Tras la borrachera que me pegué en casa de los parientes de mi mujercita, ando alicaído, cabizbajo, meditabundo, y con un dolorcito medio extraño en la parte izquierda del vientre.
¿Será que mi suegra me ha hecho brujería? ¡No me extrañaría!
Desde el incidente de la borrachera, no he vuelto a casa de mis suegros, ni ellos han manifestado ningún deseo de que así sea. La Macarena ya no me trae mi porción de comida, en tarrina. No creo que sea ella la que haya decidido tal cosa, eso también es obra de la Omnipresente, en confabulación con doña Olga, la empleada que, creía yo, me tenía estima, por esa empatía que une aquellos apestados por la vida.
Hasta mi hijo actúa de forma extraña y me recuerda, cada vez que abro una cerveza, la escenita que les hice.
Claro, he sido castigado. Y esto me lleva directo a la infancia, cuando mi padre ejercía su pesado poder sobre mí, en la forma de cuatro enormes dedos que se estampaban contra mi peluqueada nuca de corte militar. Era muy frecuente, casi una vez al día, y más cuando estaba pasado de tragos.
Si bebo, debo reconocerlo, es por que me gusta. Pero me gusta porque, creo, crecí viendo a los adultos de mi entorno con un vaso en la mano, alabando los efectos que aquel líquido prohibido producía sobre sus angustiadas vidas.
Así, a los catorce ya había pasado por unas cuantas borracheras y a los dieciocho era un experto en el tema. Cuando me fui a Europa, cambié mi relación con el licor, ingiriéndolo de forma cotidiana, pero moderadamente, en la mayoría de los casos. Para el final de mi estadía, bebía una botella de vino al día, con las comidas, y, claro, cada vez las cosechas eran mejor seleccionadas. En algunas ocasiones hice viajes gourmet a las regiones vinícolas, donde comí y bebí como lo hace la realeza. Claro que antes de eso debí trabajar recogiendo uvas, en Dordoña, donde recibía parte de la paga en vino, vino que terminaba atacando mis neuronas y las de mis colegas de temporada, casi hasta la inconciencia, en medio de una juerga casi orgiástica.
Y así, este alcoholismo que cargo a cuestas, y del que no puedo desprenderme, me ha valido la mirada desaprobadora de mi suegra, alegrías y polvos memorables con la Macarena, y otras chicas también, risas sin fin con los antiguos amigos, vómitos de poseso y mañanas infernales de chuchaqui, y, por ahora, la censura de mi hijo de siete años, con quien tengo la obligación de sentarme a conversar sobre este vicio con el que acompaño mis comidas.
Claro, tampoco es que me tome una botella de aguardiente al día. Aunque si tuviera los medios, una de vino si me tomaría.
Pero, no me digan, eso si que no, que deje de tomarme una cervecita al medio día del domingo, en pleno sol, ni que añore un Pinot Noir de Nueva Zelanda, o que se me vayan las babas por un whisky de malta Dalmore.
Para los que mueren de ganas de un apestoso consejo, les recuerdo que “el más reprochable de los vicios es hacer el mal por necedad”, como lo dijo el vicioso de Charles Baudelaire.
25 noviembre, 2009
Capítulo 130 (El Apestado)
Publicado por El Apestado en 11:58 a. m.
Etiquetas: alcoholismo, El Apestado, vicios
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8 comentarios:
A mí me gusta el sabor del vino y también disfruto una cerveza fría cuando hace calor, pero francamente el sabor de los otros licores me parece espantoso, es demasiado fuerte y siento que me quema la garganta, el esófago y el resto del aparato digestivo :S
Creo que eso es una ventaja porque hace años que no me emborracho, de modo que también evito una de las paores pesadillas de la humanidad: el chuchaqui.
El alcohol como las demás drogas, cuando produce adicción puede generar la horrible consecuencia de que uno haga lo que sea para conseguirlo, por eso creo que haces lo correcto al hablar con tu nene, pues mientras menos dependencias generemos las personas, mejor. O al menos así parece según observo a mi alrededor.
pues que te diré....el vino en la cultura europea mediterranea es algo tan común...qeu el vino es mas barato que el agua y eso no significa que sean alcoholicos aunque toman TODOS los dias y harrto vino...incluso creo que hasta son mas sanos...
no miento me encantan los mojitos, el vodka, el tequila, la cerveza, como dices tu a mi tambien se me van las babas jeje...pero creo que lo mas importante es tener autocontrol...
"...vino que terminaba atacando mis neuronas y las de mis colegas de temporada, casi hasta la inconciencia, en medio de una juerga casi orgiástica."
¡¡¡¡JOTO!!!!!!
(aplausos)
Como anécdota, decir que antes de venir a Ecuador hace cinco años yo me había diagnosticado como alcohólico. Desde que estoy aquí, apenas bebo: mi pobreza no permite tales lujos. El otro día, con motivo de la llegada de mi hijastro desde Madrid, me tomé una botella de Pilsener; fue la primera gota de alcohol en más de seis meses. Lo sorprendente es que no lo echo tanto de menos; tengo problemas demasiado graves como para darle importancia a los caprichos de mi sistema nervioso. Creo que si uno bebe, es porque el Dios Baco le está sonriendo, y punto: aprovéchate de su buen humor. La vida se encarga ella sola, cuando es necesario, de imponerte las necesarias abstinencias.
Yo también me la pegara.... si es que tuviera... Mucha literatura se ha escrito en relación a este tema, Baudelaire no es la excepción; hay que oirlo hablar del vino, del haschis, de la fanfarlo...
yo prefiero el humo elevante y natural de la cannabis, pero también me es prohibido so pena de divorcio...
Un estupendo blog. Los hijos descubrirán con el tiempo que vivir es también hacer algún que otro exceso, so pena de caer en un aburrido tedio.
Un abrazo desde España, tierra de estupendos vinos que disfrutamos como regalos que son.
Rebeca
YO PASO A DESEARTE UNA FELIZ NAVIDAD JUNTO CON LOS TUYOS.............Y TU SUEGRA :)
LOLA CIENFUEGOS
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