05 mayo, 2006

Capítulo 20

Tengo una fortuna en mis manos. Trescientos dólares me dio Helga, mi nueva inquilina, para que inicie los trabajos de remodelación del departamento que le alquilo. Ni siquiera me pidió un recibo, tampoco me dijo que le entregue facturas por las obras, simplemente pagó un mes por adelantado como garantía, y en dos semanas entregará la primera mensualidad tras trasladarse al lugar, en el estado en el que se encuentre. Esas fueron sus palabras.

De inmediato me puse a buscar a obreros para que reconstruyan el baño. El primero al que llamé me dijo que me cobraría 350 dólares, sin incluir materiales. Si eso ya me pareció exorbitante, imagínense cuando el segundo, encontrado por medio de un anuncio en la prensa, me dijo que me saldría por 800 dólares. Me sentí engañado, furioso. Además, ante la evidencia de mi ignorancia con respecto a los costos, adicionalmente me sentí un tonto inútil, fácil de engañar.

Tras la desazón que estos sentimientos me dejaron en la tarde, Macarena, siempre tan eficaz, me dio resolviendo el asuntito en un santiamén. Por la noche llamó a su padre, el ingeniero, y en diez minutos se puso en contacto con la persona que hará el trabajo. Aún no sabemos cuánto nos cobrará pero ya que le debe favores al suegrito, suponemos que será algo justo. Aunque, uno nunca sabe cuál es el significado de justicia para nadie.

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