25 abril, 2006


Capitulo 18

Helga vino a tocar a mi puerta tras 16 años de haber dejado el Ecuador. Durante un corto período había alquilado a mi abuela el mismo departamento que ahora yo le alquilo.

Con ayuda de mis padres, hace más de veinte años, la abuela acondicionó un departamento pequeño que lo alquilaba para redondear su presupuesto de jubilada del Magisterio Nacional. El barrio atraía con frecuencia a extranjeros por lo que en casa de mis padres nadie recuerda en particular a Helga.

Mi padre me ha contado mil veces la historia del gringo Bob. Su nombre completo era Robert Leroy, exactamente como el verdadero nombre de Butch Cassidy. El tipo trabajaba para una de las empresas que construyó el Aeropuerto Internacional de Quito y decidió hospedarse en una casa de familia. Con todos hacía buenas migas, en especial con mi padre, entonces, de unos nueve años. Una vez llegó el gringo al volante de un Jeep Willys y sacó a mi padre de paseo por las empedradas calles del actual Quito Moderno. Todavía le brillan los ojos cuando cuenta la anécdota.

¡Ojalá viniera Helga en Jeep a proponerme un paseo!

24 abril, 2006


Capítulo 17

Las cosas que digo aquí apestan. Ya lo sé, no necesitan repetírmelo a cada rato. Y, no quiero, a causa de este tipo de comentarios, maquillar o perfumar mis palabras. El Apestado nació de un estado pestilente pero late, desde su nacimiento, la certeza (no la esperanza) de que las cosas se revertirán. Y no lo harán por acciones del Espíritu Santo sino porque la física lo dice: las cosas que caen tienden siempre a subir, aunque sea por rebote. Y no diré nunca, pero nunca, “Sí se puede”, porque esta afirmación encierra, quiéranlo o no, un “no se pudo”, un, “no se puede”, una derrota que nos condena.

Yo soy el primero en cansarse de que nada ocurra, ni siquiera en este medio. Me canso de que los comentarios sean tan banales y escasos. Pero no me rindo, no. Así que, a aquellos a quienes apesta este blog les digo sin miramientos que vayan a buscar perfumes en otras latitudes, que sus lecturas, allende, les llenen de algarabía.

Si ahuyento lectores pues me atengo a las consecuencias. Además, no busco, como ya lo dije en un post anterior, ningún tipo de reconocimiento, (aunque de tanto repetir esto talvez me esté contradiciendo.) Lo que en realidad pretendo es dejar una huella de lo que sucede entre nosotros, de lo que le puede ocurrir a cualquiera, a la vuelta de la esquina.

Pero ya que quieren leer algo nuevo, debo contarles que algo extraño ocurrió en días pasados. Mientras limpiaba la casa, en la mañana, sonó el timbre. Cuando fui a ver quién había tocado esperaba encontrar tras la puerta a algún vendedor, o un sobre bajo la puerta. Pero mi sorpresa fue grande cuando vi a una enorme mujer, de unos sesenta años, con claro aspecto extranjero, que me preguntaba si era yo el dueño de la casa. Tras responderle afirmativamente, me preguntó por el departamento que está en la parte de atrás. Le dije que el departamento seguía ahí pero que estaba parcialmente destruido. Luego, y no sé en que momento, caminaba, casi de la mano de este enorme ser, hacia el interior de la casa para enseñarle el lamentable estado en el que estaba el lugar.

Hacía unos siete años, cuando mi situación y la de mis padres era buena, y cuando mi abuela materna aún vivía, se decidió arrendar el lugar a una fundación dizque ecológica para que instale ahí sus oficinas. Si bien las cosas funcionaron correctamente los tres primeros años, el cuarto, la fundación se vino a pique y así mismo la puntualidad con la que entregaban las mensualidades. Entre tiempo mi abuela murió, mi padre cayó en desgracia económica y yo perdí mi último empleo lo que me obligó a abandonar el duplex que alquilaba por la vieja y derruida casa de la abuela.

Los tipos de la fundación tras ser una joyitas, como diría me abuela, se convirtieron en unos energúmenos a los que había que huir. El pelón tenía dentadura postiza a pesar de su cuarenta y tantos años. Su mujer nunca miraba a los ojos y el socio de estos, que había sido el novio de la gorda mujer del pelón, era tartamudo. Bueno, para resumir, el trío dejó de pagar las mensualidades y nunca se atrevió a enfrentar el problema sino que huía y atacaba. Luego se les pidió que entregaran el lugar y se fueron un fin de semana en el que no había nadie en casa, con deuda de dos meses y el lugar destruido por completo.

Durante largo tiempo consideré arreglar el departamento para darlo nuevamente en alquiler y así poder tener un ingreso fijo, aunque sea mínimo. Pero la falta de dinero me lo ha impedido. Lo extraordinario de esta historia es que Helga, la polaca, ha decidido alquilarme el lugar y arreglarlo a cargo de las mensualidades del alquiler.

Acepté la oferta de inmediato antes de darme tiempo en meditar sobre el asunto. Ahora, que deberé contarle la noticia a Macarena, me entran las dudas de haber tomado la decisión correcta. Después de todo, poco sé de nuestra nueva inquilina.

19 abril, 2006


Capítulo 16

La hermana de Macarena mandó 1000 USD de regalo para Samuel. No sé de dónde se sacó la plata si ella mismo no trabaja, pero me importa un bledo el detallito. Al menos lograremos pagar la deuda que arrastramos en la escuela y algún servicio. Y lo que sin duda haremos es salir a tomar una biela afuera. ¡Oh, qué felicidad!

Debo confesar que dentro de mis obsesiones está la de hacerme una lista imaginaria de los lugares a los que iré el día en que mi situación mejore. Pero son tantas las posibilidades que ahora que se acerca el momento de escoger, no sé a dónde ir. Espero que hasta que Macarena haga efectivo el giro, se haga la luz en mi cabeza.

Mi madre me sugiere que dé clases particulares. No había pensado pero haré volantes para ver cuál es el resultado, así que si tienen algún familiar vago que necesite refuerzos en ciencias sociales, castellano o literatura pueden hacerme el favorcito. También puedo escribir tesis o monografías o servir de negrero (el que escribe para otros.) El estilo lo adapto a las necesidades del cliente.

17 abril, 2006


Capítulo 15

Macarena trabaja ahora como recepcionista en una empresa de medio pelo. Ella estudió letras, esa carrera inútil, como ella mismo la llama, y ha ocupado los más diversos cargos en su vida, desde correctora de estilo hasta periodista ocasional, pasando, claro, por el de profesora de castellano. Y en todos esos trabajos estuvo contenta pero ahora que debe contestar el teléfono, recibir correspondencia, llevar la agenda de un jefe casi virtual, está hecha una fierecilla, y no la culpo.

El fin de semana largo, sin dinero, resultó como previsto: patético. Además, las prolongadas vacaciones de Samuel han dado por terminada la lista de entretenimientos que forcé a salir de mis cabeza. Primero hice engrudo para que arrancara o recortara pedazos de revistas y los pegara en unas carpetas viejas de cartón. Al primer descuido pegó los pedazos de papel en la pared del patio y, con la canícula, se secaron espantosamente rápido por lo que ahora parece la pared de una celda abandonada.

Los aviones de papel fueron frustrantes para él porque no podía hacerlos volar. La plastilina terminó amasada en una sola bola multicolor que ahora ya es gris y que cayó en parábola sobre el plato de sopa de pollo que preparé mientras su madre lo bañaba.

Con las bombas de jabón jugamos por una buena hora hasta que terminó lanzándome el agua jabonosa, arguyendo que era Carnaval. No pude convencerlo de que las vacaciones no son siempre para lanzarse agua unos a otros como ocurre efectivamente en Carnaval, como ocurre por estas latitudes.

Y, como si fuera poco, caímos enfermos él y yo con una diarrea y vómitos dignos de escenas como las de El Exorcista. La desdichada de Macarena tuvo que atendernos durante dos días y, lo más repugnante, lavar los trapos sucios del vómito de Samuel que parecía escupir en dirección del viento para que todo se embarrara de sus regurgitaciones.

La pasamos frente al televisor, repitiendo películas infantiles mil veces vistas y tendiendo a Jesucristo y sus discípulos como estrellas de todos los canales de televisión, en escenas también mil veces repetidas.

La suegrita dijo que le dijeron que se trataba de un virus, por lo se mantuvo alejada de la casa.

12 abril, 2006

Capítulo 14

El lunes Macarena salió temprano en la mañana hacia su nuevo trabajo. Yo preparé el desayuno mientras ella tomaba su ducha y se acicalaba. Ya lo he dicho antes, Quito es un páramo asfaltado, y a las seis de la mañana de un día cualquiera del mes de abril, sinceramente apesta.

Como era lógico, Macarena se hizo líos con la ropa que había escogido y terminó cambiándose tres veces por lo que se hizo finalmente tarde. Y, aunque intentó ocultarlo, su nerviosismo la volvió irritable. A pesar de eso, salió echo una diva de la casa, con lo que me contagió su irritabilidad. Solo de imaginar al taxista viéndola por el retrovisor me puse furioso y fue el pobre Samuel el que pagó los platos rotos.

Cuando se despertó, llamó a su madre para que lo atienda, pero se encontró con mi cara sin rasurar lo que, entiendo, pudo causarle espanto. Pero se puso terco con que quería a su madre. Le expliqué con tranquilidad por qué no estaba, le di una lección sobre los padres que trabajan lejos de casa, traté de distraerlo con otros temas pero no logré sosegarlo. Finalmente me exasperé y lo dejé solo hasta que se calmara pero no sin antes lanzar la frasecita maldita de: eres un llorón. Sé que no debí hacerlo, sé que estoy aportando para que en el futuro me reclame por los traumas que le causo, pero hay momentos en los que uno mismo no controla sus impulsos y comete ese tipo de idioteces. Y, claro, me sentí mal toda la mañana, incluso luego de haberle pedido disculpas y haberle contado que en adelante será mi cara lo primero que vea al despertarse (Creo que deberé rasurarme antes de eso para evitar así más traumas)

Quehaceres domésticos

Si bien antes Macarena llegaba a almorzar por lo menos unas tres veces a la semana, ahora ya no la veré sino al final de la tarde. Entonces, debo preparar la comida para mi y Samuel cuando este no va a casa de sus abuelos que, al menos dos veces a la semana, lo recogen al salir de la guardería. Así, cuando eso ocurre, como cualquier cosa, generalmente sobras.

En cuanto al arreglo de la casa, hago lo básico: tender camas, arreglar el baño, lavar los trastos del desayuno y, una vez a la semana, barrer y limpiar polvos. El arreglo es algo aleatorio que depende de mi estado de ánimo y del juego que Samuel inventa el día anterior. Por estos días está empecinado en hacer pistas para carros con todo lo que encuentra a su paso Hoy aplasté el vagón de un tren y lo escondí para que no lo descubra.

11 abril, 2006

Capítulo 13

Bueno, confieso que exageré. Mi nominación como blog destacado me exaltó como al adolescente exalta el beso de una chica. Y, ahora, con la cabeza fría, me doy cuenta de lo pendejo que fui.

Lo que pasó, y lo digo claramente como justificación, fue que ante la inercia de los últimos meses, encontré, por unas horas, algo de lo que asirme. Creí, iluso yo, que estas confesiones alcanzarían esferas públicas cuando su origen es totalmente el contrario. No busco reconocimiento por mis flaquezas, porque, aunque circunstanciales, me denigran. Y, claro que, como dice un lector, uso el humor para hacer frente a tanta pestilencia ya que en mi mente no hay otra manera de enfrentar la realidad: si no me río de mí mismo terminaré llorando en un rincón, como un verdadero apestado.

Macarena, por supuesto, sigue en el desconocimiento absoluto de lo que aquí se expone, lo cual me tranquiliza y no. Lo primero porque no recibiré palos, lo segundo porque algún día llegarán. Sigo convencido de que a las mujeres, y en especial a la mía, nada se les puede ocultar.

Entonces, vuelvo al día a día.

Mi suegra llegó de visita porque Samuel se enfermó. Aunque anunciado, el evento, y lo llamo así porque hacía meses que no nos dignaba con su presencia, causó el revuelo general.

Como Macarena ya empezó su trabajo, fui yo quien tuvo que atenderla. Junto a ella entró un viento helado que enfrió hasta el hastío los cuarenta minutos que estuvo en casa. Claro que la dejé con Samuel para que este abra los regalos que su Abue le trajo pero, cual fantasma, deambulé por la casa, inventando a mi paso actividades que demostraran que sirvo para algo. Por ejemplo, le pasé un vaso de agua que dejó casi intacto. Llamé a mis padres para tener en quien apoyarme. Pero antes de su llegada me esforcé por arreglar la casa para que la encontrara como a ella le gusta tener la suya. Al final el resultado fue frustrante porque de alguna manera el tedio de estos meses ha penetrado incluso en los viejos sillones que heredé de la abuela. Y, aunque limpia, la casa se veía maltrecha y desordenada, como mi espíritu.

Cuando se fue, sentí un alivio indescriptible, pero al cabo de un rato me entró un cansancio igualmente indescriptible que me llevó a tumbarme junto a Samuel hasta la legada de Macarena. Cuando ella me preguntó por la vista de su madre, sonreí con un idiota y dije que todo estuvo bien. Seguro que no me creyó y para confirmar mi versión llamó a casa de sus padres. Cuando colgó tenía un rictus de disgusto cuyas causas no me atreví a indagar.

07 abril, 2006

Capítulo 12


No me lo puedo creer. ¡Algo extraordinario ha ocurrido! Mi pestilente vida puede ser destacada en un sitio de preferencia en Ecuablogs. Pero aunque tal y como van las cosas se confirmará la aseveración que me describe, es decir, que la vida no me apesta, sino que yo le apesto a ella.

Claro que escribo este post a propósito de esta nominación. En parte con la intención de que aquellos que no me conocen aún (soy un recién nacido), se hagan una idea de lo que motiva mis confesiones (aunque para una relación detallada de los hechos deban referirse a todo lo posteado hasta el momento.) Pero en realidad quien justifica este post es Macarena.

Bueno, de alguna manera, la noticia de la nominación me ha devuelto el optimismo. Y lo que me inquieta es que se me vea en la cara. Lo digo porque Macarena, con esa manía extrasensorial de las mujeres, se dará cuenta de que algo ocurre. Y con esa manía mía de contárselo todo, confesaré finalmente la existencia de este blog. Las consecuencias de esto son inesperadas y al optimismo que declaro se sobrepone una ansiedad que devuelve a mi cara la mueca de desazón.

Y es que frente a la idea de recibir reconocimiento, está la certeza de que me caerán a palos. Los pocos que hasta ahora me han leído saben que he descrito a las piernas de Macarena hasta casi desnudarla públicamente y, eso, solo puede traer consecuencias nefastas a mi vida sentimental.

A medida que escribo esto, me voy haciendo a la idea de tener que anotar en un papelito esta dirección y esperar con ansiedad a que Macarena regrese del cyber café con la cara afligida por las confesiones que hago y que la involucran. Me refiero sobre todo a la descripción de sus majestuosas piernas que han sido incluso llamadas ancas, que se vuelven macanudas ante mis ojos, que despiertan en mí instintos asesinos.

Solo quiero, Macarena, que cuando leas esto no te entren las ganas de ahorcarme, de hacerme una llave asesina con tus piernas, aunque..., pensándolo bien, si eso ocurre, moriré feliz.

06 abril, 2006


Capítulo 11
Antes era un obsesionado de la información. Leía al menos dos periódicos diarios como si fuera una obligación. Ahora no alcanzo ni a ver los noticieros pues Samuel no está en edad de acompañarme en esos menesteres y, además, es la hora en la que debo estar con él. Así que, cada vez que paso junto a un vendedor de periódicos, intento leer por lo menos los títulos de portada para sentir que sigo el pulso de lo que sucede en mi entorno. Asimismo, echo vistazos al periódico del vecino de asiento, en el bus, aunque a veces recibo malas caras por hacerlo. Hace poco, un tipo, de esos a los que sí les apesta la vida, me recordó que su ejemplar le había costado 35 centavos: tras el sermón se replegó sobre su asiento en forma hostil.

La noticia, inconclusa ante mis ojos, hablaba de un hombre que fue baleado durante un velorio. O sea que fue a velar y salió velado, luego de ser baleado. No tengo datos de lo ocurrido pero la historia ha dado vueltas en mi cabeza de desocupado durante todo el día. Al final solo lograba imaginar al asesino, un tipo que pasó por ahí, hizo un par de disparos, se subió a un auto y desapreció en las calles de la ciudad con pólvora en la mano y sin arrepentimiento alguno. Quizás fue a festejar su hazaña con algunos panas al sumar a su lista uno menos de sus enemigos. ¡Que banal la muerte, qué banal la vida!

Descanso en paz, como el difunto, al saber que no debo sufrir tales miserias, ¡aunque uno nunca sabe! Sin embargo, entiendo a aquellos que matan por pasión. Solo de pensar en los compañeros de trabajo de Macarena, que mirarán con hambre sus torneadas piernas, me cogen ganas de acribillarlos, o, al menos, de perforar con clavos oxidados sus viciados ojos adúlteros.

No es la primera vez que Macarena trabaja, ni será la última. Sin embargo me duele saber que para ella es un sacrificio enorme alejarse de la casa por un trabajo que no le place y por un salario que no complace. Aunque, también sé que al final del mes, cuando reciba su primer cheque, saldremos a festejar como si hubiéramos ganado la lotería y todos los sufrimientos que ahora me atormentan, se diluirán entonces entre la espuma de una biela helada, o quizás, quién sabe, entre el aroma y los taninos de un vino chileno.

03 abril, 2006



Capítulo 10

Macarena ya tiene trabajo, empieza el lunes por algo más del sueldo que se figuró en la primera entrevista. Y si bien no permitirá lujos, al menos alcanzará para no sacar a Samuel de la escuela, tener luz, teléfono, agua y algo de comida al mes. Si yo lograra reunir una cantidad semejante me sentiría, nuevamente, vivo. Mientras tanto sigo dedicado a la casa: o friego la ropa o me friego la vida.

El consejero. Así debería llamarse este post. Me refiero a un tipo, cuyo nombre me reservo, que me manda consejos sobre cómo tener una visión más positiva de la vida, como mecanismo para que mi mala pata cambie. En definitiva, él dice, y puede que tenga razón, que pensar en cosas negativas es destructivo, que el asunto así no tiene fin. Y claro, he intentado ver las cosas bajo otra óptica pero mi mente vuelve a recordarme lo apestado que estoy y la negatividad gana sobre lo positivo.

Una vez vi lo que un monje budista había hecho con unas gotas de agua sucia. Con meditar sobre el amor o la paz frente a una gota de esta agua, su composición molecular cambiaba radicalmente presentándonos un cuadro, microscópico, realmente bello. La conclusión de este experimento era que si solo pensamos cosas malas sobre nosotros mismos, solo cosas malas nos sucederán. No dudo que así sea, pero quiero la fórmula para que mi mente no me juegue malas pasadas cada vez que me propongo mirar las cosas con positivismo. (Pero no quiero psicoanálisis, después de todo, esta disciplina tiene más de cien años y no ha mejorado en nada al mundo.)

Mi consejero amigo me remite a la espiritualidad, pero se equivoca conmigo. Yo no creo en fantasmas y me horripilan dogmas y fanatismos, no puedo ver las cosas bajo el reflejo de un solo cristal. Mi formación lo impide y no hay cura de barrio que me pueda convencer de rezar una sola oración.

Mi hermano mayor es evangelista, y sé de lo que hablo. Él trató por todos los medios de llevarme a su grupo pero ya no hace más esfuerzos, ya ni siquiera nos vemos o hablamos. Claro que parece un tipo sin problemas, al menos no los problemas que yo tengo. Pero su vida debe ser lo más aburrida del mundo. Lo único que hace es trabajar, rezar y dar parte de sus ingresos a la Iglesia. No bebe, no fuma, no baila, no asiste a espectáculos, ni siquiera de títeres, no hace el amor con su mujer porque eso es solo para procrear y toda la cantaleta que ya transmite a cinco hijos de este mundo superpoblado. Todo se reduce al encuentro semanal con sus hermanos y eso, a mí me apesta. Dogmas, dogmáticos y dogmatismos le apestan a este Apestado, y a mi hermano se lo he hecho saber.