16 marzo, 2006


Capítulo 4

De tanto rumiar al infortunio, ha aparecido la maldita depresión. Y no hay quien la acepte, o la soporte. Es como si lo hiciera a propósito pues la mueca de desgano sale de mí sin que pueda contenerla.

Es que ya me estoy cansando de los Quehaceres domésticos. Ahora me vi sentado en la grada del patio, ante la ropa tendida, con una pereza que lindaba con la resignación y, de pronto, mientras miraba los calcetines rotos, caí en el hueco en el que aún me hallo.

Lo peor es que tuve que asistir a una reunión en casa de la suegra. En ese estado era lo que menos me convenía. Y la cosa se empeoró cuando Macarena llamó a decir que no la esperáramos. Así que tuve que sentarme a la mesa con dos parejas de desconocidos y dar la lección del desempleado, del paria que no logra entrar en línea. Y oír la cantaleta de que son tiempos difíciles. Y acoger las recomendaciones de cómo llevar mi propia vida. Y limpiar la porquería que hizo Samuel con la salsa del estofado. Y oír la maravilla que es la ñaña mayor de Macarena, lo bien casada que está, lo orgullosos que se sienten de ella y de la vida que lleva en la Florida junto a su maridito gringo, un fanático religioso que la tiene pisoteada y mal culeada.

Yo, a medida que desaparecía en la conversación, contaba los minutos que faltaban para que esa tortura terminara, o por lo menos, para que Macarena llegara a salvarme. El vino, lamentablemente blanco, me fue dosificado como si estuviera enfermo del hígado mientras que las copas de los invitados rebosaban que daba espanto.

Llegó el momento del café y fui el único en aceptarlo. Todos saben ahí que detesto el café instantáneo, ese invento gringo que es una afrenta al buen paladar, y, sin embargo, fue lo que me sirvieron. Y además lo hicieron en tasa grande. Solo faltaba el pan y la mantequilla para completar el cuadro. Eso sí, cuando quise sacar un fullcito para fumármelo, las voces de protesta sonaron y tuve que volver a guardarlo mientras recibía consejos de dejar el vicio. ¡Cabrones!


Cuando estábamos por pasar a la sala, llegó Macarena con la noticia de que tendrá una nueva cita en la empresa que visitó ese medio día. Al menos ha pasado a una segunda etapa. Pero todos sabemos que nada está dicho hasta que se firme el papelito del contrato. Quizás lo único que quieren es volver a ver las piernas de Macarena, esas mismas que no pude dejar de tocar bajo la mesa familiar. Finalmente nos quedamos los dos, con Samuel que iba y venía, en el comedor. Conversamos un poco sobre las posibilidades de que el trabajo salga, aunque el mísero sueldo alcanzaría a penas para pagar la pensión de la escuela de Samuel y talvez algún servicio. Pero, la conclusión fue que en las condiciones que estamos no es posible rechazar ninguna oferta, por más miserable que esta sea. Luego fuimos a la sala, donde no hubo bajativo para nosotros: el brandy español había vuelto al bar a añejarse, como mi sed de un buen trago.

Mi suegro nunca se dirige a mí, pero no siempre fue así. Antes, cuando mi situación era buena, conversábamos con cordialidad aunque nunca con mucho entusiasmo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenazo este capítulo me encantó. Esos suegros son unos hijues y bien dicho lo del gringo pendejo ese y tu cuñada que lo aguanta. Eso de las piernas de Macarena estuvo muy sincero y divertido. Felicitaciones, aunque yo no fumo en verdad son unos cabrones los que no respetan los vicios de los demás.

Anónimo dijo...

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