31 julio, 2006

Capítulo 42

Es una promesa, pronto volveré a postear como se debe. Muchas cosas han pasado y estoy ansioso por compartirlas, pero el tiempo, el maldito tiempo que no alcanza para nada. Y mis ojeras, ni les cuento. Estoy con cara de apestado, más que nunca. Es una pena que no la puedan ver, pero si por ahí ven un esperpento, caminado a las siete de la mañana por las calles infestadas de La Marsical, talvez me reconozcan.

24 julio, 2006


Capítulo 42

Primero debo seguir en la queja esa de que el horario de mi trabajo apesta, y de paso aprovecho para justificarme por no haber posteado en casi dos semanas. En fin…

Si alguien, como yo, pensó que la experiencia en el hostal traería anécdotas dignas de contar, se equivocó. Al menos por el momento, el principal tema que transita por los pasillos oscuros del hostal es el de la seguridad. O, más bien dicho, el del miedo.

El miedo se ha apoderado de todos, es un monstruo invisible de proporciones descomunales que ronda las apestadas vidas de quienes trabajamos en la noche quiteña.

“No abrirás a cualquiera”, “no saldrás”, “no pierdas de vista a la alarma”, “llamarasme cualquier cosa”, son frases que oigo todo el tiempo; pero la peor de ellas fue: “quedaraste adentro así se maten afuera”.

No dije nada, como casi siempre, pero solo porque no me di cuenta de inmediato de de lo que encerraba esa recomendación: la voz de mi jefe se ha convertido en ruido.

Ni el miedo justifica tal grado de mezquindad, pero no quiero ahora divagar al respecto… Les dejo la tarea por que ando apestado del cansancio.

17 julio, 2006

Capítulo 41

No hay tiempo para un nuevo post. Esto de la vida de trabajador, de ama de casa, de madre y padre, y de amante esposo, no da tiempo para un coño.

10 julio, 2006

Capítulo 40

El horario y el frío en mi trabajo apestan. La primera noche casi muero de hipotermia. Quito apesta cuando hace frío y hiede de madrugada.

A las 18h55 debo tomar la posta del administrador diurno, quien para su salida tiene ya registrado a casi todos los pasajeros del hostal. Yo no puedo recibir a nadie que no esté registrado o tenga reservación, así me lo suplique. Mi trabajo consiste en ver que todo esté en orden, patrullar y sonreír. Es decir que soy el guardia nocturno, con título de administrador y sonrisa Colynos.

En mi turno, debo estar atento a la puerta por si algún huésped, borracho, intenta alcanzar el timbre, de madrugada. Toda la noche salen y entran los gringos y yo debo abrirles la puerta, darles agua si me lo piden, aguantar su indescifrable sentido del humor y pedirles silencio cuando se exaltan mucho. Es política del lugar no entregar las llaves a ningún huésped, por cuestiones de seguridad, dicen.

Al principio, lo confieso, logro mantenerme despierto, pero a la larga me vence el sueño y empiezo a cabecear sobre el sillón en el que me hundo poco a poco... hasta que el timbre me saca de un salto de mi nido y debo ver quién es, y timbrar la puerta de la calle, y luego abrir con mi mano la puerta de entrada, y cerrarla nuevamente tras el último trasero gringo.

Y así, toda la noche. Bueno, la televisión podría ser una salida, como lo es por un par de buenas horas el libro que ahora leo, pero está más allá de mis dominios y solo alcanzo una hora a verla, parado en una esquina del salón, a tiro de piedra de la puerta que será pronto mi obsesión. Muy por la mañana, a las 04h00 debo abrir la puerta para que salgan los primeros turistas a sus excursiones en la Sierra u Oriente, y debo ayudar a cargar sus maletas, y es ahí cuando recibo alguna propina.

Antes de salir, tomo un café bien cargado, de los que tienen listos desde las 06h30 para los turistas madrugadores. Pero a esa hora, la cafeína ya no tiene efecto sobre mí.

07 julio, 2006


Capítulo 39

He recibido contundentes muestras de solidaridad en este blog. La última, sin embargo, me ha conmovido como ninguna. Nelly, una persona a la que no conozco, y quien me conoce a mí entre los límites de este blog, ha becado a Samuel para que estudie el verano en su Jardín-Escuela.

Debo hacer público este ofrecimiento aunque el mensaje haya llegado directamente a mi correo y aunque deba rechazarlo. Las razones, las expongo a continuación:

La primera y más obvia, es que Samuel tiene ya asegurado un cupo en una escuela de verano, gracias a su tía, quien ha enviado el dinero desde Miami y que será administrado por la Omnipresente, mi suegra, para que no hagamos otro uso de esa plata. La tía, vendrá en agosto para visitar a la familia y verificar que sus designios se cumplieron.

La segunda es la que más tormento me causó: en el supuesto caso de aceptar la oferta de Nelly, no sabía cómo darle la noticia a Macarena quien no tiene idea de lo que escribo aquí y de las relaciones virtuales que he ido tejiendo.

Pero bueno, solo quiero hacer manifiesto mi agradecimiento hacia Helena, que más allá del gesto personal, refleja que algo bueno pasa por aquí, que la humanidad y solidaridad no se han perdido, que la vida nos da definitivamente sorpresas, con lo que, deja de apestar un poco. Gracias Nelly.

Por otro lado debo compartir con ustedes, igualmente, una noticia que me alegra sobre manera: tengo trabajo temporal en un hostal de La Mariscal, el corazón turístico de Quito.

Sí, el otro día mientras recorría las calles de mi barrio vi un letrero a las afueras de un hostal por medio del cual solicitaban personal nocturno para administrar, entre comillas, el hotel. Una de las condiciones era saber inglés. Sin pensarlo entré, pregunté por el responsable, le dije que nunca antes había trabajado en un hostal pero con mi verborrea, que no es poca cuando me lo propongo, convencí al tipo de que hiciera una prueba con migo.

El horario no me convenía pero terminó cediendo incluso en eso, con una hora de diferencia. Desde ayer entro a trabajar a las 19h00 hasta las 07h00 por un salario que mejor ni les cuento, vaya eso a darles pena de mi pestilente condición. Sin embargo, como ya lo dirán los optimistas: trabajo es trabajo.

Claro que no todo es color de rosa, cuando llego a casa, adormecido y alelado por la mala noche debo despedirme de Macarena quien ya no puede llegar nunca pasadas las 18h45 a casa. Media hora más tarde, Samuel se despierta y debo hacerme cargo de él. Desde el próximo lunes debo llevarlo al curso de verano con lo que podré dormir toda la mañana tras mi regreso. Por ahora tengo un déficit de sueño que me tiene tembloroso e irritado, pero ya recibí mi primer dólar de propina y eso me da ánimos para seguir.

03 julio, 2006


Capítulo 38

La omnipresente, mi suegra, arremetió con violencia, luego de una prolongada ausencia, cuyas causas ni quise ni quiero conocer.

Pero el miércoles, tras apacibles semanas de no ver sus dejos de gran señora, la omnipresente tocó la puerta. Como era de esperarse al tercer día de vacaciones, a esa hora de la mañana, las 11h00 para ser exactos, Samuel estaba aún en pijamas, metido hasta el cogote en un balde lleno de agua, sucia para entonces. Y yo, con un matorral por pelos, también metido hasta el cuello en los quehaceres domésticos, ni distinguí ni oí al esperpento que en el rellano de la puerta, a contra luz, lanzaba improperios al cielo y la tierra, al infinito y más allá, como diría Buzz Lightyear. Claro, Macarena, en su eterno y a veces vejatorio despiste, había olvidado advertirme que su madre pasaría por Samuel aquella mañana.

La doña puso el grito en el cielo cuando vio la escena y se llevó a Samuel, casi a rastras, para vestirlo antes de salir juntos de shopping. (Así es como ella llama importunar a los empleados y no comprar nada.) Yo solo oía que Samuel protestaba con poca autoridad frente a los remesones que significaban ser vestido por una abuela enajenada.

Luego solo oí un: “chao papi” y un portazo posterior. Indignado ante el hecho de que la Omnipresente se permita salir con semejante desaire de mi propia casa, llamé a Macarena para quejarme pero me encontré con la sorpresa de que toda la escena por la que había pasado se debía a una omisión suya.

Claro, por la noche yo tenía cara de perro, Samuel un montón de globos de promoción, mi suegra una queja más en mi contra y Macarena un rictus de arrepentimiento que solo el polvo nocturno pudo disipar.