27 enero, 2010

Capítulo 132 (El Apestado)

Entonces, he vuelto. Los efluvios, los aromas, las esencias o fragancias, ya las adivinarán, si encuentro, claro, la forma de empezar mi relato, aquel del regreso a este espacio.

Es que, claro, primero debo decir que me fui.

Entonces, empecemos: fui a recorrer el país, o parte de él, en busca de información, que es lo más valioso que podemos obtener en los viajes. Pero esta vez esa búsqueda tenía un propósito, o dos, si se quiere. El primero, era terminar un trabajo muy complejo y extenso sobre temas de medio ambiente, y sociales, y económicos, y organizacionales, y de muchos otros temas. El segundo era entregar esa información procesada, masticada, analizada, a quien me contrató. Sí es un tipo que se llevará las glorias tras el valioso aporte que entregué. En definitiva, me convertí en negrero por un tiempo, y ese debería haber sido el principio.

Pero no, tal vez me equivoco, tal vez el inicio de este relato debió empezar con su final, o con el corolario del viaje, que fue mi ingreso a casa tras más de treinta días de ausencia. Cuando abrí la puerta, mi hijo había crecido, su ojos estaban más grandes, o me miraban más. Su respiración era acelerada, y el salto que dio a mi cuello me convenció de que debería dedicarse al baloncesto.

Macarena también había crecido. Su pecho también se hinchaba más que de costumbre y estuve a punto de detener sus palpitaciones con el apretón que le di. Sus ojos, casi salen de sus órbitas por el mismo efecto.

Luego vino el recorrido por una casa que ya no parecía la mía. Estaba demasiado limpia, habían demasiadas flores, demasiadas velas (había empezado la noche) y un olor con el que todo apestado ausente sueña: comida cacera.

Saqué los regalos que este diverso país ofrece: aretes para Macarena, un trompo y una resortera para mi hijo. (El pobre no pudo tirar de la resortera y falló en sus intentos por hacer bailar el trompo), pero lo que más esperaba eran los relatos sobre la selva, aquella selva a la que antaño fui mucho y que puebla de imágenes mi pestilente cabeza. Así que empecé, mientras Macarena alegraba mis oídos con el descorche de una botella de vino: (Subimos a un avión que parecía de juguete, que se movía como una hoja en el viento”)

A la mesa, gritó Macarena.

Y continué en la mesa, (“un guacamayo perseguía a la mujer por toda la comunidad…”. Mmm, qué rico está esto, (“las gallinas atacaban y devoraban a las arañas meonas, más grandes que mi mano, tengo fotos)”. Mientras los aromas de la comida caliente, preparada con esmero me hicieron olvidar el arroz con menestra y carne, o el arroz con menestra y pollo, o el arroz con menestra y pescado que comí durante casi un mes, salvo cuando me dieron maito de bocachico, con yuca y verde cocinado, y mucha chicha de yuca masticada. (“… fui al único que no terminó devorado por los izangos pues tengo la receta secreta, que te daré cuando vayamos juntos a la selva)”. Mmmm, ahhh, (sí, los izangos son unas garrapatas diminutas que te chupan la sangre y te hacen añorar el infierno”)… Para entonces, mi hijo estaba dormido, la comida en su lugar y algo de vino aún en la copa. Me levanté de la mesa, llevé al niño a su cama.

Luego la charla con Macarena continuó acompañada de un par de cigarrilos hasta que el cansancio, y el deseo, nos llevaron a la cama. Y este es el final, no crean que voy a contarles lo rica que estuvo la Macarena esa noche, no.

13 enero, 2010

Capítulo 131

Una de cal y otra de arena. Sí, la vida está llena de sorpresas y aquí el relato de una de esas sorpresas, que además, me lleva a despojarme, al menos por ahora, del apelativo que me ha acompañado hasta ahora: apestado.

El fin de año vino con la buena noticia de que un par de amigos se acordaron de mi. Uno de ellos, muy conocido, muy entroncado, muy jetset, se acercó de forma virtual a preguntarme si estaba interesado en participar en una mesa redonda sobre un tema en el que, antaño, fui autoridad. Le dije que no, que lo de antaño ya era de antaño, pero que tenía una propuesta literaria que hacerle. Me dijo ya, me parece bacán, suena interesante, te veo en un mes, tras mi viaje a México y concretamos la cosa antes de fin de año. Pasó el año, y hasta ahora, nada, solo que me he vuelto más viejo esperándolo.

Otro amigo, buen amigo de infancia, al que había perdido de vista, dio conmigo por necesidad. Me buscó para que lo ayudara en un proyecto que para él solo era muy difícil llevar a cabo, y le dije que sí, sobre todo por la paga. Claro, he tenido que dejar mi trabajo de recepcionista de hostal, por un tiempo, y ahora trabajo como loco para que mi amigo gane las glorias, y, mucho más dinero que el que me pagará a mí. Pero yo acepté, y esto del dinero, aunque es poco con respecto a lo que él gana, significa para mi siete meses de trabajo en el hostal, por apenas un poco más de un mes de intensa labor, labor que debo concluir hasta finales de este mes y motivo por el cual he abandonado este espacio.

Pronto estaré de vuelta. Solo quería hacerme presente para que mi ausencia no apeste.