18 diciembre, 2008

Capítulo 108 (El Apestado)

La torta de Navidad llegó por adelantado. No crean, no, que el pedazo era dulce; no, fue amargo, y vino bajo la forma de unas palabras mal puestas, dirigidas hacia mi, con el afán de mortificarme.

Mi evangelista hermano, que aparece por mi vida sin la frecuencia de los predicadores de domingo, que me despiertan casi todos los fines de semana a ofrecer su palabra, llegó con libros para Samuel, libros cargados de mensajes religiosos, libros que no está mal que lea mi hijo, libros que todos aceptamos como un gesto de acercamiento.

Nos sentamos a la mesa, en torno a unas tasas de té, porque era muy temprano para tomarme la primera cerveza. Charlamos mientras su mujer permanecía callada, las manos cruzadas en su regazo, y mientras sus hijos, endomingados, reproducían los gestos de sus padres ajenos a la idea de ir a jugar con Samuel quien, como ya los conoce, se fue por ahí a divertirse con más algarabía que de costumbre, y quien, de vez en cuando, decía mierda, mierda, para escandalizar a los visitantes, bajo cualquier pretexto.

Así, durante los 27 minutos que duró la visita, intercambiamos noticias de lo más banales, de cómo iban los niños en la escuela, del clima, del clima, otra vez del clima y finalmente algo sobre el trabajo. Y fue ahí que salió con la plasta, a la que más arriba llamo torta, a la torta que no es más que una plasta, o como les venga mejor:

- Ya sabes, sigo de recepcionista, pero todo está bien.
- ¿Bien? Después de todo lo que invertiste, del espacio que ganaste con tus investigaciones… No. Rezamos por ti todos los días hermano y, sinceramente, espero que Dios te ilumine y te permita salir adelante.
- No han servido de mucho tus rezos, pues sigo igual de jodido que hace dos años, cuando me dijiste exactamente las mismas pendejadas.
- Bueno, nos vamos….


Y es así que me dejó más apestado que antes. Encima, era domingo.

08 diciembre, 2008

Capítulo 107 (El Apestado)

Escribir para seguir quejándome de mi infortunio, es una cosa que cada vez me apesta más. Apesta que busque, entre los anónimos lectores, eco, mas no consejo. Pero ante todo apesta esta apestosa vida que me sigue azotando con sus inadvertidos golpes, uno de los cuales, como ya comenté antes, me sumó en una depresión sin precedentes: me refiero al plan frustrado de hacer de la vieja casa de mi abuela un hostal.

Pero es no es todo. Como al inicio de este blog, una sucesión incongruente de eventos suscita ya no mi desesperación pero si mi asombro. Sé lo que muchos dirán, que nada es gratuito en esta vida y que tenemos la vida que nos hemos buscado, pero eso no es, en ningún caso, consuelo para mí.

Samuel cayó enfermo por casi una semana. Mi reloj dejó de funcionar. El teléfono celular, que me sirve para guardar unos pocos números de teléfono, se perdió. Las últimas lluvias han dañado un canal de agua que queda exactamente sobre la puerta de entrada principal de mi casa. Y, como si fuera poco, un dolor de espalda atroz me recuerda a cada instante que debo relajarme, recuerdo que me pone cada vez más tenso e insoportable. ¿Macarena? Pues por ahora ella tiene una cara que es peor que un golpe en mi espada adolorida. Entiendo que es por todo lo que nos ha sucedido pero, claro, eso tampo ayuda.

Sí, he vuelto para quejarme, aunque la queja apeste.


10 noviembre, 2008

Capítulo 106 (El Apestado)

Como no tengo nada que decir aquí va una lista de las pestilencias que aparecen en mi otro Blog, abierto a todos ustedes par que se desahoguen y enumern, todas aquellas cosas que les apestan...

- Primero, aclaro que la vida no me apesta, yo le apesto a ella
- Me apestan los apestosos, no los apestados
- Me apesta la publicidad de la TV
- La política apesta
- Apesta el queso camembert (¡pero qué rica pestilencia)
- Apesta la lluvia cuando uno espera que haya sol
- Apestan los impuestos
- Apestan las heridas infectadas
- Apesta la boca cuando el hígado no marcha bien
- Apestan los Diputados Nacionales, sin excepción
- Apesta la pobreza, no los pobres (porque sino apestaría yo mismo)
- Y apesta el hambre
- Apestan los paros, no los parados
- La intolerancia apesta
- Y apestan las cárceles, no los presos
- Apesta la coliflor cocinada (póngale unas gotitas de limón y deja de apestar)
- Los cadáveres apestan
- Y los pedos
- Apesta la falta de comentarios en este Blog
- Apesta esta mentira que aquí llaman democracia
- Apesta Bush
- Apesta Carlos Vera por su arrogancia y vanidad
- Apesta la caca ajena
- Y los coágulos menstruales
- Apesta el reggeaton
- Algo me apesta y no sé qué es
- Apesta la pornografía infantil, lo pedófilos y la prostitución infantil
- Apestan lo sobacos apestosos

28 octubre, 2008

Capítulo 105 (El Apetado)

Soy una de las primeras víctimas de la crisis financiera mundial. Mi proyecto de hacer un hostal con mi amigo Niels, ha fracasado. Él ha debido regresar a su país de forma urgente, luego de que su padre sufriera un ataque cardíaco, producto igualmente de la crisis, lo que visto bajo una óptica razonable es peor de lo que me ocurre a mí.


Durante las últimas semanas, mi casa se convirtió en un laboratorio de ideas. Y en un muro de lamentaciones. Lo primero ocurrió porque con el entusiasmo con el que iniciamos a desarrollar la idea, creamos incluso planos de cómo se modificaría a vieja casa para convertirla en un hostal. Esto incluía número de habitaciones y baños, áreas de uso común, jardín donde tomar el sol (con las radiaciones características de una ciudad que está a 2.800 metros), y muchas otras cosas que me reservo para no dar ideas a otros apestosos roba ideas.

Lo segundo porque cuando quisimos averiguar cómo emprender el proyecto nos topamos con una cantidad enorme de burócratas municipales, cada uno de los cuales nos ha dicho otra cosa. ¿Acaso, me pregunto yo, no hay un instructivo sencillo que ayude a los emprendedores a desarrollar su proyecto, considerando que este también interesa a la ciudad pues significa para la misma más contribuciones? No, claro que no, tal cosa no existe, solo funcionarios descorteses, desinformados y apurados que no brinda ningún tipo de ayuda. En las próximas elecciones municipales de mi ciudad, yo no votaré por el actual alcalde o su seguidor por estas y muchas otras razones de las cuales son testigos mis cansados pies y desgatados zapatos.

Claro que los avances sobre lo actuado, me dirán ustedes, servirá para que yo solo lleve a cabo el proyecto, pero quien argumente en tal sentido se olvida de un pequeño detalle: mi pobreza, mi pestilente pobreza.

En virtud de lo que aquí expuesto (el lenguaje burócrata-municipal se me ha pegado de forma atroz), cargo una depresión manifiesta que me impide seguir escribiendo…

16 octubre, 2008

Capítulo 104 (El Apestado)

En mi casi imaginario país, se votó por una nueva constitución, por un nuevo orden de cosas, y ahora, la situación es esta:

De acuerdo a las previsiones de la minoría, es decir de aquellos que votaron por el no, por que las cosas queden igual que antes, ahora las chicas de los colegios ya no van a clases, sino que hacen cola en las afueras de las clínicas privadas y públicas para que les practiquen un aborto.

En mi casa, que quería convertirse en un hostal, ahora vive una pareja de gays, que está casada, y que además, esperan la aprobación del trámite de adopción de un niño, varón como ellos. El Estado me ha impuesto su presencia amparados en el artículo que señala el carácter social de la propiedad.

Pero al menos ya no pago las planillas del agua pues se ha decretado que el acceso a este bien es un derecho que no me puede ser conculcado, así yo no pague lo que dice la planilla mensual.

Yo, que pensaba mudarme de ciudad, he decidido ya no hacerlo. Había escogido a Guayaquil, la ciudad más poblada del país, pero ahora que esa ciudad y su gobierno local han pedido toda autonomía, es probable que en los próximos días deje de haber servicio de alcantarillado y de agua potable, como lo anunció su iluminado alcalde a su debido tiempo.

Por suerte tengo visto un terrenito no muy lejos de Quito, que está ya tiempos abandonado y que era mi sueño irrealizado, lo cual cambiará radicalmente pues ahora, al parecer, podré declararlo mío, sin más trámite que el de poner un par de palos y un techo, y ponerme a cultivar papas.

Entre malas y buenas cosas de este nuevo orden de cosas, ahora ya no tengo que ahorrar, sino presionar a mi hijo para que saque buenas notas pues esa es la única condición que debe cumplir para acceder gratuitamente a su educación superior, poco importa si es de calidad, lo que importa es que es superior, superlativa, suprema.

Macarena, mi esposa, no es tan entusiasta como yo, con este nuevo orden. Anda nerviosa con la presencia de los gay, que a mi me caen bien, porque son generosos y cocinan manjares. Entonces, Macarena, se ha dedicado a fumar hierba, cosa que ya no es prohibido, o más bien dicho ya no se castiga su consumo con prisión; ahora esto, si alguien la denuncia, le llevará a un sanatorio, lo cual, según ella, calmará sus nervios por un tiempo.

Y mientras ella goza de su descanso, gratuito, claro, porque ahora el acceso a la salud también es gratuito y universal, yo sacaré algunos productos a la venta en la vereda de mi casa pues nadie podrá incautármelos, como dice la ley, la nueva ley que rige a mi casi imaginario país.

18 septiembre, 2008

Capítulo 103 (El Apestado)

Este es un tema bastante apestoso, y por tanto necesario en este espacio. Me referiré, con todo el encono que me permite mi pestilente cabeza a los controladores de bus, personajes a quienes ni siquiera les alcanza el calificativo que llevo a cuestas.

Soy, por obligación mas no por opción, usuario del transporte público de mi ciudad, lo que me permite con el derecho que me asiste, asegurar sin conjeturas que la existencia de estos seres es un aberración que ninguna teoría evolutiva puede corregir, menos aún una ley, nueva, que intenta despojar de tantos privilegios a un personaje que ni siquiera tiene reconocimiento legal, pero aún social.

Y es que el último tipo que yo quisiera ser sobre la faz de esta pestilente tierra es controlador de bus.

La escena siguiente, pretende darme la razón… Ya dirán ustedes.

Estoy en la parada, pero el autobús se pasa cincuenta metros y desde el estribo de la puerta principal el susodicho personaje me hace un gesto, y un arenga, para que entre por la salida, rapidito, claro. De mala gana lo hago junto a otros pasajeros a quienes no parece importarles el detalle. La moneda de 25 centavos que tengo en la mano debo volverla a guardar en mi monedero tras la noticia de que el pasaje, esta vez, en ese bus, se cobra al final, lo que obliga a todos a salir por la entrada, nuevamente.

En el trayecto, con sus asquerosas manos que han contado y recontado dinero, baja en un semáforo y compra dos fundas de chochos con tostado y encebollado. En la transacción, los pasajeros esperamos, hasta que el semáforo vuelve a tornarse rojo, con lo que hemos perdido valiosísimos cuatro minutos. Con voracidad come de la funda pero entre tanto debe cobrar algunos pasajes y debe justificar la acción del chofer que se niega a detenerse en la parada, acto que se justifica por el retraso que le produjo la compra de la pitanza.

Hasta el momento, el autobús no ha superado los quince kilómetros por hora pero, ante la vista de un bus que puede quitarle pasajeros, el chofer acelera de forma desmesurada. Desde entonces se detiene y arranca con violencia de forma que todos dentro del bus hacemos varias venias, como si saludáramos a los transeúntes.

Cuando llego a mi destino, sé donde está ubicada la parada, (quizás soy el único en esta apestosa ciudad, donde el desorden prima, que intenta subir y bajar en las paradas asignadas), y compruebo, una vez más que tal denominación es una entelequia, que unos metros más allá, pasajeros del bus esperan justo en una esquina, lo que obliga al chofer a detenerse y con lo que obstruye el paso de los vehículos que vienen por la vía perpendicular.

En la esquina opuesta hay una policía de tránsito que se divierte con su teléfono celular. Yo, voy a pagar la cuenta del teléfono, que como siempre está retrasada, y debo regresar por el mismo camino y enfrentar casi las mismas circunstancias, solo que esta vez entro por la entrada y salgo por la salida.

15 septiembre, 2008

Capítulo 102 (El Apestado)



Lo que viene a continuación relata las pestilencias, desventuras y otras alegrías ocurridas durante un viaje familiar a la playa, 320 kilómetros al noroeste de mi cama, habitáculo obligado en mis días de descanso.

Sí, al cabo de ya no sé cuantos años pude organizar unas vacaciones luego de que mi hijo putativo, Niels, y su novia Carola nos empujaran casi hasta el abismo para que, tras hacer algunos números, decidiéramos con Macarena ir a las playas de Esmeraldas, mal llamada la provincia verde, porque desde hace más de una década que la deforestación le ha arrebatado el nombrecito.

La noticia tuvo como primera consecuencia la explosión casi literal y física de mi hijo Samuel quien, tras tantos años de penurias, no se acordaba ya de haber tenido unas vacaciones con su padre y madre juntos; aunque yo no haya dejado en todos estos años de contarle, y de inventar un poco, sobre nuestras escapadas casi semanales a las playas del Guayas, cuando aún yo no le apestaba a la vida.

La decisión fue tomada, pero antes de anunciársela a Samuel, teníamos que arreglar los engorrosos detalles de conseguir permiso en nuestros trabajos. Para Macarena no fue problema pues agosto es un mes de poca actividad para el sector en el que ella trabaja y, además, tenía derecho desde hace rato a un descanso. Lo mío fue más difícil, porque ocurre lo contrario con el turismo, o eso es lo que los empresarios del sector esperaban porque la verdad este mes de agosto, con la subida exorbitante de los pasajes desde Europa, debido al aumento de los precios del petróleo, fue un mes sui géneris por la falta de turistas, pero bueno, ese es otro cuento...

Lo cierto es que no supe sino dos días antes de nuestra salida del permiso que me concedían, a cargo de las vacaciones a las que por ley tengo derecho. Sin más cuentos, subimos al bus de la media noche en el Terminal de Trans-Esmeraldas, a pocas calles de mi casa. Samuel dormía pocos minutos antes de tomar el taxi y volvió a caer sobre mis piernas media hora después de haber salido de Quito, no sin antes preguntar si ya estábamos cerca de nuestro destino.

Es sorprendente, y a veces hasta irritante, la poca noción del tiempo y el espacio que puede tener un niño de seis años.

Ni bien salimos de Quito, una película en extremo violenta fue puesta en el televisor del autobús. Había otros niños mayores que Samuel que vieron el filme de cabo a rabo, sin que sus padres protestaran ante tal desacierto. Yo cabeceaba sobre el hombro de Macarena. Niels, con su piernas de metro y medio, no paraba de moverse sobre su asiento, en busca de una posición que finalmente alcanzó.

- ¡Qué rico calor!, dijo Samuel a penas bajó del autobús, mientras se sacaba su chaqueta y nosotros buscábamos nuestras maletas.

Macarena también dejó ver la perfección de sus hombros, antes de que yo pudiera dar la primera bocanada de aire húmedo. Niels y Carola hablaban en holandés, o sea que ante mis oídos no dijeron nada.

Desde la población de Atacames, es bodrio inmundo y apestoso, lleno de ruido, mal gusto y contaminación, tomamos una camioneta que nos llevó a nuestro destino, un hotel otrora boyante, con tarifas cómodas para nuestra escuálida economía y que, además, recibía a Niels y su acompañante por dos días gratis, a cambio de una asesoría en marketing que pretende posicionar bien al lugar entre los turistas holandeses, para la siguiente temporada. Esto del canje fue beneficioso para todos pues con su generosidad, Niels decidió que compartiéramos los gastos sobre al cuenta total, así que todo se dividió para dos.

En cuanto a la comida, yo pensé que comeríamos dos platos entre tres, pero me equivoqué, con el hambre que el sol y el agua provocaron en Samuel, fueron cuatro platos entre tres, pero todo estuvo bien, ver la alegría de Samuel y Macarena, alejó la pestilencia de mi mente por escasos pero intensos cinco días y hasta la plata pareció entender la situación pues nunca me faltó.

La nota negativa la puso la pestilente ciudad de Atacames. Fue una vergüenza que Niels y Carola vieran ese lugar. Al final de la tarde salimos al carretero y esperamos a que pasara un mototaxi, unas motos que han sido modificadas de manera que puedan recibir pasajeros sentados, bien atrás o delante del conductor. La vedad es un transporte excelente, divertido, aunque no tan seguro en el carretero. Llegamos a Atacames, lugar en el que pasé algunos veranos con mi familia, cuando aún era un paraíso lleno de palmeras y arena blanca. Ahora la playa no se ve, la han tapado las cabañas en las que se sirven cócteles con dudosos tragos nacionales; el ruido que cada uno de esos lugares hace con música estentórea, la venta ambulante sin control, la contaminación visual y sonora, en definitiva, hacen de ese un sitio que definitivamente se debe evitar. Comimos una pizza algo decente, por pedido de Samuel y, debo confesar, con pestilente vergüenza, que nos divertimos viendo a la gente pasar por la calle en un desfile ridículo y multicolor. Finalmente tomamos un taxi que nos depositó en el hotel.

Mi dedos estaban hecho mote, como se dice por acá, de lo tanto que pase en el agua. Samuel, al principio, demostró miedo al mar y evitaba incluso acercarse a la orilla. Yo acordaba de la vez en que mi padre, con su habitual mala manera de hacer las cosas, me arrastró al mar y me dejó solo en las olas, para que se me fuera el miedo. Yo claro, nunca haría algo semejante a Samuel así que me pasé horas enteras sentado en la orilla, como un auténtico serrano, recibiendo un sol calcinante sobre mis hombros y cabeza, lo que provocó una baja en mis defensas y un malestar generalizado hacia el cuarto día de nuestra estadía. Algo parecido sucedió con Niels, que con su blancura nórdica, estuvo a punto de arruinar sus vacaciones. Hacia el final no salía sino unas pocos minutos a la playa y permanecía siempre bajo el parasol, escena que daba chiste pues con su tamañote parecía un gigante incómodo bajo un paraguas desproporcionado.

Macarena, con cremas y menjurjes, doró su piel hasta el escándalo. Su torneado cuerpo provocaba hasta a los cangrejos, que parecían salir de sus huecos solo con la intención de mirarla con esos ojitos saltones, los muy desgraciados. Ni qué decir de los camareros del hotel y de los otros huéspedes.

El segundo día, ya en la tarde, Samuel se animó a entrar en mis brazos al agua. No me daba en la cintura el agua cuando me pidió que no avanzara más, y le hice caso. Así, poco a poco, se le fue el miedo al mar y para el final de nuestras vacaciones, se sentía en su elemento. Los castillos enormes que construimos, decorados con los muñecos que llevó, fueron la atracción de todos cuantos pasaban frente a nosotros. Tomamos muchos helados, Gigante, es, en definitiva, el que más nos gusta. Lo echamos a votación. Y bueno, las cervezas no faltaron tampoco nunca. Niels, como buen holandés, no le tiene miedo a la bebida más antigua de la tierra, ni su novia, ni Macarena.

Así, transcurrieron nuestros cinco días de vacaciones, en las playas de Esmeraldas. Ahora Samuel ha vuelto a clases, y todos nosotros a la apestosa rutina.

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01 septiembre, 2008

Capítulo 101 (El APestado)

Vuelvo, para esta segunda temporada, más pestilente que antes.

Y esto, a pesar del giro que ha tomado mi vida.

Me adentro, entonces, en el relato de los últimos acontecimientos, algunos de los cuales datan ya de hace unos dos meses. Pero antes, algunas precisiones para aquellos que han tomado esta historia al vuelo, para los que no pueden o no quieren mamársela toda entera.

Soy un apestado, y no es que a mi la vida me apeste, sino que yo le apesto a la vida. Ya.

Entonces, como muchos saben, la casa donde vivo, la vieja casa de mi abuela pasó de ser un inmueble casi derruido por el tiempo en una residencia temporal de estudiantes extranjeros que vienen a mi apestosa ciudad a estudiar español. Las dos primeras estudiantes que recibimos, a pesar de ser unas deidades, dejaron un sabor amargo en nuestra casa, la de mi familia (Macarena, mi esposa, Samuel, mi hijo de cinco años y yo, su apestoso servidor) pues eran de personalidad insípida, de escaso entusiasmo y algo desagradecidas con la vida.

Sin embargo, las cosas mejoraron con la llegada de Niels, nuestro segundo y más ilustre huésped. Se trata, y hablo en presente porque casi lo tengo a mi lado, de un enorme holandés de dos metros de alto que cayó literalmente del cielo holandés (vino en KLM) para cambiar nuestras vidas.

Resulta que Niels vino a Ecuador para perfeccionar su español pero sobre todo para hacer una pasantía que consistía en un estudio pormenorizado de la situación hostelera (de hostales) en Quito, dentro del programa de último año de sus estudios de marketing y turismo, previa la obtención de su título de tercer nivel en el tema.

Escogió a una familia quiteña que viviera en la zona de los hostales para convivir con ella, practicar su español y tener al alcance de sus enromes piernas la zona donde se encuentra el objeto de su estudio.

Y fuimos nosotros a quienes escogió tras estudiar el perfil de varias familias anfitrionas que fueron provistos por la fundación con la que trabaja.

Llegó solo al final de la tarde de un día cualquiera, cuando Macarena estaba ya en casa junto con Samuel. El timbre sonó, me cuentan, y un enorme hombre con el pelo rubio les saludó por su nombre y se presentó con un español perfecto. Quisieron ayudarle con sus maletas pero eran demasiado pesadas, salvo par él. De inmediato le enseñaron su cuarto y tras dejarlo que se instale, Samuel permaneció callado, con los ojos desorbitados frente a ese gigante al que ahora llama hermano.

Yo llegué casi una hora más tarde y cuando abrí la puerta, encontré al rubio enorme en gran charla con Macarena: mi primera reacción fue de celos pues parecía íntimos amigos y hasta más que eso por la familiaridad con la que hablaban. Pero de inmediato fui recibido por Niels como si fuera él, y no yo, el anfitrión.

No había esperado a que llegara para darles un par de regalos a Samuel y Macarena: una camiseta algo grande del Ajax, para Samuel y un carrito a control remoto que me recordó que yo nunca tuve uno; un bolso kitsch de la diseñadora Esther Veereschild para Macarena y, para mi una botella de vino “No House”, de cuyo sabor aún no puedo hablar pero que hace parte de una campaña humanitaria para los niños Sudafricanos que han quedado sin hogar, la botella posee un diseño extraordinario que a hecho que la Macarena no quiera abrirla nunca.

Los días pasan. Niels se comporta como todo un caballero, solícito en todo momento, dispuesto a cocinar con nosotros, no como nuestras primeras huéspedes. Sale de compras con Macarena y pasea a Samuel en sus hombros, con una perspectiva de tres metros sobre el nivel del piso. Juntos bebemos vino y conversamos largamente sobre este país al que quiere aprehender más allá de cualquier expectativa. Se interesa por mi y alucina al oír la historia de mi fracaso, de mi pestilente suerte….

Y sale, de repente, con la idea de que nos asociemos para hacer de la vieja casa de mi abuela un hostal, pero no uno más, sino el mejor de todos. Aunque, claro, esto no es más que una idea, una apestosa idea todavía.

09 julio, 2008

Capítulo 100 (El Apestado)

Dos finales se presentaron, como una revelación, ante mis apestosos ojos en una noche más de insomnio. El primero, como lo anuncié con demasiado apresuramiento, un homenaje a mis lectores, con una selección de los mejores y los peores comentarios que he recibido, de los más de 1000, alcanzados hasta este memorable capítulo, final de temporada.

El segundo, empieza así: Caca fue la primera palabra que recuerdo haber escrito. Lo hice en la contratapa de un libro de historia, escrita por el casi cura Julio Tobar Donoso, y esto es revelador en todos los sentidos. Digo yo, con mi apestosa suspicacia, que este gesto fue el primero de una serie de rechazos a la intelectualidad a la que me vi abocado a escoger como estilo y medio de vida, y que tan maltrecho me ha dejado. La consecuencia de tal acto, además, tuvo un fuerte impacto en mi infantil pero ya apestosa cabeza pues el miedo de mi madre a que mi furibundo padre descubra el sacrilegio, fue tan contagioso que tuve pesadillas recurrentes hasta entrada la adultez.

Claro que una segunda lectura podría definir la escena como el principio de mi animadversión hacia los conservadores, tema inculcado por el liberal de mi padre que si leía esas versiones de la historia era para tener elementos que lo ayudaran en su radicalismo.

Digo todo esto como introducción a un análisis de mismo por mi mismo. Quiero encontrar el motivo por el cual El Apestado ha sobrevivido casi dos años y ha reclutado una hueste de incondicionales seguidores y pocos pero también incondicionales detractores.

Mi lúcida, pero apestosa cabeza de sociólogo, me dice que hay identificación con el drama que es mi vida.

Mi fría, y también apestosa experiencia de antropólogo urbano, dice que la gente quiere saber que hay vidas más apestosas que la propia, y que batallan contra sus propias miserias al descubrir marginales como yo, sobre cuyas debilidades se reafirman.

Ahora bien, debo echarme flores yo mismo, (aunque algunos ya lo han hecho), en el sentido de que la pluma con la que escribo es todo menos algo pestilente, mi léxico es rico, mis ideas se plasman con claridad, mi estilo es apestoso y perfumado al mismo tiempo: tengo, en resumen, vena literaria, sin duda alguna.

Por todo esto debo confesar mi sorpresa ante el hecho de que ningún avezado busca talentos se haya puesto en contacto conmigo para hacer de esto un best seller de la marginalidad. Parece que nadie ha visto en esta bitácora el síntoma de lo que sucede en la ciudad donde vivo, una radiografía de los males que aquejan al mundo donde más y más personas viven el drama de la falta de un empleo digno: somos los nuevos marginales.

Y bueno, esto no es una despedida. Mi vida ha tomado giros aun no revelados en este espacio y si bien tales eventos podrían alejar de mi el calificativo que me describe: Apestado, lejos estoy aún de despojarme de esta manía mía de verlo todo bajo la óptica de quien ha sido tocado con la vara de la mala suerte, de la buena muerte…

Por eso, y para irritar a algunitos, El Apestado promete seguir.

09 junio, 2008

Capítulo 99 (El Apestado

El Apestado cumple pronto cien capítulos, lo que, de acuerdo al simbolismo del número, es de buen augurio. El numerólogo Piero di Cascia, sostenía que beber un vaso con 100 gotas de agua de manantial, aseguraba la longevidad de los adolescente. Ante la dificultad de llevar a cabo tal designio, (no hay manantiales cerca, y lejos estoy ya de la adolescencia), prefiero escribir un post, un doble post que comprenda los dos últimos capítulos de esta, la primera temporada del El Apestado, su fiel y por siempre pestilente servidor.

El capítulo 99, este mismo, es para hacer un balance de los 98 capítulos anteriores y la forma en la que yo mismo me retrato en ellos. El siguiente, el próximo, será para referirme a ustedes, mis lectores, y aprovechar, entre tanto, para echar pestes, ahí donde nada más cabe.

Para empezar, y para que les quede claro: “la vida no me apesta, yo le apesto a la vida”.

La muestra está en algunas de mis primeras afirmaciones:

“Hoy he salido a la calle con la esperanza de hallar la solución a mis problemas pero el asfalto me ha escupido su bochorno a la cara y he vuelto a mi caverna, con el espíritu contrito” (Capítulo 1)

“…la pila de mi reloj se acabó, mi línea de teléfono celular fue anulada por no ingresar tarjeta en no sé cuantos meses, el teléfono convencional me lo cortaron por falta de pago, se quemó el monitor de mi PC, la pata de mis lentes, -¿no les dije?-, se desprendió y a pesar de haberla pegado quedó torcida. Eso pasó en apenas cinco días”. (idem)

Pero intento reponerme: “Entonces, como no tengo personalidad suicida, y como los vicios se han reducido a los anteriormente citados (aguardiente y cigarrillos sin filtro), me queda el consuelo del buen polvo”. (idem)

Y aquí mi primer escupitajo: tras mi única y última declaración de amor a la Macarena, alguien sugiere que he perdido mi condición de apestado, “a quien le queda (le quedaba, según el lector) el consuelo del buen polvo” ¿Acaso una declaración de amor puede dejar de ser cursi? ¿Acaso la única forma de amar a su amada es con un polvo? (Cap. 98)

Y mi amada, la Macarena, ocupó muchos posts de este blog, hasta que decidí voluntariamente, un poco por respeto, dejar de referirme a ella en términos como por ejemplo:

“Macarena se ha puesto una minifalda que me tiene inquieto. Sus piernas torneadas detienen carros y transeúntes en la calle. No quiero aventurarme a pensar que esos jamones reemplazan a la hoja de vida que lleva arrugada bajo el brazo. Pero tampoco me atrevo a hacer ningún comentario al respecto pues corro el riesgo de recibir una buena amonestación, si no una cos, que me deje sin mi dosis nocturna de olvido, entre esas mismas piernas. Si viene con la noticia de que encontró trabajo, no sé si deberé alegrarme o preocuparme. Siempre queda la posibilidad de que demandemos al asqueroso jefe, que ya me figuro, por acoso sexual. ¡Quién sabe! Talvez sus piernas me traigan otros placeres. O quizás vuelvan endurecidas por la caminata, con sus contornos desvanecidos, y me vea obligado a modelarlas entre mis manos para que vuelva, mañana, a lucir su provocativa minifalda ante la voraz mirada de tanto tránsfuga del asfalto, cuando vaya en busca de quién sabe qué promesas más tarde omitidas” (Cap. 2)

“Macarena tampoco se atreve a tocar el tema (de unas vacaciones) aunque broncee sus piernas a la primera oportunidad, con el deseo secreto de que la falda pueda subir más allá de los muslos y de que su color alcance esos tonos que tanto deseo provocan en mí, y en más de un mirón hijueputa”. (Cap. 46)

“Con suerte se toparán con sus muslos en La Mariscal y, si alcanzan a verlos, fíjense en el pequeño lunar que tiene en el centro de la rodilla izquierda, entonces se dirán: ahí va Macarena, la de El Apestado”. (Cap. 8)

Sobre mi hijo, a quien también le debo un post para él solo, me he referido en los términos siguientes:

“Samuel, a sus cinco años es más inteligente que muchos de los bloggers que andan por ahí.” (Cap.73)

Y sobre los dos, sobre lo que ellos producen en mi, dije “Claro que cuando vea a mi hijo y a Macarena atravesar la puerta, con su color canela, sus voluptuosidades henchidas de sol, sus historias de arena, mi aletargamiento se irá al carajo y la algarabía invadirá mi pestilente ser hasta convertirme, entonces, en el ser más feliz del planeta”

Ahora, la suegra, ese pintoresco personaje que me detesta, no ha salido libre de mis más duras críticas. Me refiero a ella como la omnipresente, porque aparece siempre en los rincones, en los momentos menos precisos. Pero, como ya lo dije: “no es que me falten ganas de despotricar en contra de ella, sino que me propuse no hacerlo porque cada vez que escribía se agrandaba mi desagrado. Y como consecuencia nuestra forzosa relación se volvió un clavario, para todos. (Cap54)

Pero nada retrata más al personaje que el capítulo aquel en el que relato el hallazgo, macabro hallazgo de una prótesis dental entre la fruta, si es que quieren reírse claro. (Cap. 80)

Finalmente, y para no aburrirlos, recojo al azar dos o tres cosas coyunturales que han valido más de una crítica:

(Sobre el aborto) “No cabe en sus cabezas la posibilidad de que gente preparada en el tema imagine una manera de reducir los embarazos adolescentes, de masificar el uso del condón entre una población general cada vez más libre, más adelantada y también más promiscua. No conciben que la defensa de la vida se la hace con políticas de salud pública, acordes con la realidad, no con la fe”. (Cap 63)

“¡Que viva el calentamiento global!, grito en alguna tarde que el sol, en pleno invierno, nos deja salir en mangas de camisa, gafas y el alma iluminada” (Cap. 59).


“Yo quisiera que el uso de las malas palabras se eleve a norma constitucional. Sí, ya estoy harto del juicio, pacato, que se da a algunas palabras de uso más cotidiano que aquellas con las que nos doran la píldora presentadores de TV, periodistas de medio pelo y editorialistas decimonónicos” (Cap 70)


Sobre los bloggers: “….A parte de algunos que usan las “malas palabras” con más frecuencia que las palabras inteligentes, casi toda la blogosfera ecuatoriana está inundada de seriedad, de circunspección, de juicio, de sensatez, tanta pero tanta que a veces la pantalla de mi ordenador se queda congelada de lo fríos que son ciertos argumentos”. (cap. 74)

Mi ciudad: “Marcando el inicio del día en las calles sucias de La Mariscal, intento entender lo que sucede, pero el trayecto es corto, y el sueño grande. Las horas más absurdas acogen la perpetua interrogante sobre qué mismo es la vida, esta apestada vida” (Cap 50)

“Quito apesta cuando hace frío y hiede de madrugada”. (Cap 40)

¡Hasta los 100!

27 mayo, 2008

Capítulo 98 (El Apestado)

Hace rato que le debo un post a la ignorante de la Macarena. Y no es que mi mujercita sea un ignorante completa, pero si parcial. Lo digo, debido a que desconoce de la existencia de este espacio, como muchos de ustedes ya lo saben.

Y si no tiene idea de la vida de El Apestado es porque me atemoriza revelarle mis revelaciones, algunas de las cuales, aunque son enteramente sinceras, pueden herirla. Así, puede que no acepte que la desnude, como ya lo he hecho, con mis descripciones sin censura. Entonces, para paliar los efectos que pueden producir un descubrimiento repentino de este mi secreto, aquí va mi alabanza, que más que elogio, es admiración pura y simple.

Cada mañana que me despierto junto a ella, tomo unos segundos para mirarla sin que se de cuenta y me sorprendo de que aún me aguante, de que, a pesar de su belleza, de su pureza, soporte al apestado que tiene a su lado; y no es que tenga aliento de perro sino que en la vida cotidiana soy así, como ustedes me conocen, un eterno descontento, un maldito resentido que para no morir de ira, recurre a la ironía para relacionarse con el mundo, este apestoso mundo.

Y ella, como si intuyera por dónde van mis pensamientos, abre los ojos y me da la primera lección del día: me da un beso en la boca, se da vuelta y se levanta, dejándome ver su perfecto trasero desnudo mientras yo, con esa solo imagen, me reconcilio con el mundo que segundos antes era una bola gris y sucia.

Turbado, alcanzo a levantarme para ir a encender la cocina donde la inmensa cafetera italiana espera para despertarnos definitivamente. Mientras Macarena toma su ducha, yo despierto al niño, le acerco la ropa y tras un juego demasiado corto, entro a la ducha para enfriar mis pensamientos que no han dejado aún la imagen de sus redondos glúteos.

Cuando salgo de la ducha, Samuel está vestido, Macarena a medio arreglarse es una tentación que debo esquivar para no tumbarla en la cama, nuevamente. Así, los tres tomamos el desayuno juntos antes de ir, cada uno por su lado, a vivir la vida.

Son, al menos, unas dos mil quinientas veces las que pienso en la Macarena cuando estoy en el trabajo y al menos una de esas veces la llamo por teléfono, solo para oír su voz, porque por lo general se que está sentada frente al computador atendiendo cosas de su trabajo.

Y es que, no puedo vivir sin ella. Soy un apestoso enamorado. Y hago todo lo posible porque ella sienta, al menos, la décima parte de lo que siento yo por ella. Así, creo que con mis pestilencias, le hago reír, y bastante. También cuezo para ella y Samuel, los platos más exquisitos que mi mente y mi bolsillo me lo permiten. Cuento, aunque ella dice que es para Samuel, las historias más inverosímiles que mi apestosa cabeza puede imaginar y mientras tales relatos duran, veo con fascinación, un brillo en sus ojos, igual que el brillo que las aventuras mías, en las selvas de Madagascar producen en Samuel.

En la noche, cuando la cama es el único lugar que tenemos para huir del pestilente frío quiteño, vuelvo a sentir que el mundo no es ese inhóspito lugar que fue durante toda la jornada y me olvido por completo de mi pobreza y de mis males cuando cruzo mi pierna derecha sobre su vientre plano y acaricio con dulzura su seno derecho…

Te amo, Macarena…

07 mayo, 2008

Capítulo 97 (El Apestado)

En mi trabajo, el de recepcionista de hostal, hay terreno fértil para imaginar historias en torno a los personajes que pasan por ahí. Si bien hay individuos extrovertidos que no dejan lugar a la imaginación, que lo cuentan todo a los pocos minutos de intercambio, hay otros, introvertidos, cuyas caras no siempre reflejan su verdadera personalidad y en torno a los cuales mi apestosa cabeza teje historias.

La más cercana de estas historias fue la de un tipo que pasó en el hostal un mes entero, un tipo que llevaba mi mismo nombre, un tipo al que, contrario de lo que me pasa a mi, parecía que la vida le apestara.

Y es que su cara tenía un rictus desagradable, lo cual, sin dejar de ser subjetivo, era real desde cualquier punto de vista.

- Ese tipo es raro, dijo mi patrón
- Ese tipo es raro, dijo las señora de la limpieza
- Ese tipo es raro, dije yo mismo para mis adentros

Y es que el hombre, pequeño, barbado, algo contrahecho y con la mirada escabullidiza pasaba las tres terceras partes del día metido dentro de su habitación, con la cortinas cerradas, editando algunos videos, dijo él cuando tomó la pieza.

Yo, con mi pestilente mente, asumí que se trataban de videos pornográficos y llegué a pensar que se estaba frente a algún pederasta que, como muchos, imagino, recorren los países de América Latina, encuentran sus víctimas aquí mismo, editan y envían los dichosos videos desde una conexión para ellos segura.

Es así que se lo comenté a Macarena y ella dio alas a mi imaginación. Llegué, entonces, a revisar las páginas de los Most wanted de los Estados Unidos, país de origen del pobre hombre. Pero por más que recorrí las páginas del FBI, la DEA y otras agencias de seguridad, no di con la cara de nuestro huésped.

Sin embargo, estaba convencido de que escondía algo lúgubre, que tanto aislamiento, en un país ajeno, no podía ser normal.

Así, pasaron los días y cada vez que me topaba con el hombre en el corredor, mi aversión hacia él crecía. Estuve a punto de entrar a husmear dentro de sus pertenencias, cosa que jamás se me había ocurrido hacer y claro, no lo hice simplemente por que no soy un apestoso fisgón.

Llegó, entonces, el día en el que él hombre me dio, con sus palabras, en la cara, en la apestosa cara de desconfiado que tengo al pedirme de favor que le tradujera al inglés algunas de reseñas de películas, de documentales en concreto, que pasaba en una sala de cine experimental de la ciudad.

Ahí, me dijo que era cineasta, que estaba editando un video para una organización americana con fines sociales dentro del país.

Solo se trababa de un solitario, apasionado de su trabajo, al que convencí unos días más tarde de tomar una cerveza juntos con el secreto deseo de exculpar mis prejuicios hacia él.

28 abril, 2008

Capítulo 96 (El Apestado)

Mis hijas pronto se irán y en su lugar llegará un hombre, también holandés. Las conclusiones que he sacado de esta experiencia de casi un mes son varias pero me limitaré a aquellas que son las más pestilentes, para usar un término ya habitual en este espacio. Pero antes, debo aclarar que nunca me acosté con la holandesa…

Las chicas, se supone, vinieron a aprender español, objetivo que, a mi parecer, no se alcanzó. Y no se alcanzó por varias razones, una de ellas es que su familia anfitriona, la mía, casi nunca usó el español para comunicarse. Si no lo hicimos fue porque me desesperaba, al igual que a Macarena, ese intento vano, tartamudo, de encontrar la forma correcta del verbo. Tras varios segundos de intentarlo, de corregir los usos, de usar las palabras en otros contextos, ambas partes nos dábamos por vencidas y volvíamos al inglés.

Además, detectamos un desinterés propio de los jóvenes a quienes nada falta, cosa que de alguna manera nos disgustó a Macarena y a mí. Sé que es subjetivo, que no me debería importar la forma en cómo perciben y se relacionan con el mundo otras personas, pero en vista de que vivían en mi casa, puedo y debo criticarlas.

No sé si era miedo, pero rara vez las chicas salían; y nunca lo hicieron solas o fuera de los programas que la escuela de español organizaba. El centro histórico les valió una visita de un par de horas una mañana y jamás comentaron nada sobre lo que ahí vieron, a pesar de ser el centro colonial más importante de toda América. Las comidas que preparábamos con estricta dedicación y planificación, nunca merecieron comentario alguno, y eso que se trataba de locros, ceviches, fritadas, otros platos de la comida típica del país y muchas ensaladas y frutas, como es costumbre en mi casa.

Inclusos Samuel, mi hijo dejó de mostrar interés por ellas al cabo de una semana de haberse frotado descaradamente sobre los muslos desnudos de la holandecita.

Pero lo peor, para mi, es lo que sucederá cuando dejen mi casa. Las dos chicas harán trabajo de voluntariado en un barrio suburbano de Quito: darán clases de inglés a niños en edad preescolar: ¡Vaya ayuda!

Desde que abandoné mi vida de cuentista social, vinculado a los llamados voluntarios y sus ONGs, estoy convencido de que este tipo de labor no solo que no ayuda en nada a la gente de mi país, sino que le perjudica: los voluntarios –la mayoría de ellos- son unos pobres vagos que nada saben de nada pero que con acento extranjero intentan convencernos de su misión. Yo mismo he sido testigo de cómo algunas prácticas corruptas, inculcadas por estos nuevos cruzados, penetran en el modus operadi de organizaciones sociales y se vuelven moneda corriente.

Pero claro, yo sigo haciendo parte de este juego apestoso pues no dejaré de recibir a los dichosos voluntarios en mi casa, mientras paguen, claro.

14 abril, 2008

Capítulo 95 (El Apestado)

Mis hijas, putativas, son dos perlas en el océano de estos malhadados años. Fui a recogerlas a la hora del almuerzo de la escuela de español que nos ha puesto en contacto, después de verificar que serían bien recibidas y acomodadas correctamente.

Una pequeña biografía de la familia les advertía sobre nuestros perfiles, entre los que se menciona que hablamos inglés, lengua en la cual nos comunicamos, por ahora, ante la fascinación de mi hijo Samuel.

Nerviosas, llegaron a la casa, escogieron sus habitaciones y luego recorrieron el lugar con cierto asombro, (talvez al final de su estadía me expliquen el motivo de tal asombro). Creo que con inquietud, aceptaron que Macarena apareciera solo hacia el final de la tarde. Por suerte, el fin de semana empezó al día siguiente, así que esos dos días nos dieron tiempo de mostrar lo que es en realidad una familia quiteña, aunque debo reconocer que la mía no es el modelo establecido. Me explico: yo cocino, no lo hace Macarena, por precaución, diría yo, ya que su despiste puede envenenarnos, claro que es una forma exagerada de decir que cocina pésimo.

Samuel, con la inquietud que todo esto ha provocado (cuarto nuevo, huéspedes de las que se ha enamorado al primer vistazo, sin saber cuál de ellas es más linda, etc.) exagera los tratos de confianza que nos caracterizan, por ejemplo, golpea los glúteos de su madre con más fuerza que nunca, maltrata mi cara en busca de gestos que seguramente espantan a nuestras visitantes, come con las manos y sobre todo canta a voz en cuello en una jerizonga que intenta parecer inglés.

Yo, bebo cerveza y fumo en el patio trasero, para no molestar con el humo a nadie, y leo, mientras de reojo miro la piel de durazno de mi hija holandesa, un mujerón de 19 años que nos ha confesado que está enamorada de un hombre de mi edad. A las diez de la mañana, del domingo, sus minúsculos calzones cuelgan sobre mi cabeza y su mirada cruza la mía en un gesto para mi desconcertante.

Y así, la vida de El Apestado ha tomado otro giro.

31 marzo, 2008

Capítulo 94 (El Apestado)

Hemos batallado desde inicios de este año para lograr nuestro objetivo, y hoy estamos apunto de cumplirlo. En los próximos días llegarán nuestros primeros huéspedes, una chica holandesa y otra alemana que vienen a Quito para aprender español.

Seremos su familia anfitriona, a través nuestro verán al país, a la ciudad, aprenderán de nuestras costumbres, buenas y malas, y oirán todos los dejos de esta variedad del español quiteño, quiteñazo, como recalca Macarena refiriéndose a mi forma de hablar.

Samuel todavía no entiende bien de qué se trata todo esto. No entiende que personas extrañas vengan a nuestra casa, que deba cambiar de habitación para recibir en la suya a alguien que no conocemos, que ese alguien no hable español, que nos lleve tanto tiempo preparar su llegada, el menú de bienvenida, que cambia cada día, los horarios para la limpieza de la casa, los planes de compra para que nada falte, las interrogantes sobre cuándo y cómo recibiremos nuestro primer pago que es casi lo que Macarena y yo recibimos juntos durante todo un mes.

Ni Macarena ni yo estamos dispuestos a dejar nuestro empleo, por más que estos nos pesen; así, hemos tenido que recurrir a una tercera persona, a una empleada, para que haga a las tareas de la casa, deje lista la cena, limpie las habitaciones, arregle los trastos del desayuno y tantas otras cosas más…

Pero, al igual que a mi hijo de cinco años me inquieta la presencia de personas extrañas en mi casa. Ya no podré pasearme en calzoncillos, ni aparecer con mi melena a cuestas bajo el riesgo de espantar a mis nuevas huéspedes. Macarena por su lado ha manifestado, entre bromas, su temor de que me lance sobre las jóvenes huéspedes que ambos imaginamos con ancas de yegua, cabellos blondos, piel de nínfulas, desinhibidas y alegres…. Claro, si la escuela que las ubica en mi casa accediera a esta última idea, cancelaría el contrato que tiene con nosotros….

10 marzo, 2008

Capítulo 93 (El Apestado)

LA verdad es que nada pasa, las obras de mi departamento, aquel que queda tras la casa vieja de mi abuela, están casi detenidas por falta de dinero, un dinero que no es nuestro, que nos prestan, que demora porque mi urgencia no es urgente -para mi cuñada prestamista.

Así, frente a la imperiosa necesidad de que las cosas se muevan con un ritmo levemente más acelerado de lo que normalmente lo hacen, pasa lo que siempre ocurre cuando uno tienen apuro, los segundos se mueven como minutos, los cuartos de hora, como una hora entera.

Y claro, ni Macarena, ni Samuel, ni yo mismo antes de escribir esta nueva confesión, sabemos qué nos pasa y nuestra irritabilidad sale a flote con el volar de una mosca.

El clima, además, no favorece a que los ánimos se eleven. Yo no sé si es que los científicos asocian el estado de ánimo al clima, pero lo cierto es que con estos fríos siberianos sobre nuestras cabezas, se han congelado las ideas, la voluntad, somos unos seres sin gracia, como una nube gris cargada de agua. Es así que nuestras poquísimas reflexiones diarias giran entorno a este mismo apestoso tema: el frío.

Y es que el ala de la casa que destinaremos al hospedaje de turistas y extranjeros, es sumamente fría. Ya, existe una chimenea, pero esta dota de calor a una pequeña parte de la casa, además, el presupuesto de leña que necesitaríamos para tenerla encendida, al menos en las noches, es altísimo: una camioneta pequeña de leña cuesta 80 dólares en el barrio.

Este frío es una cuestión estructural para nosotros, y sus sistemas de significación comprenden clavos viejos, tumbados hechos de bahareque, rendijas que dejan ver un amplio y gélido paisaje.

Y, claro, como no tengo para cambiar el tumbado, ni rehacer las ventanas, sigo, entre las cobijas, imaginando que el calentamiento global es una expresión macabra.

19 febrero, 2008

Capítulo 92 (El Apestado)

Sí, este es un estilo que no calza en mi apestosa piel. Y es que hoy no puedo, no, recurrir a metáforas celestiales o ironías macabras. Más bien, me entran unas ganas locas de explicar lo inexplicable, de increpar a la muerte en sus propios términos, encararla, exigirle explicaciones aunque, lo sé, sus respuestas -rigor mortis- no podrían ser consideradas tales.

El día del amor, mientras las calles de esta ciudad que amo y odio se adornaban, se deslucían frente al rosa, al celofán, ante la ignominia de la falsedad, yo tuve que asistir a mis vecinos en la muerte de su hijo.

Yo salía de la ducha cuando oí a través de las paredes de mi casa los gritos desesperados de una mujer. No tardé en darme cuenta de que se trataba de mi vecina, a quien conozco desde niño. Salí a la calle mientas Macarena preparaba a Samuel para su día de escuela, e, igualmente con gritos, le dije que estaba ahí para ayudarla. El Juan, el Juan, gritaba, el Juan se me ha muerto. Mijito se ha muerto. Alcancé a empujar la puerta y entré. El padre, un hombre de unos 80 años daba vueltas perdido, despeinado, desconcertado. Doña Lucía, en bata, lloraba desconsolada mientras repetía: mijito se murió, se murió mi Juancho.

Don Rafael intentó entrar al cuarto para vestir el cuerpo inerte de su hijo de 40 y pico de años, su hijo con síndrome de Down al que, de niño, yo huía y estigmatizaba. Arrastré al hombre fuera del cuarto e intenté vestir el cadáver, sin resultado. Salí de ahí e hice las llamadas de rigor para que se verificara la muerte. La espera fue lenta, los llantos copiosos, la soledad de los viejos sin más compañía que las pocas plañideras del barrio, eran bofetadas que me recordaban la lejanía de mis padres y su inminente, aunque no tan cercano final.

Y sí, mientras la humanidad casi entera manifestaba sus mejores sentimientos con rosas, tarjetas y el ruido del celofán, otros enterraban a sus seres queridos, aquellos que, en la voz estereofónica de un cura de barrio, están junto a Dios. Así dicen, justo cuando la fe de quienes sí creen, flaquea…

06 febrero, 2008

Capítulo 91 (El Apestado)

Cada vez que mi vida deja de apestar, mis lectores me abandonan. Y el corolario de toda esta apestosa aventura bloguera, es la crónica de una muerte anunciada: El Apestado no puede ser un tipo próspero al que la vida le sonría. Así, mis días están contados y al ritmo en que van las cosas, apenas alcanzaré a completar los cien -cabalísticos- capítulos de esta pestilente historia.

17 enero, 2008

Capítulo 90 (El Apestado)

Que esta apestosa condición puede desaparecer es tan cierto como que mi cuerpo y alma puedan estrellarse esta misma tarde contra un bus en plena Av. Colón.

Pero ante tal eventualidad, no me queda más que seguir con el relato de lo que acontece. Resulta, entonces, que mis planes de mudarme al departamento que queda en la parte posterior de la vieja casa de mi abuela, para destinar ésta al alojamiento de extranjeros, camina a paso lento, debido a que mis obligaciones no me permiten dedicarme por entero a la tarea.

Los obreros que nos ayudan, trabajan solo el fin de semana. Pero esto no está tan mal que se diga, pues hemos encontrado, Macarena y yo, un momento de complicidad, de colaboración, cosas que, tras quince años de estar juntos, habían comenzado a desvanecerse en la cotidianidad.

Así, cuando Samuel está ya en su cama, en el segundo piso de la casa, nosotros tomamos nuestra ropa más vieja, aunque la distinción no sea tan simple, y nos ponemos a acumular escombros, a raspar paredes o terminar la tarea inconclusa de los albañiles, quines se han vuelto nuestros mejores amigos, nuestros consejeros de fin de semana.

Y así, las cosas avanzan, pero lentamente. Entre tanto, ya no hacemos otra cosa que hablar sobre nuestro futuro y próspero negocio. Ya tenemos claro, por ejemplo, que nuestros clientes no llegarán por gracia de Dios, sino que hay que trabajar para conseguirlos así que ya tenemos planes virtuales de cómo lograrlo, una de las tareas será el ir a las escuelas de español para ofrecer nuestra casa, dejaremos volantes en las lavanderías y cyber cafés de todo el barrio y, como objetivo más importantes está el de abrir una página en Internet para que, poco a poco, nos vayan conociendo.

También hablamos de cómo serviremos los desayunos, de si debemos o no incluir almuerzos y cenas para los estudiantes, de lo bien que hará todo esto a Samuel, de la posibilidad de que alguno de nuestros huéspedes haga las tareas de babysiter para que al fin, al cabo de más de cuatro años, podamos salir al cine juntos, y, por qué no, a tomar luego una cerveza.

03 enero, 2008

Capítulo 89 (El Apestado)

No todo apesta, bajo el escaso sol de nuevo año.

Y sí, claro, han sucedido cosas, pero no me atrevo a calificarlas pues los últimos desvaríos de este su Apestoso servidor, han sido objeto de las más severas, de las más estremecedoras verdades, así que me limitaré a relatarlas para evitar así los golpes que puedan derivar de todo esto.

Aunque, claro, debo volver sobre mis afirmaciones, como lo hago a cada momento sobre mis actos, para señalar que solo el sendero que tome lo que me apresto a contar determinará si logro o no evitar los calificativos (esto es lo que llamaríamos, nosotros los doctos inútiles, metadiscurso, ¡puah!)

Las Navidades no fueron tan pestilentes como las esperaba, como las esperaba mi eterno pesimismo. Así, Samuel, mi hijo de cinco años, es el orgulloso poseedor de una flamante bicicleta china que yo mismo logré comprar con el “bono navideño” que me dio Papá Noel.

Además, con el remanente de ese mismo bono, llevé a casa de mis suegros, para la cena de Navidad, una buena botella de Pinot Noir que descubrí hace meses ya en una miserable tienda de barrio, sin que su propietario, claro, sepa de la fineza que tenía en las perchas.

Claro que pudo estar malo el vino, pero ni siquiera eso ocurrió; más bien, la cena de Navidad en casa de mis suegros, fue hasta agradable.

Mi cuñada, su gordinflón marido y sus insoportables críos comieron vorazmente, lo que les impedía hablar mucho, así que me esmeré en tener siempre a su alcance la bandeja más próxima. El vino lo disfrutamos casi solos Macarena y yo pues los demás han entrado en esa inexplicable abstinencia que los lleva a beber gaseosas hasta en la cena de Navidad.

La hermana de Macarena es la que ha puesto el toque diferenciador en estas fiestas, por ejemplo, decidió que irían ellos solos a la playa cosa que me extrañó agradablemente pues se fueron pronto y no se llevaron con ellos a Macarena y Samuel, y aunque sé que unas vacaciones les hubieran sentado bien, me alegré de que no me dejen solo. Y sí, soy un apestoso egoísta que detesta pasarla solo.

Además, y aquí entro ya en lo profundo del post, mi cuñada, demostrando una generosidad extrema, y una independencia que nos ha sorprendido a todos, ha decidido ayudarnos, sin que nadie lo sepa, en nuestro proyecto, aquel que nos sacará de esta apestosa pobreza.

Y claro, ya no me queda más que hacer público el proyecto. Como algunos ya lo saben, vivo en la vieja casa de mi abuela, en uno de los barrios más tradicionales de Quito, en el sector turístico de la ciudad. La casa es grande para nosotros y existe un pequeño departamento en la parte posterior que está deshabitado porque está parcialmente destruido por los efectos del tiempo y el abandono. Ni siquiera Samuel se atreve a entrar ahí, pues le da miedo la oscuridad y le repele el olor a rancio. Así que, en resumidas cuentas, nos pasaremos a vivir ahí, cuando esté habitable, y destinaremos el resto de la casa, de cuatro cuartos más, al hospedaje de extranjeros.

Voilà mi secreto. Ahora hay que ponerse manos a la obra con el primer dinero facilitado por mi cuñada, el mismo que tendremos que devolver en cómodas cuotas, y a medida que el negocio crezca. No les diré cuales son mis expectativas en cuanto al dinero, pero tengo una pequeña idea con lo que yo, o Macarena, pero no los dos, deberemos abandonar nuestros respectivos trabajos para sostener el nuevo.

Y así, la vida de este apestado puede tomar nuevos rumbos. ¡Feliz año a todos!