29 agosto, 2006

Capítulo 46

Ya ni sé por qué capítulo voy, y es que el tiempo, aunque raudo en mi vida personal, parece haberse detenido en esta virtualidad del blog. No hay mucho que contar cuando la rutina se impone. Lo difícil de estos días es que tengo que compartir mi tiempo entre el trabajo y un tiempo completo con mi hijo, que tiene una semana más de vacaciones antes de entrar a la escuela, entonces, las cosas volverán a su ritmo habitual y, en consecuencia, como diría mi lejano padre, los post aumentarán... Claro, necesito unas vacaciones pero las necesito desde hace tanto tiempo que ya ni siquiera me intereso por soñar en ellas. Macarena tampoco se atreve a tocar el tema aunque broncee sus piernas a la primera oportunidad, con el deseo secreto de que la falda pueda subir más allá de los muslos y de que su color alcance esos tonos que tanto deseo provocan en mí, y en más de un mirón hijueputa.

09 agosto, 2006


Capítulo 46

El calvario de de convivir con una familia que representa todo lo opuesto a la definición que tengo de familia es una cruz que no deseo que nadie tenga que cargar, a no ser mi propia familia política.

El tal Bob, mi concuñado gringo, amigo de Schwarzenegger, actúa como un magnate al que hay que rendirle pleitesía por su origen y la forma en como se relaciona con su entorno. Me explico: todo para él gira en torno al culto de su panzona y calva personalidad y a los dólares que carga en su bolsillo. Él supone que debo convertirme en alfombra cada vez que da un paso. Él supone que sus hijos deben permanecer callados cuando los adultos hablan. Y él supone que mi hijo debe comportarse como los suyos. Y es ahí donde me tocan la tecla y me levanto raudo de la mesa del restaurante clase media al que nos convidó a almorzar.

Claro que yo tenía el ojo puesto en el tal Bob para encontrar el momento preciso para desafiarlo. Y así llegó el gesto desaprobador ante la algarabía de mi hijo Samuel al ver su helado de fresa frente a él. Entonces, con la cola del camarón del ceviche queriendo salirse de mi boca, rabiosa entonces, me levanté de la mesa dejando caer tras de mi la silla con gran escándalo, agarré a Samuel de los sobacos y lo llevé al jardín donde nos esperaba el columpio, cuyo vaivén alejó para él las malas energías que expelía el cabrón del gringo Bob. Diez minutos más tarde Macarena arrastraba sus pies en dirección mía y contrario a lo que mi apestada cabeza esperaba, se solidarizó conmigo con lágrimas en los ojos.

El camino de regreso a casa fue fúnebre pero a medida que pasaba el tiempo mis pulmones se llenaron de un aire liberador ante la evidente distancia que desde entonces se crearía entre Bob y mi familia. Pero queda el sabor amargo de saber que gracias a su dinero mi hijo está en un curso vacacional.

02 agosto, 2006

Capítulo 45

Ya no me quejaré de mi trabajo, aunque me resulte difícil no hacerlo. Macarena parece harta de mis quejas que se han vuelto una constante, por eso haré mis mejores esfuerzos.

Para lograrlo no hablaré en este post sobre mi trabajo. En cambio, tengo pólvora para otras cosas. Por ejemplo, la llegada, el día de ayer, de la hermana de Macarena, quien vive en Miami, madre sacrificada y esposa fiel de un gringo hijueputa, y no es que crea que todos los gringos lo sean, pese a que soporto diariamente en el hostal a unos cuantos de ellos, sino que éste Bob en verdad es el prototipo del gringo hijueputa.

Por ejemplo, sus hijos hablan un pésimo español a pesar de que viven en Florida y con una madre hispana. Yo entiendo que tal aberración va por el lado del ultraconservadurismo de su padre que ve en los emigrantes, y eso incluye a su propia esposa, y lo digo por la forma en que la trata, como una lacra molestosa que solo sirve para hacerlos más ricos.

El tipo trabaja en la industria de la construcción y se jacta de ser amigo de Scharzenegger solo porque tiene una foto junto a él, una foto que lleva en su maleta con más cuidado del que trata a sus dos insoportables hijos. El primero tiene ocho años y el segundo seis. Ambos traen consigo un arsenal impresionante de juegos electrónicos que han dejado atónito al pobre Samuel. Y a mi también. Ambos nos observan como si fuéramos los enemigos que combaten en sus juegos y Samuel sigue atónito ante tal actitud pues esperaba a sus primos como quien espera la Navidad.

Por otro lado, corre el rumor de que el tal Bob se ofrecerá a llevarme con él para que trabaje en su empresa. Dejar a mi familia sola aquí no es materia siquiera de discusión. Vivir como apestado a merced de mi concuñado, y además lejos de mi familia, acabaría conmigo, o lo con lo que resta de mi.