09 julio, 2008

Capítulo 100 (El Apestado)

Dos finales se presentaron, como una revelación, ante mis apestosos ojos en una noche más de insomnio. El primero, como lo anuncié con demasiado apresuramiento, un homenaje a mis lectores, con una selección de los mejores y los peores comentarios que he recibido, de los más de 1000, alcanzados hasta este memorable capítulo, final de temporada.

El segundo, empieza así: Caca fue la primera palabra que recuerdo haber escrito. Lo hice en la contratapa de un libro de historia, escrita por el casi cura Julio Tobar Donoso, y esto es revelador en todos los sentidos. Digo yo, con mi apestosa suspicacia, que este gesto fue el primero de una serie de rechazos a la intelectualidad a la que me vi abocado a escoger como estilo y medio de vida, y que tan maltrecho me ha dejado. La consecuencia de tal acto, además, tuvo un fuerte impacto en mi infantil pero ya apestosa cabeza pues el miedo de mi madre a que mi furibundo padre descubra el sacrilegio, fue tan contagioso que tuve pesadillas recurrentes hasta entrada la adultez.

Claro que una segunda lectura podría definir la escena como el principio de mi animadversión hacia los conservadores, tema inculcado por el liberal de mi padre que si leía esas versiones de la historia era para tener elementos que lo ayudaran en su radicalismo.

Digo todo esto como introducción a un análisis de mismo por mi mismo. Quiero encontrar el motivo por el cual El Apestado ha sobrevivido casi dos años y ha reclutado una hueste de incondicionales seguidores y pocos pero también incondicionales detractores.

Mi lúcida, pero apestosa cabeza de sociólogo, me dice que hay identificación con el drama que es mi vida.

Mi fría, y también apestosa experiencia de antropólogo urbano, dice que la gente quiere saber que hay vidas más apestosas que la propia, y que batallan contra sus propias miserias al descubrir marginales como yo, sobre cuyas debilidades se reafirman.

Ahora bien, debo echarme flores yo mismo, (aunque algunos ya lo han hecho), en el sentido de que la pluma con la que escribo es todo menos algo pestilente, mi léxico es rico, mis ideas se plasman con claridad, mi estilo es apestoso y perfumado al mismo tiempo: tengo, en resumen, vena literaria, sin duda alguna.

Por todo esto debo confesar mi sorpresa ante el hecho de que ningún avezado busca talentos se haya puesto en contacto conmigo para hacer de esto un best seller de la marginalidad. Parece que nadie ha visto en esta bitácora el síntoma de lo que sucede en la ciudad donde vivo, una radiografía de los males que aquejan al mundo donde más y más personas viven el drama de la falta de un empleo digno: somos los nuevos marginales.

Y bueno, esto no es una despedida. Mi vida ha tomado giros aun no revelados en este espacio y si bien tales eventos podrían alejar de mi el calificativo que me describe: Apestado, lejos estoy aún de despojarme de esta manía mía de verlo todo bajo la óptica de quien ha sido tocado con la vara de la mala suerte, de la buena muerte…

Por eso, y para irritar a algunitos, El Apestado promete seguir.