10 diciembre, 2007

Capítulo 88 (El Apestado)

Entonces me pondré pesado como solo yo sé hacerlo. Y para empezar, mierda sobre la Asamblea: ¡mierda! Ya, ya está.

Segundo, redundo en mi pestilencia para que los que se hastían de ella, reciban de una vez por todas la sobredosis que tanto andan buscando: sigo en la mierda, aunque esta mierda que me carcome sea de otra materia, de otro origen (¿cabe esto?) que el que define a la Asamblea y sus omnipotentes miembros, mierdosos miembros que no harán nada por sacarme a mi, y a una horda de individuos como yo, de esta mierda que apesta.

Y ya que estoy, embarrando con mis palabrotas a todos, diré que no es mi intención dar lástima, ni recibir favores, y si finalmente les doy lástima, pues allá ustedes. Este no es más que el relato de las desventuras de un apestado más, de los muchos que andan por ahí, de los muchos que no tienen el coraje de exponer sus miserias.

Y sí, claro que intento salir del hueco. Ya hace un par de meses dije que tenía algo entre manos, que intentaba guardármelo en secreto pero los últimos eventos me han empujado a revelar mis planes a Macarena. Pero por ahora no tengo tiempo de contar nada sobre esto, será la próxima. Sigan en sintonía, pues.

23 noviembre, 2007

Capítulo 87 (El Apestado)

Ayer Macarena explotó, literalmente. De repente sus caderas desaparecieron y todo su cuerpo adquirió la forma de una bombona de gas, con fuga, mientras yo, con un fósforo en la mano, trataba de ver en la oscuridad de nuestros días cómo la pobreza corroe nuestra relación sin remedio.

Eso, como ya ocurrió el año pasado, es producto de la cercanías de las Navidades, quizá la fecha más apestosa que ahora nos toca vivir. Porque, querámoslo o no, el entusiasmo de Samuel, las expectativas que se crea nos hunden en la certeza de que sus deseos se cumplirán a medias, que quizás, la bicicleta con la que ahora sueña, no se la daremos nosotros, sino su abuela, la omnipresente, o la hermana de Macarena que, otra vez, como todos los años, nos deleitará con su presencia (nótese la ironía), la de su corpulento y hueco marido, el orgulloso amigo de Shwarzenegger, la de sus hijitos cargados de dispositivos electrónicos y más gringos que el pato Donald.

Y, es así que Macarena, ante la apestosa realidad, y aunque yo ya no trabajo como un esclavo durante todas las noches, cosa que tendemos a olvidar, y que hace que las cosas definitivamente hayan mejorado, se lanzó a llorar tras constatar que no teníamos dos dólares que enviar a la escuela del Samuel, para pagar la salida que el curso haría al día siguiente. Se puso a decir que ya está harta, que ya son seis años que no logramos salir del hueco, que tanto sacrifico para nada, que ella no se lo merece, que Samuel tampoco, que yo, en definitiva, no he hecho lo suficiente como para sacarlos de esta “apestosa situación”. Cuando usó el término, se me heló la sangre, y, un segundo más tarde, mi cara hervía del rubor. Se me puso que, como tanto lo temo, se haya enterado de estas confesiones, pero no, era solo una expresión. Sin embargo, la verdad que salió de su boca, aquella según la cual no he hecho lo suficiente para sacarlos del atolladero, me hace caminar con la mirada baja, sentir la pestilencia sobre mis hombros como quizás nunca antes la sentí.

09 noviembre, 2007

Capítulo 86 (El Apestado)

Como dice el poeta mexicano José Emilio Pacheco, “importa el texto y no el autor del texto”. Quiero así empezar la defensa de mi anonimato, a propósito de una serie de comentarios que han motivado, al menos, mis dos últimos post. Además, era un tema que había quedado relegado, tras más de un año de estar exponiendo en este espacio mi apestosa vida.

Si disfrazo mi identidad, es por varias razones, la principal: una elección personal. Así como Bruno Díaz, Peter Parker, superhéroes a quien no llego ni a los talones, he optado por permanecer oculto, porque, entre otras cosas, me inquieta que mi suegra, la omnipresente, se entere de mis pasiones, de que mi mujer, a quien llamo aquí Macarena, sepa de mis descripciones desvergonzadas sobre su anatomía, que mi hijo descubra que su padre es un Apestado.

Y es así que este, mi alter ego, con toda su humanidad y fragilidad se esconde tras la imagen de un ser a quien rondan las moscas. Pero estoy a la vista de quien me busque, de quien se dé el tiempo de leerme. Y así mismo, es desde este espacio, y con esa identidad velada que comento, a veces con agudeza, lo que ocurre en espacios semejantes a este.

Ahora, cerca de 800 comentarios han entrado en este blog a los diferentes post, de esos, 30 han sido anónimos y si muchas veces he querido responderles, ver su imagen revelada, aunque sea bajo la forma de una figura abstracta, me encuentro con el vacío, con una pantalla muerta que no me remite a nadie, a nada, a la nada.

Sin embargo, entiendo a quien me dice que mi anonimato es tan válido como el anonimato de quien ni siquiera se da un nombre, aunque sea tan apestoso como el mío, o tan perfumoso como el de otros. En mi defensa, como lo dijo un célebre anónimo, a propósito del anonimato, “odio a la gente que no da la cara”. Pero claro no los odio con ese odio que incita al asesinato.

06 noviembre, 2007

Capítulo 85 (El Apestado)

El post anterior trae consigo un comentario, lamentablemente anónimo, que intenta desvalorar mis afirmaciones, señalando una supuesta contradicción en mis opiniones. Concretamente, el comentario, anónimo, dice lo siguiente:

“Curioso esto del racismo no? el apestado odia a los gringos pero destesta el individualismo.”


Bueno, a continuación el post del que se agarra el anónimo personaje para desvalorar mis opiniones, veamos:

“Quiero dejar claro que no aguanto a los gringos, o a la mayoría de ellos y si este sentimiento era ya marcado en mí antes de trabajar para ellos, ahora que lo haga se ha reforzado hasta convertirse casi en odio”.

Casi en odio. Queda claro.

Ahora, hay muchas cosas que sí odio, odio la colada morada, por ejemplo, y eso no quiere decir que esté en contra de las tradiciones de mi país. (La colada morada es una bebida hecha a base de mortiños, de color rojo intenso, que simboliza la sangre de los muertos, y que se acompaña con las también tradicionales guaguas de pan –muñecas de pan). Odio también, a los nazis, como debieron odiarlos a su vez los judíos, con justa razón. Odio también el anonimato en los comentarios lo que no quiere decir que odie a quien comenta.

Reconozco que la polisemia del término odio acerca al sentimiento aquel del racismo, pero debe quedar claro que el odio (casi odio) que siento hacia los gringos, hacia algunos de ellos, como señalo claramente, es más bien una animadversión generalizada por las constantes muestras de arrogancia, prepotencia, de racismo -ellos sí, - hacia toda la cultura latina, hacia le patio trasero de su país, hacia lo forma en cómo me tratan a mi cuando los recibo en la puerta del hostal en el que trabajo.

Me he visto odiosamente forzado a comentar este comentario porque no quiero quepa la menor duda sobre mi tolerancia hacia todos los grupos humanos, incluidos los gringos, y aunque he sido vilipendiado por ellos con frecuencia, nunca me atrevería a ejercer violencia en su contra, lo que sí hace el racismo, en diferentes formas.

25 octubre, 2007

Capítulo 84 (El Apestado)

Me voy a poner coyuntural. Les contaré algo sucedido ya hace unos 20 años, en París. Esto, a propósito del ataque racista sufrido por una adolescente ecuatoriana en los trenes de Cataluña.

Y bien, pues yo también sufrí un ataque racista a los pocos días de llegar a París. La cosa va así: como yo era, y sigo siendo, muy bueno para muchas cosas, salvo para la estabilidad laboral, conseguí que me becaran para estudiar francés mientras preparaba mi apestosa cabeza para los exámenes de ingreso a la Universidad.

Así, un día salía del instituto de francés, en las cercanía de Montparnasse, cuando en una esquina, a las puertas de un bar, en una zona llena de gente, un grupo de skins me preguntó algo que yo no supe responder, pues mi francés se limitaba al bonjour, al merci y al s’il vous plait, con ese aterrador acento latino que hace que la lengua de Moliére suene a escoba vieja sobre el pavimento.

Así, con voz apagada por los nervios, les dije a los seis u ocho racistas alguna incongruencia que debió sonarles a insulto, y todos ellos se abalanzaron a patearme profiriendo insultos que entonces, claro, yo no entendía. Como no soy pendejo, me lancé a media calle, por encima de un auto que estaba parqueado en la calzada y cuya alarma sonó estrepitosamente, llamado la atención de cuantos, todavía, no se atrevían a mirar de frente la agresión.

Eso fue, en realidad lo que más me molestó y me hirió: ver a una sarta de parisinos, esos sí pendejos, que no hicieron nada por defenderme cuando un grupo de neonazis me agredía. Esa es la peor muestra del estado de descomposición en el que se encuentra las sociedades europeas, ese individualismo enfermizo que lleva al suicidio a la gente, que les lleva a convertirse en unos cobardes, en cómplices de agresiones como las que yo, o la adolescente que vive en Cataluña, sufrimos. Y es por eso que yo, aún cuando tendría muchas más oportunidades laborales en el viejo continente, nunca volvería a vivir allá.

22 octubre, 2007

Capítulo 83

Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Capítulo 52 Nuevamente el frío, el apestoso frío ...":
QUE PENA QUE HAYA GENTE TAN NEGATIVA EN ESTE PAÍS PERO NO TE VOY A INSULTAR POR TU IGNORANCIA TE DESEO MUCHA SUERTE Y QUE OJALA UN SER SUPERIOR CAMBIE TU TONTA FORMA DE PENSAR... BYE !!!...APRENDE A VER LAS COSAS POSITIVAMENTE ANIMAL..!!!


Qué dicen ustedes, ¿el anónimo personaje quiso a no quiso insultarme?. Talvez no quiso insultarme al principio pero luego lo pensó bien y terminó tratándome de animal, cosa, que, sinceramente, no es la peor que me han dicho.

19 octubre, 2007

Capítulo 82 (El Apestado)

Samuel no quedó contento con la historia, ridícula, lo reconozco, que le conté la última vez; la misma que transcribí en el anterior post. Así que, y sin importar que coincida en todo con la versión anterior, aquí va la nueva historia.

Como ya lo dije, encontré un dibujo pegado de una pared del barrio, y llevé el dibujo conmigo, mientras mi pestilente cabeza albergaba la posibilidad de un alter ego intergaláctico, palabras que despertaron la curiosidad de mi hijo Samuel, de cinco años.

Los socof, le dije a Samuel, son seres de otra galaxia que pueblan el planeta desde hace pocos años y que han escogido Quito para hacerse conocer.

Los socof, no viven en las alcantarillas, viven dentro de los faroles que alumbran las ciudades o los caminos. Mientras más fuerte son los focos (nótese que socof es el slang de focos), más socof se alojan ahí. Las bombillas titilantes son hogares abandonados, abandonados por otros que refulgen, no como ese que tímidamente alumbra nuestra calle.

Entonces, (debo dejarme de tanta literatura con Samuel), estos seres que tienen la capacidad de transformarse en partículas que se alimentan de luz, pueden tomar forma corpórea, pero son tan feos, que solo lo hacen esporádicamente, con objetivos precios, el más importante de los cuales es mostrarse poco a poco.

Sí, quieren ser nuestros amigos, vivir en paz, fuera de un mundo que ahora es hostil para ellos pues el sol que los iluminaba y alimentaba, murió tras una explosión. Y si aún hay luz para alimentarlos, el fin está próximo para los socof.

Cuando salen a las calles de Quito, dejan a su paso dibujos que los representan, dibujos como el que yo encontré, que llevé a la casa y que ahora preside la pared donde Samuel pega todas las cosas que le hacen, o le han hecho, soñar.

Luego, salimos a la calle, bien arropados, a ver el farol que está a unos metros más allá de la fachada de mi casa, pequeñas partículas arreboladas por la luz flotaban aquí y allá, eran los socof que venían de su planeta a poblar los faroles de la ciudad.

16 octubre, 2007

Capítulo 81 (El Apestado)




La ciudad, esta maldita y amable ciudad, no deja de sorprenderme. Hace pocos días, cuando regresaba a mi casa tras la jornada de trabajo, me topé de frente con mi alter ego galáctico. La imagen que ilustra este post estaba agarrada con una cinta adhesiva a la pared, a cualquier pared, mirándome.

Fue, lo confieso, una aparición inquietante. Parecía que mi alter ego hubiera abierto un portal intergaláctico y me estuviera invitando, con su sardónica sonrisa hueca, a pasar del otro lado, a un lugar donde, sospecho, él también es un apestado.

Como si cometiera un delito, arranqué la hoja de papel y la llevé a mi casa, sin poder imaginar siquiera a la persona que la dibujó y la puso en mi camino.

Macarena vio la cosa por unos segundos, se dio la vuelta y la ignoró, me ignoró. Samuel, en cambio, con su infantil curiosidad, me preguntó qué era, dónde lo había encontrado y si es que existía alguna historia que pudiera contarle.

Yo aprovecho siempre que puedo, para contarle historias que me invento a medida que avanza el relato. Esta historia iba así:

Hay visitantes de otros mundos en Quito, te lo prometo. Pero ellos no saben cómo presentarse ante nosotros, porque les da miedo de que nos asustemos, de que salgamos corriendo si los vemos, porque son feos como el del dibujo.

Samuel, como siempre, me oía sin mover un solo dedo.

Estos seres de otro planeta, que se esconden en las alcantarillas, y solo aparecen de noche, escogen a algunas personas, como yo, por ejemplo, y plantan en su camino dibujos que deben llevarse con ellos, aunque algunos no son tan sensibles como para hacerlo. Esas imágenes van llenando las casas de los quiteños con el solo propósito de que nos vayamos acostumbrando a verlos, de forma que, cuando hagan su aparición final y definitiva, no nos asustemos. Ellos vienen en paz, no quieren hacernos daño, solo convivir en este planeta que, al contrario del suyo, todavía tiene vida.

Samuel no quedó del todo contento con esta corta historia y tuve que contarle, entonces, cuál era el origen de Linterna Verde, nuestro héroe preferido.

07 octubre, 2007

Capítulo 80 (El Apestado)



Lo que viene a continuación, no es, lo juro, un invento de esta pestilente mente. Si nada tétrico he contado en este espacio, este es el episodio que cubrirá con creces el vacío.

Resulta que mi suegra, cada miércoles, cuando va al mercado, selecciona una funda llena de frutas para Samuel, mi hijo. Esta semana fui yo quien seleccionó, lavó y guardó la fruta. La primera funda contenía uvillas, (…y para quien no sabe de lo que se pierde, que vaya a Wikipedia…).

Algo raro flotaba entre los frutos amarillos. Mi visión cuarentona no me engañaba, una prótesis dental sobresalía de entre esos ojitos de sapo.

Con asco, contuve un grito, para no asustar a Samuel y Macarena, que rondan a mi alrededor desde que estoy con ellos en las noches. Luego lancé el contenido dentro de una olla llena de agua. Saqué la cosa con una cuchara pero antes de que haya terminado de analizarla, cayó con estruendo sobre la tanqueta del lavabo. Macarena y Samuel, saltaron tras mis hombros, subieron al lavabo, y descubrieron con mi mismo espanto el hallazgo macabro.

Samuel hizo el intento de coger la cosa, pero el grito de Macarena lo detuvo y, claro, luego vino su ira ante tan incomprensible reacción. Tartajeamos el intento de una explicación hasta que, como siempre, terminé por asir la cosa y acercarla mucho, pero mucho, a mi boca, mientras con gestos y pantomimas intentaba explicar el uso y la procedencia de tan espeluznante chisme.

Luego de las elucubraciones, las risotadas de asombro, las huidas y los gritos de Samuel y Macarena mientras les seguía por la casa con la prótesis en la mano y un rugido en la boca, llamamos a mi suegra.

Bueno, no fui yo exactamente quien la llamó.

Tras del relato del hallazgo, Macarena, a quien seguíamos a todas partes para oír su conversación, se quedó callada mientras escuchaba la explicación de la Omnipresente.

Confieso que pensé en que se trataba de su prótesis, la de mi suegra, pero, y aunque me mantengo en la duda, ella dijo que seguramente era de quien le vendió la fruta.

La prótesis, como lo muestra la foto, es un trofeo que guardamos en casa, dentro de un vaso con agua.







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04 octubre, 2007

Capítulo 79 (El Apestado)

Soy un cerdo, no un apestado.

Mi jefe me pidió que llamara, y citara, a algunas candidatas para cubrir el puesto de contadora. Varias carpetas llegaron a mis manos, y como soy un tipo eficaz, puse manos al teléfono.

- Aló, Lucía Suárez, por favor.
- ¿De parte de quién?
- Dejó una carpeta y quiero entrevistarla para un trabajo
- Sí, con la misma ( ¡no entiendo por qué hacen eso!)
- Bueno, la esto viendo…
- … cocomo, cómo…
- sí, tengo la carpeta con su foto, y la estoy viendo, (silencio). Ahora quiero que me diga si aún quiere el trabajo
- Sí, si, claro
- Entonces venga mañana, pregunte por El Apestado, en tal dirección, a las 10h30, en punto.


¿Digan, acaso no merezco el nombre que llevo?

(Por un acaso, solo llamé a una, y esa obtuvo el trabajo).

02 octubre, 2007

Capítulo 77



Hay días en los que tengo que salir del hostal para hacer algunos trámites y, esos son momentos muy agradables para mi. Luego de trabajar por la noches, ahora me doy cuenta, perdí, entre otras cosas, la capacidad de asombrarme con las escenas diurnas más banales.

No dormir bien me tenía nervioso todo el tiempo, siempre estaba a punto de estallar, la paciencia desapareció, no así las canas. Y todo esto se reflejaba en mis relaciones más intimas. Dejé de jugar con Samuel, de leerle cuentos, de soportar sus niñerías mientras sacaba a flote mis vejeces.

Macarena tuvo paciencia pero varios fueron los episodios en los que estuvo a punto de darme una bofetada bien merecida mientras yo tendía al ostracismo, a la autocompasión.

Así que salir a la calle, hacer la cola en el banco o comprar alguna cosa en el supermercado, con capacidad de asombro, no comiendome mierda por tener que hacerlo, me acerca más a la humanidad que mi cuerpo, mi apestoso cuerpo portaba antes.

28 septiembre, 2007

Capítulo 76 (El Apestado)

El calvario de las noches en vela, ha terminado. Terminó ayer, un día en el que quería dormir pero no pude hacerlo porque a la Macarena se le ocurrió salir, para celebrar, dijo ella. Yo, que nunca puedo decirle que no, no sabía lo que me esperaba.Resulta que viejas amigas suyas, del colegio, le habían llamado unos días antes para invitarle al concierto de los ex Umbrales. Y la salida, para mala suerte mía, era con maridos.Así que me puse mi mejor traje y estuve en el lugar de la mano de Macarena, a las nueve y media en punto tras dejar al Samuel en casa de sus abuelos. Al interior, una de sus amigas, la más acaudalada, nos recibió con su tarjeta de crédito en la mano y nos condujo hacia una de las mesas que estaban frente al escenario. La botella de tequila me hacía guiños.La pesadilla empezó con los primeros acordes, pues odio la música de los 80, salvo, claro está, The Police. Y no solo la música de esa década, sino todo lo que me recuerda a la espeluznante Debbie Gibson, los Bee Gees, o la Lambada, me saca ronchas, no digamos los covers de Pablo Milanés con los que el cantante del grupo tuvo la amabilidad de deleitarnos.

Las amigas de Macarena, unas viejas buenas, unas vejas muy viejas otras, bailaban como descocidas y reían nerviosamente cuando me veían, pues era el único al que no conocían. Guapo tú marido, le habrían dicho algunas de ellas a la Macarena. Ella, que no tienen los rollos mentales que yo tengo, fue la reina de la noche y, a veces, el barullo de las voces que coreaban a Seru Girán parecía desvanecerse, entonces solo quedaba su voz y sus cadenciosos movimientos que me reconciliaban con la vida (¡hacía tiempo que no veía bailar a Macarena!)

Así que, mientras los otros bailaban, y como no estaba de ánimos para oír la insensatez de los maridos, me refugié en el minúsculo vaso de tequila, al que, ante cualquier descuido, lo llenaba casi sin éxito pues se vaciaba como si tuviera un hueco.Pero bueno, al final, me llené de valor y le pedí a Macarena que nos marcháramos. Ante mi sorpresa aceptó así que agradecimos la invitación, nos despedimos y nos fuimos. La cama, mi cama, fue lo mejor de la noche, de las más de 285 noches que estuve fuera de ella, sin poder rozar la piel de Macarena. ¡Viva el trabajo diurno! ¡Abajo los 80!

12 septiembre, 2007

Capítulo 75

No hay mal que dure cien años, ni Apestado que lo resista. Mis tiempos de trabajador nocturno están contados. Sí, seguiré en el negocio de los hostales pero esta vez como recepcionista diurno en horario de siete de la mañana a siete de la noche por un sueldo un poco, casi nada, mayor al que gano hasta ahora.

Y no me quedaré en el mismo hostal, cosa que ha puesto a mi jefe de cabeza, pero ya nada puede hacer él, y yo solo tengo que aguantarme su mal genio por quince días más, tiempo durante el cual deberé asumir el reto de trabajar 24 horas diarias, con dos días de descanso en total.

Pero bueno, como no le tengo miedo al trabajo, he logrado acomodarme con Macarena para que Samuel vaya directo donde sus abuelos hasta que la cosa se regularice.

Solo de imaginar que podré cenar con mi familia, que seré yo quien le cuente los cuentos a Samuel en la noche antes de dormir, que los polvos retomarán su frecuencia habitual y que la vida familiar estará regida por horarios humanos, normales, me da la fuerza que necesito para trabajar sin descanso en este período.

Y, por lo demás, sigo con mis planes de independencia laboral, de los cuales nadie, en mi entorno, sabe nada. Claro que tomarán tiempo en concretarse, sobre todo por que el dinero no es mi aliado, pero cada día que aumento una coma al proyecto, que por ahora solo está escrito, claro, siento la luz al final del túnel.

07 septiembre, 2007

Capítulo 74

La gente, rara vez habla en serio. Yo no lo hago nunca, ni siquiera ahora, aquí mismo, estoy hablando en serio.

La gente, en la calle, cuando va acompañada y habla con alguien, siempre, o casi siempre, se está riendo. Entre amigos, al menos así me acuerdo yo que era cuando tenía amigos, uno se ríe como idiota, o al menos como si se hubiera fumado un buen bareto (cosa que también podía ocurrir).

Entre Macarena y yo, casi nunca hablamos en serio, quiero decir que siempre nos estamos riendo, haciendo bromas, diciendo las cosas más trascendentales del mundo, en tono jocoso; solo cuando estamos molestos el uno con el otro usamos un tono serio que nos vuelve, al fin de cuentas, unos serios estúpidos.

Y todo esto, por qué, se preguntarán. Bueno, para señalar lo lejos que está el mundo de los bloggers con la cotidianidad de nuestras mismas vidas. A parte de algunos que usan las “malas palabras” con más frecuencia que las palabras inteligentes, casi toda la blogosfera ecuatoriana está inundada de seriedad, de circunspección, de juicio, de sensatez, tanta pero tanta que a veces la pantalla de mi ordenador se queda congelada de lo fríos que son ciertos argumentos.

No sé a cuenta de qué me lanzo esta diatriba, pero es que ahora, que salía del hostal, me reía para mis adentros, sin motivo aparente, y surgió entonces esta reflexión que me llevó a pensar que ni yo, con migo mismo, puedo ser serio y que me hace falta aún más, aunque cuando escribo no lo logre realmente, dejar la seriedad de lado, del otro lado, como única forma de salvareme de mi propia circunspección. ¡En serio!

04 septiembre, 2007

Capítulo 73

Ya hace días que llegó mi familia de la playa. Macarena está.. uhmm, no les diré lo buena que está, no. Samuel brilla y, como buen hijo de sus padres, no trajo ni una sola concha de la playa, solo historias. Samuel, a sus cinco años es más inteligente que muchos de los bloggers que andan por ahí.

Ahora, nos preparamos para el inicio de clases. Es la primera vez en tres años de escolarización que he alcanzado a reunir el dinero para pagar pensión, matrícula y útiles escolares sin necesidad de recurrir a mis suegros. Y aunque esto nos privó de algunas cosas en los meses pasados, me siento feliz de haber logrado el ahorro que me devuelve la calma.

Y no crean que me duerma en los laureles, no. Todos los días doy vueltas dentro de mi apestosa cabeza para intentar encontrar la forma de salir de este pestilente estado de pobreza. Pero debo confesar que he llegado a la conclusión de que no me interesa más la profesión para la que me preparé. Ya no soy el sujeto político que era antes. Ahora me interesa dar sustento a mi familia, ya no las ideas, ni el trabajo en beneficio ajeno porque durante más de diez años de estar ahí, dándole y dándole, no obtuve nada tangible para mí, solo canas y olvido.

Entonces, hay una idea que ha empezado a madurarse, e incluso a concretarse durante los días de ausencia de mi familia. Pero es algo que debe permanecer en absoluto secreto de acuerdo a creencias un poco extravagantes que han nacido desde el inicio de esta pestilente etapa de mi vida: no revelar los planes, bajo riesgo de que estos nunca se concreten.

21 agosto, 2007

Capítulo 72

He intentado, ahora que estoy solo, sin mi familia, hacer cosas que de habitud me son imposibles, pero nada de lo propuesto lo he logrado plenamente.

Con mucha dificultad de espíritu, salí a tomar dos cervezas en uno de los bares del barrio, convencido de que el roce con gente desconocida me haría bien, que lograría, al menos, cruzar dos palabras con alguien afín, pero nada de eso encontré, solo balbuceos, ronquidos y jerizongas que me devolvieron como un apestado de la noche al hueco que forman las cobijas desde que Macarena se fue con Samuel a la playa.

Intenté, esa mañana, dormir hasta tarde, pero el sol hizo de las suyas por la rendija que dejaron las cortinas, y arrancó de mis párpados un sueño cavernoso y alcoholizado, gracias a la media de Norteño (licor anisado) que aún reposa del costado de mi cama.

Yo no sé por qué me afano en dejarlo todo tirado por ahí cuando estoy solo. ¿Somos los hombres, en oposición a las mujeres, unos animales sucios, desordenados y hasta repugnantes cuando estamos en la intimidad de nuestra sola soledad? O, acaso, es el pedo que tengo atravesado en el alma desde hace ya tantos meses el que me lleva a ese estado de autocompasión; el mismo estado que me hace descubrir en este espacio mis flaquezas más inconfesables.

Claro que cuando vea a mi hijo y a Macarena atravesar la puerta, con su color canela, sus voluptuosidades henchidas de sol, sus historias de arena, mi aletargamiento se irá al carajo y la algarabía invadirá mi pestilente ser hasta convertirme, entonces, en el ser más feliz del planeta. Hasta entonces…

13 agosto, 2007



Capítulo 71


Ahora resulta que la Macarena y el Samuel se van a la playa, sin mí. Claro que me alegro, por ellos, pero me enfurezco de no poder acompañarlos. Se van con mi suegra, cosa que me apesta porque tengo la certeza de que mi nombre será mencionado sin cesar, en los peores términos, y cerca, muy cerca de los esponjosos oídos de mi hijo.

Irán a la casa del Notario, hermano de mi suegra, otro personaje que se alegrará de que yo no vaya pues a sus ojos no soy más que un perdedor, opinión que en realidad no está lejos de ser verdad, aunque apeste reconocerlo.

Hace más de tres años que no salgo con mi familia a la playa, lugar donde, por cierto, engendramos a Samuel. Pasábamos de los 33 años y para entonces habíamos recorrido cuatro de los cinco continentes. Cuando tomamos la decisión de convertirnos en padres, éramos adultos responsables y solventes. Teníamos grandes planes, como casi todo el mundo a esa edad, y de la manera más absurda y repentina, todo se vino abajo, como para recordarnos la materia de la que están hechos nuestros sueños: de arena, como aquella con la que jugará Samuel en un par de días.

Claro que estoy apestosamente nostálgico, pero sobre todo estoy molesto conmigo mismo por no poder desprenderme de mis obligaciones, o mandar todo para el carajo, e irme con ellos a unas merecidas pero, por ahora, postergadas vacaciones.

26 julio, 2007




Capítulo 70




Yo quisiera que el uso de las malas palabras se eleve a norma constitucional. Sí, ya estoy harto del juicio, pacato, que se da a algunas palabras de uso más cotidiano que aquellas con las que nos doran la píldora presentadores de TV, periodistas de medio pelo y editorialistas decimonónicos.

Ahora resulta que un mierda, bien puesto, atenta contra la honra de las personas. Acaso no se han dado cuenta de que el concepto de honra va más allá de la afectación que puede hacer en los oídos una de las palabras con mayor recurrencia en el discurso cotidiano de la gente?

Y es justamente lo que quiero rescatar: el discurso cotidiano, el registro familiar, no aquel rimbombante, pero vacío, de los académicos, entre comillas, que no dejan, sin embargo, de agredirnos con errores sintáctico-semánticos que esos sí, violentan los oídos de cualquier persona. Y para que vean que sé de lo que hablo, chucha, ahí les va la atroz costumbre de la gente a caer en el dequeismo (p.e.: pienso de que el Gobierno es una mierda). A los que así se expresan, disculpen, la pestilencia, pero deberíamos insultarlos en público.

Y que conste que quiero rescatar la mala palabra, no el insulto, que ese sí, es deshonroso.

Pero ya que estoy en esto, y debido a la larga ausencia de este espacio, tengo bastantes pestilencias represadas que necesitan con urgencia salir de mi piel.

La peor de ellas va dirigida a la Iglesia. No soy creyente, ya lo he dicho varias veces, pero sobre todo soy un acérrimo, un pestilente detractor de la Iglesia, como institución. Y es que las cosas que hace la La puta de Babilonia (nombre que los albigenses daban a la iglesia Romana, como lo señala el Apocalipsis), me tiene apestado. Y es justamente al libro de Fernando Vallejo (Medellín, 1942), del mismo nombre, al que me quiero referir. Oí en la radio que el libro en cuestión fue prohibido de venderse en Guayaquil. Sí, el libro está hecho para gente de mente abierta, no para aquellos a quienes rige y condiciona la fe, no cabe en mi apestosa cabeza la idea de que en pleno siglo XXI, en una ciudad que se precia, que grita a todos los vientos que es pluralista, se den este tipo de prohibiciones arteras. Digo esto porque estoy seguro que replicarán a mi queja diciendo que nadie, nunca jamás ha prohibido la obra, pero basta con preguntar en una de las pocas librerías del Centro para que se enteren de que no hay. Yo, que casi nunca me equivoco, tengo la certeza de que los curas compraron toda la edición, como ya lo han hecho en otras ocasiones, para que la gente deje de leer la diatriba de Vallejo, una historia bien documentada, contada con humor e irreverencia, obra que en Quito, mi ciudad, se encuentra en cualquier esquina por cinco dólares en edición Pirata, la única al que, confieso, puedo acceder.

19 junio, 2007



Capítulo 69

Apesta el Apestado con su hediondo hedor.

Mientras que Irina, (léase Macarena),

irradia su rabia con iridiscentes rayos de ira.

¡Qué solo estoy!

Para muestra, lo que muestro en esta muestra.

Yo, que odio la rima, yo que apesto.

13 junio, 2007



Capítulo 68

Quiero hablar sobe los turistas que vienen a mi ciudad, Quito. Claro que lo que diré aquí, con su dosis de pestilencia podría extrapolarse a cualquier ciudad de esta parte del orbe, pero debe quedar claro que es mi apestoso y subjetivo punto de vista. Claro que lo hago con conocimiento de causa, pues trabajo con turistas, y lo hago también con esa maniquea tendencia mía de verlo todo bajo una sola óptica, pero si no quieren leerme, retirense ahora mismo.

Bueno, veamos la foto que ilustra este post. Ese es un gringo gringo, porque los hay que son a medias. Al de la foto, una ilustración no tan patética como puede mostrar la realidad, se lo ve con calor en la cabeza (usa gorra de beisbolista), frió en el pecho y espalda (saco), sofoco en las piernas y pies (esa manía de usar zapatillas solo queda bien a algunas mujeres de pies perfectos, como la Macarena), maletita con quien sabe cuantas guias y folletos sobre la ciudad y sus alrededores,comida basura, una botella de agua que de hecho llevaba en el bolsillo posterior de su pantalón un minuto antes del click.

Pero no quiero solo detenerme en su aspecto. Quiero dejar claro que no aguanto a los gringos, o a la mayoría de ellos y si este sentimiento era ya marcado en mi antes de trabajar para ellos, ahora que lo haga se ha reforzado hasta convertirse casi en odio. Cuando llegan al hostal, los gringos gringos, esos jovenzuelos vacíos que llegan a la ciudad con el convencimiento de que todos aquí les queremos robar, no intentan siquiera hablar en español. A esos no les importa si la habitación esta sucia, o es obscura, solo les importa el precio y mientras menos puedan pagar mas felices se sienten. Los europeos, debo decirlo, son diferentes, rara vez negocian el precio aunque sus guias de viaje les digan, yo lo he visto, que el regateo, la negociacion esta a la orden del día en todas las actividades comerciales de este país, incluido el hospedaje.

Parte de la culpa la tienen los empresarios que por competir deslealmente pueden alquilar una cama a cuatro dolares, como de hecho pasa en muchos tugurios del barrio La Mariscal. Lo que me aterra en lo personal es que este barrio, en el que nací, al que amo y odio con la misma intensidad, se este convirtiendo en eso, en un tugurio peligroso, sucio e inhabitable. Los empresarios, como mi propio jefe, están interesados en hacer dinero y cada vez mas dinero, a cualquier precio, sin darse cuenta de que sus actos los enterrarán vivos si no cambian pronto hacia una actitud pro-positiva que rescate al sector, no que lo hunda en esa podredumbre que de hecho ya es en las madrugadas del viernes y sábado.

Hace poco vi en un programa de la BBC que empresarios y policía de uno de los barrios mas candentes de Londres se unieron para entregar un chocolate a los excesivos londinenses y como consecuencia la violencia se redujo en un 30% pues el chocolate da felicidad. Yo he oído a mi propio jefe, y a algunos de su colegas del barrio reunidos para tratar temas sobre seguridad, que quieren armarse, responder con violencia a la violencia. Claro, no ven mas allá de sus bolsillos. y si se quejan de los pequeños dealers del barrio, ellos nada hacen para que en sus hoteles se deje de consumir la droga que tanto les apesta.

Y bueno, los gringos, y aunque los hay muy sensibles, en su mayoría son una escoria que aunque deja dolares nos hace mas daño que bien... Cuantas muchachitas se prostituyen por unos pocos dolares. Ahora que llega ya la temporada alta unos ganaran muchos dolares, otros perderemos parte de nuestra ciudad...

06 junio, 2007

Capítulo 67




Quito, la del sol grande y las noches estrelladas.

15 mayo, 2007




Capítulo 66

Los fines de semana, sea sábado o domingo, compro el periódico, en un acto de extrema generosidad con migo mismo. Eso ocurrió el sábado pasado y, como de costumbre, leí hasta los editoriales, (en otros momentos hubiera dicho hasta los anuncios clasificados). Entre estos comentarios, había uno que hablaba de los parques de la ciudad, un tema que como padre me interesa.

Tal fue mi interés por el asunto que cometí la estupidez de mandar un comentario al editorialista con ésta, mi apestosa identidad. Fue como si hubiera mandado un comentario al viento, pues desapareció, hasta ahora, que lo rescato y comparto con ustedes.

Efectivamente, el editorialista en cuestión sugería que los grandes parques de Quito, La Carolina y Metropolitano, son lugares de encuentro familiares, de grupos de gente a quienes une algún interés, etcétera.

Al respecto nadie puede estar en desacuerdo, sin embargo me pareció oportuno comentar con ese sordo interlocutor que es el editorialista, que los parques de barrio se han perdido. Y me refería en concreto a uno por el que paso a diario, en el que jugaba igualmente a diario cuando era niño, el parque Gabriela Mistral, hoy convertido en bucólico jardín para el gozo de unos cuantos chapas -policías, para quien me lee de afuera- pues se ha instalado un puesto de vigilancia barrial que en mi concepto no sirve de nada.

Efectivamente, yo ya no sé ni cuando, pero de la noche a la mañana, sin consulta, alguien despojó al parque de sus juegos, de su laguna artificial, de la glorieta donde di mi primer beso a una chica del barrio y en su lugar plantaron árboles, uno de los cuales deberá pronto ser derribado, y una cantidad de plantas, hermosas, floridas la mayor parte de ellas, es cierto, pero que ocupan ahora el sitio que algún día fue propiedad de los niños.

Se hizo este cambio bajo el argumento de que el lugar era peligroso, de que en las noches se convertía en guarida de ladrones, reunión de borrachos y drogadictos, aquelarre de las locas del barrio, ring de peleas nocturnas, motel al aire libre.

Así, el espacio de la vida de barrio, donde se organizaban fiestas, dónde se reunían las madres con sus hijos, donde los novios sin morada se daban sus primeros besos, dio lugar a un jardín por el que ya no pasa nadie, donde no pasa nada, el jardín de cuatro policías que pasan el día contemplando las lindas flores y a las abejas que las polinizan mientras que a una cuadra del lugar la gente se mata por un bazuco (cigarrillo de pasta de cocaína).

Y claro, yo comentaba esto con el editorialista, que talvez nunca leyó mi comentario, señalándole que me sentía afectado por lo ocurrido con el parque en el que yo crecí y donde ya, mi hijo de casi cinco años, no puede jugar. Junto a los supuestos “indeseables” se ha ahuyentado a los niños… Vaya manera de ver la modernidad, vaya forma de hacer que nuestros barrios sean más seguros: encerrando a la gente en sus casas, despojándoles de sus lugares de esparcimiento… Pero claro, al editorialista le interesa su propia opinión, no la de este apestado ser anónimo que, por suerte, cuenta con su propio espacio de opinión... ¡y ojalá no me sigan juicio!

08 mayo, 2007

Capítulo 65
El mes de mayo es una pendejada. Empieza con el día del trabajo, en el que yo sí trabajo, por ocho dólares, durante doce horas. Los días se suceden y el mal genio de mi jefe va en aumento. Imagino que todos los años es igual su carácter por estas épocas ya que se considera este mes el peor del año para la actividad turística.

Ni siquiera las perspectivas de la cercanía del verano, de una temporada alta que ventajosamente aquí en el Ecuador dura seis meses, cambia de el aspecto de su cara ni el tono de su voz.

Claro que me dan ganas de mandarle a pastar chivos, pero sé que de hacerlo, me tocaría a mí la tarea. Así que no me queda más que aguantar su mal humor e intentar, por las mismas, que este no me contagie.

Pero a medida que pasan los días este intento se vuelve vano. Con tiempo, mi cabeza da vueltas por oscuras regiones que me llevan a ver de frente mi patética y apestosa condición de subempleado, de modo que, poco a poco, aparece el desaliento, tan recurrente en mi.

Y claro, esto sacará nuevamente lágrimas de mis lectores, pero este es el espacio propicio para hablar de estas cosas y a quien me lea, pues que me aguante.

02 mayo, 2007

Capítulo 64

Fernando Naranjo, el escritor, me puso un reto que no pensaba cumplir, lo confieso. Hace un tiempo me sugirió que hiciera la apología del beso negro, motivado, imagino yo, por la pestilencia del acto. La cosa quedó, en apariencia, en el olvido, pero mi pestilente cabeza dio vueltas en torno al tema hasta el punto en que me puse a ver en Internet qué había al respecto. Les ahorro las atrocidades, las imágenes llenas de morbo y el resto de hediondas descripciones.

Luego, hablé con Macarena del tema, como quien no quiere la cosa. Ella, a pesar de su apertura hacia las nuevas experiencias declaró su asco, sin más, pero me quedó viendo con esos ojos mortales que me destrozan o me alegran, según el motivo que los iluminan. Creo que ella creyó que era yo quien quería practicarle un beso negro cuando la verdad es lo contrario: me encantaría que me lo hagan (oigo ofertas).

Más tarde, absorto como siempre frente a sus glúteos perfectos, ante la línea que los dibuja y los arcos que los elevan desde la parte posterior de sus muslos, amasé con gusto sus redondeles y acerqué mi boca en un gesto que, sabía, no progresaría, aunque luego me atreví a masajear su ano con mi dedo índice hasta lograr que se excitara…

Un día, cuando tuve descanso de mi trabajo en el hostal, comenté con Macarena sobre las tetas de la presentadora de televisión del horario estelar de noticias, al final del mismo. Ambos coincidimos en que seguramente no eran naturales pero acordamos, también, en que sería fantástico que se le cayera el vestido y las viéramos en todo su esplendor. La anécdota, fuera de ser morbosa, era irrisoria ante lo inverosímil.

Suelo, por una manía calorífica diría yo, dormir desnudo. Esa noche, otra de descanso, Macarena estaba con la regla. Yo, cachondo como casi siempre. El sueño, entonces, hizo de las suyas y de ahí que me atreva a contar mi experiencia del beso negro.

Como toda experiencia onírica, ésta es confusa. Intentaré, sin embargo, llenar vacíos con algo de imaginación, de forma que no se den cuenta de qué parte es realidad y qué invento.

El inicio de esta historia se perdió entre las paredes de mi cerebro así que paso directo a la contundente, o lo oscuro.

Estaba yo en la sala de una casa, no la mía exactamente, aunque con los muebles maltrechos de la abuela. De pronto, dos mujeres entraron en la estancia. Una de ellas era la presentadora a la que me refiero más arriba. La otra, no menos tetona, creo, era quien la reemplaza cuando la primera está de gira.

De inmediato las tetas, que tanto quiero ver, se pusieron frente a mis ojos y llenaron con su siliconada voluptuosidad, mi boca. La otra, la rubia procedió a rebuscar bajo el vestido de la morena. Al poco rato la rubia hacía un beso negro a la morena mientras esta me bajaba los pantalones y rebuscaba con su lengua mi orificio más… (no sé como llamarlo). Yo no solo sentía su lengua en mi trasero, también veía sus ojos bailar al ritmo de mis gemidos, tal y como bailan cuando usa términos pícaros o dice cosas con doble sentido, frente a todos los televidentes.

Y ya, Naranjo, ahí tienes lo que querías, aunque estoy seguro de que yo la gocé más que tú leyendo estas desvergonzadas líneas….

11 abril, 2007



Capítulo 63


Si bien nunca quise hablar de política en este espacio, esta es la segunda vez que lo haré.

Resulta que en este, mi país casi imaginario, habrá un Asamblea Constituyente, que intentará refundar la República.

(Intentar: v.t. Tener ánimo de hacer una cosa ll Preparar o iniciar la ejecución de la misma ll Procura o pretender).

¿Cómo voy yo ha oponerme, a pesar de ser un apestado, a cualquier intento de cambio que, medianamente alcanzado, mejore la situación global de este país? ¿Cómo voy a negarme a la posibilidad de un cambio si la situación actual m tiene aplastado contra el piso?

Por este simple deseo, y por la manía de creer en los hombres, es decir en que no solamente son capaces de cometer patrañas, votaré sí en la Consulta de este domingo.

Claro que me dirán que la cosa no va a cambiar, o que la cosa, al contrario, se volverá peor. Los más recalcitrantes detractores de esta idea, de aquellos que desde mi punto de vista no les afecta ni les conmueve el status quo, por que se encuentran a gusto en él, esgrimen las más peregrinas ideas para convencer a la gente de votar No.

Surgen en estas ideas los temores más absurdos y extemporáneos (comunismo el más recurrente). Usan conceptos caducos que no hacen más que demostrar lo lejos que se encuentran de la realidad, la triste realidad de un montón de gente que ya no come cuento, gente que solo con verlos pronunciarse por el No, votarán Sí.

Entre las cosas más inverosímiles que dicen es que la Asamblea, poblada de izquierdozos resentidos, como seguramente mirarían a este su apestado servidor, aprobará el aborto (Sí, me llegó un mail que dice eso).

A mi me dan ganas de decirles que de haberse aprobado hace cuarenta años seguramente nos habríamos librado de escucharlos. Me dan ganas de gritar: ¡Viva el Postinor! Me dan ganas de llevarlos a una clínica abortiva clandestina y obligarlos a presenciar la intervención de algún aprendiz de médico a alguna asustada adolescente, (tal vez la que dejó embarazada su hijo), y practicarles luego, solo luego, un aborto de cerebro, que entre el detritus casi humano debería yacer.

No cabe en sus cabezas la posibilidad de que gente preparada en el tema imagine una manera de reducir los embarazos adolescentes, de masificar el uso del condón entre una población general cada vez más libre, más adelantada y también más promiscua. No conciben que la defensa de la vida se la hace con políticas de salud pública, acordes con la realidad, no con la fe.

Esos que hablan de defensa de la vida en tales términos, solo imaginan a sus nietitos muertos. ¡Morbosos!

Y ya, el leitmotiv era el aborto, lo de la Asamblea era una introducción literaria…

28 febrero, 2007

Capítulo 62

Bueno, el hostal donde aún trabajo es uno más de los 60 establecimientos del mismo tipo que existen en el sector de La Mariscal. Lleva funcionando unos ocho años y desde entonces no parece haber habido cambio ni refacción alguna. Yo, en lo personal, no me hospedaría ahí.

El dueño está aún ahí cuando llego a las 19hoo. Es él quien me da el reporte de las habitaciones que están ocupadas, de las que tienen que liberarse y de las que quedan disponibles. Me deja una cantidad pequeña de dinero para dar cambio en caso de así requerirlo y me repite que lo llame en caso de emergencia. Cuando lo dice, y lo hace todas las noches, de su boca sale un vaho sulfuroso que me recuerda lo frágil que es mi existencia hasta que salga del peligro de las horas oscuras en las que trabajo. Sin embargo, una sola vez he tenido que llamarlo, fue cuando un cliente pagó con un billete de 100 USD por una noche, y para lo cual yo no tenía cambio.

La recepción está ubicada a lo largo del corredor de entrada. Ahí, un chiflón de aire helado me ha obligado a recurrir a un abrigo inusual en mi, lo que me hace ver como a un oso con piernas de carnero, aunque nadie adivina que bajo mis pantalones uso calzoncillos largos, dos pares de medias que remedian en algo los huecos de la suela de mis zapatos, bufanda. Lo que si no alcanzo a usar son guantes porque me repugnan, me vuelven inútil y se pierden cada vez me los saco. Lo digo porque en Europa intenté en vano usarlos durante el invierno.

La sala donde dormito, desde que el televisor se apaga, no deja tampoco de ser fría. El foco desnudo que está al finalizar el corredor mantiene alerta mis ojos bajo unos párpados algo desgastados desde que mi vida se ha vuelto nocturna y mi sueño diurno. Y este cambio, digo yo, debe alterar mi metabolismo. A dónde ha ido a parar mi sueño paradoxal; qué pasa, por ejemplo, con las erecciones nocturnas, y aunque sé que se ha comprobado que el carácter sexual de los sueños era una ilusión freudiana (todos los mamíferos tienen erecciones), no dejo de preguntarme si esto afecta o no a mi sexualidad.

Pero en fin, nos soy el primero ni el último que tiene que trabajar de noche.

Los extranjeros, de vacaciones, no dejan de entrar y salir del lugar y yo debo abrir y cerrar la puerta sin cesar. En algunas ocasiones, antes o después de salir, se sientan a conversar conmigo, en el intento de entender lo que pasa a los alrededores del hostal, en esas calles malditas y atractivas que en ocasiones los sorprenden, que los convierten en víctimas de los delincuentes del sector, que los conducen ebrios hasta que yo mismo los deposito en sus camas de alquiler. Es durante estas cortas conversaciones que he logrado pactar algunos trabajillos como guía. Y es durante esos intercambios que, una sola vez, tuve insinuaciones de una gringa gorda, cachonda como ella sola, luego de que la juerga la devolviera sola al hostal.

Es común que a las cuatro de la mañana salgan a tomar un avión o que vengan por ellos para alguna excursión a los volcanes. Entonces, debo ayudar con las maletas y rara vez recibir por este servicio una moneda de 25 centavos. Desde entonces solo ronda por mi cabeza la idea de tomar mi primera taza de café del día y quizás, por qué no, encontrar algo olvidado en las habitaciones que se han desocupado, como la cámara de fotos que me permite mostrarles fragmentos de este mi apestoso mundo.

22 febrero, 2007

Capitulo 61

Hace tiempo que no apestaba tanto como en el post anterior. Caramba, ahora sí que me he ganado un nombre: Apestado. ¡Hurra! ¡Hurra!

Y todo por nada, por una eventualidad, por ese manía de verlo todo con el pestilente lente roto que cubre uno de mis ojos, de victimizar, de, al parecer, mantener mi condición de Apestado a toda costa, como si fuera este apelativo el que direcciona mi vida.

En resumen, para acabar con la expectativa que mis palabras pueden generar, no he perdido mi trabajo, aun.

Pero debo agradecer, sin embargo, porque me he dado cuenta de que existen, entre los fieles lectores a lo que me refiero, bloggeros realmente incondicionales, dispuestos ha hacer lo que esta en sus manos para ayudar. Pero debo aclarar que aunque me han pedido en un par de ocasiones mi curriculum, como en esta última ocasión, me resisto ha hacer uso de este espacio para conseguir favores; intento, aunque parezca empecinamiento, salir solo de este pestilente estado. Gracias.

16 febrero, 2007


Capítulo 60


Ahora que acabó, arrojare mierda sobre San Valentín. Ya sé que los de mi tipo solo renegamos contra el stablisment, la moda, y que dentro de mis palabras, por mas rebuscadas que sean, solo puede percibirse resentimiento. Y es que no temo en reconocer que la vaina esta de la amistad, mas no la del amor, me apestan. Y si es así, es porque no hay cerca mío alguien que merezca ser llamado amigo. Ya se que esta lamentosa declaración sacará lágrimas de más de uno, pero no tengo porque ocultar mis carencias. Y esa es quizás la que más me agobia, y la que tal vez me ha traído hasta este virtual lugar donde confieso, con desvergüenza, las cosas que pasan por mi apestosa cabeza cuarentona.Y es que la perspectiva de quedarme sin empleo me ha devuelto al ensimismamiento que en épocas de crisis me ha caracterizado. Macarena esta harta de hablar conmigo y no recibir respuesta, o de recibirla algunos segundo más tarde de lo esperado, cuando ya pasó por su cabeza la idea de que no la escucho. Es difícil hablar contigo, me dice, desde hace algún buen tiempo. Y ella es la primera en reconocer que de volver al desempleo, caería nuevamente en el estado ese pesimista y apestoso en el que nadie, ni yo mismo me soporto.

Pero vuelvo al principio, al tema ese de la amistad. Si al menos mi pana Luchito, el de la escuela y colegio estuviera por estas tierras me atrevería a visitarlo para intentar encontrar en los despojos que ahora somos un interlocutor a quien contar mis cosas... pero por ahora lo hago en este medio, ante lectores, fieles unos, esporádicos otros, que con su sapiencia a veces un poco inocente, intentan darme luces. Pero, en fin, no busco, como ya lo he dicho en otras ocasiones, que nadie se lamente de mi suerte. este no es mas que el testimonio de lo que pasa por mi pestilente cabeza.

07 febrero, 2007


Capítulo 59

Que no me vengan a decir retrógrado o “el mismo de siempre”, ni que se busquen ningún apestoso calificativo para tratarme después de lo que diré: me quedé sin trabajo porque, con el caos que se vive en este mi país casi imaginario, no hay turista que quiera venir a visitarlo. O al menos eso es lo que me dice mi patrón luego de recibir varias cancelaciones a las reservaciones del mes de febrero.

Efectivamente, mi patrón ha decidido darme vacaciones sin paga hasta que la cosa se mejore. El mismo hará el trabajo nocturno de guardia en el hostal luego de que varias personas, sin argumentos, han cancelado sus reservaciones para los días posteriores al Carnaval. La interpretación del jefe es de que todo se debe al caos interno que vive el país y cuyas imágenes dan vuelta al mundo a través de los noticieros que enseñan ciudades incendiadas (Vínces), periodistas heridas con casquillos de bombas lacrimógenas, huidas cobardes de los diputados y los artículos, esos sí retrógrados, de Montaner que nos hacen ver como a unos pobres idiotas que lo único que intentamos es instalar una soviet republik en pleno siglo XXI.


Y bueno, puede que tras el feriado de Carnaval las cosas cambien y conserve, quién sabe por cuánto tiempo, mi humilde trabajo de guardia nocturno de un hostal.

Hasta entonces, me encuentro gozando del calentamiento global.

Macarena se pone furiosa conmigo cada vez que bromeo con esto del calentamiento global. ¡Que viva el calentamiento global!, grito en alguna tarde que el sol, en pleno invierno, nos deja salir en mangas de camisa, gafas y el alma iluminada.

Yo le digo que según las estadísticas, en unos 20 años, se nos conocerá como la ciudad de la eterna primavera, que pronto ya no necesitaremos chaquetas, que ella podrá lucir sus majestuosas piernas desnudas incluso en la noche y que si las cosas nos sonríen, pronto el mar llegará a los valles y Quito se convertirá, entonces y solo entonces, en la ciudad que merece ser, sin ese apestoso frío en nuestras espaldas.

Claro que todo esto es una gran mamadera de gallo, pero gozo viendo a Macarena irritarse sin razón.

02 febrero, 2007



Capítulo 58
No intentaré una justificación al prolongado silencio que me ha alejado de este medio. Tampoco les contaré lo que ha ocurrido desde la última vez porque simplemente no vale la pena relatar la rutina y la prolongada pereza que me ha entrado con el nuevo año.
Los hechos más recientes, en este casi imaginario país, me han llevado a recordar algunas cosas, no tan alegres, pero que intentaré compartir.
Cuando era adolescente y todavía iba al colegio, por lo menos una vez al año salía a las calles a lanzar piedras a los policías, durante las protestas callejeras del momento. Fui a un colegio de niños ricos y no es que tuviera una conciencia social muy desarrollada a los 16 años, no, lo que pasa es que me divertía jugar al gato y al ratón y sentir la adrenalina invadirme cada vez que un "uniformado", también llamado chapa por estos lados, emprendía la carrera tras de mí para alcanzarme y llevarme preso, con el tolete entre las piernas.
Y es lo mismo que pasa en estos días en las calles de Quito. Cientos de muchachos de un par de colegios tradicionales de la ciudad salen a las calles ha exigir, con palos, piedras y bombas Molotov, que se cumplan con las "exigencias del pueblo", aunque muchos de ellos no sepan con certeza de lo que están hablando. Yo creo, con conocimiento de causa, que es un gran pretexto para salir a jugar en las calles al sígueme que te atrapo, tal y como yo lo hice en mi momento.
Y puesto que no quiero quedar en la pura anécdota, a la que le falta la ganada fama del mejor lanza piedras de mi generación, voy a dar la solución a un problema hasta ahora irresoluble: una buena fiesta, con música y bonitas chicas.
Claro, eso es lo que debe hacer el Gobierno si quiere tener calmados a los muchachos de esos dos colegios, sin que salgan a lanzar piedras a los policías, a destrozar la propiedad privada e interrumpir la actividad de miles de personas: una gran fiesta en los mismos patios del Colegio, donde consten las Chichas Dulces, como animadoras, una buena banda de metal, y otra de Ska para que durante el mosh descarguen su inagotable energía y sueñen en la noche con las voluptuosas piernas de las chicas, en vez de atacar, en sueños, a sus contrincantes de juego… Claro, hay que darles pensando, a los del Gobierno.