30 marzo, 2006



Capítulo 9
Libros de autoayuda. Supongo que el boom de estos títulos responde al desorden de la época, a la mentada crisis que solo adquiere significado cuando uno está inmerso en ella, como su servidor, El Apestado.
No faltan quienes me remitan a esos títulos, a esas nuevas terapias que curan desde un dolor de muela hasta las más ocultas turbulencias del espíritu, como sugiere David Lodge en Terapia. Remito a esta novela de humor inglés a todos aquellos que intentan convertirme, salvar mi vida pagana, venderme el libraco que contiene el secreto de la felicidad, por tan solo por $9.99 más regalo sorpresa.
Y debo confesarlo, ya ni siquiera me motiva la lectura. Bueno, para hacer honor a la verdad, siempre tengo un libro a mi alcance, como un acto condicionado. En este momento estoy leyendo una novela policíaca pequeña de Margaret Millar llamada Lo pagarás con maldad. No haré el comentario del libro porque este no es un blog literario. Lo que pretendo decir es que si antes los libros, y la literatura en particular, ocupaban gran parte de mi vida, ahora son aleatorios, si el término cabe. La verdad es que rebusco en la biblioteca obras que no haya leído, o que no permanezcan en mi cabeza a pesar de haberlo hecho, y me encuentro con títulos que no me dicen nada y me doy vuelta y sigo mi camino sin remordimientos, como pasaba antes si no leía, al menos, un libro a la semana.
¿Será que estoy perdiendo el entusiasmo? Porque eso era para mi la literatura: Frenesí, furor, ganas de seguir viviendo. Ahora, con tan pocas motivaciones, me he entregado a la confesión de mis infamias a través de este medio como un nuevo recurso para no perecer.
Y ya que de confesiones se trata, debo advertir que esta es la primera vez que llevo un registro de lo que sucede, de lo que pasa por la atormentada cabeza de un Apestado.

Quehaceres domésticos
Socitsémod serecaheuq (El tema sigue igual, aunque pretenda verlo al revés)

Menú del día
Fritada (es mejor cocinarla en cerveza, pero en agua puede quedar igualmente apetecible como demostró la voracidad con la que comieron Macarena y Samuel.) Casi 800 gramos de carne grasa, que al final queda magra, acompañados de mote (maíz cocido), chulpi (maíz tostado), papas cocinadas pasadas sobre los restos de la grasa de la carne y trozos de aguacate. También una buena salsa de ají, de las matas del jardín.

29 marzo, 2006



Capítulo 8

Macarena no sabe nada de esta historia y hay quien me pide que exponga sus piernas en este blog. Comprendo la curiosidad, o el morbo, pero no será posible complacerlos. Con suerte se toparán con sus muslos en La Mariscal y, si alcanzan a verlos, fíjense en el pequeño lunar que tiene en el centro de la rodilla izquierda, entonces se dirán: ahí va Macarena, la de El Apestado.

Y si alguien lleva el nombre que debe, esa es Macarena. Por eso será fácil que la identifiquen. Y aunque ya harto he dicho sobre su principal atributo, sus piernas, no quiero dar más señas. En cierto modo me siento un perro al hablar de ella en estos términos pero nada más lejos de mis intenciones el de exponerla a la opinión ajena. Solo intento confesar una adoración, casi fetichista, hacia sus macanudas piernas de Miss. Enredado en ellas, olvido las amarguras del día a día y por tanto no podían dejar de aparecer en estas desvergonzadas confesiones.

Puesto que he empezado, debo contarles que sus piernas me siguen hasta en sueños: como siempre me encuentro atrapado en corredores sin final, rodeado de puertas que no se abren. Mas en una de ellas, como una invitación para liberarme, aparecen las pantorrillas de Macarena, veladas tras la penumbra del lugar. Cuando creo que estoy por alcanzarla, vuelve a desaparecer. De pronto, el escenario cambia y la luz se impone. La blancura de sus muslos se desdibuja ante tanta claridad y vuelvo, entonces, a caer en los abismos de una búsqueda sin fin. Solo cuando siento bajo las sábanas sus sedosa textura recupero la calma y vuelvo a dormir como si me encontrara, al fin, entre la nube de su pubis.

Tal es la pasión que sus muslos producen que Samuel, durante su época de perro, como la llamaba yo, se dedicó a morderlos como si fueran manzanas maduras. Se metía bajo las sábanas con el pretexto de que lo busquemos. Generalmente Macarena no se movía, dejaba que yo participara del juego y tocara al descuido su piel. Cuando el monstruo de la oscuridad, o sea yo, alcanzaba a Samuel, este se arrastraba a refugiarse entre las piernas de su madre que, resignada, se quejaba de los juegos que deshacían la cama y la calma. Un buen día, en el furor de la aventura, Samuel atacó con sus dientes de leche los muslos deslumbrantes de su madre. Al instante, oímos un grito lastimero que nos llenó de espanto, nos dejó mudos y nos arrancó de raíz de nuestra dulce cueva.

Desde entonces, las piernas de Macarena fueron el platillo predilecto de Samuel. Hasta en los lugares y momentos más inesperados daba su mordisco implacable, como aquella vez que la atacó bajo la mesa de un restaurante, lo que provocó no solo el grito y la furia de Macarena sino que en el revuelo general la mesa entera se vino abajo con nuestro almuerzo intacto. La comida llegó a su fin tras ese único bocado: el que Samuel dio a las piernas de su madre.


Quehaceres domésticos

Tuve que arreglar los cajones del ropero de Samuel. La madera cedió ante el peso de lo que contenían. Pasé media mañana machucándome los dedos y echando pestes contra mí mismo, por inútil. Con dificultad cambio un foco.

Aproveché para hacer una selección de su ropa pues tiene mucha que ya no le queda. La funda que recogí la iré a dejar en el hospital de niños aunque tenga que hacer el viaje expreso. ¡Aunque también podría venderla!


Menú del día

Almuerzo de 1.50 en la fonda de la esquina. Sancocho grasoso, arroz con carne asada y ensalada de rábanos, agua con naranjilla y gelatina amarilla. (Parecía que al arroz se le había caído un pedazo de carne encima, no que la hubieran puesto a propósito)

27 marzo, 2006

Capítulo 7
Bueno, los amigos se han alejado en estampida y ahora ya no queda ninguno. En parte soy culpable por no cultivar buenas relaciones. De las otras está llena mi libreta de teléfonos. Cuando empezó la mala racha, llamé a algunos de esos teléfonos y si bien me respondieron, me dejaron colgado, a la espera, como quien dice, en el momento en que les conté que estaba sin empleo. Y sigo esperando.

A otros invité a mi casa, con el afán de compartir con ellos, de saber en qué andaban, de contarles cuál es mi situación por si acaso ellos sabían de algo. Hasta les di de beber mis tragos. Es así como funciona esto, me decía dejando caer los hielos en el vaso de whisky, convencido de que en algún momento alguien se acordaría de mí. Pero simplemente no fue así.

Saco a colación esto porque esta tarde encontré a uno de esos conocidos en la calle. Le pregunté por su vida y no paró de hablar hasta que llegó la hora de despedirse. Y sobre mí, nada, no dio tiempo de contarle mi desgracia. Yo, en cambio, supe que tiene dos trabajos, que cada vez está mejor, que su mujer está en igual situación, que sus hijos van a la mejor escuela de la ciudad, que me invitaría su nuevo departamento, algún rato.

Así que seguí mi camino y cuando llegué a casa, taché su nombre y teléfono de mi agenda. Igual, ya no vive en el mismo lugar. La lista era larga...

Confieso: cuando camino por la calle, miro al piso a ver si encuentro alguna moneda. Yo nunca he sido supersticioso pero me ha dado en este tiempo por pensar que si encuentro al menos un centavo en la calle será señal de que mi suerte va a cambiar. No sé si es que esto hace parte de las creencias populares, pero ha salido del fondo de mi mala suerte como si fuera parte de una memoria ancestral que quiero compartir.

Y ya que lo menciono, voy a hablar del mal de ojo. Sí, el asunto es tan grave que he pensado hasta en las cosas más absurdas para tratar de explicarme qué está sucediendo. Y se me puso que alguien me echó mal de ojo. ¿Qué más si no?

Esto es lo que encontré en la red, luego de una búsqueda rápida, por si interesa:
EL MAL DE OJO

21 marzo, 2006


Capítulo 6

Un domingo en Quito apesta. Desayunamos hasta tarde, con gran hambre luego del polvo mañanero. Gracias a la suegrita, pan fresco, huevos y queso se adicionaron al menú matinal. Y el paseo de más tarde también lo aseguró ella, la omnipresente. Hasta medio pude leer el periódico con el pretexto de buscar empleo. Pero a medida que las nubes ganaban nuestro pequeño espacio de cielo, la desesperación por salir, por cumplir los planes previamente pactados, aumentó la adrenalina y salimos con un portazo que auguraba rumiarle al asunto por lo menos veinte minutos más. Y así fue. Solo cuando llegamos al parque de El Ejido, bajamos la guardia.

Samuel tomó las riendas del asunto y Macarena y yo fuimos atrás de él como si fuéramos sus vasallos, dispuestos a cumplir todos sus deseos. Pero esos primeros propósitos se terminarían una hora más tarde cuando nos cogió la paranoia por regresar. Los carritos de alquiler en el parque son pintorescos y los primeros diez minutos son hasta agradables, pero correr tras Samuel mientras embiste a los transeúntes termina por agotar. Además, no hay juego infantil que merezca el nombre, las resbaladeras son una amenaza y hay que sortear la basura. Claro, los basureros no es que sobren. Como si fuera poco, luego de tragar el polvo que levantaba a propósito de un muchacho, pasó frente a mi un gringo tomando una biela helada en lata. ¡Ya no pude más! Debí arrastrar a Macarena y Samuel en busca del preciado líquido. Comimos sánduches de pernil en Los Sánduches de Pernil, dos cervezas y un vaso de cola. Regresamos en un bus vacío... Gracias suegrita.

La tarde dormimos una siesta, echamos el segundo polvo del día y luego vimos televisión mientras comíamos galletas. Pero serían las migas de más tarde las que me quitaron el sueño hasta el alba. (Foto:Hans Hendriksen)

17 marzo, 2006



Capítulo 5

En cuanto a mis padres, ya es tiempo que me refiera a ellos. Viven en otra ciudad y su situación, tras ser muy boyante, es similar a la mía. No puedo, entonces, recurrir a ellos. Más bien son parte de mis preocupaciones y lamento día a día no poder ayudarlos. Ellos, como mucha gente, perdieron sus ahorros con el famoso feriado bancario decretado por el presidente por el que ellos mismos votaron. Y desde entonces empezó el descalabro que los ha conducido hasta aquí, hasta la frontera de su decaimiento. Solo espero que puedan levantarse.

Mientras tanto yo aquí, jodido pero contento, pues ya me pasó la depre. Macarena y Samuel siguen siendo la razón de mis más profundas alegrías, pese a la situación.

Es bueno, de vez en cuando, recordar que este apestado está ungido de algún perfume celestial que devuelve la calma a la tormenta que es mi vida en estos momentos. Macarena y Samuel son esa chispa que me queda de vida, no tengo ninguna duda de que es así e intento demostrárselos a cada instante, aunque a veces mi mal genio lo eche todo a perder.

Al final de la tarde nos hemos tirado todos en la cama a charlar y hemos terminado envueltos en cosquillas, gritos, jadeos y más juegos, todos felices; como si nada pasara, como si todo estuviera bien. ¡Qué bueno estuvo! Por un momento eterno, la vida dejó de apestarme.

Quehaceres domésticos

Tendí la camas, lavé los platos del desayuno, doblé algo de ropa y luego no hice nada más así que todo tiene el color gris del descuido y del polvo acumulado del fin de semana. Ni modo, quiero darme al menos esas libertades mientras pienso en que las cosas ya van a cambiar.

Menú del día

Sopa de lentejas con salchichas fritas. (Haga una sopita de lentejas con la menestrita que le sobró del día anterior, con leche la sopita, y con culantrito, y si tiene la suerte, un poco de quesito le ha de poner. Y ahí mismo, cuando esté bien calientita, échele unas salchichotas fritas bien tucas. Repita el plato dos veces y ya no necesita comer más, solo lanzarse una buena siesta y unos cuantos pedos.)

16 marzo, 2006


Capítulo 4

De tanto rumiar al infortunio, ha aparecido la maldita depresión. Y no hay quien la acepte, o la soporte. Es como si lo hiciera a propósito pues la mueca de desgano sale de mí sin que pueda contenerla.

Es que ya me estoy cansando de los Quehaceres domésticos. Ahora me vi sentado en la grada del patio, ante la ropa tendida, con una pereza que lindaba con la resignación y, de pronto, mientras miraba los calcetines rotos, caí en el hueco en el que aún me hallo.

Lo peor es que tuve que asistir a una reunión en casa de la suegra. En ese estado era lo que menos me convenía. Y la cosa se empeoró cuando Macarena llamó a decir que no la esperáramos. Así que tuve que sentarme a la mesa con dos parejas de desconocidos y dar la lección del desempleado, del paria que no logra entrar en línea. Y oír la cantaleta de que son tiempos difíciles. Y acoger las recomendaciones de cómo llevar mi propia vida. Y limpiar la porquería que hizo Samuel con la salsa del estofado. Y oír la maravilla que es la ñaña mayor de Macarena, lo bien casada que está, lo orgullosos que se sienten de ella y de la vida que lleva en la Florida junto a su maridito gringo, un fanático religioso que la tiene pisoteada y mal culeada.

Yo, a medida que desaparecía en la conversación, contaba los minutos que faltaban para que esa tortura terminara, o por lo menos, para que Macarena llegara a salvarme. El vino, lamentablemente blanco, me fue dosificado como si estuviera enfermo del hígado mientras que las copas de los invitados rebosaban que daba espanto.

Llegó el momento del café y fui el único en aceptarlo. Todos saben ahí que detesto el café instantáneo, ese invento gringo que es una afrenta al buen paladar, y, sin embargo, fue lo que me sirvieron. Y además lo hicieron en tasa grande. Solo faltaba el pan y la mantequilla para completar el cuadro. Eso sí, cuando quise sacar un fullcito para fumármelo, las voces de protesta sonaron y tuve que volver a guardarlo mientras recibía consejos de dejar el vicio. ¡Cabrones!


Cuando estábamos por pasar a la sala, llegó Macarena con la noticia de que tendrá una nueva cita en la empresa que visitó ese medio día. Al menos ha pasado a una segunda etapa. Pero todos sabemos que nada está dicho hasta que se firme el papelito del contrato. Quizás lo único que quieren es volver a ver las piernas de Macarena, esas mismas que no pude dejar de tocar bajo la mesa familiar. Finalmente nos quedamos los dos, con Samuel que iba y venía, en el comedor. Conversamos un poco sobre las posibilidades de que el trabajo salga, aunque el mísero sueldo alcanzaría a penas para pagar la pensión de la escuela de Samuel y talvez algún servicio. Pero, la conclusión fue que en las condiciones que estamos no es posible rechazar ninguna oferta, por más miserable que esta sea. Luego fuimos a la sala, donde no hubo bajativo para nosotros: el brandy español había vuelto al bar a añejarse, como mi sed de un buen trago.

Mi suegro nunca se dirige a mí, pero no siempre fue así. Antes, cuando mi situación era buena, conversábamos con cordialidad aunque nunca con mucho entusiasmo.

10 marzo, 2006


Capítulo 3

Samuel quiere comprarse un traje de Spiderman. En su escuela todos hablan de él y de los PowerRangers. Yo soy culpable de que así sea. Bueno, de los Power Rangers hablan sus compañeros por su cuenta pero a Spiderman fui yo quien lo introdujo en la cabeza de cuatro años de mi hijo.

Resulta que venía con la historia de que era uno de los Power Rangers y me clavaba unas patadas puntiagudas en las pantorrillas que me hacían dar de gritos y saltar mientras el forajido lanzaba más golpes al aire, con ruidos animales.

Y más tarde venía con la historia de que tenía que dejarle ver los Power Rangers por la tarde Y yo que no, que esa cosa es demasiado violenta. El que sí, que todos sus compañeros ven. Y yo que seguía con mi discurso sobre la violencia y él que empezaba con el suyo de las lágrimas. Así que decidí hablarle de Spiderman. Le dije que éste nunca, o casi nunca, golpeaba por golpear, que usaba su agilidad y sus redes hechas de tela de araña para combatir a sus enemigos, que las armas estaban reservadas para los malos. Y más tarde fuimos a comprar un DVD pirata sobre mi héroe favorito y lo vimos juntos. Los Power Rangers están olvidados, por el momento. Ahora Spiderman me juega sucio pues luego de apoderarse del espíritu de Samuel quiere también su cuerpo. Pero yo no puedo comprarle el traje que lo transforme en héroe. Seguro que mi suegra le consiente. Así quedo frente a mi propio hijo como un desgraciado que no tiene plata para satisfacer sus infantiles deseos, por más que me preste para ser su enemigo imaginario y siga recibiendo golpes en la pantorrilla. La suegra debería recibirlos en mi lugar, a ver si así rectifica.


08/03/2006
Quehaceres domésticos

La casa es un barco. No tuve tiempo de hacer nada, ni de lavar un cuchillo. Macarena hará la tarea con desgano pues no hay nada que le disguste más que los Quehaceres domésticos. Por eso me esfuerzo para que encuentre la casa más a menos arreglada. De lo contrario tengo que soportar su mal genio, estado que se prolonga más allá de las sábanas y que me perjudica hasta lo indecible. Bueno, les digo, por ejemplo, que sus manos de princesa se parten con el jabón de platos y no puede ni tocarme. Creo que queda claro que soy quien debe adelantarse a esas tareas antes de padecer en carne viva las consecuencias de mi inacción.

Pero hoy fue imposible. Luego de dejar a Samuel en la escuela recorrí la ciudad (32 cuadras en total, a pie), para depositar carpetas o asistir a reuniones de trabajo, entre comillas, que ofrecían comisiones a quien vendiera productos que yo nunca compraría: libros con errores de edición, vitaminas sin registro sanitario, electrodomésticos de marca y fabricación dudosa, sin garantía, libros de autoayuda y un largo etcétera. El problema, lo sé, no son los productos, soy yo, incapaz de vender un bastón a un cojo, buscándole siempre la quinta pata al gato, maldiciendo a la sociedad de consumo.


Menú del día

Medio día

- Comer fritada donde la suegra, hasta hartarse. Y recibir indirectas hasta hastiarse.


Por la noche

- Tortilla española (pregúntenle la receta a Macarena pues es lo único que sabe hacer. Lo hace cuando su ánimo mejora, pero decae cada vez que se acuerda que pudo haber acompañado eso con una ensalada de tomates con anchoas y una buena botella de vino. El Malbec era, entonces, su preferido. Yo también prefería esas sepas nuevas del Cono Sur a esos vinos españoles dudosos que venden en el Supermercado, o esos Vin de Table franceses que ni siquiera los clochards beben. Pero ni modo, tomates frescos con aceite de oliva fueron el acompañante, mucho pan baguette y agua del grifo.


Capítulo 2
En el cyber, desde donde subo estas quejas, hay una regordeta mujer que debe tener más o menos mi edad. Cada vez que voy la encuentro chateando y en mi curiosidad he podido observar de reojo lo que hace, y hasta lo que dice a su interlocutor. Primero me ha llamado la atención la velocidad con la que transita entre una ventana y otra y la agilidad con la que inserta imágenes o caritas felices. Las fotos que usa son de mujeres despampanantes, muy lejos de su mofletuda estructura. El personaje, al otro lado de la línea, es un hombre, o varios, pues a algunos se los ve a través de una webcam. Entonces, fue fácil deducir que es parte de la hueste de cuarentonas que buscan aventuras cibernéticas. Y claro, he logrado ver palabras como “aventura” o frases del tipo “quisiera frotarme en tu pierna, papi”. La muy muy se hace un pajaso diario que puede durar varias horas en la mañana y varias en la tarde. Y además no parece preocuparse de ir al trabajo. Lo digo porque, en mi desempleo, frecuento el lugar en cualquier momento del día, y cada vez que voy, la encuentro ahí, frotándose con el teclado.
Por cierto, he respondido a un anuncio de prensa y he encontrado mi correo lleno de basura.

Macarena se ha puesto una minifalda que me tiene inquieto. Sus piernas torneadas detienen carros y transeúntes en la calle. No quiero aventurarme a pensar que esos jamones reemplazan a la hoja de vida que lleva arrugada bajo el brazo. Pero tampoco me atrevo a hacer ningún comentario al respecto pues corro el riesgo de recibir una buena amonestación, si no una cos, que me deje sin mi dosis nocturna de olvido, entre esas mismas piernas. Si viene con la noticia de que encontró trabajo, no sé si deberé alegrarme o preocuparme. Siempre queda la posibilidad de que demandemos al asqueroso jefe, que ya me figuro, por acoso sexual. ¡Quién sabe! Talvez sus piernas me traigan otros placeres. O quizás vuelvan endurecidas por la caminata, con sus contornos desvanecidos, y me vea obligado a modelarlas entre mis manos para que vuelva, mañana, a lucir su provocativa minifalda ante la voraz mirada de tanto tránsfuga del asfalto, cuando vaya en busca de quién sabe qué promesas más tarde omitidas.


05/03/2006

Quehaceres domésticos

Ahora la máquina lavó la ropa y yo la extendí a la sombra del día. Por la tarde las nubes reventaron su amenaza y todo se empapó. Mis calcetines con hueco dan lástima, más aún cuando están chorreando. Nunca nadie me enseñó a zurcir y ahora me doy cuenta de lo necesario de esas enseñanzas. Macarena tiene mi misma escuela y los calcetines igualmente roídos. Por eso ahora anda con las piernas desnudas.

02 marzo, 2006


Capítulo 1
Si alguien tiene el secreto para despojarse de la mala suerte que me lo venda, le pagaré con mi alma, aunque en este estado no tiene mucho valor. Hoy he salido a la calle con la esperanza de hallar la solución a mis problemas pero el asfalto me ha escupido su bochorno a la cara y he vuelto a mi caverna, con el espíritu contrito. Fui a dejar una carpeta en la empresa que buscaba una persona con un perfil mucho más bajo que el mío, profesionalmente hablando. Me recibió la asistente del lugar y cuando cerró la puerta en mi cara tras recibir la carpeta, oí que rasgaba papeles: ¡sin duda el sobre que contenía mi hoja de vida! El optimista que lea esto dirá que el papel rasgado era sin duda algo inservible. Yo, víctima de las circunstancias, pienso lo contrario. Aquí les va una muestra de mi mala pata: la pila de mi reloj se acabó, mi línea de teléfono celular fue anulada por no ingresar tarjeta en no sé cuantos meses, el teléfono convencional me lo cortaron por falta de pago, se quemó el monitor de mi PC, la pata de mis lentes, -¿no les dije?-, se desprendió y a pesar de haberla pegado quedó torcida. Eso pasó en apenas cinco días. En cuanto a mi desempleo, repentino pero prolongado, el caso es que tengo estudios de postgrado en el exterior y 1.80 de estatura. Una hoja de vida que parece demasiado inflada y ojos negros. Libros, artículos especializados en mi ramo, premios, medallas al mérito, reconocimientos internacionales a mi trabajo, seminarios de especialización que pocos han cursado; invitaciones como expositor a encuentros internacionales, ponencias publicadas... pero nada parece servir, ni mi aparente gracia. “Nadie es profeta en su tierra”, dicen, y estoy llegando a creerlo. Pero yo no me quiero ir de aquí. Ya me fui y ya volví. Y cuando volví nadie se acordaba de mí. Y tuve que hacerme de un nombre, con sangre y sudor, ganando miserias... hasta que lo logré, o eso es lo que pensé porque ahora tengo una mano adelante y otra atrás. Y vivo de la caridad, cosa que es más dolorosa que el hambre misma. ¡Alguien, por favor, dígame qué chuchas pasa! ¿Serán mis cuarenta y tantos años? ¿Será el maldito postulado que afirma que la clase media agoniza? ¿Será que las ciencias sociales, en este mundo de mercado y mercancías ya no valen nada? ¡Las ideas han muerto porque no se negocian en el TLC! Lo cierto es que yo estaba acostumbrado a viajar a Europa al menos una vez al año. Ahora me desplazo en bus contando los centavos. Comía en los mejores restaurantes de la ciudad, con vino, cualquier día de la semana; y me iba a la playa el rato menos pensado, a pasar tres días, sin tener que rendirle cuentas a nadie. Vestía adecuadamente y leía todos los libros que quería. Claro, no ahorré ni un centavo porque mi arrogancia me hizo creer que la vida siempre me sonreiría. Pero sí invertí en un negocio que tuve que cerrar por cuestiones ajenas al mismo, a pesar de que me iba parcialmente bien. El departamento que alquilaba a terceros me lo entregaron destrozado y no he tenido dinero para arreglarlo y darlo nuevamente en alquiler. Ahora, como dos veces al día porque para la tercera no me alcanza, fumo Full Speed porque el maldito vicio no se me va con tanta angustia y bebo ocasionalmente Norteño, para ahogar la desdicha. Mi hijo deberá salir pronto de su escuela porque no tengo para la mensualidad, lo más injusto y doloroso que me ha ocurrido. Mi pareja está contagiada de mi misma suerte y solo oímos la cantaleta, el ruido de que son tiempos difíciles, que ya pronto todo cambiará. ¡Qué mierda! Entonces, como no tengo personalidad suicida, y como los vicios se han reducido a los anteriormente citados, me queda el consuelo del buen polvo. Ese es mi alimento diario, aunque debo consumirlo con moderación pues ya no hay plata ni para las pepas -anti-ñaño- que liberarán, de un hermanito a mi hijo, de un muerto de hambre más, como yo, a esta hueste de famélicos de la vida buena.

Quehaceres domésticos

Hoy desperté con compulsión de limpieza. ¡Y ya era hora! A los pies de mi cama había una montaña de polvo que tenía a mi pareja con un pie en el Centro de Salud, y a Samuel, mijo, con el sistema respiratorio igualmente jodido.Después de tomar un café aguado o, más bien dicho, un agua café, fui en bus a dejar a Samuel en la puerta de la escuela, media hora tarde, con la intención de no encontrar a la directora que busca la oportunidad de hacerme acuerdo de que estoy dos meses retrasado con la pensión, de que soy un fracasado.Caminé 13 cuadras (número cabalístico), hasta llegar a mi casa donde me puse manos a la obra, con guantes de caucho verde.Hace meses ya que Manuela, la rolliza veinte añera que limpiaba la casa, se fue, dejando un vacío inmenso en nuestras vidas, hasta que volvió a llenarse, pero de mugre.Barrí y barrí hasta el cansancio, hasta llenar la funda de la tienda de escombros y polvo. Luego lavé la vajilla y la guardé en los estantes. Limpié con cloro el piso de la cocina y también los mesones. Entre tanto, preparé la comida, pero fue tanto fue mi empeño en dejar todo limpio que olvidé en ir a recoger a Samuel a tiempo y recibí la llamada de la escuela -porque todavía entran llamadas a mi teléfono, pero siempre ese tipo de llamadas. La directora aprovechó para darme el ultimátum, si hasta el 15 de este mes no pago al menos una de las mensualidades atrasadas, Samuel deberá abandonar la escuela.Corrí las trece cuadras que me separaban de Samuel con ganas de desquitarme con la directora por mi descuido y lo encontré llorando, como si lo hubiera abandonado. Felizmente llevé un pan con el que calmé su hambre y enjuagué su lágrimas. Felizmente me tragué las ganas de mandar a la mierda a la directora porque de hacerlo la suerte escolar de Samuel se hubiera definido aquel mismo día.Regresamos esta vez en bus y desde la parada tuve que cargarlo, muy a pesar de mi maltrecha espalda.


Menú del día

La gaveta de las penurias, otrora llamada despensa, mostraba, insultante, cuatro papas juntas, en forma de sonrisa burlona. De una de ellas salía un brote venenoso que arranqué sin compasión. Medio cociné las papas con cáscara (porque así saben mejor), las pelé y las puse a freír. Derretí un poco de mantequilla que mezclé con el culantro fresco que semanas a tras sembré en una de las macetas del patio. Una vez que las papas estuvieron listas, las bañé con la mantequilla, puse sal y serví en la bandeja que más tarde iría a la mesa.

Mientras tanto, los garbanzos que dejé en agua la noche anterior estuvieron a punto en la olla de presión. Molí y tosté semillas de culantro, de comino y unas de cardamomo que guardaba de mi época de prosperidad. Pelé y piqué un par de tomates, del patio. Hice un refrito para los garbanzos con cebolla perla, puse los tomates y finalmente las semillas tostadas, esperé a que los sabores se mezclaran lentamente.

Listo, el almuerzo fue del gusto de todos, aunque Macarena tuvo que comerlo sola, pasadas las cinco de la tarde, luego de un día lleno de tedio, sin resultados concretos. Por la noche Samuel comió un pedazo de pescado frito en aceite de oliva, arroz con tomate y un vaso de leche. Todas estas cosas nos la dejó la suegrita, que me mira como la directora de la escuela de Samuel y quien ha olvidado los bacanales a los que le invitaba, antaño.