la señora, sí, la señora estaba casada con alguien que pudo ser algún día un buen amigo mío. Y además tenía un hijo de unos tres años. Resulta que durante las noches de farra quiteña, allá por el Seseribó, encontré a esta figura enfrentando la borrachera de su pareja, que, como casi todo borracho, estaba impertinente y agresivo. Alejé a la joven esposa de las garras del marido e intencionalmente la hice caer en las mías. Claro que ella no puso mayor resistencia pues al cabo de una semana recibí la llamada que me atraería hacia ella, la pobre incomprendida que encontró quien la comprenda.

Y así, hasta que el marido se enteró de nuestros encuentros. Él pensó que eran fortuitos y no lo tórridos que llegaron a ser. En una ocasión, en el baño de hombres de la Salasoteca nos pegamos un polvo expres mientras un montón de amigos comunes esperaban entrar al cubículo para echar unos pases. Mientras tanto su marido se baldeaba los tequilas en una mesa cercana.

Y bueno, el marido terminó por enterarse por la sapada de una tipa que nos vio salir juntos del Hotel 6 de Diciembre. Claro, casi hay muertos. Yo definía al asunto como un vacile más, entre otros que tenía al mismo tiempo. Así que la separación de la pareja se dio y yo, aprovechando circunstancias laborales me alejé de ahí hasta que en el caminó volví a encontrar a la indiferente Macarena a quien, con fines de acercamiento, le conté lo que me había pasado.

Y ahora que he vuelto a contarle de este encuentro, y sobre todo de la llamada, se ha puesto encabronada como pocas veces la he visto. Dijo que si veía a la tal Susana le daría un puñetazo.