25 octubre, 2007

Capítulo 84 (El Apestado)

Me voy a poner coyuntural. Les contaré algo sucedido ya hace unos 20 años, en París. Esto, a propósito del ataque racista sufrido por una adolescente ecuatoriana en los trenes de Cataluña.

Y bien, pues yo también sufrí un ataque racista a los pocos días de llegar a París. La cosa va así: como yo era, y sigo siendo, muy bueno para muchas cosas, salvo para la estabilidad laboral, conseguí que me becaran para estudiar francés mientras preparaba mi apestosa cabeza para los exámenes de ingreso a la Universidad.

Así, un día salía del instituto de francés, en las cercanía de Montparnasse, cuando en una esquina, a las puertas de un bar, en una zona llena de gente, un grupo de skins me preguntó algo que yo no supe responder, pues mi francés se limitaba al bonjour, al merci y al s’il vous plait, con ese aterrador acento latino que hace que la lengua de Moliére suene a escoba vieja sobre el pavimento.

Así, con voz apagada por los nervios, les dije a los seis u ocho racistas alguna incongruencia que debió sonarles a insulto, y todos ellos se abalanzaron a patearme profiriendo insultos que entonces, claro, yo no entendía. Como no soy pendejo, me lancé a media calle, por encima de un auto que estaba parqueado en la calzada y cuya alarma sonó estrepitosamente, llamado la atención de cuantos, todavía, no se atrevían a mirar de frente la agresión.

Eso fue, en realidad lo que más me molestó y me hirió: ver a una sarta de parisinos, esos sí pendejos, que no hicieron nada por defenderme cuando un grupo de neonazis me agredía. Esa es la peor muestra del estado de descomposición en el que se encuentra las sociedades europeas, ese individualismo enfermizo que lleva al suicidio a la gente, que les lleva a convertirse en unos cobardes, en cómplices de agresiones como las que yo, o la adolescente que vive en Cataluña, sufrimos. Y es por eso que yo, aún cuando tendría muchas más oportunidades laborales en el viejo continente, nunca volvería a vivir allá.

22 octubre, 2007

Capítulo 83

Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Capítulo 52 Nuevamente el frío, el apestoso frío ...":
QUE PENA QUE HAYA GENTE TAN NEGATIVA EN ESTE PAÍS PERO NO TE VOY A INSULTAR POR TU IGNORANCIA TE DESEO MUCHA SUERTE Y QUE OJALA UN SER SUPERIOR CAMBIE TU TONTA FORMA DE PENSAR... BYE !!!...APRENDE A VER LAS COSAS POSITIVAMENTE ANIMAL..!!!


Qué dicen ustedes, ¿el anónimo personaje quiso a no quiso insultarme?. Talvez no quiso insultarme al principio pero luego lo pensó bien y terminó tratándome de animal, cosa, que, sinceramente, no es la peor que me han dicho.

19 octubre, 2007

Capítulo 82 (El Apestado)

Samuel no quedó contento con la historia, ridícula, lo reconozco, que le conté la última vez; la misma que transcribí en el anterior post. Así que, y sin importar que coincida en todo con la versión anterior, aquí va la nueva historia.

Como ya lo dije, encontré un dibujo pegado de una pared del barrio, y llevé el dibujo conmigo, mientras mi pestilente cabeza albergaba la posibilidad de un alter ego intergaláctico, palabras que despertaron la curiosidad de mi hijo Samuel, de cinco años.

Los socof, le dije a Samuel, son seres de otra galaxia que pueblan el planeta desde hace pocos años y que han escogido Quito para hacerse conocer.

Los socof, no viven en las alcantarillas, viven dentro de los faroles que alumbran las ciudades o los caminos. Mientras más fuerte son los focos (nótese que socof es el slang de focos), más socof se alojan ahí. Las bombillas titilantes son hogares abandonados, abandonados por otros que refulgen, no como ese que tímidamente alumbra nuestra calle.

Entonces, (debo dejarme de tanta literatura con Samuel), estos seres que tienen la capacidad de transformarse en partículas que se alimentan de luz, pueden tomar forma corpórea, pero son tan feos, que solo lo hacen esporádicamente, con objetivos precios, el más importante de los cuales es mostrarse poco a poco.

Sí, quieren ser nuestros amigos, vivir en paz, fuera de un mundo que ahora es hostil para ellos pues el sol que los iluminaba y alimentaba, murió tras una explosión. Y si aún hay luz para alimentarlos, el fin está próximo para los socof.

Cuando salen a las calles de Quito, dejan a su paso dibujos que los representan, dibujos como el que yo encontré, que llevé a la casa y que ahora preside la pared donde Samuel pega todas las cosas que le hacen, o le han hecho, soñar.

Luego, salimos a la calle, bien arropados, a ver el farol que está a unos metros más allá de la fachada de mi casa, pequeñas partículas arreboladas por la luz flotaban aquí y allá, eran los socof que venían de su planeta a poblar los faroles de la ciudad.

16 octubre, 2007

Capítulo 81 (El Apestado)




La ciudad, esta maldita y amable ciudad, no deja de sorprenderme. Hace pocos días, cuando regresaba a mi casa tras la jornada de trabajo, me topé de frente con mi alter ego galáctico. La imagen que ilustra este post estaba agarrada con una cinta adhesiva a la pared, a cualquier pared, mirándome.

Fue, lo confieso, una aparición inquietante. Parecía que mi alter ego hubiera abierto un portal intergaláctico y me estuviera invitando, con su sardónica sonrisa hueca, a pasar del otro lado, a un lugar donde, sospecho, él también es un apestado.

Como si cometiera un delito, arranqué la hoja de papel y la llevé a mi casa, sin poder imaginar siquiera a la persona que la dibujó y la puso en mi camino.

Macarena vio la cosa por unos segundos, se dio la vuelta y la ignoró, me ignoró. Samuel, en cambio, con su infantil curiosidad, me preguntó qué era, dónde lo había encontrado y si es que existía alguna historia que pudiera contarle.

Yo aprovecho siempre que puedo, para contarle historias que me invento a medida que avanza el relato. Esta historia iba así:

Hay visitantes de otros mundos en Quito, te lo prometo. Pero ellos no saben cómo presentarse ante nosotros, porque les da miedo de que nos asustemos, de que salgamos corriendo si los vemos, porque son feos como el del dibujo.

Samuel, como siempre, me oía sin mover un solo dedo.

Estos seres de otro planeta, que se esconden en las alcantarillas, y solo aparecen de noche, escogen a algunas personas, como yo, por ejemplo, y plantan en su camino dibujos que deben llevarse con ellos, aunque algunos no son tan sensibles como para hacerlo. Esas imágenes van llenando las casas de los quiteños con el solo propósito de que nos vayamos acostumbrando a verlos, de forma que, cuando hagan su aparición final y definitiva, no nos asustemos. Ellos vienen en paz, no quieren hacernos daño, solo convivir en este planeta que, al contrario del suyo, todavía tiene vida.

Samuel no quedó del todo contento con esta corta historia y tuve que contarle, entonces, cuál era el origen de Linterna Verde, nuestro héroe preferido.

07 octubre, 2007

Capítulo 80 (El Apestado)



Lo que viene a continuación, no es, lo juro, un invento de esta pestilente mente. Si nada tétrico he contado en este espacio, este es el episodio que cubrirá con creces el vacío.

Resulta que mi suegra, cada miércoles, cuando va al mercado, selecciona una funda llena de frutas para Samuel, mi hijo. Esta semana fui yo quien seleccionó, lavó y guardó la fruta. La primera funda contenía uvillas, (…y para quien no sabe de lo que se pierde, que vaya a Wikipedia…).

Algo raro flotaba entre los frutos amarillos. Mi visión cuarentona no me engañaba, una prótesis dental sobresalía de entre esos ojitos de sapo.

Con asco, contuve un grito, para no asustar a Samuel y Macarena, que rondan a mi alrededor desde que estoy con ellos en las noches. Luego lancé el contenido dentro de una olla llena de agua. Saqué la cosa con una cuchara pero antes de que haya terminado de analizarla, cayó con estruendo sobre la tanqueta del lavabo. Macarena y Samuel, saltaron tras mis hombros, subieron al lavabo, y descubrieron con mi mismo espanto el hallazgo macabro.

Samuel hizo el intento de coger la cosa, pero el grito de Macarena lo detuvo y, claro, luego vino su ira ante tan incomprensible reacción. Tartajeamos el intento de una explicación hasta que, como siempre, terminé por asir la cosa y acercarla mucho, pero mucho, a mi boca, mientras con gestos y pantomimas intentaba explicar el uso y la procedencia de tan espeluznante chisme.

Luego de las elucubraciones, las risotadas de asombro, las huidas y los gritos de Samuel y Macarena mientras les seguía por la casa con la prótesis en la mano y un rugido en la boca, llamamos a mi suegra.

Bueno, no fui yo exactamente quien la llamó.

Tras del relato del hallazgo, Macarena, a quien seguíamos a todas partes para oír su conversación, se quedó callada mientras escuchaba la explicación de la Omnipresente.

Confieso que pensé en que se trataba de su prótesis, la de mi suegra, pero, y aunque me mantengo en la duda, ella dijo que seguramente era de quien le vendió la fruta.

La prótesis, como lo muestra la foto, es un trofeo que guardamos en casa, dentro de un vaso con agua.







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04 octubre, 2007

Capítulo 79 (El Apestado)

Soy un cerdo, no un apestado.

Mi jefe me pidió que llamara, y citara, a algunas candidatas para cubrir el puesto de contadora. Varias carpetas llegaron a mis manos, y como soy un tipo eficaz, puse manos al teléfono.

- Aló, Lucía Suárez, por favor.
- ¿De parte de quién?
- Dejó una carpeta y quiero entrevistarla para un trabajo
- Sí, con la misma ( ¡no entiendo por qué hacen eso!)
- Bueno, la esto viendo…
- … cocomo, cómo…
- sí, tengo la carpeta con su foto, y la estoy viendo, (silencio). Ahora quiero que me diga si aún quiere el trabajo
- Sí, si, claro
- Entonces venga mañana, pregunte por El Apestado, en tal dirección, a las 10h30, en punto.


¿Digan, acaso no merezco el nombre que llevo?

(Por un acaso, solo llamé a una, y esa obtuvo el trabajo).

02 octubre, 2007

Capítulo 77



Hay días en los que tengo que salir del hostal para hacer algunos trámites y, esos son momentos muy agradables para mi. Luego de trabajar por la noches, ahora me doy cuenta, perdí, entre otras cosas, la capacidad de asombrarme con las escenas diurnas más banales.

No dormir bien me tenía nervioso todo el tiempo, siempre estaba a punto de estallar, la paciencia desapareció, no así las canas. Y todo esto se reflejaba en mis relaciones más intimas. Dejé de jugar con Samuel, de leerle cuentos, de soportar sus niñerías mientras sacaba a flote mis vejeces.

Macarena tuvo paciencia pero varios fueron los episodios en los que estuvo a punto de darme una bofetada bien merecida mientras yo tendía al ostracismo, a la autocompasión.

Así que salir a la calle, hacer la cola en el banco o comprar alguna cosa en el supermercado, con capacidad de asombro, no comiendome mierda por tener que hacerlo, me acerca más a la humanidad que mi cuerpo, mi apestoso cuerpo portaba antes.